Del último de los Bragança al primero de los Bolsonaro
La Dinastía de los Braganza, oficialmente Sereníssima casa de Bragança, fue la casa reinante en Portugal desde el año 1640 hasta 1910, y en Brasil desde que en 1822 el Imperio se independizó de la monarquía hasta que en 1889 un golpe de Estado derrocó a las autoridades constitucionales. En lugar del Ejecutivo derrocado y del Congreso disuelto, el primer gobierno de las Fuerzas Armadas fue un régimen presidencialista de facto. Depuesto el emperador Pedro II de Braganza, un militar ocupó la primera magistratura nacional. El título del cargo de este golpista era presidente: los nuevos dueños del poder invitaron al país y al mundo a celebrar la abolición de la Monarquía y la aurora de la República. Ni cinismo ni paradoja endosa Jair Messias Bolsonaro en este fraseo del relato histórico. El pasado prefigura el futuro y las armas de la fratría de conjurados secretos preparan el voto secreto del sufragio universal como los profetas al mesías.
El presidente candidato brasileño lo comparte con la controlada neutralidad que atribuye a una secuencia de acontecimientos cuya centralidad le parece ocioso impugnar, y nadie se detendrá a debatir fechas, lugares, identidades de protagonistas y antagonistas. La interpretación que extrae de ese consenso insípido al que deliberadamente privó de todo condimento carece del mínimo viso neutral. Pero ya es opinión, y evade el rasero de fake news del Tribunal Supremo Electoral (TSE). Elogiar a los golpes no nos hace golpistas, dice, y evocar lo que le gustaba de la dictadura tampoco lo vuelve antidemocrático. Estos razonamientos no le interesan a su base. Acaso apunte más lejos Bolsonaro, a votantes que no lo votaron, o que no votaron, que repudien como antidemocrático a quien lo tilde de tal.
El héroe sin cualidades
Para un espíritu religioso por debajo de toda narración profana vibra una historia sagrada, en todo registro social nos espera una alegoría personal que nos alude e interpela. Signos que alientan las esperanzas de Bolsonaro para vencer en balotaje al vencedor de la primera vuelta. Sólo puede ganar su primera reelección el presidente candidato si contra toda expectativa el último domingo de octubre pierde Luiz Inácio Lula da Silva.
La derrota del Partido de los Trabajadores (PT) privaría al favorito de los sondeos de su tercera presidencia. La alegoría mística se habría convertido y consagrado en épica guerrera. La epopeya de un ex capitán del Ejército llegado a la presidencia como héroe invicto, sin más linaje que el de su audacia personal, nutrida en privado y entre los muy suyos. La canción de gesta del paladín solitario, el líder las masas que buscan líderes que busquen masas. El que se puso de pie, creció, fue, vino y venció a las genealogías dinásticas y gobernó como un sucesor que nunca fue heredero.
Lula no gobernó 58 años como Pedro II, pero ganó dos balotajes presidenciales. Como candidata del PT su sucesora y heredera Dilma Rousseff ganó otros dos balotajes sucesivos más. Diez años mayor que Bolsonaro, Lula habrá cumplido 77 años este 30 de octubre. El sexagenario Bolsonaro tiene la misma edad que el Emperador cuando fue depuesto por el golpe militar y republicano. Sin embargo, hoy el Bragança sería el Lula III de la Casa del PT. El ex obrero, ex sindicalista, el antiguo emergente, hoy está incorporado con su Partido al friso de la tradición.
Si Bolsonaro pierde el balotaje presidencial, su aventura personal habrá terminado. Nunca lo incorporarán al friso de la tradición. Y su imagen quedará fija en su configuración actual. Será para siempre un aventurero.
2022, el año del milagro democrático
El viaje sentimental de nuestras simpatías y rechazos nos llevan muy lejos pero a ninguna parte. Así lo entiende el presidente candidato que disputará su reelección en el balotaje del último domingo de octubre. Que también descree de que pueda dañarlo el prejuicio de disociar golpe militar y democracia republicana y el dogma antihistórico de desvincular urnas y fusiles. Según amplias encuestas que reiteran la ansiedad de su pregunta año a año, desde que en 1984 convocó a elecciones el gobierno militar que dos décadas antes se había adueñado del poder, nunca hubo tanta democracia en Brasil como este 2022. De cada 100 personas encuestadas, 79 consideran solo y único gobierno legítimo al democrático, y menos de 5 considerarían soportable vivir sin resistirse bajo una dictadura nacida del golpe que derrocara a autoridades votadas por el pueblo.
El Golpe de Estado es el origen de la democracia y el Ejército sabe cómo se eligen los presidentes. Impávido pero tendencioso, el presidente Jair Messias Bolsonaro presenta como mera crónica sumaria de hechos por nadie ignorados esta sesgada lección de conducta política. A quienes huyan de estas conclusiones, expondrá como negacionistas del pasado común y por tanto saboteadores de la comunidad de destino de Brasil.
En el germinal golpista de Monte Casero, en el sentencioso carapintada Aldo Rico, en su democrático aforismo correntino “La duda, jactancia de intelectuales” puede reconocerse sin vacilar Jair Messias Bolsonario. El ex capitán es el primer presidente brasileño sin linaje, el ex paracaidista el primer político que triunfa sin partido, el ex diputado federal el único en reelegirse 19 años sin deberles su banca en Brasilia a familias o estirpes, el único demócrata sin lastre ni provecho ni propósito oligárquico elitista, porque el único soberano al que debe todo es el pueblo que lo vota con lealtad y que él representa agradecido por una fidelidad sin desfallecimiento. Esta lógica precaria, pero contundente, menosprecia la vacilación y desprecia el titubeo.
Ángel golpista de día sueña con el infierno todas las noches
El vínculo diurno, corporativo y público, profesional y castrense, que hermanaba a estos estos oficiales republicanos de 1889 se apoyaba en una fraternidad más antigua y sólida, íntima y nocturna, iniciada y resguardada en el secreto de la logia masónica. Después de la Guerra del Paraguay, en la masonería el liberalismo político había fermentado en republicanismo positivista y laico. Del propio filósofo francés Augusto Comte importaron para Brasil el lema 'Orden y Progreso', que exorna esa suerte de banda presidencial del globo terráqueo que figura al centro de la bandera nacional de la República Federativa.
Poco gratifica al PT el ningún rédito electoral de las catilinarias impacientes que exigen, es más, suplican al pueblo que tome acciones urgentes contra el “pequeño dictador” (acuñación de Lula) golpista y delincuente de lesa humanidad. No hicieron mella en las preferencias expresadas en el voto por Bolsonaro. Tampoco infunden el terror feral por la inminencia de un régimen derechista extremo. El pueblo no advierte la encrucijada única en la que se encuentra, una oportunidad que si pierde ahora no recuperará jamás. Es la última vez en la historia que el soberano de Brasil puede votar por Lula para reventar el huevo podrido antes de que sea la serpiente la que rompa la cáscara desde dentro. Hay que tomar conciencia de que en 2026 el candidato de la democracia contra la autocracia tendrá más de 80 años de edad.
Como la cruzada para reentronizar a la democracia en el gobierno temporal de esta tierra fracasó en la conscripción del ejército de votante, la campaña de Lula apeló a la fe cristiana que une al 85% de la población y alzando los ojos levantó un dedo hacia la eternidad ultraterrena. El índice y la mirada de un petismo más humilde, más humano, clamó por un solo hombre y una única función. A la la grey creyente solamente encareció que el 30 de octubre no falten a la cita de las urnas, que el último domingo del mes dén su testimonio por Cristo votando por Lula. Su rival Bolsonaro ni merece ni mereció esa presidencia que ocupa y ensucia porque, no lo sabían, es un masón. Y la masonería, por si no lo sabían el spot del PT lo dejaba en claro, es una secta de adoradores de Satanás.
No era trucado el video de 2017 que el PT posteba. Las imágenes de la visita del actual presidente a una logia masónica venía acompañado por el audio del discurso que había pronunciado. Una alocución con el modesto tono y la limitada retórica de las piezas que habitualmente se oyen en honestas sociedades de fomento provincianas. La explicación en off, donde la voz del PT definía a la masonería que esa secta satánica que todos conocemos porque pesigue desde siempre a los cristianos era descabellada. Pero no era irreflexiva. Tras las quejas de líderes evangélicos, de maestros másonicos y de la jefatura de campaña de Partido Liberal (PL), el TSE inhibió al lulismo la difusión de este spot anti-bolsonarista.
Militar, dictador, presidente, salvador
Para Hispanoamérica, el siglo XIX fue polvo y espanto, sangre y fango. A la sangrienta emancipación de la Corona española consumada en 1825 con la derrota final de los ejércitos realistas por las armas de Simón Bolívar, siguieron 75 años de guerras civiles y guerrillas facciosas todavía más enconadas y crueles. Sin melancolías, con suficiencia, Brasil se felicitaba por los milagros que habían preservado a esta sociedad patriarcal y esclavista de los horrores del 'bolivarismo'.
En las letanías de injurias de Bolsonaro contra Lula, el más antiguo, es bolivariano. Dos siglos atrás, el Imperio había mantenido al bolivarismo fuera del horizonte nacional, y en el siglo XX la Dictadura había repelido sus avances con energía y precisión. Siempre que el pueblo brasileño armado bajo una conducción lúcida esté unido, esos peligros no prevalecerán, es la moraleja admonitoria que repite el relato bolsonarista. Sólo la traición interior los hará vivir en riesgo. Con la ola rosa del socialismo del siglo XXI, en el tsunami que el PT había surfeado, desembarcó en las playas brasileñas para empobrecer a los brasileños y subvertir su estilo de vida.
Con Lula, según Bolsonaro, la antigua amenaza de Brasil ni modificó ni dulcificó su ferocidad, sólo se puso al día según conviene a los tiempos. Viejo como el miedo, el bolivarismo despliega más caras y más máscaras, pero esa fuerza y ese fuego desencadenados eran tan antiguos y tan reconocibles como el Demonio. La quintaesencia bolivarista se aggiornaba, y actualizaba potencialidades. Ser bolivarista es hoy ser rojo, comunista, ateo, come curas, quema iglesias, bandido, mentiroso, fraudulento, estafador, pendenciero, guerrillero, violento, corrupto, venezolano, chavista, amigo-íntimo-de Castro-Maduro-Ortega-Boric, apropiador-de-lo-ajeno, anti-familia, abortero, sexualizador-de-la-infancia. Tan viejo como el Mal. Pero nunca tanto como el Bien, origen y fin de todas las cosas. El domingo 2 de octubre la derrota del Maligno estaba a 6 millones de votos de distancia. Pero ahora, hoy, mañana, en una semana, el domingo que viene -no duda, no vacila, no titubea Bolsonaro-, cada vez más cerca de la hora de tu muerte.
AGB
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