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Lorena Córdoba, antropóloga, investigadora del CONICET
Análisis

La investigación argentina que visibilizó el protagonismo de las mujeres en el boom del caucho de la Amazonia boliviana

Indias recolectoras de caucho en poblado a orillas del río Madeira, Bolivia, en el límite con Brasil, imagen tomada entre 1908 y 1911.

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La explotación del caucho, siringa o goma elástica conoció su clímax entre los finales del siglo XIX y los inicios del XX y es un hito indispensable para el conocimiento del pasado y el presente amazónicos. La industria cauchera perdió su esplendor, pero no todas sus vidas, con la difusión masiva del plástico. Pervive en el actual paisaje de Amazonia, creado a su medida. El caucho es mucho más que un capítulo capital de la historia económica local y que un asunto soterrado en el desarrollo del extractivismo regional y en el desenvolvimiento de la historia subcontinental. Constituye el hecho crucial que reconfigura para siempre el entero espacio de la Amazonía al abrir la selva al capitalismo y los mercados internacionales.

Como en Brasil, Colombia, Ecuador o Perú, también en Bolivia la industria cauchera crece rápidamente. La explotación se expande en el norte boliviano. El territorio del Acre, extremo sudoccidental de la Amazonia sudamericana, había sido pensado hasta entonces como un “desierto verde” inhóspito, estéril, sin más habitante que indígenas y fieras salvajes, insectos y malaria.

La explotación del caucho violenta la ecología amazónica. Abre la selva al resto de Bolivia, de América, y del mundo. Se fundan ciudades, se trazan y vuelven a trazar límites internacionales súbitamente litigiosos entre naciones vecinas repentinamente belicosas, se exploran zonas desconocidas que serán cada día mejor conocidas, y hasta el último rincón de la selva gana su lugar, su nombre, su latitud y longitud en la cartografía. Entran en escena los barcos de vapor, los ejércitos, los ferrocarriles, las aduanas. Se inauguran empresas y comercios con casas matrices en Londres, Belén do Pará o Manaos.

La investigación del CONICET recalibró la leyenda gomera y revalorizó la agencia y la memoria de las mujeres protagonistas del boom cauchero en la Amazonia. Rescata las voces de las trabajadoras indígenas que picaban la goma, cocinaban, lavaban la ropa, mantenían las plantaciones o las barracas. De las amantes, concubinas, y madres. Recopila el testimonio de mujeres criollas, y europeas involucradas en el boom gomero. Todas parejamente olvidadas o ignoradas por el sesgo sexista de las historias y memorias nacionales y extranjeras de la región sudamericana.

Llegan oleadas de migrantes internos bolivianos, y también extranjeros, seducidos por una riqueza fabulosa que promete cambiar sus vidas. Comienzan a circular las historias fantásticas de fortunas hechas de la noche a la mañana, de teatros de ópera erigidos en medio de la jungla, de prostitutas emancipadas que se hacen pagar su trabajo en libras esterlinas, de ríos de champagne francés en medio de la Amazonia. El cuadro pintoresco así construido es el que puede apreciarse en los excesos y las ambiciones de los personajes de Fitzcarraldo (1982), film de Werner Herzog interpretado por Klaus Kinski. En el norte boliviano rememoran hoy con vívida nostalgia aquel período legendario que funciona como mito fundacional de la colonización amazónica.

Sin embargo, al releer las crónicas de aquella añoranza la documentación histórica revela sus propios sesgos. Nos presenta un paisaje selvático y una imagen de la industria hiper-masculinizados. Rodeado por las banderas del orden, del progreso o del nacionalismo, el pionero ocupa el lugar central, donde lo ha colocado y consagrado el imaginario de la época: la figura de un varón, que vence en solitario los peligros de un paisaje hostil, exótico e ignorado. Según este discurso canónico, la mujer -indígena, criolla y aun blanca y europea— es un actor menor, secundario, transparente: en suma, invisible. Cuando no es eludida, apenas aparece referida de modo lateral, disimulado o indirecto. El mundo cauchero de la historia y memoria oficiales y oficiosas es un mundo de hombres.

Premiada por su investigación por la Unión Europea, que con la beca Marie Curie le permitió completarla en la Universidad Ca’ Foscari de Venecia, la antropóloga argentina Lorena Córdoba puso en marcha y llevó a término un trabajo colectivo de visibilización del trabajo invisibilizado de las mujeres trabajadoras y protagonistas del boom cauchero. En el libro La reina del Orthon: Crónicas femeninas del auge gomero se resume el proceso y se reúnen los resultados de esta labor reconstructora y repositora de la memoria y la identidad.

La investigación del CONICET recalibró la leyenda gomera y revalorizó la agencia y la memoria de las mujeres protagonistas del boom cauchero en la Amazonia. Rescata las voces de las trabajadoras indígenas que picaban la goma, cocinaban, lavaban la ropa, mantenían las plantaciones o las barracas. De las amantes, concubinas, madres o ‘esposas de monte’. Recopila el testimonio de aquellas otras mujeres criollas, y europeas, involucradas en el boom gomero y que fueron igualmente ignoradas por el sesgo sexista de las historias y memorias nacionales y extranjeras de la región sudamericana.

Después de contextualizar las diversas modalidades de participación de las mujeres en la historia y desarrollo económico de la explotación del caucho, la investigación del CONICET ha sabido reconstruir y narrar con detalle una historia de vida. Concluyó una recopilación y edición crítica de las cartas de la británica Elisabeth Hessel: el testimonio escrito a mano por una mujer que relata de primera mano la experiencia cotidiana en una barraca cauchera de Bolivia.

Una historia de vida única de una mujer única en el clímax del boom cauchero

Casada con Fred Hessel, que había sido contratado por el cauchero Antonio Vaca Diez, ‘el Livingstone boliviano’, Elizabeth ‘Lizzie’ Mathys llega a los 22 años a la Amazonía boliviana tras viajar por tierra desde París hasta Burdeos, y en barco desde este puerto en el Atlántico norte. Catorce meses en viaje hasta establecerse finalmente en la barraca de la firma en el río Orthon. Antes, hace escala en Lisboa, en la isla de Madeira, en el puerto brasileño de Belem do Pará, ya atravesado el Atlántico. Y también antes de llegar a su destino amazónico final, pasa por  Mishagua, donde presencia cómo mueren, ahogados, el boliviano Vaca Diez y su socio peruano el mítico Fitzcarraldo.  

Durante los años siguientes, Lizzie envía desde la empresa cauchera en el norte boliviano decenas de cartas a su familia en Londres. En ese epistolario abunda el calor, abundan los insectos y la malaria, no faltan, siquiera, las mascotas exóticas, las reuniones sociales, y las revistas de moda que hace traer de Europa.

Más allá de los ritos domésticos, Lizzie narra la operación cotidiana de hombres y mujeres en la industria del caucho. Registra con claridad y sin inexactitud la peculiar forma de hacer negocios en una frontera regida por la voluntad privada de los empresarios caucheros o, cuando ésta no basta, por la “ley del 44”, así llamada por el calibre del fusil Winchester. Relata que su empresa consigue hacerse de una aledaña plantación de goma emborrachando primero y manteniendo secuestrando después al dueño, quien finalmente entiende, accede y firma la venta de sus tierras.

Las cartas de Elizabeth ‘Lizzie’ Mathys, el mayor testimonio y la mejor fuente

Las cartas de Lizzie componen un testimonio de primer orden a la hora de reconstruir la vida diaria de los y las indígenas en las barracas gomeras, el trato que reciben, y los castigos que les infligen. Describe la captura  -no pocas veces muy violenta- de hombres, mujeres y niños que emplearán como mano de obra, venderán a otros caucheros, o destinarán al servicio doméstico.

A veces, la violencia era ejercida por mujeres. Lizzie reporta el caso de la esposa de Fitzcarraldo: “Tres de los esclavos de esta casa, dos niñas y un niño, escaparon hace poco, pero los cazaron y los trajeron de vuelta. Los encadenaron esa noche y al día siguiente los golpearon hasta que quedaron tan agotados que no lloraron más, con la señora Fitzcarrald mirando todo el tiempo. Es una bestia: estaba tan enferma que tuve que salir de la casa. Ahora los encadena todas las noches a su cama. Ella misma golpea a todos sus sirvientes aproximadamente una vez a la semana”.

Poco antes de la navidad de 1899, Lizzie enferma y muere en una epidemia de fiebre amarilla. Esta dama inglesa victoriana en sus últimas cartas se describía a sí misma como boliviana y “reina del Orthon”. La de esta mujer es una mirada descarnada y única, casi etnográfica y científica, a la hora de recomponer el cuadro de la realidad cotidiana en los centros gomeros. Su mirada pone sobre la mesa muchos de los prejuicios implícitos en la retórica del orden y el progreso, en el discurso colonial, en la ideología de clase, en la moral victoriana, en el sexismo, la violencia y hasta el racismo implícitos en un extractivismo rapaz.

Más allá de sus sesgos, de sus límites, de sus claroscuros, fue este testimonio de una mujer el que ayudó, como ningún otro, a la investigación del CONICET para recalibrar la leyenda extractiva. Porque cuestionó una historia escrita en clave exclusivamente masculina y ayudó a dar voz a todas aquellas mujeres que también protagonizaron los avatares —a veces heroicos y a veces macabros— del boom del caucho que cambió para siempre la imagen y la realidad de la Amazonia. 

AGB

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