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Ensayo general Opinión

Un amor y no una actriz

Ensayo general, por Tamara Tenenbaum

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Hace unos días, el primero de junio, me encontré con un tweet de la actriz Valeria Lois: “Él quiso un amor y no una actriz”, decía, y primero me dio mucha tristeza, y después me sorprendió que ella escribiera públicamente algo que parecía ser tan personal, un diagnóstico casi íntimo, porque tardé en recordar que era un verso de “La Verónica”, de Fito Páez, y que ese día se cumplían treinta años de El amor después del amor. Escuché el disco todo el día, de principio a fin. Toqué las canciones que puedo tocar, las que no pierden el alma en el pasaje del piano a la guitarra, o al menos en el pasaje a mi guitarra rudimentaria, y escuché dos veces para compensar las que sí la perdían, como “La Verónica”.

Recordé que en mi casa había todavía un paquete sin abrir que contenía un libro que lleva en el título una pregunta de la que en teoría estoy harta, ¿Se puede separar la obra del autor?, de Gisèle Sapiro, y decidí abrirlo no porque me interesara leer otra disquisición sobre la pertinencia de darle un premio a Polanski o de hacer millonario a Woody Allen o cualquier otro intercambio de dinero o validación que esté así de lejos de lo que pasa a una persona en el mundo cuando escucha una canción, sino porque es una pregunta que parecemos hacernos solamente cuando se trata de violadores y que puede ser más interesante cuando estamos hablando, por ejemplo, de El amor después del amor. La primera vez que escuché ese disco lo escuché como se escuchan todos los discos de adolescente, sin prestar atención más que a los propios romances. Esta semana, en cambio, no pude escucharlo sin pensar en Cecilia Roth, en que es importante que este sea un disco para Cecilia Roth: en que el romance entre Cecilia Roth y Fito Páez es esencial a la comprensión de la obra, si no es incluso una parte indisociable de la obra. 

Lo primero que una aprende cuando llega a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, al menos si tiene la suerte de tener mi edad y mi suerte y empezar cualquier carrera cursando Teoría y Análisis Literario con Jorge Panesi, es que no hay nada menos elegante que el biografismo en la crítica literaria. Está claro que las reflexiones sobre las condiciones de producción de la literatura del formalismo ruso, la primera tradición de crítica sobre la que yo aprendí en la facultad, son más sofisticadas que eso que Sapiro llama en su libro “la posición esteta” y que dice, hablando mal y pronto, que una obra debe pensarse y analizarse en una desconexión total de la biografía de su autor material; así y todo, quizás es porque se trata de una primera materia, quizás es algo que se respira o se respiraba en los ambientes intelectuales (sobre todo antes de que las lecturas feministas se pusieran de moda o volvieran a ponerse de moda, ya no sé), pero lo que entendí yo es que efectivamente las lecturas que se valían de elementos de la vida de los autores eran, más que improductivas, sobre todo vulgares. Y aunque con los años todos empezamos a pensar distinto y a mí me empezó molestar menos la vulgaridad, me quedo pensando en que a Fito Páez siempre lo consumimos de esa manera, finos y no finos por igual: a todos nos importa qué canción es para Fabi, para Cecilia, para Romina, para Dolores, para Celeste. Un poco es cholulaje, pero de verdad que no es solo eso; Fito lo sabe y por eso últimamente habla tanto, en sus redes sociales, de sus relaciones con sus ex novias y lo importantes que fueron en todo lo que él hizo. 

Vuelvo a “La verónica”, al verso del tweet de Vale Lois. Si una no supiera que este disco es para Cecilia Roth, que este disco es de Cecilia Roth (con la excepción notable de “Creo”), una entendería ese verso puramente como una metáfora, y como puramente asociado a la actuación como metáfora de la ficción y de la mentira; difícilmente, si no supiéramos que es para Cecilia Roth —nuestra chica Almodóvar, nuestra propia Gena Rowlands— pensaríamos que es un verso que habla también del trabajo, de la ocupación del tiempo, de la vocación de una vida, del peso ontológico y afectivo y político que tiene ser actriz y ser actriz al interior de un amor. Un poco es cholulaje, pero también es más que eso, y el propio cholulaje es más que el cholulaje, porque qué otra cosa es el cholulaje que el hambre y la curiosidad y por qué otra cosa vamos a buscar algo al arte si no es por hambre. Los artistas lo saben: su arte no consiste en eso, no consiste solo en eso porque vidas tenemos todos y no todos podemos convertirlas en algo que dé hambre, justamente, pero Leonard Cohen sabe perfectamente lo que hace cuando firma “sincerely, L. Cohen” en el último verso de su canción “Famous Blue Raincoat”. Es un juego, como cuando los chicos preguntan, escuchando una historia, si es verdad, y una siempre tiene que contestar que sí, no es una cuestión de biografismo ni de literalidad. 

Lo que más me gustó del libro de Sapiro es que recupera para la crítica y la pregunta por el autor el concepto sartreano de proyecto. El proyecto del que habla Sartre para pensar la vida no es un proyecto consciente o intencional; me hace pensar en algo en lo que vengo insistiendo hace mucho sin poder justificarlo muy bien, la necesidad o más bien el deseo (mi deseo) de sustituir la comprensión de la moral como una pregunta sobre los principios y lo permitido y lo prohibido por la ética como una pregunta sobre la vida que vale la pena vivir. Parece que cuando abogamos por separar la obra del artista estamos pensando en la moral en el sentido de lo que es bueno (la obra) y lo que es malo (el artista); pero pienso que si salimos de la cuestión de la voluntad de juzgar, de pensar quién se merece qué, del éxito y el dinero y la institucionalidad del arte y nos quedamos con la experiencia estética, la cuestión de separar la obra del artista termina desmembrar un proyecto de vida, separar la vida de la vida para que nos quede más clara, separar lo cómodo de lo incómodo, quedarnos sin leer lo que no queremos leer. O a veces, quedarnos sin leer cosas que sí nos gustaría leer, como el romance de Fito y Cecilia. No es biografismo ni literalidad; es que todas las cosas que están bien hechas, bien escritas o bien cantadas, sean ficción, canción o poesía, dicen la verdad.

TT

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