OPINIÓN

Argentina Reality Reality

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Una parodia produce comedia. Una parodia de otra parodia produce realidad.

El urgente video de Javier Milei con barba de un día y comida entre los dientes invitándonos a apreciar el liberalismo apenas conocida la renuncia del ministro Guzmán es una atractiva pieza de corroboración: está diciendo que la política ha completado el abordaje sobre el campo del espectáculo, que se ha vuelto -también- una mercancía primaria del entretenimiento. Está diciendo que la política argentina es hoy el espectáculo.

En el comienzo, Milei desarrolla su enunciado sobre un punto de serenidad para fracturar súbitamente ese tracto sosegado con el grito de un poseso, y así cerrar. Ese grito tiene una función, la de transferir un sentido, vamos a llamarlo mensaje. Pero, además, es una función, tiene teatro, lo compone.

Hubo un tiempo en que el entretenimiento de masas fraguaba personajes y situaciones para colocarlos en un piso en vivo y que entregaran un devenir, no importaba si inspirador o desgraciado. Los actores de esa arena ya no encienden la hoguera del consumo trashmedia, no como solían encenderla. Divinos, adorables, encantadores Guido y Jacobo, les ha pasado su dimensión. Han perdido relieve, y la verdad es que no tienen cómo competir. Milei y Maslatón trafican zarpado, organizan un estruendo que te lo devorás, son Wanda y la China, el tema es que lo son en el territorio dramático del país real. El show de Cristina, en cambio, es el de la centralidad y la comandancia. Cada vez que habla, en realidad toca. En el medio de los dos, un mundo: Argentina Reality Reality.

Diez años atrás, LAM sería un programa satélite rodeado por un continente de figuración escandológica del que obtendría nutrientes. Hoy LAM es la capital de ese territorio y no porque haya conseguido hacer crecer su volumen sino porque logró mantener su escala mientras el campo narrativo que lo rodeaba se contraía. LAM hizo el viaje de la periferia al centro sin moverse de donde estaba, solo porque el centro anterior desapareció.

Nominados

La renuncia del ministro de economía, que no fue ni anterior ni sucesiva de la locución de la vicepresidenta sino simultánea, encima, como pisándola, parece un crash escrito por un guionista de Gran Hermano al que le ordenaron levantar las métricas. Cristina seguía adelante mientras el dato desembarcaba brutamente en las caras de los altos funcionarios que la rodeaban. Ella no lo sabía. Alguien debió avisarle que Guzmán le había hecho la espontánea.

Las primeras versiones de Gran Hermano Argentina tenían un canal lateral en las profundidades del cable que transmitía las 24 horas sin edición. Ponías ahí y ahí estaban los habitantes de la casa, a la hora que fuera el día que fuera. Desconozco si la versión que Telefé está castineando por estos días lo tendrá también, tal vez sea demasiada circularidad. Sí sé de gente que se quedaba hasta tarde mirando a los chicos dormir. ¿Por qué mirarías a un desconocido dormir en cámara? Porque ha dejado de ser un desconocido, ahora está en la televisión.

Si nada se parece a salir en televisión, si el sujeto anónimo siente que araña otra clase de existencia, hecha con otros materiales, cuando cruza la frontera de la nada y entra por un instante a cuadro, y saluda a su mamá, y después le pregunta a medio barrio si lo vieron, si lo vieron, si lo vieron, imaginen ser parte del elenco estable de esa existencia, hecho con otros materiales, que las multitudes ignoran.

Setenta años de televisión nos han educado en la necesidad de un cuerpo permanente de personajes, de siluetas y de representaciones que se coronen por encima del tejido secreto de los nadies que somos y que asuman la acción de simbolizarnos. Hasta no hace mucho, yo diría hasta que Tinelli dejó de medir dos dígitos, esos personajes, siluetas y representaciones no tenían implicancias legislativas, jurídicas o ejecutivas, o las tenían muy relativamente. Hoy, el cast de nuestra dramaturgia pública nos gobierna o trabaja para gobernarnos. He aquí la novedad.

Ahora bien, tal vez no se trata tanto de lo que la política argentina es sino de cómo es consumida su procesión.

De LN+ a C5N, consumimos política con desafuero, atornillados al relato de sus dinámicas; la consumimos como un show trágico y lo hacemos entre el tormento y el goce, entregándonos a su streaming y a la incandescente caravana de sus intérpretes.

La consumimos rabiados, amando la rabia, agradeciéndola sordamente en cada tuit. Odiar se puso bueno, sacó chapa de planazo. Es gratis y podés sentir que todos te miran mientras está haciéndolo.

O la consumimos perplejos, vegetativos, abrazados a un balde de pochoclos, levantándolos en pala con la mano, estrellando la mano contra la boca, babeando los pochoclos que no entran, dejándolos caer. Eso si sos espectador. Si sos militante, ese local a donde estás yendo ahora se llama fandom.

Una parodia produce comedia. Una parodia de otra parodia produce realidad. Estamos en la última estación de este trayecto, okay, pero hubo que desandarlo. Y si hubo que desandarlo significa que puede historizárselo. Que tiene un punto de partida. Que esto no siempre fue así.

Tenemos una gran tradición nacional de la caricatura política, desde el siglo XIX para acá. Ahora, no es necesario revisarla íntegramente. Podemos ubicar un restart en el gran restart argentino contemporáneo: el 2001.

La composición que Freddy Villarreal hizo del por entonces presidente Fernando De la Rúa no fue una imitación, fue un ensayo. Mientras lo replicaba, lo escribía. Ese año, su criatura llegó a las dos finales de las dos ediciones de Gran Cuñado, el artefacto con el que el espectáculo argentino parodió a la política argentina en el comienzo del siglo XXI.

La corporación política no solo se dejó parodiar mansamente sino que empezó a ver con apetito el relumbre de las luces que le llegaban desde sus parodiadores. El artefacto creció y en el 2009 todos nos preguntábamos por la costura de cercanía promiscua que se había tejido entre ambos mundos. Fue entonces que “alica, alicate” y fue entonces que Francisco de Narváez y fue entonces que le ganó a Néstor las legsilativas en la provincia de Buenos Aires.

Para el 2015 la política estaba en condiciones de probarle al espectáculo que ya no era garantía de nada, que ya no lo necesitaba, que ya le había comido el corazón. Todos lo supimos cuando Daniel Siocli cerró estrepitosamente su campaña en el piso de Marcelo.

Y perdió.

El viejo espectáculo que estaba hecho de nuestras animadas, tintineantes farándulas locales es el sombrero dentro de la serpiente. Y el cuerpo extendido de nuestra dirigencia política es la bicha que se lo tragó. Espectáculo y política. Política y espectáculo. Lo que se ha completado acá es una deglución.

Y antes

Renunció Guzmán. Programón sentarse a ver todo el día el cine debate de la patria comentarista, darle con fuerza al zapping de señales contrapuestas y hacer chocar como dos trencitos de juguete a Pichetto con Chouza, a algún TN genérico con algún CrónicaTV misma condición. Veníamos de Cristina abriendo fuego contra el Movimiento Evita, parecía que teníamos cuerda ahí, y sin embargo. Y antes veníamos del avión iraní, de Rossi y Patricia Bullrich tirándose con los nombres de la tripulación. Y antes, de Larreta, la ministra Acuña y las disputas de les chiques y el lenguaje inclusivo. Y antes, de Kulfas y el gaseoducto. Y antes, de Cristina otra vez, los 100 años de YPF y la lapicera. Y antes, de Milei en cancha de El Porvenir contando de uno a la gente que metió. Y antes, del furibundo puño de Casero sobre la estrepitada mesa de Majul. Y antes, del acampe XL en la 9 de Julio. Y antes, la guerra en Ucrania y Chiche Gelblung viajando hasta Polonia nomás. Y antes, la renuncia de Máximo a la presidencia de bloque. Y antes, la batalla del presupuesto, y la Corte, y Alberto apuntándose a un pie. Y así siempre nuestra programación.

Necesitamos personajes que llenen de historias nuestras vidas televidentes. Los que teníamos antes no implicaban los destinos del país en el que vivimos. Pero algo ha cambiado. Es probable que peligrosamente.

AS