Elecciones en Brasil 2022 - Análisis
Política y falsos amigos brasileños: el juego de las siete diferencias entre la República Federativa do Brasil y la República Argentina
Representante de su país en Rio de Janeiro, entonces capital brasileña, Alfonso Reyes escribía en la primera mitad del siglo XX: “¡Me río del árabe que habla bien alemán! Raro es el hispanohablante que entienda portugués”. El diplomático había protestado formalmente porque Itamaraty había publicado que la legación de México era “apenas” consular. Fue la Cancillería de Brasil quien le hizo reparar que a “apenas” equivale en castellano “sólo”. Al 'apenas' portugués falta emoción grandilocuente, elegíaca o despectiva. El episodio internacional se diluía sin consecuencias gracias a la autocrítica de Reyes. Pero la autoridad correctora pocas veces acude para enmendar esos errores fatales, porque no dudamos ni un momento, como no dudaba el escritor mexicano, de estar en lo cierto. Y si pasamos de los advebios restrictivos y sus matices a los sustantivos, en la traducción automática al castellano rioplatense del léxico ideológico y político ebrasileño las disparidades escondidas detrás aún de versiones muy correctas son a la vez más abundantes, más disimuladas, y más enceguecedoras.
La República Argentina, Sociedad y Estado: una democracia de DDHH
Muchas incomprensiones de la realidad brasileña resultan en la República Argentina más radicales, profundas, constantes, y lesivas que en otros vecinos del país más grande de Sudamérica y mayor economía latinoamericana. Atribuir esta relativa constante al perjuicio ignorante de un autocentramiento, acendrado por prejuicios, europeístas, o nacionalistas, o individualistas nomás, puede lucir valiente porque esta explicación es cruel, deshonrosa. Pero no siempre la mejor explicación de los hechos es la más hiriente. No es arriesgado asumir que el electorado argentino cree superior a otros el gobierno representativo y republicano, con autoridades periódicamente elegidas entre candidaturas partidarias adversarias, y que cree en la soberanía popular. Cree en el Estado social, descree en su subsidiaridad, lo quiere siempre presente, nunca lejos, no entiende que nadie no reclame con intransigencia innegociable educación y salud y seguridad social y pública universales y gratuitas y de calidad y laicas, un régimen de empleo y desempleo sindicalizado y protegido por ley, un sistema de jubilaciones y pensiones cuyo pago asegure, como toda otra necesidad de otro modo insatisfecha, una partida del Presupuesto Nacional (o transferencias de recursos que se exigirán como debidas al Tesoro). Cree que la democracia se legitima como santuario de DDHH innegociables, absolutos. El reconocimiento de nuevas necesidades lleva a la formulación más específica de DDHH también innegociables en los nuevos términos establecido. Quienes en la Argentina denuncian este credo principista como dogmatismo inconducente, recusan lo inconducente, y callan sobre los dogmas. Sugieren cómo llegar más rápido a buen puerto, no cuestionan el destino, si insisten en el rédito de pagar el peaje de la autopista privatista y liberal. No impugnan la doctrina ni ensucian la imagen la mejor ‘comunidad organizada’: se recomiendan por los méritos superiores de sus medios para llegar antes a la meta ‘en el mundo de la tercera década del siglo XXI tan diferente al del peronismo clásico del siglo pasado, el kirchnerismo de commodities de la década ganada (perdida)’ etc
Esta concepción ético-política está sostenida, en todas y cada una de sus expresiones, por asociación entre los bienes y cometidos perseguidos y la superior legitimidad democrática de los medios encaminados a encarnarlos y cumplirlos comunitariamente. Desde luego, las claudicaciones en la práctica, singulares, colectivas, tal vez sean más acendradas que esta fe. Pero en la expresión pública, serían lamentadas. En los años recientes, la sociedad parecería haberse congratulado de que la Ley del aborto fuera sancionada por un Ejecutivo nacional y popular en lugar de por uno neoliberal, incluso a igualdad de texto. Suponer que el electorado de EEUU o de Brasil es movido por alguno de estos puntos de la ‘doctrina argentina’ así simplificada al punto de decidir su voto según este norte, o al de incidir sobre él demanera determinante, requeriría de evidencias que nos faltan por completo.
Cómo era gostoso o meu capitão
La antítesis 'Dictadura, golpe, militares vs. Democracia, soberanía popular, DDHH’ ni ofrece ni encierra opción válida. Es el Mal vs el Bien. En la Argentina 'dictadura' remite limpia y directamente al Proceso de Organización Nacional (1976-1983) y al terrorismo de Estado. A todo que resume el Juicio a la Juntas, que sin embargo es a su vez índice indicativo pero incompleto de las ramificaciones y adyacencias de un universo cívico-militar aún más genocida que sus referencias y desarrollos procesales, los informes de la CONADEP. Que las investigaciones de la Justicia y de organizaciones de DDHH jamás hayan dado signo de esterilidad sobreviniente, prueba a un tiempo la utilidad de su continuación y la extensión presente del horror pasado.
En Brasil, golpe, militares, dictadura no hacen pensar -acaso sea esperable a todas estas realidades argentinas-. Evocan orden, progreso, desarrollismo, capitalismo. Remiten a un gobierno asumido por la fuerza en 1964 pero comprometido con anular sistemáticamente, o ‘privatizar’, todos los avances y cambios culturales de la modernización. Con un Ejército moderno, burocrático, tecnócrata, de petróleo, hidrorcarburos, cemento, caminos, infraestructura, energía hidroeléctrica, industrialización, extractivismo, educación técnica, concursos nacionales para las vacantes de los cargos públicos federales (como antes Arturo Frondizi en Argentina, como antes el Imperio en el propio Brasil), federalismo caudillista local, clientelismos estaduales. Con el anticomunismo como sola preocupación de una censura tan autoritaria en la represión política como liberal y aun benéfica con en el hedonismo bossanova o pornochanchada. Y como salvaguarda e invitación para la expansión del capital.
A demasiados oídos brasileños, lo que evoca la palabra 'dictadura' es un Ejército moderno, burocrático, tecnócrata, de petróleo, hidrorcarburos, cemento, caminos, industrialización, educación técnica, concursos para las vacantes de los cargos públicos.
Bolsonaro, un funcionario público cabal, del Ejército al Congreso y a la Presidencia
Jair Messias Bolsonaro es un capitán del Ejército que se reinventó, según un curso de honores burocrático poco singular y en nada llamativo, como diputado federal. Para ser funcionario, hay que presentarse a concurso; para ser diputado, a elecciones. Los cargos se ganan por la aquiescencia del jurando competente. Antes de llegar a la fama massmediática, mucho antes de llegar a la candidatura presidencial de 2018 y a la presidencia de hoy, había pasado 19 años en Brasilia como diputado federal carioca. Este fuera de la ley respetó todos los reglamentos internos del Congreso. El brasileño es uno de los cuerpos legislativos más ricos del planeta en finezas, distingos, privilegios y excepciones. Y en letras chicas y nuevas excepciones enervantes de excepciones y fundantes de nuevos nichos y santuarios en fueros ya antes inatacables.
Cuando fue sancionada en 1988, la Constitución brasileña redactada en 1987 por una Convención tutelada por la dictadura y dominada por constituyentes de una derecha sin agachadas centristas era la más larga del mundo después de la de la mayor democracia del mundo, la India, otro país del BRICS. Y como en esta, las disposiciones sobre el Congreso eran las más detalladas, abundantes, específicas, rigurosas y jerárquicas. No en vano el partido monopólico de gobierno en la India desde 1947-1949 hasta la victoria del actual nacionalismo hindú es el partido de Gandhi, que se llama directamente “Partido del Congreso”. Parecida su hegemonía a la de las democracias cristianas en Alemania e Italia en la posguerra, con Constituciones ‘vigiladas’ por EEUU y parlamentarias, en idénticas condiciones que el partido Liberal-Demócrata en Japón, el que hoy sigue en el poder en Tokio.
Presidencialismo de derecho, parlamentarismo de hecho
Brasil es presidencialista, como lo era el México que aseguraba el orden y progreso con otro partido monopólico, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) o la Bolivia del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario). Pero el peso del Congreso, con representaciones regionales desiguales, que en la práctica aseguran mayorías o minorias decisivas a la derecha, es determinante.
En el tercer y último debate presidencial, uno de los temas que habían cribado los organizadores de la red Globo para los siete candidatos presentes el jueves en sus estudios televisivos, era cómo se las arreglarían en sus relaciones con el Congreso. Esto sirvió para una catarata repetitiva de denuncias anticuadas contra Lula, mencionando el Mensalão y el Petrolão. Es decir, el pago a los partidos del Centrão (el auténtico ‘Partido del Congreso’ brasileño monopólico del poder) para que sus representantes votaran iniciativas reformistas de legislación presentada por el Ejecutivo o por el partido oficialista. El oficialismo siempre resulta minoritario, siempre inerme sin alianzas. Entonces las busca en partidos en absoluto afines, y aun repugnantes, ideológicamente, pero que ocasionalmente resultan los mejor dispuesto a encontrar en su beneficio puntos de sólido aunque efímero entendimiento con la izquierda o la centro izquierda.
Cómo se dice corrupción en portugués: se dice legislación
Aun si enunciara un hecho ya probado, la aseveración ‘los gobiernos del PT cartelizaron la obra pública con Odebrecht como primer y principal beneficiario para pagar la política’ es entendida en Brasil 'apenas' como ‘compra de votos y voluntades para sancionar leyes que de otro modo nunca habrían contado con los votos necesarios’. Frente a la misma penuria de mayorías legislativas se había chocado en sus dos mandatos Fernando Henrique Cardoso, el intelectual, cientista social y académico del PSDB (partido socialdemócrata brasileño, o liberal, los nombres de las formaciones políticas brasileñas son ilusorios o son ilusiones), y también había logrado formarlas, en los muchos casos en que llegó al buen éxito, con priorizar las necesidades de quienes tenían los votos lo que le faltaban.
Bolsonaro no volvió a llamar ladrón, mentiroso, presidiario, corrupto, a Lula, en el tercer debate presidencial televisado; incluso, evitó la ocasión, cuando el sorteo se la concedió, de gritárselo en la cara al primer presidente obrero de Brasil. Porque el presidente derechista que busca la reelección tiene una respuesta legalmente irrecusable cuando Lula lo acusa hacer lo mismo. O algo peor, para el futuro económico de Brasil (y esto no es menos cierto). Todos sus rivales acusan a Bolsonaro de buscar el favor del Centrón del Congreso a través del ‘orcamento secreto’ (‘presupuesto reservado’), la asignación de fondos discrecionales por motivos de necesidad y urgencia, dirigidos a auxilios que no pueden esperar en los estados de origen de los representantes en el Congreso. Bolsonaro dijo en el debate lo que dice siempre cuando le mencionan la cuestión “soy el Presidente de la República y tengo que obedecer las leyes, yo no las sanciono”; cuando vetó algunos de estos presupuestos reservados, el Congreso esperó la oportunidad de levantar el veto. El presupuesto reservado es legal, es constitucional a priori, y es independiente del Ejecutivo, que así se dice limpio de corrupción. Es deficitario y, a los fines de ganarse favores, las ventajas transaccionales se vuelven desventajas, precisamente por ese grado de independencia del Legislativo.
La pandemia, un genocidio, 26 genocidas
Con la gestión del Covid, la argumentación de acusación y defensa es similar que con el cargo de corrupción, y similar el efecto de neutralización oficialista. El PT no ha hecho por eso campaña sonora con la Ciencia vs el Negacionismo, la Vacuna vs Antivax. Más acá de las fantasías, conspiraciones, supersticiones, promoción de curas falsas o ponzoñosas, de toda la panoplia de sensacionalismo curandero de las redes presidenciales, de sus demoras para negociar vacunas, el mayor malgasto o desvío de fondos, para medicamentos, atención, oxígeno, estuvo en los 26 gobiernos estaduales que, en un país federal, recibieron el grueso de los financiación especial para gestionar las respuestas que en cada localidad fueran más eficaces contra la crisis sanitaria.
Durante la crisis sanitaria del Covid, se justifica Bolsonaro, el mayor malgasto o desvío de fondos, para medicamentos, atención, oxígeno, estuvo en los 26 gobiernos estaduales que, en un país federal, recibieron el grueso de los financiación
Bolsonaro dice que él no curó, es cierto, “sólo de nombre soy Messias”, pero que él no cerró; que la pandemia mató, pero que él salvó de la ruina y bancarrota al resto de la población. Los auxilios fueron abultados, generosos, llegaron a quienes veían sus empleos o negocios amenazados y su volumen comercial mermado, pero también a quienes nunca obtenían periódicamente ganancias equivalentes, como estímulo para su desarrollo. En el debate, Bolsonaro señaló que sus IFES y Planes son menos mezquinos que los que gastaba el PT, y que cualquier mujer o familia que no tenga que comer, con inscribirse obtiene un beneficio del Estado. Si esa política estatal es razonable, si su perduración lo es, si su destinación cuasi universal lo era, son cuestiones debatibles, y que han sido debatidas en su gobierno. Pero no es un campo en el que Lula pudiera dar batalla en el debate, porque los distingos sobre quién es y quién no pobre son odiosos. En este punto, los y las candidatas liberales, y aun el sacerdote sirio-ortodoxo que asistía con sotana y cruz pectoral como único candidato no casado, proponían la eliminación de impuestos que llevaría a la creación de riqueza y generación de empleo, y aun a la privatización de Petrobras, la petrolera estatal. Bolsonaro y Lula, en contra.
Memorias del Imperio
En la historia que se enseñaba en las escuelas primarias brasileñas, y que con signo mitigado aún se enseña, había un paralelismo básico, que era al eje estructurante de la definición nacional y de su destino. En el siglo XIX, la estable dictadura militar brasileña, la más larga en la región del siglo XX (1964-1986), encuentra su correlato en el milagro de estabilidad que había sido el Imperio, que sólo concluye en el umbral de la nueva centuria. Frente a esa paz interna sin interrupciones, el Brasil imperial señalaba cuál era la alternativa sudamericana: el ‘bolivarismo’, las sangrientas guerras civiles que siguieron a una guerra de emancipación no menos, pero no siempre más, sangrienta, libradas por tropas criollas contra las leales a una Corona española finalmente derrotada en Ayacucho en 1825.
La Independencia de Brasil del Imperio portugués en 1822, cuyo Bicentenario celebró (y aprovechó cual acto partidista) el presidente Jair Bolsonaro el 7 de septiembre, fue un hecho nacional y un giro político de más amplia participación social que las rutinarias enseñadas en la pedagogía elitista, pero su índole fue básicamente institucional antes que bélica. Ante todo, no interrumpió la sucesión dinástica, porque la independencia del Imperio portugués significó el acta de nacimiento del Imperio de Brasil.
La abominación del bolivarismo
En todas las repúblicas ‘bolivarianas’ las independencias nacionales son el paso de la Monarquía hispánica metropolitana a una República americana independiente y soberana (la tentación monárquica, como en la Argentina de 1816, es recordada para recordar con ella la virtud de un Congreso que no la prefirió). Los rasgos de esta Independencia explican la renuencia de Lula a participar en los festejos, o a liderar otros festejos paralelos, y desde luego el entusiasmo de Bolsonaro por ser él, nuevo Pedro II; quien aullara el nuevo grito de Ipiranga 200 años después. Esta independencia sin república proyecta su luz sobre el carácter minoritario de los actos que en paralelo convocaba y lideraba Lula con universitarios, magistrados y empresarios, las Cartas Democráticas redactadas para esas ocasiones. Estas marchas de la Constitución y la Libertad no integraban ni contrarrestaban un relato que Bolsonaro monopolizaba pero que ya estaba contado en cualquier texto escolar de História Patria de 1880 o 1980.
Una República que nace con un Golpe Militar
En otra vuelta de tuerca, el Imperio brasileño termina en 1899 de modo, en términos generales, según patrones tan incruentos como el dominio colonial portugués en 1822. En vez de ser un Príncipe heredero el motor, como con la Independencia, en el caso de la República brasileña a quien hay que agradecerla es a un Golpe militar de oficiales de las FFAA.
Como el argentino Juan Domingo Perón derrocado en 1955, el Emperador no quiso derramamiento de sangre, y abandonó el trono y no volvió al país. No mucho antes, en 1888 la Ley Áurea decretada por la princesa Isabel I, hija del emperador Pedro II, había abolido la esclavitud y declarado nulo cualquier derecho invocado por beneficiarios del pasado esclavista. Algunos grupos de ex esclavos afrobrasileños fueron casi los únicos en levantarse en armas contra el Golpe. Rechazaban la sustitución del Imperio por una élite tecnocrática militar, masónica y sin particular entusiasmo por el igualitarismo. La República Velha, que puso el lema positivista Orden y Progreso en la bandera verdeamarelha como banda de un globo que invita a reconocer la globalización, era agnóstica o deísta pero creyente en la biología que determinaba diferencias raciales.
El libro que en Brasil equivale a Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh es Los sertones (1902) de Euclydes da Cunha. Descubre la represión de la República, darwinista, racista, contra un foco de resistencia católico, mesiánico, campesino, rural, pobre, nostálgico del Imperio, en el nordestino sertón de Canudos, en Bahía. (Estos son sus peronistas fusilados y calumniados en aquella Revolución Libertadora 'antitiránica' de los militares brasileños de 1899). El periodista urbano empieza a sentir cada vez mayor simpatia por la arcaica comuna 'bárbara' de los sertanejos y a encontrar más irracionales a las fuerzas 'civilizatorias' del moderno ejército republicano.
De la Democracia electiva como un Golpe de Estado a un voto de distancia
El golpe militar de 1964 prometió en Brasil que iba a prohibir todos los cambios disruptivos de la modernización que irrumpían en las vidas privadas de quienes ni querían modernizarlas, ni confrontar la oferta modernizadora en los medios, la educación, la cultura, la escuela del Estado. Coincide con la expresiva declaración del diputado Bolsonaro en 2016a favor del impeachment de Dilma, cuando ofrece su sufragio a la infancia indefensa en las aulas públicas, sometida a programas y pedagogías nuevas sin consulta a las familias. Pero no es testimonial, invoca a un torturador golpista, invoca el poder capaz de redimir a las almas de la contaminación.
En 2018, Bolsonaro iba a ofrecerse como candidato presidencial para hacer él ese trabajo sin violencias y con el mandato del voto popular. (Y otro trabajo también, como los golpistas de 1964: dejar las finanzas a expertos, que darán libertad al capital, y que ni malgastarán el dinero público ni se meterán con el de cada quien).
Mejor torturar que matar
Hay otro detalle también muy poco edificante, como lo es la mención que sigue. Bolsonaro ganó un repudio unánime (tan merecido como calculado por él) al violar el tabú de elogiar golpismo, militares y tortura. Tanto más, cuanto que la presidenta Dilma Rousseff, ex militante de una guerrilla armada, había sido capturada, mantenida presa en clandestinidad, interrogada por militares y paramilitares, sometida a malos tratos, sevicias, torturas ultrajantes, con peligro de su vida y daños a su salud. Hay que decir que la falsa espontaneidad de Bolsonaro sabe muy bien donde detenerse, qué tótem voltear impune (y con provecho) y ante qué tabúes detenerse.
Su reivindicación del buen uso de la disciplina ante la proliferación de la cultura subversiva de la izquierda anti-familiar y anti-religiosa se frena se condensaba en una imagen (la tortura) y una figura (el torturador policial o militar). La misma de un sector muy numeroso de la ciudadanía sobre la dictadura: aprietes excesivos, uso condenable (apenas por lo desproporcionado) de la fuerza en el combate a la guerrilla y el terrorismo. Ante la ausencia de Juicios a las Juntas, de investigaciones, de comisiones de la Verdad, de políticas estatales de la memoria, la palara dictadura, que en la Argentina evoca en primer lugar las 30000 desapariciones, en Brasil evoca una ‘dictadura comisarial’, en el ámbito de los DDHH. El golpismo de Bolsonaro, ilegal como es en las imágenes que cada vez más parsimoniosamente convoca, se parece poco al de Videla o Massera y más al del comisario Patti, Aldo Rico y diversos profesionales justicieros: una Seguridad y una Moralidad que pudieran actuar sin las manos atadas por los DDHH que garantizan el entran-por-una-puerta-salen-por-la-otra.
La Justicia justiciera, y la garantista
Cuando Bolsonaro repite una y otra vez, como negando la realidad, que Lula es un “presidiario”, un “mentiroso”, un “ladrón” y un “corrupto”, dice cuatro falsedades y sugiere muchas más. Sin embargo, por desgracia, aquello que la mayoría entiende es algo que difunden los medios serios, también argentinos. Que los cuatrro procesos llevados contra Lula fueron anulados por un vicio procesal de forma, un error en la jurisdicción del tribunal. Y que la nulidad se debe a que la causa fue abierta y llevada adelante en Curitiba, por el juez federal Sergio Moro, en vez de que el proceso se instruyera, en el caso de que se determinara el mérito suficiente, en San Pablo, donde estaban los inmuebles (un terreno y un depto triplex en un edificio en una playa muy poco elegante, donde abundan los triplex que ganan el espacio que comen las escaleras), o en Brasilia, domicilio legal del ex presidente.
Entonces, ¿cómo se explica que el proceso fuera en Curitiba, estado de Paraná? Porque en Paraná se concentraba el operativo anti corrupción Lava Jato. Al pronunciarse el Supremo Tribunal Federal (STF) sobre la jurisdicción, se pronunciaba sobre la índole del presunto delito: prima facie, cualquier irregularidad inmobiliaria no era por corrupción, y por tanto no correspondía Curitiba. Según Bolsonaro, estos son detalles, como las normas que prohíben a la policía actuar en las favelas, o que limitan la tenencia de armas. Estas garantías 'comunistas' crean injusticias e impiden la acción de la Justicia. Según Bolsonaro, un juez de Brasilia habría condenado a Lula como lo hizo Moro. O mejor, sin trabas, el balance de la persecución de PT no sería tan frustrante como es.
El agotamiento de la dictadura, el agotamiento de PSDB y PT
Los gobiernos del PSDB y del PT se encaminaron, abiertamente, directamente, a un mismo fin. Diferían en personal, lenguaje, métodos, arrojo, menos que en el par de objetivos centrales que competían en demostrar que eran los más idóneos para alcanzar.
La dictadura militar había llegado a un punto de agotamiento en un desarrollismo forzado, entusiasta y a veces contagioso que se había empantanado en una desacelaración para la cual el endeudamiento había sido más alcaloide que siquiera analgésico, y en vez de reducir el daño había estallado en crisis. Además de ver trancado el curso que había propuesto, a mediados de los años 185O quedaban también las rémoras de su trayecto en las décadas en que avanzó según sus reglas. Socialdemocracia e izquierda de origen social y sindical se propusieron en primer término urgente la reparación de las desigualdades que habían sido el precio que la dictadura había pagado sin remordimiento a cambio de progresos e infraestructura.
Cuando Petrobras se queda sin nafta
El PSDB enfatizó la creación de igualdad de oportunidades, el saneamiento fiscal, el fin de la inflación, el dotar al Brasil de un signo monetario creíble, el real. El PT prometió, y cumplió, priorizar la promoción social con planes estatales, programas de acción directa, democratización de la educación, auxilios dirigidos especialmente a grupos raciales, étnico, locales, etarios, ocupacionales, clasistas determinados y bien elegidos y seguidos y acompañados por el Estado en capacitación, empleo, emprendimientos. A diferencia del PSDB, vio en el consumo un aliciente del crecimiento próspero. También subvencionó transportes, servicios. A diferencia de Ecuador o Bolivia, la bonanza de la era de los commodities no fue invertida en infraestructura sino convertida en ítems de la cuenta corriente pagados con recursos del Tesoro Nacional.
La desgracia de Dilma Rousseff comenzó con el aumento del transporte en 2014, transportes cuya calidad se deterioraba, además, sin reparación sistemática. Poco a poco, pero ya muy velozmente en ese año en que Brasil fue derrotado 7 a 1 por Alemania en el Mundial, lo que había lucido como fórmula de éxito electoral imperecedero se volvió un rechazo cerrado, violento, militante, contra PT y PSDB. La revolución cultural que había acompañado la revolución social fue pronto atacada especialmente, con puntería y saña. Las cúpulas partidarias podían ver que el apoyo y el optimismo con el que se había visto ascender a Brasil al primer mundo se debían, estrictamente, a este ascenso. Cuando PT y PSDB ya no pudieron sostener el puesto, no retuvieron sus apoyos. En ese apoyo todo elemento ideológico parecía haber faltado, o haber sido nunca central. Se juzgaba a las élites, en especial a las universitarias, por sus resultados.
Los elementos ético-políticos de legitimidad eran secundarios en el país que había consagrado el 'Roban pero hacen'. Cardoso y Rousseff habían representado esa tecnocracia por igual. Hoy Brasil elige entre dos ex presidentes que buscan una reelección. Un militar y un obrero. Los únicos en más de cien años sin títulos académicos: dos hombres del pueblo.
AGB
0