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OPINIÓN

Belgrano, ¿un mal soldado?

Manuel Belgrano y la bandera

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Muchas veces se dice, casi siempre en voz baja, que Manuel Belgrano fue un mal soldado. Se exalta su perfil cívico, se alaba su preocupación por formar ciudadanos, su muerte en la pobreza, su abnegación y sacrificio para aceptar tareas militares para las que no estaba preparado. Este último argumento sirve, incluso, para exculparlo de sus errores en el campo de batalla, como las duras derrotas que sufrió en las campañas de Paraguay o en el Alto Perú. Y, a veces, también para resaltar el valor de sus pocas victorias, entre las que se cuentan las de Tucumán y Salta.

Sin embargo, para evaluar a Belgrano como militar de la revolución no alcanza con un simple balance entre victorias y derrotas. Para evaluar sus méritos quizás la primera pregunta que deberíamos hacernos es por qué una persona que estudió derecho, que cumplía funciones en una institución de la Corona vinculada a la gestión y planeamiento económico, terminó siendo uno de los principales generales de la Revolución.

La Revolución iniciada en mayo de 1810 confió las primeras expediciones militares, al Paraguay y al interior y al Alto Perú, a personas muy cercanas al gobierno, tuvieran o no experiencia y formación militar. No fue una particularidad del proceso rioplatense sino un rasgo compartido con muchas otras experiencias revolucionarias. Más allá de los objetivos militares que perseguían estas expediciones, también tenían objetivos políticos. De allí que no resulte extraño que, a la hora de elegir a quien confiárselas, un criterio muy importante para la selección de sus directores hayan sido la identificación con el proyecto político, a veces por encima de la experiencia militar.

Al margen de esta cuestión aparece un problema más estructural que explica por qué un hombre como Belgrano, responsable de tantos traspiés, siguió comandando tropas: la Revolución no contaba con suficientes oficiales de carrera a los cuales apelar. A principios del siglo XIX, la estructura militar del estado español en el Río de la Plata se encontraba muy debilitada respecto a los momentos fundacionales del Virreinato. Esto quedó en evidencia con las invasiones inglesas de 1806 y 1807. La formación de regimientos de milicias integrados por vecinos de Buenos Aires, organizados para recuperar y después defender la ciudad, no logró compensar la debilidad del ejército profesional. Por otro lado, al momento de la revolución, estos cuerpos voluntarios funcionaban más como órganos de expresión y de presión política que como verdaderas unidades militares, por lo cual no constituyeron escuelas de formación de cuadros militares.

Al repasar las trayectorias de los nuevos oficiales que integraron los ejércitos de la Revolución es fácil constatar que la mayoría de ellos carecía de formación militar, y los que sí la tenían la habían adquirido mayormente en los cuerpos de milicias. Por lo tanto, que Belgrano se haya visto convertido en un militar improvisado no es tanto una excepción como la expresión de una problemática más extendida y generalizada. Y decimos problemática porque la revolución trajo inmediatamente la guerra y para salir airoso de ella era necesario forjar ejércitos.

Constructor de ejércitos

Desde un primer momento, los gobiernos revolucionarios fueron conscientes de su Talón de Aquiles. De allí que crearan escuelas para cadetes, e intentaran profesionalizar sus cuerpos armados. Pero fueron las primeras derrotas militares las que los obligaron a tomar medidas complementarias como el retorno de los oficiales de la Corona que habían sido marginados antes las dudas que generaba su lealtad, o la de incorporar oficiales arribados a la región tras el fin de las guerras napoleónicas. Este conjunto de acciones, así como el endurecimiento de la disciplina, la trasformación de los regimientos de milicias en cuerpos veteranos, hizo avanzar a los ejércitos de la revolución por el camino de la profesionalización.  

Belgrano fue consciente de la necesidad de construir ejércitos sobre la base de la disciplina, la obediencia, el orden y el entrenamiento sistemático. Por eso buscó rodearse de oficiales en los cuales delegar algunas de estas tareas para las que él no estaba bien preparado; también se convirtió en un lector entusiasta del arte de la guerra. En alguna medida, su actitud expresaba optimismo de la voluntad y esa convicción ilustrada que predica que el conocimiento puede alcanzarse mediante el estudio.

Algunos de los errores de Belgrano en la campaña al Paraguay (1810-1811) fueron evidentes, al punto de que el mismo los reconoció. Sin embargo, cuando fue sometido a juicio por sus torpezas, sus subalternos declararon que más allá de que el resultado militar no fue el esperado, su mando fue ejemplar, ajustado a reglamentos, metódico. Y, sobre todo, destacaron que en muy poco tiempo había logrado darle forma de ejército a lo que hasta poco tiempo antes era solo un grupo de hombres indisciplinados y mal armados. En general, los testimonios de los oficiales que lo acompañaron en Paraguay o en el Alto Perú coinciden en que fue capaz de convertir las tropas bajo su mando en una verdadera fuerza militar, dotada de soldados aguerridos y disciplinados, que sabían maniobrar en el campo de batalla y, sobre todo, capaces de mantener el orden incluso en momentos de derrota y de adversidad.

Esto fue evidente en Paraguay y en la campaña en el Alto Perú (1812-1814), donde sumó más derrotas que triunfos. Incluso luego de la derrota de Ayohuma (1813), Belgrano logró conservar en pie a una parte importante de sus fuerzas. No fue un logro menor. En general, durante las guerras de la Revolución, no era sencillo conseguir reclutas y menos aún transformar a campesinos en soldados. Mantener disciplinada a la tropa en un contexto adverso no era poco, sobre todo si, en el retroceso, podía evitarse que los soldados se transformaran en ladrones y saqueadores.

Una de las razones que explican su regreso a la comandancia del Ejército Auxiliar del Perú en 1816 tuvo que ver con estas dotes de constructor de ejércitos disciplinados. Tras la derrota de Sipe-Sipe (1815), esa fuerza había perdido su capacidad operativa, y se encontraba atravesada por fuertes conflictos internos. Como comandante de ese ejército en ruinas, Belgrano no solo logró mantenerlo operativo sino también realinearlo con los intereses del gobierno. En un contexto donde la prioridad del Directorio era apoyar a José de San Martín y su plan de cruzar los Andes, Belgrano se las arregló para poner en condiciones operativa a un ejército de 3000 hombres que se demostró muy efectivo en alinear (hay que decirlo, por la fuerza) a las provincias del Interior detrás del proyecto político del Director Juan Martín de Pueyrredón entre 1816-1819.  

Aunque el perfil de Belgrano que esboza esta nota no es tan conocido, es importante no reducir sus aptitudes militares al armado de ejércitos. A lo largo de su carrera militar, fue capaz de entender bien el escenario político e, incluso, de incidir sobre él. Su traspié militar en Paraguay, por ejemplo, fue en parte contrarrestado por una exitosa gestión política y diplomática. Unos años más tarde, cuando decidió desobedecer órdenes del Triunvirato y presentar batalla en Tucumán, lo hizo a partir de una consideración inteligente de la situación del gobierno revolucionario. Desde su punto de vista, era más peligroso retroceder sin presentar batalla, dejando librado al interior a su suerte, que arriesgarse a una derrota. Lo que estaba en juego era la adhesión del interior al proyecto revolucionario, cuestión que hasta ese momento no estaba asegurada, y que solo un compromiso del ejército con la suerte de ese espacio podía asegurar.

Todo esto nos revela que, para Belgrano, la guerra revolucionaria, además de librarse en los campos de batalla, tenía un costado político e ideológico decisivo. Y en nombre de este principio siempre estuvo dispuesto a hacer sacrificios. Así, por ejemplo, para asegurarse el apoyo popular en las provincias del Norte tras la derrota de Huaqui (1811), se mostró muy devoto de la religión católica, e hizo nombrar a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército. También hizo que sus oficiales asistieran regularmente a misa y que sus soldados rezaran el rosario. Visto desde este ángulo es que cobra mayor sentido el juicio de San Martín, quien describió al Belgrano militar como “el más metódico de los que conozco en nuestra América. No tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia pero créame usted que es lo mejor que tenemos en la América del Sur” .

Alejandro Morea es historiador. Es investigador asistente del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Autor del libro: “El ejército de la revolución”. Una historia del Ejército Auxiliar del Perú en las guerras de independencia“ (Prohistoria Ediciones, 2020)

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