Opinión

¡Abajo la casta! ¡Viva el establishment!

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El ascenso de la extrema derecha en la Argentina vino de la mano de algunas novedades en el vocabulario. “La casta política” o simplemente “la casta” apareció como el término clave para identificar el enemigo del momento. Javier Milei lo hizo parte central de su discurso, pero también lo retomaron los líderes del PRO, en especial Patricia Bullrich. Apunta a denunciar que existe un grupo de personas que ocupan lugares de poder relacionados con el Estado y que los usan para su propio privilegio. Con lo de “casta”, quieren decir que es un grupo cerrado, que se reproduce y que está por encima de la sociedad. ¿Quién no odiaría un grupo así?

En teoría “la casta” sería sinónimo de “los funcionarios”. Pero, curiosamente, nunca se alude a la rama del funcionariado que más se parecería a una “casta”: me refiero a los del Poder Judicial, que son vitalicios, nadie los vota, usan sus cargos para su propio beneficio (por caso, para autoeximirse de pagar Ganancias) e incurren en el nepotismo más que nadie. Esos no son “casta”. “La casta” apunta entonces no a todos los funcionarios, sino a los de origen electivo, “los políticos”. Pero pronto quedó claro que tampoco eran todos. Algunos políticos no eran “casta”. Bullrich misma, de hecho, debería ser el mejor ejemplo de persona de casta: vive de la política desde hace décadas y ocupó cargos de poder en gobiernos de diverso signo. Pero ella no es “la casta”, es la que denuncia “la casta”. Y tampoco Mauricio Macri, a pesar de su larga trayectoria, ni la familia Bussi, ni la cantidad de políticos que Milei fue exonerando de la acusación para sumarlos a sus alianzas. Finalmente, “la casta” serían puntualmente los políticos que no son muy de derecha. 

Como sea, consiguieron que “la casta” sea identificada como el enemigo público número uno, el mal que obstruye desde hace décadas el progreso de todos. 

Antes del ascenso de la derecha extrema, teníamos otro término para referir a un fenómeno parecido y a la vez distinto. Desde la década de 1960, en la Argentina hablamos de “el establishment” para aludir al grupo de personas e instituciones ligadas al empresariado, a los organismos internacionales y a los Estados Unidos, que a veces ejercen el verdadero control de las decisiones del Estado, más que los políticos de turno. A diferencia de estos, el establishment permanece en las sombras y persiste de elección en elección, condicionando las decisiones de los gobernantes. 

El término describe bastante bien la realidad. El principal ministro de Economía de la última dictadura militar, por ejemplo, fue José Alfredo Martínez de Hoz, antes presidente del Consejo Empresario Argentino. Los elencos que lo acompañaron y sucedieron tuvieron la impronta del establishment, un grupo de economistas liberales vinculados a empresas y a los Estados Unidos que se repetía en la función pública. El propio Martínez de Hoz ya había sido ministro en el gobierno de Guido. Ricardo Zinn, uno de sus asesores, ocupó cargos con Frondizi, Levingston y Lanusse y había diseñado el “Rodrigazo” que aplicó Isabel Perón (más adelante oficiaría como asesor para las privatizaciones de Menem y como mentor de Mauricio Macri). Roberto Alemann, al frente de la cartera desde fines de 1981, ya había desempeñado esa función bajo Frondizi y había sido embajador de Guido ante los Estados Unidos. Su sucesor, José María Dagnino Pastore, había sido ministro de Economía de Onganía. Adolfo Diz, doctorado en economía en Chicago bajo la guía de Milton Friedman –uno de los mayores referentes mundiales del neoliberalismo y de los “libertarios”– fue designado al frente del Banco Central; antes había sido director ejecutivo del FMI y funcionario de Onganía. 

Los elencos económicos posteriores también tuvieron la impronta del establishment. Domingo Cavallo, alto funcionario de los militares, fue Ministro de Economía de Menem y de la Alianza. De militar a peronista, de peronista a radical. Hombre sin prejuicios. Hoy es admirado por (y admira a) Milei. Ricardo López Murphy, en cambio, fue de un cargo intermedio durante la dictadura a ser funcionario de Alfonsín y luego ministro de De la Rúa, sin pasar en el medio por el peronismo. A cambio, fue consultor del FMI, del Banco Mundial y de otros organismos. En fin, a diferencia de “la casta” –que finalmente son solo los políticos que no son dóciles al mercado–, el término “establishment” apuntaba a un grupo de derecha pro-empresarial. Involuntariamente, Macri acuñó una nueva expresión en 2013, cuando aludió a un “círculo rojo”, algo así como una plana mayor del establishment local, que además de los empresarios más poderosos tenía a los medios de comunicación como protagonistas centrales.

La evolución tanto del PRO como del nucleamiento de Milei tienen un rasgo en común: sus esfuerzos por denunciar y exponer a “la casta” son directamente proporcionales a los que ponen en disimular su sintonía con “el círculo rojo”/“el establishment” o incluso su propia pertenencia a él. Las conexiones de Macri con el mundo empresarial, las de su holding con los militares, su riqueza prebendaria y plagada de actos de corrupción, su propia cercanía con el peronismo menemista y con EE.UU han sido siempre tan evidentes que no necesitarían recordatorio si no fuese porque parte de la sociedad argentina decidió olvidarlas activamente. 

Más útil es detenernos en las de Milei. Su compromiso “anticasta” ya había quedado en entredicho en la campaña electoral, cuando arrimó a su armado a lo peor de la política de algunos distritos, gente ligada a los militares golpistas, corruptos de toda clase. Sus anuncios de estos días dejan en claro que con él vuelven algunos de los mismos de siempre. Para empezar, su cercanía con Macri es tan indisimulable que ya le está ofreciendo cargos en un hipotético gobierno suyo. Y el amor es recíproco: los propios dirigentes del PRO están azorados por los coqueteos de Macri con quien debería ser un rival. Quien depositó mileis recibirá macris.

El mismo Milei es hijo del “círculo rojo”: como es ya bien sabido, su carrera la patrocinó y sostuvo, con dinero y contactos políticos y mediáticos, Eduardo Eurnekian, uno de los hombres más poderosos de la Argentina, miembro conspicuo de ese círculo. Irónicamente, parte de su increíble fortuna fue forjada a partir de concesiones que obtuvo gracias a sus contactos con el Estado y los políticos. Otros empresarios importantes trabajan en financiar su campaña y construyendo puentes con el poder financiero en Wall Street. Y es un dato conocido que recibe fondos y el patrocinio de la Red Atlas, una oscura organización ligada al Partido Republicano de Estados Unidos que promueve ideas de extrema derecha en todo el mundo. El alineamiento de Milei con los intereses de EE.UU es tan desesperado que no solo indicó que ese país será su alianza fundamental, sino que fue incluso más allá y anunció que Argentina, bajo su mandato, dejará de negociar acuerdos con China y tratará de eliminar el Mercosur, lo que dejaría al país sin sus dos principales socios comerciales.

Por otra parte, los equipos económicos que Milei anuncia están repletos de los funcionarios de Menem. Carlos Rodríguez, uno de los anunciados, a cargo de la idea de dejar de tener moneda propia y usar dólares, fue viceministro de economía del segundo gobierno del riojano. Roque Fernández, “Chicago boy”, quien prestó servicios a la OEA, el Banco Mundial y el FMI, fue parte del equipo de Cavallo y luego ministro de economía de Menem, también será de la partida, lo mismo que Darío Epstein, que participó de la gestión menemista.

En fin, parece que la lucha contra “la casta” no es contra la política tradicional, ni contra los empresarios prebendarios, ni contra los personeros del poder que se mantienen siempre en las sombras. Más bien lo contrario. La lucha contra “la casta” distrae de lo que es el núcleo del proyecto de Milei (que es también el de Macri y Bullrich): ampliar radicalmente el poder del mercado, de los empresarios y de los intereses estadounidenses a costa de los intereses de la mayoría del país. 

Claro que en el establishment, como en todo, hay también internas. No hay dudas de que, así como parte del “círculo rojo” los apoya, hay otra que está inquieta por las consecuencias que las políticas temerarias que propone Milei puedan tener sobre sus negocios. Si algo saben los grandes empresarios es que necesitan del Estado para sostener el mercado en funcionamiento. Pero incluso los que hoy sienten esa inquietud agradecen al PRO y a Milei los logros que ya han tenido: correr tan a la derecha el debate político, que las viejas ideas del liberalismo económico extremo ahora parecen “de centro” y razonables.

No deja de ser una triste ironía que haya quien percibe como “rebelde” o “antisistema” una derecha radicalizada que, en definitiva, es lo más sistema que se podría imaginar. Que Milei parezca “rebelde” es de una ingenuidad comparable a la de quienes imaginaban que Macri iba a “traicionar a su clase”. Como las de Macri, las medidas de un hipotético gobierno de Milei no harán otra cosa que transferir una fabulosa porción del ingreso de los asalariados a los propietarios. Como propuesta política, es lo más viejo entre lo viejo.

Los políticos pueden ser inútiles y/o corruptos, de eso no hay dudas. Pero no son ellos la verdadera casta que se perpetúa en el poder (o al menos no su parte principal). El verdadero poder se ocupa de permanecer en las sombras. De allí deriva su impunidad y su permanencia al mando de los principales hilos de la política. Los políticos más visibles tienen frente a ellos, por comparación, un poder más precario y endeble. Para bien o para mal. 

EA