En caso de incendio, Santiago Abascal nunca duda sobre el mejor remedio. Más combustible. Después de las tres noches de incidentes violentos en Torre Pacheco –“la cacería” de inmigrantes, como la han llamado los grupos ultras en sus canales–, el líder de Vox quiso comparecer el lunes, porque sabía que le iban a hacer la pregunta: ¿condena el uso de violencia como respuesta a la brutal agresión sufrida por un hombre que resulta que es español? Abascal no lo iba a hacer. La única violencia que condena es la “importada por el bipartidismo”, refiriéndose a la inmigración. ¿Por qué salen los ciudadanos a la calle?, le preguntaron. “Por pura desesperación”, fue la respuesta. La violencia no es culpa de los violentos.
Fue un mal día para que apareciera una entrevista en ABC a Miguel Tellado, nuevo secretario general del Partido Popular. Empeñado en cuidar las relaciones con el partido de extrema derecha, le hizo el mejor elogio posible desde su perspectiva: “Tenemos discrepancias y concordancias con Vox. Y desde luego, yo no voy a hablar nunca mal de Vox. En Vox, hay más sentido de Estado que en cualquiera de los socios de investidura de Sánchez”. Nunca se había relacionado esa idea con el rechazo fanático de la inmigración y la relación permanente entre los extranjeros y los niveles de delincuencia, pero esta legislatura ha producido fenómenos realmente extraños.
Abascal volvió a exigir “deportaciones masivas de ilegales y deportaciones masivas de legales que cometan delitos”. Unos días antes, la diputada Rocío de Meer había destacado que “de 47 millones de habitantes que tiene nuestro país, más o menos siete millones, ocho millones de personas han venido de diferentes orígenes en un muy corto periodo de tiempo”. La supervivencia de España “como pueblo” exigiría la expulsión de millones. ¿Cuántos? Los de Vox dicen no saberlo, pero el de las cifras no es un debate real. Por razones logísticas y porque España y cualquier otro país europeo necesitan que el país receptor acepte recibir a sus migrantes, alcanzar ese número sería imposible.
El Partido Popular intentó en su congreso acercarse al mensaje básico de Vox contra la inmigración. La consecuencia ya se ha visto antes. Vox reforzó su odio a la inmigración. No puede permitir que sus votantes acepten que el PP también sería capaz de reducir la llegada de extranjeros. Nadie sabe cómo.
En el congreso, Alberto Núñez Feijóo anunció que una de sus prioridades será “reducir la inmigración ilegal”. En realidad, tocó varios palos al mismo tiempo. Primero, dijo que “lo ilegal” no puede tener derechos, aunque con eso se corre el riesgo de arrojar a la marginalidad a los extranjeros sin papeles. Luego, recordó que “sin la inmigración, seríamos un país más envejecido” y rechazó de forma tajante “el discurso del odio” (a los inmigrantes).
Finalmente, la retórica de la mano dura contra el desorden que más le asemeja a Vox: “A quien viene a trabajar, le diremos: bienvenido. A quien no, le diremos: aquí no”. Esa fue la frase que recibió la ovación de los delegados.
El Congreso de los Diputados está tramitando una iniciativa popular que pide la regularización de 500.000 inmigrantes que llegaron a España antes de noviembre de 2021. Su toma en consideración fue apoyada por todos los partidos, excepto Vox. Sería una más de las aprobadas durante gobiernos anteriores del PSOE y el PP. Legalizar la presencia de los inmigrantes que llevan años viviendo en España sin papeles es la mejor forma de evitar que caigan en la marginación y que puedan aportar a la economía del país.
España ha superado los 49 millones de habitantes. El crecimiento del último año (458.000 residentes más) se debió en su totalidad a la población nacida en el extranjero. La nacida en España se ha reducido en 800.000 personas en la última década por el saldo demográfico negativo, al fallecer más personas de las que nacen. Sin los extranjeros, España estaría por debajo de los 40 millones de habitantes.
La situación económica de España ha impedido la acusación tradicional de la extrema derecha que afirma que los de fuera roban los empleos a los españoles. Se contradice además con la realidad a la vista de todo el mundo. Los inmigrantes asumen los empleos que los españoles de origen rechazaron hace años, un fenómeno habitual en Europa occidental. Suponen ya el 14% de los cotizantes a la Seguridad Social y son también el 30% de los trabajadores en hostelería y el 40% de los que están en el campo o el hogar.
Vox prefiere centrarse en relacionar inmigración y delincuencia. Acusa a los extranjeros de ser los responsables de un aumento de la inseguridad que no registran las estadísticas oficiales, al menos en el caso de los delitos más graves. Abascal insistió en ese punto, como por lo demás siempre hace. Habló de la “degradación de los barrios”. Metió miedo por el futuro inmediato y anunció que este verano “va a ser muy duro” con más violencia y más violaciones. Por todo ello, acusó al ministro de Interior de estar “detrás de las violaciones de mujeres españolas, de las cuchilladas a españoles”.
En la política de tierra quemada de Vox, esa que tiene un gran sentido de Estado que diría Tellado, es normal llamar asesino al rival político.
El alcalde de Torre Pacheco, Pedro Ángel Roca, del PP, no ayudó mucho a calmar la situación con un mensaje confuso. “Lo que yo creo que ha ido pasando, que es verdad que ha ido aumentando la delincuencia, esa delincuencia ha ido creando malestar en el pueblo. Pero la convivencia ha sido buena”, dijo con dos frases que parecen contradecirse entre sí. Lo que se vio en la noche del sábado confirma quiénes llevaron la iniciativa a la hora de actuar de forma violenta en algunos barrios del pueblo, como se ve en este vídeo grabado por una médica –de origen marroquí y que lleva años viviendo en Torre Pacheco– y que demuestra el miedo que sufrieron esa noche.
Donald Trump comenzó su campaña electoral en 2016 llamando “criminales” y “violadores” a los inmigrantes mexicanos. En la última campaña que acabó con su reelección, se inventó que los inmigrantes haitianos en cierta localidad de Ohio mataban a perros y gatos para comérselos. Utiliza cualquier asesinato cometido por un extranjero para convertirlo en un gran drama nacional y culpar a todos los inmigrantes de esos crímenes, ignorando obviamente los que cometen los blancos.
Nada de eso es una novedad en Estados Unidos. Es lo que el profesor Rubén G. Rumbaut, profesor de sociología en la Universidad de California, llama “ideas zombis”. “Tanto la idea de que los inmigrantes traen los crímenes como el miedo a que no acepten la integración provienen de la época colonial en este país. Ni son nuevas ni son noticia. Yo llamo 'ideas zombis' a estos estereotipos para mostrar que, aunque deberían estar muertos con toda la razón, se niegan a morir, no importa cuántas pruebas presentes contra ellos”. Los prejuicios contra los inmigrantes latinos en EEUU no son muy diferentes a los que hubo en el pasado contra alemanes y suecos, luego los irlandeses, y más tarde los judíos y los italianos en los siglos XIX y XX, dice Rumbaut.
Si la inmigración fuera sinónimo de inseguridad, el espectacular aumento de la población en España gracias a los que llegan de fuera habría provocado un aumento significativo del número de delitos en todo el país. No ha sido así.
El mensaje central que nunca abandonará la extrema derecha, su idea zombi, es que la identidad de España y la integridad física de los españoles y españolas blancos está en peligro. El aumento de inseguridad que se pueda producir en algunos sitios concretos, sea real o ficticio, se traslada a todo el país. Es lo que lleva a Abascal a decir que “Torre Pacheco es un ejemplo de lo que está pasando en toda España”. No le importa que no sea cierto. Necesita que existan esas cacerías para presentarse a sí mismo y a su partido como los únicos salvadores de España.