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Viaje a la isla en primera línea de la última disputa entre China y Taiwán

El remoto islote de Shihyu, visto desde detrás de los pinchos antidesembarco de la isla taiwanesa de Kinmen.

Helen Davidson / Chi Hui Lin

Kinmen —

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Navegando por las tranquilas aguas del mar de China Meridional, el capitán taiwanés Lu Wen-shiung recuerda los viejos tiempos en que los pescadores chinos y taiwaneses solían reunirse detrás de los promontorios rocosos, tras anclar sus barcos fuera de la vista de las autoridades, para compartir una comida. Por aquel entonces había menos vigilancia y las dos partes tenían una relación más amistosa, pescaban en las mismas aguas y de vez en cuando comerciaban a escondidas.

“Éramos como hermanos, teníamos una buena relación, incluso cocinaban para nosotros”, cuenta Lu. “Pero ahora los controles se han vuelto más estrictos, los guardacostas [chinos] me llaman si los barcos están demasiado cerca”.

Hoy capitán de un barco turístico, dice que con tan solo acercarse a la línea de aguas prohibidas –una frontera marítima de facto con China– recibirá por radio un aviso inmediato de la guardia costera. Lu y su barco recorren las concurridas aguas que rodean el condado de Kinmen, un archipiélago controlado por Taiwán pero situado a pocos kilómetros de China.

El Gobierno del Partido Comunista de China reivindica Taiwán (incluido Kinmen) como provincia china, y la hostilidad de esfuerzos por lograr la anexión va en aumento, mientras el Gobierno y la población de Taiwán se oponen cada vez más.

A pesar de las tensiones políticas, Kinmen-Xiamen es un área donde la cooperación oficial ha logrado sostenerse, con esfuerzos conjuntos para combatir la pesca ilegal y el contrabando, y misiones de búsqueda y rescate. Pero un fatal incidente marítimo acontecido el mes pasado amenaza con desbaratar esta cooperación, además de plantear serias dudas sobre la solidez de la frontera.

Una nueva normalidad

El barco de Lu pasa a poca distancia de las islas exteriores de Kinmen, algunas de las cuales permiten la entrada de turistas, mientras que otras están restringidas a los militares. No muy lejos está el resplandeciente horizonte de la ciudad china de Xiamen, y los mares circundantes están repletos de barcos pesqueros, transbordadores civiles y cargueros extranjeros. Entre ellos probablemente haya algunos barcos chinos conocidos por ambas partes como “tres noes” —no name, no registration, no flag [sin nombre, sin matrícula, sin bandera]— que se dedican a la pesca ilegal y al contrabando. A unos pocos cientos de metros, al otro lado de una estrecha vía marítima internacional, patrulla un buque guardacostas chino.

En febrero, estas patrullas aumentaron tras el naufragio de un “tres noes” en aguas de Kinmen. La embarcación estaba huyendo de un guardacostas taiwanés que le había ordenado detenerse para una inspección. Dos de los cuatro pasajeros chinos murieron, y China culpó a Taiwán de ello. La furia aumentó cuando se supo que los dos barcos habían chocado, hecho inicialmente omitido por las autoridades taiwanesas. Hasta ahora, las rondas de negociaciones a puerta cerrada sobre responsabilidades e indemnizaciones han fracasado. China acusa a Taiwán de evasión y Taiwán acusa a China de plantear exigencias “absurdas”, como que los oficiales taiwaneses sean interrogados en la China continental.

Las autoridades chinas han negado públicamente la existencia de la línea de “aguas prohibidas o restringidas”. Tal declaración es coherente con la reivindicación de Pekín sobre Taiwán, pero la línea ha sido respetada tácitamente desde su demarcación en la década de 1990. En los días posteriores a la colisión, los guardacostas chinos lanzaron patrullas adicionales, una de las cuales detuvo y abordó un barco turístico taiwanés para inspeccionarlo, asustando a los pasajeros, mientras que otras de las patrullas cruzaron a las aguas de Kinmen.

Si bien los expertos dicen que ambas partes buscan claramente evitar una escalada grave, la reacción china sigue el patrón de utilizar un incidente para imponer nuevas normas y traspasar las fronteras de Taiwán.

El ejemplo más claro de esta táctica se produjo en agosto de 2022, tras la visita a la isla de Nancy Pelosi, la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU. En respuesta, aumentaron las incursiones militares chinas en la zona de defensa aérea de Taiwán y los cruces de la línea media –la frontera de facto del estrecho de Taiwán– se han convertido en algo habitual.

Amanda Hsiao, analista principal de China en el International Crisis Group, con sede en Taiwán, cree que Pekín “ha procurado no parecer excesivamente provocador, aunque ha utilizado el incidente para intentar debilitar la autoridad de Taiwán”. “Es probable que el uso de patrullas policiales como medio de expresar desagrado continúe, pero puede que Pekín también opte por subir o bajar la frecuencia e intensidad de esas patrullas en respuesta a los acontecimientos”, dice.

Este mes, el director general de la Oficina de Seguridad Nacional de Taiwán, Tsai Ming-yen, declaró ante el Parlamento que China lleva a cabo “patrullas conjuntas de preparación para el combate” cada siete o diez días de media, en un esfuerzo por normalizar la actividad.

El fin del “acuerdo silencioso”

Los residentes de Kinmen se muestran relajados, y desestiman el escándalo reciente, ya que consideran que se trata de actos de mala fe que “internacionalizan” un accidente trágico. La actitud hacia las relaciones a través del estrecho y la identidad nacional es diferente a la que predomina en la isla principal de Taiwán. “La economía y la cultura geográficas hacen que estas dos zonas siempre hayan sido cercanas”, dice el concejal independiente Tung Sen-po.

En Kinmen viven más de 140.000 personas. Es una comunidad tranquila y semirrural, en la que pueden apreciarse las huellas de la cultura milenaria y de los cientos de años como base militar o primera línea en múltiples conflictos. Su economía solía depender de los miles de soldados estacionados allí durante y después de la guerra civil china, pero desde entonces ha virado hacia el turismo y la producción de un licor local, el kaoliang. En 2020 era el quinto condado más rico de Taiwán en términos de renta media.

Lo que más preocupa a los habitantes de Kinmen es la economía del turismo, las actuales restricciones a los viajes bilaterales y los privilegios comerciales entre su isla y Xiamen, que fueron suspendidos durante la pandemia y sólo parcialmente restablecidos después.

Hay a quienes les preocupa que las tensiones surgidas tras el naufragio de la nave disuadan a los turistas. Tanto un taxista como un hotelero creen que el número de visitantes ha disminuido desde el incidente. Una pareja proveniente de la isla principal de Taiwán, de apellidos Qiu y Li, dice haber estado preocupada mientras planeaba su visita. Una vez llegaron, se sintieron tranquilos.

Algunos residentes están preocupados por el cumplimiento de la normativa marítima. En un mercado del municipio de Jincheng, los vendedores dicen que algunos pescadores y barcos turísticos están nerviosos ante la posibilidad de dirigirse a alta mar desde que aumentaron las patrullas chinas. “Les preocupa su seguridad, y a nosotros también nos asusta el conflicto”, dice Zhang, un vendedor de mariscos. “No creemos que haya hostilidad porque [las tripulaciones pesqueras] a veces comercian en el mar, [pero] el contrabando es un problema muy grave, y a veces las patrullas marítimas se encargan de ello, pero nosotros somos pocos y ellos muchos”.

En el pasado, China y Taiwán han cooperado en la lucha contra las actividades ilegales en el estrecho, pero ahora el futuro se presenta complicado. Raymond Kuo, politólogo de la Rand Corporation, afirma que el pulso aumenta el riesgo de malentendidos y accidentes. “No sólo entre las fuerzas de seguridad chinas y las taiwanesas, sino también entre ambas fuerzas y los civiles de la zona”, dice Kuo. “¿Qué normas y órdenes deben acatar? ¿Y si reciben instrucciones contradictorias? Además, este desacuerdo en las jurisdicciones de aplicación de la ley crea oportunidades para la actividad ilegal”.

Los negociadores chinos se fueron de Kinmen a principios de marzo sin haber llegado a un acuerdo sobre las indemnizaciones. La ministra del Consejo de Asuntos Oceánicos de Taiwán, Kuan Bi-ling, se ha disculpado por la deficiente recogida de pruebas por parte de los guardacostas taiwaneses, y ha expresado su pesar y sus condolencias por las muertes. Sin embargo, dijo que la investigación de Taiwán sigue su curso y no se facilitará más información hasta que haya concluido.

El miércoles 13 de marzo, Chen Binhua, portavoz de la Oficina de Asuntos Taiwaneses de Pekín, acusó a Taipéi de dar largas al asunto y amenazó con nuevas contramedidas. Menos de 24 horas después, al menos dos pescadores chinos murieron en otro naufragio, esta vez de un pesquero registrado cerca de Dongding, la isla más meridional de Kinmen. Estaba dentro de las aguas prohibidas, pero el porqué no estaba claro. Las autoridades chinas y taiwanesas llevaron a cabo conjuntamente la búsqueda y el rescate, lo que sugiere que, al menos por ahora, continúa habiendo cierta cooperación.

Pero también continúa el aumento de las patrullas. El fin de semana del 16 de marzo, cuatro barcos guardacostas chinos entraron en aguas de Kinmen en días consecutivos, lo que confundió a las autoridades taiwanesas que acababan de enviar ayuda después del naufragio. El Gobierno taiwanés aprobó un programa para garantizar que los buques de su Guardia Costera estén en perfecto estado de navegación, informó este martes el periódico local Taipei Times.

Tung dice que el “acuerdo silencioso” sobre la frontera ya no existe, pero espera que ambas partes puedan formalizarlo durante las negociaciones. Lu confía en que las dos partes puedan dejar esta rencilla atrás, y que la posición única de Kinmen entre ambas pueda volver a tiempos más amistosos. “El incidente podría haberse reducido al mínimo en un principio, pero ahora se ha convertido en un asunto internacional”, dice.

Traducción de Julián Cnochaert.

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