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El Oxford incómodo, el tour que cuenta el lado oscuro de la Universidad

Dos participantes y un guía del tour Uncomfortable Oxford frente a la estatua de Cecil Rhodes en Oriel College, Oxford.

María Ramírez

Oxford (Reino Unido) —

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La luz suave del atardecer temprano de noviembre cae sobre la secuoya del bello jardín de Wellington Square, la sede de las oficinas centrales de la Universidad de Oxford. Hay un solo banco de madera en el césped tupido y tapizado de hojas amarillas al que se entra por una puerta. Es un lugar apacible donde niños, perros y estudiantes juegan y comen. Se podría describir como idílico. 

“Pero…”, interviene nuestra guía esta tarde del tour de Uncomfortable Oxford (“Oxford incómodo”), Claire McCann, graduada en Economía y en estudios de Género y que ahora está haciendo aquí su doctorado en Educación. McCann cuenta la historia de la que aparentemente no hay rastro.

Esta plaza en Jericho, ahora uno de los barrios con los alquileres más caros de la ciudad, esconde un pasado más sombrío. Se llamaba “la colina de ratas y ratones” y aquí, entre los siglos XVIII y XIX, había un asilo de pobres, lo que en Inglaterra se conocía como “workhouse”, un edificio que pretendía dar ocupación y refugio a las personas sin recursos y se convertía a menudo en un lugar de explotación física y sexual del que era imposible salir. En unas obras en los años 90, se encontraron restos humanos y lo que quedaba del enorme edificio en Jericho que hacía de vivienda, lugar de trabajo y cementerio. Oxford está lleno de placas azules que repiten la historia de inventores y escritores y sus múltiples hitos, pero en Wellington Square no hay recuerdo de lo que fue este lugar. Esta acogedora plaza es uno de los símbolos de cómo la Universidad cambió la ciudad, pero también de cómo borró su historia. 

El proyecto de tours “incómodos” fundado por dos estudiantes ofrece paseos alternativos a los habituales turísticos para contar algunas de las muchas historias incompletas y olvidadas, polémicas pasadas y actuales sobre cómo se financia la Universidad, sus dificultades para afrontar legados incómodos y la relación no siempre fácil con el resto de la ciudad.

Las fundadoras son Olivia Durand, historiadora especialista en el colonialismo del siglo XIX, y Paula Larsson, historiadora de Medicina. Se conocieron en 2018 cuando estudiaban para su doctorado y participaron en una actividad de verano sobre cómo acercar la investigación académica al público. Tenían que proponer una idea en una competición y se les ocurrió hacer recorridos a pie contando legados coloniales de manera local a través de la historia de Oxford. Su idea no ganó, pero el director de un festival anual de ciencia e ideas de la ciudad se fijó en su propuesta y les propuso hacer los tours, que tuvieron mucho más público del esperado. El interés las animó a seguir y fundaron una empresa social.

Escogieron el nombre por lo habitual que es la palabra “uncomfortable” (“incómodo”) en el Reino Unido, donde se usa para evitar una conversación. “Nuestra idea era que, en realidad, la incomodidad puede ser muy productiva”, explica a elDiario.es Durand, codirectora del proyecto, que ahora vive en Londres y también sigue con su investigación académica sobre colonialismo. “No sólo se trata de que los temas sean incómodos, sino también del hecho de que se invita a la gente a hablar, a participar en la conversación. Se trata también de hablar con desconocidos en la calle, lo que puede resultar incómodo. La idea es intentar que la gente entienda que a veces es incómodo tener esas conversaciones, pero sólo se avanza encontrando una manera de estar en desacuerdo de manera respetuosa, y escuchando varios puntos de vista”.

Su logo es la imagen de la Radcliffe Camera, edificio icónico de la Universidad y biblioteca, vuelta del revés. “Darle la vuelta es subvertir la narrativa dominante de alguna manera”, comenta la fundadora.

El pasado con matices

A menudo, se trata de hacer preguntas a los participantes después de dar más información y contexto sobre un lugar. ¿Qué debería hacer la Universidad? ¿Cuál es su impacto? ¿Cómo recordar el pasado? ¿Hasta dónde hay que poner límites al dinero que se acepta para financiar las humanidades o dar becas para estudiar aquí?

Durand, estudiosa de la Rusia imperial y Estados Unidos en el siglo XIX, reflexiona a menudo sobre cómo se utiliza el presente en debates actuales, incluida la manipulación de la historia para ejercer violencia, como en el caso de la Rusia de Vladímir Putin, según explicaba también a elDiario.es en febrero de 2022. “Lo que intentamos entender es cómo el pasado modela el presente… y cómo la manera en la que hablamos del pasado en el presente dice mucho de nuestras preocupaciones y ansiedades actuales”, decía entonces sobre su proyecto.

Los tours han sido tan exitosos que el grupo empezó con uno, pero ya ofrece varios en Oxford, Cambridge y York además de charlas y otros cursos. En pandemia, los tours siguieron de manera virtual, y ahora la empresa sin ánimo de lucro es sostenible.

Durand comenta que el éxito de sus tours revela “un apetito claro de debates complejos y con matices del pasado y la herencia cultural”. Cree que la enseñanza de historia, el patrimonio y el turismo son tres sectores que se pueden unir en el espacio público de una manera fructífera.

En Oxford, hay un equipo de 12 guías, en Cambridge, ocho, y en York, seis. Se trata de doctorandos o recién graduados, a menudo especializados en historia y educación, y que utilizan sobre todo investigación académica como fuente de información. En cinco años, la empresa ha pasado de dos a más de 40 personas. Ya piensan en hacer tours en Londres y tal vez en otros países. Durand ha trabajado con una asociación europea de profesores de historia (EuroClio) en cómo sería un recorrido crítico por el Valle de los Caídos, en Madrid.

Los miles de participantes en sus tours —unos 5.500 en 2022, el último año con datos completos— ayudan a financiar el proyecto que también recibió en 2018 y 2019 fondos de un centro de investigación de la Universidad de Oxford, de la que el grupo es ahora plenamente independiente. Algunos de los paseos se hacen en colaboración con museos, como el Ashmolean de Oxford y el museo etnográfico Pitt Rivers, que está embarcado en su propio proyecto para explicar los orígenes y objetos más polémicos que tiene. 

La Universidad mantiene una relación “ambivalente” con los tours, según explica Durand. Algunos departamentos concretos, como el de Geografía, suelen recomendar los tours y es habitual que los profesores reserven sitios para sus alumnos. El Departamento de Historia, el suyo, en cambio, “ha ido evolucionando”. Al principio, la iniciativa recibió algunas críticas por montar una empresa para pagar a los guías en lugar de utilizar estudiantes no remunerados como parte de su trabajo académico. “Queríamos salir de esa estructura”, explica Durand, que dice que también ha tenido “mucho apoyo” de parte de su antigua facultad.

La Universidad, que está muy descentralizada, pidió a las fundadoras que dejaran claro que eran independientes y se quejó de que su logo fuera azul o utilizaran el nombre de Oxford, que la Universidad tiene registrado como propio. Pero en 2020, en mitad de las protestas de Black Lives Matter que acusaban a la Universidad de no afrontar su legado colonialista, la rectora puso a los tours de Uncomfortable Oxford como un ejemplo de lo que sí estaban haciendo sus estudiantes.

De Rhodes a Sackler

Tal vez la parada más famosa del tour histórico es frente a Oriel College, donde en lo alto sigue la estatua de Cecil Rhodes pese al acuerdo en 2020 de estudiantes, administradores y profesores para quitarla. Un pequeño cartel, más allá de una valla, explica que el hombre representado era “un comprometido colonialista británico” que obtuvo su fortuna con “la explotación de minerales, tierra y personas en África del sur” y que “algunas de sus actividades causaron pérdida de vidas y atrajeron las críticas en sus días y desde entonces”. A finales del siglo XIX, Rhodes describía el mundo que no era anglosajón como habitado por “los especímenes más despreciables de la raza humana”; sus proclamas racistas ya eran polémicas y más retrógradas que las de sus contemporáneos, pero el college decidió aceptar igual la donación para construir el edificio y colocar su estatua en la fachada entre 1909 y 1911.

Tras un proceso burocrático de informes y votaciones para mover la estatua de Rhodes, la Universidad se echó atrás en 2021. El primer ministro entonces, Boris Johnson, que estudió en Oxford, criticó la decisión que nunca se llegó a poner en práctica. La placa señala que el centro educativo, que como el resto de la Universidad recibe dinero público, siguió el “consejo legal y regulatorio” y por eso dejó la fachada como estaba.

En esta parada, los guías preguntan la opinión de los participantes, que en el tour en el que participa elDiario.es están a favor de colocar a Rhodes en otro lado menos prominente y que no sea un recordatorio constante para un centro educativo que aspira a ser más incluyente. El legado de Rhodes, en todo caso, va mucho más allá de la estatua en Oriel College: también da nombre a prestigiosas becas para que foráneos estudien en la Universidad —entre otros, Bill Clinton— y a la fundación que ahora tiene un edificio en Oxford con un moderno auditorio de madera y paredes cubiertas de cuadros de jóvenes artistas africanos. 

La historia de Rhodes es muy conocida por el debate público y político, pero otras lo son menos, como la de Christopher Codrington, un oficial del ejército británico en el siglo XVII y cuya fortuna venía de las plantaciones de azúcar con mano de obra esclava. Daba nombre a la biblioteca de All Souls, donde fue miembro distinguido (fellow) y donde está enterrado. El exclusivo college, que suele admitir dos fellows al año, casi nunca se puede visitar y fue plasmado con sorna por Javier Marías en Todas las almas. En 2020, quitó el nombre de su biblioteca, aunque dejó una escultura que representa a Codrington vestido de romano sobre un pedestal y añadió una placa algo confusa “en memoria de los que trabajaron en esclavitud” en sus plantaciones. La mayoría, incluso los que llevan más años allí, asume que siempre se llamó “biblioteca de All Souls”.

El silencio suele ser más habitual que las explicaciones en Oxford, incluso en el pasado más reciente.

Ya no queda ni rastro del apellido de Sackler que estaba grabado en la entrada de la biblioteca de arte, arqueología y mundo antiguo. En primavera, el nombre desapareció tras años de polémica y el reconocimiento de culpa en Estados Unidos de la familia propietaria de la farmacéutica Purdue Pharma productora de un analgésico muy adictivo que se presentaba como lo contrario y considerado responsable de la epidemia de adicción a los opiáceos.

Los Sackler eran filántropos y donantes a universidades y museos con nombres y localidades prestigiosas, aunque no tuvieran especial relación con el lugar. La Universidad de Oxford, que también impartía cátedras con su nombre, seguía teniendo relación con la familia, incluida la invitación a eventos, cuando instituciones culturales en París, Londres y Nueva York ya habían roto con la familia.

'Follow the Money'

La historia de los Sackler es parte del tour que hace el equipo de Uncomfortable Oxford más centrado en la actualidad y los donantes polémicos, que la Universidad ahora intenta evitar con unas guías detalladas sobre el dinero que no acepta porque viene de fuentes ilegales, puede comprometer la imagen de la Universidad o afectar a su libertad académica.

El tour, llamado Follow the Money (“sigue el dinero”), empieza en escuela de negocios, llamada Said por el millonario británico-sirio Wafic Said, donante conservador, uno de los hombres más ricos del Reino Unido y que negoció polémicos acuerdos de armas entre el Reino Unido y Arabia Saudí. Su nombre en este edificio nunca se ha puesto en disputa y tampoco hay explicación visible de quién es.

Entre los donantes que han causado más revuelo de los últimos años está Leon Blavatnik, un multimillonario nacido en Odesa cuando estaba bajo el régimen soviético y que da nombre a la escuela de Gobierno de Oxford inaugurada en 2015. Blavatnik hizo un esfuerzo por alejarse del régimen de Putin después de la invasión de Crimea, pese a que hizo su fortuna en el aluminio ruso junto a algunos de los millonarios sancionados por la UE y EEUU. El empresario amenaza con denunciar a cualquiera que le llame “oligarca”. El uso de su nombre despertó en Oxford protestas de académicos y estudiantes que no fueron escuchadas. Blavatnik no había estudiado en Oxford, pero donó 100 millones de euros para construir el edificio que hoy es uno de los pocos modernos y bien diseñados de la Universidad. 

Contra el olvido

Los guías, siempre abiertos al debate y sin conclusiones firmes, subrayan que no se trata de reescribir la historia, sino de contarla de manera más viva y más completa. “Así es más interesante”, comenta Scott, uno de los guías y especialista en historia medieval. 

La última parada del tour clásico de los “incómodos” suele ser un obelisco de piedra desgastada en el que apenas se distinguen las letras grabadas, que tiene grietas y está cubierto de musgo y cagadas de palomas. Está en una plaza junto a un centro comercial y a sus pies suele haber cantantes, vagabundos, borrachos y turistas en un cruce con mucho tráfico de personas y autobuses. Es fácil no fijarse en el monumento, pero se trata del primero en Oxford dedicado a veteranos de guerra. Se construyó en 1900, en honor a un batallón local que había luchado un par de años antes para reprimir las revueltas en lo que hoy es la frontera entre India y Pakistán y que entonces estaba bajo el dominio del imperio británico. Antes había aquí un cementerio.

En la ciudad, los monumentos a los caídos en las guerras mundiales se llenan de coronas y amapolas en el día de homenaje a los veteranos y representan la historia de la que el Reino Unido está más orgulloso. No suele ser el caso de la represión colonial.

“Era un lugar de descanso y de contemplación para las personas que habían perdido a alguien en una campaña muy lejos de aquí. Ahora nadie sabe qué es y está descuidado”, explica Olivia Durand. “Políticamente, sería un mensaje muy fuerte eliminarlo porque conmemora el imperio británico, pero, por otro lado, tampoco se cuida”. Es la última parada del tour porque hace reflexionar sobre qué se recuerda y cómo. “La historia de las guerras mundiales está muy glorificada, pero sobre otros aspectos de la historia, como el imperio británico, hay un recuerdo parcial y memoria muy selectiva sobre qué recordar”.

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