“Merezco el Nobel de la Paz, pero nunca me lo darán. Es una pena”. Esto dijo Donald Trump en el Despacho Oval el pasado 4 de febrero. Aquel día recibía al primer invitado extranjero, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Y ante él y las cámaras de todo el mundo se reivindicó como el más pacifista mientras defendía convertir Gaza en un resort, una Riviera en Oriente Próximo con los gazatíes expulsados a los países vecinos.
Trump es capaz de mirarse ante el espejo y verse como un pacifista después de verbalizar ese tipo de cosas.
Desde el 20 de enero se han multiplicado las cifras de víctimas por el genocidio israelí en Gaza, con ya unos 56.000 muertos. La Franja está siendo arrasada, aplanada, como querría un promotor inmobiliario como Trump para construir sobre las cenizas grandes edificios, como hizo en Manhattan en los años 80, con sobornos a los responsables municipales de por medio.
Esta semana arrancaba con la cumbre del G7 en Canadá, de la que se marchó corriendo antes de hora por la crisis en Oriente Próximo, que llegaba cuatro días después de un ataque de Israel contra Irán que venía a poner fin por la vía de los hechos a las negociaciones que mantenían las autoridades estadounidenses con las iraníes para enterrar el programa nuclear de Teherán.
En varias ocasiones, el presidente de EEUU dijo que el acuerdo estaba cerca, incluso reconoció que había pedido contención a Netanyahu para preservar el diálogo. Y en su primera gira por la región visitó países árabes y evitó pisar suelo israelí.
Pero, al final, el vínculo entre EEUU e Israel, entre Netanyahu y Trump, está por encima de todas las cosas, y las armas estadounidenses, “las mejores del mundo”, como le gusta decir al presidente de EEUU, acaban alimentando la guerra eterna de Oriente Próximo.
Hasta tal punto es así que, como decía en elDiario.es Ignacio Ávarez Osorio este viernes, el presidente norteamericano ha hecho suyas las exigencias del primer ministro israelí y ha hecho propios sus logros militares: “Tenemos el control completo de los cielos en Irán” y “todo el mundo debe evacuar inmediatamente Teherán”. No en vano, es el primer presidente que, según Netanyahu, realmente está siendo colaborador con sus demandas.
“Llevo advirtiendo a Estados Unidos sobre Irán al menos 40 años”, dijo Netanyahu este martes en el canal 14. “Lo dije poco después del establecimiento del régimen de los ayatolás [en 1979], que representa la mayor amenaza contra el Estado de Israel. En aquel momento, se rieron. En 2011-2012, cuando regresé como primer ministro, intenté destruir su capacidad, pero no movilicé a la mayoría, ni entre el aparato de seguridad ni entre mis aliados”, añadió Netanyahu, en referencia al expresidente Barack Obama, quien lejos de apoyar sus planes belicistas contra Irán impulsó un acuerdo nuclear (JCPOA, por sus siglas en inglés) que fue sellado en 2015 por EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania. Trump lo abandonó en 2018, durante su primer mandato.
“Le di a Irán la oportunidad de llegar a un acuerdo”, dijo EEUU en sus redes sociales, en relación con las negociaciones sobre el desmantelamiento del programa nuclear iraní: “Se lo dije, de la forma más contundente, 'hacedlo'. Les avisé de que sería mucho peor que cualquier cosa que hayan conocido o imaginado, que EEUU hace las armas más letales del mundo de largo, y que Israel tiene muchas y aún más están en camino, y saben usarlas”.
Así está ocurriendo estos días no sólo en Gaza, sino también en Irán, donde el presidente de EEUU ha pasado en cuestión de días de defensor de la diplomacia a amenazar con matar al líder supremo, Ali Jamenei; de presentarse como negociador, a exigir una “rendición incondicional”; de reivindicarse como “hacedor de paz”, a plantearse enviar sus B-2 con bombas de 13,6 toneladas para reventar la planta nuclear de Fordo, sin saber bien si eso puede suceder —depende de la profundidad a la que se encuentre— y las consecuencias que pueda tener en función de qué material se encuentre en el sitio.
“Sabemos exactamente dónde se esconde el llamado líder supremo”, dijo Trump: “Es un blanco fácil, pero allí está a salvo. No vamos a eliminarlo (¡matarlo!), al menos por ahora. Pero no queremos que se lancen misiles contra civiles o soldados estadounidenses. Nuestra paciencia se está agotando”.
Este jueves, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, decía que Trump se daba dos semanas para tomar una decisión de lanzar un ataque directo a Irán, si bien EEUU nunca ha dejado de ser parte de cualquier ataque israelí, y no solo por las armas que usa Tel Aviv, sino por su participación activa derribando misiles disparados contra Israel.
“Tengo un mensaje del presidente: dado que existe la posibilidad de que se produzcan negociaciones sustanciales con Irán en un futuro próximo, tomaré una decisión sobre si ir o no en las próximas dos semanas”, comunicó Leavitt.
“El problema para Trump es que se enfrenta a un problema doble”, afirma el politólogo Roger Senserrich: “El de la guerra en sí, el dilema entre intervenir o no, y si debe apuntarse al carro de Bibi o intentar frenarle. Dentro de Estados Unidos, tiene un partido dividido entre republicanos tradicionales, más intervencionistas, y el sector MAGA que se creyó el no intervencionismo de Trump y es completamente contrario a involucrarse en el conflicto”.
“Dos semanas”... tras “dos semanas”
Dos semanas es la unidad de medida temporal de la que tira Trump cuando no sabe qué decir. Lleva dando dos semanas a Vladímir Putin desde hace meses, y la situación en Ucrania sigue encallada, lo que significa, como él dice, que mueren miles de personas cada semana sin que la política de acercamiento del presidente de EEUU al Kremlin esté surtiendo ningún efecto en el camino a la paz.
Prácticamente, cada día, Trump culpa de la guerra de Ucrania a Joe Biden –sin mencionar que la invasión fue ordenada por Putin el 24 de febrero de 2022–, y argumenta que nunca habría ocurrido con él en la Casa Blanca. Es más, este mismo lunes, en la cumbre del G7, situó una nueva culpa en la exclusión de Rusia del selecto club tras la invasión de Crimea, en otra señal de sintonía con el presidente ruso.
“Quizás ya sea demasiado tarde, pero fue un gran error”, dijo Trump: “Fue un gran error. No habríamos tenido esa guerra. En realidad, él no era un enemigo en ese momento. Y si yo hubiera sido presidente, esta guerra nunca habría ocurrido. Del mismo modo, si él fuera miembro de lo que en ese momento se llamaba el G8, ahora no habría guerra”.
Otra medalla que se pone a menudo Trump es el cese de las hostilidades, momentáneo, entre India y Pakistán, un conflicto que lleva décadas abierto, que volvió a explotar hace unos meses y que, de momento, se ha apaciguado por la vía de la presión arancelaria, según Trump. “Pero nadie me lo reconoce”, se lamenta el presidente de EEUU a menudo.
“Irán e Israel deberían llegar a un acuerdo, y llegarán a un acuerdo, igual que conseguí que lo hicieran India y Pakistán (...) ¡Pronto habrá paz entre Israel e Irán! Muchas llamadas y reuniones están teniendo lugar ahora”, escribió el pasado domingo en su red Truth Social
Menos de una semana después de aquello, la situación actual parece mucho más lejos de esa paz que anunciaba Trump.
Mientras tanto, el presidente de EEUU tiene una guerra verbal abierta contra el gobernador de California, el de Minnesota, las ciudades demócratas, como Los Ángeles, Chicago o Nueva York, la comunidad trans, las universidades, los despachos de abogados...
Trump se presenta como pacifista ante el mundo, como un bombero, pero las crisis no dejan de inflamarse mientras porque no para de avivar los fuegos, cual pirómano, como puede hacer si al final participa en los ataques directos contra Irán.