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Friba Quraishi, jueza afgana exiliada: “Las mujeres de Afganistán son fuertes, pero el mundo las abandonó”

La jueza Quraishi, en el Colegio de la Abogacía de Barcelona

Oriol Solé Altimira

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“He perdido mi identidad”. La crudeza del testimonio de Friba Quraishi, jueza afgana exiliada en España, sobrecogió al auditorio del cuarto Women Business & Justice European Forum celebrado esta semana en el Colegio de la Abogacía de Barcelona. Quraishi personifica el drama que ha supuesto la vuelta de los talibanes para las mujeres afganas, pero a la vez sus palabras son una lección de resistencia y esperanza.

Con la indispensable asistencia de una traductora de farsi, Quraishi conversa con elDiario.es cuando se cumple un año de su llegada a España. Allí empezó de nuevo. La Asociación de Mujeres Juezas de España la ayuda, como a otras magistradas exiliadas en ese país. Pero en su cabeza siguen muy presentes todas las mujeres, togadas o no, que se quedaron en Afganistán.

“Las mujeres de Afganistán son fuertes, pero el mundo las abandonó, están luchando solas”, lamenta Quraishi. Pone como ejemplo la mujer que, a principios de septiembre, logró grabar un vídeo en el que explicaba cómo los talibanes la detuvieron, la violaron y la obligaron a casarse. “La grabación se difundió mucho por Internet, todo el mundo expresaba su tristeza y quería ayudar, pero al final se fue olvidando y la mujer se quedó sola”, constata la magistrada. Sola frente a la furia talibán.

La jueza se muestra crítica con Occidente y los Estados Unidos por no haber siquiera intentado frenar la ofensiva talibán el año pasado. “El día que Afganistán y sus mujeres y sus niños necesitaban de verdad a Occidente, el mundo los abandonó”. La magistrada confía no obstante en que las llamadas de los que como ella consiguieron exiliarse hagan posible que la comunidad internacional vuelva a “presionar” a los talibanes para que cesen sus hostilidades.

“Es cierto, los países ricos invirtieron muchos recursos y ayudaron a Afganistán, pero también se beneficiaron de nuestra tierra a nivel económico”, asevera la magistrada, que se expresa de forma serena y tranquila pese a todo lo vivido.

Antes de tener que exiliarse el año pasado, Quraishi era una de las 270 juezas de Afganistán. Son 14 años de ejercicio de la judicatura a sus espaldas. Su carrera empezó como magistrada de familia. Después pasó tres años juzgando casos de terrorismo relacionado con los talibanes y finalmente se ocupó de los crímenes contra las mujeres. “Éramos juezas independientes como los jueces hombres, teníamos las mismas capacidades y poderes”, recuerda con orgullo.

Fueran hombres o mujeres, todos los jueces que juzgaban a los talibanes recibían amenazas. La única diferencia con sus colegas era que, aunque les amenazaran por igual, los talibanes sí reconocían la autoridad de un hombre para juzgarles. No así la de Quraishi, a quien los talibanes negaban legitimidad para decidir su futuro penal. “Cuando llegaban al juzgado no me aceptaban, no veían válido que una mujer les condenara a prisión”. Aún así a la magistrada no le temblaba el pulso.

Quraishi ejercía y vivía en Mazar-e Sarif, la cuarta ciudad más poblada del país. Rememora la llegada de los talibanes como un proceso del que todo el mundo conocía el final. “Primero cayeron los pueblos periféricos, después llegaron a la ciudad”.

La magistrada sabía que estaba en peligro si permanecía en su casa, una vivienda estatal destinada a los funcionarios. Los últimos días, al salir del juzgado no se iba a dormir a su piso. Eran un objetivo demasiado fácil para los talibanes. No tuvo dudas en emprender el camino del exilio.

“La caída de mi ciudad era palpable, se veía venir. Exiliarme no fue una decisión meditada porque era algo de vida o muerte. Me tenía que ir y punto”. No todas sus compañeras estuvieron a tiempo de hacer lo mismo y a algunas de ellas ningún país extranjero les otorga protección.

La jueza Quraishi mantiene el contacto con amigos y familiares que se quedaron en Afganistán. La realidad que le describen es una pesadilla, sobre todo para las mujeres que habían logrado independencia económica. “Las mujeres que antes eran funcionarias ahora lo tienen prohibido y algunas piden limosna por la calle”, denuncia. “Todo el mundo lo ve, todo el mundo sabe lo que pasa en Afganistán, pero nadie hace nada”.

Las mujeres de Afganistán, recalca la jueza, “necesitan estudiar y trabajar”. Más en un país donde los sucesivos conflictos provocaron la muerte de los hombres en muchas familias, quedando la mujer como la única responsable de generar ingresos y de llevar el pan a casa. “Para las afganas trabajar y estudiar no es ya un derecho, sino una necesidad, pero los talibanes no las dejan”.

La supuesta moderación de los talibanes tras su vuelta al poder resultó una mentira. La única vía posible que la magistrada ve para revertir la actual situación es la presión internacional sobre el régimen. “Ahora mi labor aquí es dar a conocer los problemas de la gente de Afganistán, de sus mujeres y sus niños y niñas, para que las cosas cambien”. Pese a todo, Quraishi conserva la esperanza de volver a su país.

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