Ensayo general Opinión

Ángeles, escritora actriz

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Hace unos meses fui a un festival de literatura en Mar del Plata en el que había una mesa dedicada al tema de “la literatura de los márgenes”. En los días anteriores a esa charla, todos los que andábamos por ahí –los escritores que habían sido convocados a esa mesa, pero todos los demás también– nos dedicamos a tratar de entender qué podía ser, en la Argentina del 2022, en el país de los psicoanalistas y las editoriales independientes, una literatura marginal. No se trataba solamente de la cuestión institucional, de dónde publicar y dónde circular, sino quizás sobre todo de pensar en una literatura que pudiera quedar afuera de las conversaciones, que no participara de ninguna manera de las conversaciones hegemónicas o contrahegemónicas de época. 

Esta semana, con la muerte de Ángeles Salvador, pensé que su nombre podía ser una respuesta rara pero precisa para esa pregunta que había olvidado. Rara porque Ángeles publicaba en Penguin Random House, y es un poco extraño decir que una persona que publica en una multinacional hace literatura de los márgenes, pero precisa, sí, porque no solo nadie estaba haciendo lo que ella hacía: nadie quería, tampoco, hacer lo que ella hacía. El proyecto de Ángeles, porque sus dos novelas publicadas llegan a conformar eso, una literatura y un proyecto, era profundamente original y a la vez antievangélico: nada en la literatura de Ángeles da a entender que la autora piense que esa literatura es la literatura que hay que hacer. Muchas literaturas contemporáneas que me interesan son lo contrario, pienso en Phillip Roth, pienso en Carrere, pienso en Miranda July, pienso en Rachel Cusk, pienso en María Gainza y siento que son escrituras que encierran también tesis, argumentos y luchas por una manera de entender lo literario. Pero la literatura de Ángeles no hacía eso. Quizás eso era lo que más tenía de marginal, una cualidad heredada de una autora que nunca quiso ser parte de nada ni conocida por nadie. Una literatura del automargen en un momento en el que eso en sí mismo, decidir no discutir, ya es una contracultura.

Aproveché la muerte de Ángeles para leer su última novela, La última fiesta. A medida que me fui adentrando en el texto recordé mi experiencia con su otro libro, El papel preponderante del oxígeno. En ambos casos me pasó algo parecido: la sensación de una poesía callejera que en un principio te sumerge en algo que parece un hiperrealismo pero que después se vuelve demasiado espectacular para ser un realismo de nada. La voz de la peluquera que narraba El papel preponderante del oxígeno y la de la cocinera cheta que protagoniza La última fiesta me hicieron la misma pregunta: ¿qué pasaría si la realidad fuera como es, exactamente como es, igual de sucia y diversa y desafortunada e impredecible, pero con los colores mucho más brillantes, la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta? Ese era el realismo de Ángeles: un realismo de quien ama el mundo, ama la Argentina, y las pinta con el amor y el odio de quién ama, el amor, el odio y el miedo, la bronca y el desamparo. 

Ángeles y yo nos conocíamos poco pero cada vez que hablábamos un poco hablábamos mucho, porque compartíamos mucho. Intereses, sobre todo: hablamos alguna vez de escrituras ambiciosas, como lo era sobre todo la de ella, algo que yo he querido copiarle, la ambición en las texturas, sobre todo, pero creo que el interés que más compartimos fue el de cierto tipo de subjetividades. Gente que nació en un barrio pero no está orgullosa de él, gente que quiere ser rica, que está insatisfecha, que no mira con desdén a las cosas buenas del mundo, que de verdad las quiere, que de verdad piensa que eso puede hacerte feliz, pero a la que las cosas le terminan saliendo mal, y te dan pena, porque no es que se tratara de una mina tan buena, el personaje digo, pero deseaba con tanto ahínco que le fuera bien que es una pena enorme que no le vaya bien. Algo de todo esto es profundamente argentino. Eso también compartíamos, sin decirlo demasiado, sin hacer necesariamente de eso una bandera nacionalista, las ganas de escribir cosas que no pudieran pasar en ninguna otra parte del mundo ni de la sociedad que la parte en la que pasaban. 

Pienso que el cuerpo lo enrarece todo, y en la literatura de Ángeles eso aparecía todo el tiempo. Chicos ciegos, mujeres que no pueden tener hijos. El cuerpo lo enrarece todo y Ángeles estaba enferma pero además de estar enferma Ángeles era actriz. No lo supe porque ella me lo haya contado, lo supe porque Rafael Spregelburd escribió sobre eso en una columna que ahora no puedo encontrar, sobre el trabajo de Ángeles en su obra Raspando la cruz. Los escritores que hacen algo con el cuerpo (actuar, enfermarse) son un poco como los poetas que hacen prosa y que hacen la mejor prosa: gente que hace algo en contra de lo que hace, y que por eso es genial. Creo que había algo en su realismo que se trataba de eso, algo de lo que quise decir arriba, porque eso que hacía Ángeles, de pintar una realidad que parece más verdadera que la realidad, es lo que hacen las grandes actrices como Spregelburd dice que era ella, hablar más verosímil de lo que la gente habla en la vida real, llorar y querer y gritar con más verdad que la gente que está llorando de verdad, viviendo supuestamente de verdad.

TT