Brasil a las brasas
“¡Qué impecablemente vestidos los dos caballeros!” El dúo de aspirantes a dueños del poder brasileño había llegado bien trajeado para su primer duelo televisado antes del balotaje. Respetuoso homenaje a la investidura del Poder Ejecutivo, sin duda.
Uno de los dos será quien el 1° de enero jure en Brasilia para inaugurar el próximo período presidencial si es el escogido para completarlo por el voto decisivo del 30 de octubre. Era el octogenario antropólogo Roberto DeMatta quien exclamaba su reconocimiento asombrado ante una tan perfecta observancia estricta de las reglas del decoro. Inquietante, en cambio, le resultaba la extremosidad de la obediencia paralela que uno y otro prestaban al prolijo imperio de un atildamiento cuyas abigrarradas demandas atendían con medios lujosos pero que siempre les parecía que bordeaban la insuficiencia.
Antropología de la percepción
Con una armonía que DeMatta habría querido (pero es imposible) llamar preestablecida, los dos rivales daban prueba -la misma prueba- de estar a la altura de parejas circunstancias y de contemplar simétricas ambiciones. Elevaciones que cada uno por su ladera personal ya había sabido cómo escalar hasta la cumbre. Porque ya en uno o dos balotajes anteriores el voto popular los había hecho incontestados ganadores del primer Poder del Estado. Completaron sus períodos ejerciendo la presidencia con autoridad firme hasta el fin: agradecían el saldo neto de los mandatos, las segundas vueltas victoriosas de sabor triunfal nunca infiltrado por los siempre lejanos vinagres del empate.
En esa espontánea concertación de los aliños para la cita en los estudios paulistas de la red Bandeirantes, no faltaban diferencias, y se advertían a simple vista. Pero esas desemejanzas eran separativas, no contrastivas y competitivas. Las máscaras irreconciliables de la Izquierda y de la Derecha que se adhieren a sus caras noche y día despistan. Cuánto se parecen, estas dos personas mayores. Dos funcionarios públicos, que si trabajaran en la actividad privada ya estarían jubilados. Dos contrincantes que son dos self-made men social y geográficamente ascendidos, migrados a las capitales económica y política de Brasil desde distritos provincianos atrasados. Progresaron con orden en las carreras políticas que se abrieron a sus talentos. La movilidad ascendente los elevó hasta la cima más alta de la élite política: el izquierdista fue dos veces presidente, y puede serlo una tercera; el derechista es el actual presidente, y el domingo puede resultar reelegido.
El obrero y el capitán
Lula y Bolsonaro fueron y son por entero ajenos a las élites sociales y culturales brasileñas. En su mundo-de-la-vida hay trabajo manual, frijoles, farofa, schopp, ceveza, aguardiente, 51, brigadeiro, asado, fútbol, sindicato, cuartel, club, sala de oficiales, armas, fierros, desafíos, chistes, bravuconadas, exageraciones, campeonato nacional, Copa del Mundo, gripes, hijos, nietos, familia origen (en el pueblo), familias de orientación (en las ciudades), matrimonio, viudez, segundas o terceras nupcias, religión, iglesias, santuarios, vírgenes, obispos, cardenales, franciscanos, pastores, pastoresas, el Papa en el Vaticano, Joe Biden en Washington (y el mismo domingo Mr President va a llamar por teléfono, pero solamente a uno de ellos dos), Putin lejos en Moscú, Xi Jinping que se acerca desde Pekín (donde ya quedó asegurado para el presidente un Xi3, que espera gemelarse con un Lula3, que a su vez espera gemelarse con él -los terceros mandatos de las personas mayores de los grandes países del BRiCS-), folklore, música vocal, guitarras, sertanejos, MPB, más ceremonias, más celebraciones, más ritos, más mitos (Norte vs Sur, San Pablo vs Río, pentacampeones vs Resto del mundo, vasto mundo), micrófonos, tribunas, ceremonias, oratoria, contacto, contagio, homosexualidad interdicta, homosocialidad compulsiva. Viagra, llamado así, no sildenafil. En un extraño instante epifánico del último debate, la incriminación de Lula a Bolsonaro por haber comprado viagra en abundancia para distribuir entre los estamentos de las Fuerzas Armadas (pagada con dinero del Gobierno Federal), se convierte, después de que el ex Capitán evocara los efectos consolatorios de esta droga para sufrimientos y tratamientos de la próstata, se convierte en fantasía compartida de un gobierno que pudiera distribuirla “'gratis para todo el mundo”, en palabras de Lula. Ni uno ni otro caminaro el camino que uno y otro recomiendan para el progreso individual y nacional: la Educación. Son los únicos dos presidentes brasileños votados desde 1984 -cuando la dictadura militar convocó elecciones generales- en abandonar tempranamente su propia educación formal, desinteresados aun de acompañar las inquietudes y ansiedades siquiera del vestíbulo universitario.
Saco de mejor corte y mejor sastre, de tela de lana gris oscuro, camisa blanca de algodón de alta calidad y trama, abotonada hasta el cuello, corbata de seda con diseño original pero sobrio de tres colores (obligatorios, verde y amarillo) profesionalmente anudada: el más elegante era Luiz Inácio Lula da Silva. Lucía como obrero endomingado. O menos genéricamente, más distinguidamente, como un sindicalista endomingado. Un aliño equivalente le había valido ironías e impaciencias a Evo Morales cuando hacía visitas oficiales en Europa abrigado con una chompa boliviana limpia y abrigada, pero desentendida de cualquier etno-chic. Superioridad, en este caso, más específicamente clasista que racista, la de sus anfitriones.
Ex capitán y ex paracaidista del Ejército, y actual presidente, Jair Messias Bolsonaro vestía muy correctas ropas civiles. De menor calidad, y precio. Pero irreprochables, como las que vistió en el Congreso de Brasilia los 19 años anteriores a la elección presidencial de 2018. Que pasó cómoda pero no desganadamente en la Cámara de Diputados, apoltronado en una banca para la que era infaliblemente reelegido como representante derechista del pueblo del estado de Río de Janeiro. Traje azul naval marino oscuro (con algún relumbrón de fibra sintética), camisa celeste pálido (de algodón, pero acaso no 100x100 algodón), corbata de buen color secundario aplanado (verde asordinado, más esmeralda que bandera nacional) y de ancho medio, nueva, o sin mucho uso desgastante, anudada sin imprecisíón y sin impaciencia. Uno y otro evitaban religiosamente el rojo (que Lula exhibió en la corbata bermellón sin atenuantes en el debate que la red Globo organizó en sus estudios cariocas el último viernes antes del último domingo de octubre.
Verdade Tropical
El nivel promedio buen de trato recíproco, del que se desvían muy poco los dos varones mientras conversan, contrasta con la violencia verbal insuperable de los epítetos incriminatorios con que rutinariamente cada uno, como al pasar, resitúa o redefine ante el público cómo es y cuál es la situación de su interlocutor. En el debate, cuando vuelve a Lula el turno de interpelar o interrogar o aleccionar a Bolsonaro Lula, el candidato petista reconstruye su interlocución con el presidente candidato. Lo hace por la mediación de una fórmula de vocativo de estructura fija, cuyos contenidos variables puede modificar o sustituir cada vez que se reanuda el diálogo. Lula encara, retórico, de frente, al personaje que es su antagonista: “Usted, militar golpista, dictador de-origen-controlado (aunque de Morondanga, un genuino dictador) fascista genocida, si llegara a ganar la presidencia, ¿va a acelerar la deforestación del Amazonas, o va a mantener el deterioro al ritmo ecocida actual, ya de por sí insostenible para la supervivencia del homo sapiens sobre la faz de la Tierra creada por Dios Nuestro Señor?” ¿Se puede conversar en cámara ante todo el país, debatiendo sobre el futuro nacional, con un rival que no debería estar ahí, si es el presunto autor o encubridor o instigador de imprescriptibles crímenes de lesa humanidad? ¿Cuánto hace falta insistir, para convencer al electorado de que es preferible no votar genocidas? El paso siguiente, si evitamos la tentación de ratificar que somos muy preferibles, es dejar sobriamente en claro que nunca fuimos genocidas.
Las fórmulas interpelatorias de Bolsonaro para con Lula se sostienen sobre esquematismos análogos: “Señor Lula, usted que es un mentiroso serial de nacimiento y un corrupto corruptor descontrolado, pero ante todo un tacaño mezquino que pagaba planes de hambre como la Bolsa Familia, ¿no le da vergüenza, sabiendo que todos saben que miente, ofrecer picanha y cerverza gratus porque todo va a ir mejor si a Vd lo votan presidente otra vez? Su gran plan para para combatir la pobreza, ¿no es lo mismo de siempre, no es más de lo mismo que hace el PT, regalarles dinero y cosas gratis a los pobres?'. Pero Bolsonaro es más joven, menos serio, más gracioso, menos descalificatorio. Cuando en los debates Bolsonaro habla con Lula, habla y mira a Lula; cuando Lula habla, habla de Bolsonaro, y mira de frente a la Historia -que no está del lado de Bolsonaro, y que Lula está seguro de que nunca absolverá a ese militar devenido diputado y presidente y burlón verdugo del Covid.
Las ciudades natales de estos dos candididatos bien vestidos distan 2500km en el mapamundi Brasil. Cada una desmiente un estereotipo. La suave patria aldeana y permambucana de Lula, cercana a la línea del Ecuador, es la ciudad más frígida del fogoso Nordeste, al punto que la llaman 'la Suiza nordestina'. La localidad natal de Bolsonaro, a pesar de su ubicación en el sudeste, en San Pablo, el estado más rico del país, es un centro agrícola, sin industria a veces llamada 'la Reina de la Banana' (y 'el Príncipe del Palmito'). A esa ciudad bolsonarista se parece más el Brasil de hoy. Cuando en 2003 Lula asumió por primera vez la presidencia, un Brasil aun desarrollista era exportador de bienes manufacturados. Cuando en 2019 Bolsonaro asumió la actual presidencia, un Brasil desindustrializado había consolidado una de las primeras posiciones entre las potencias exportadoras de materias primas agrícolas. El agro business respalda a Bolsonaro, donde hay maíz o porotos de soja cerca hay biblias, bueyes, balas. En San Bernardo, donde estaba su sindicato metalúrgico, desde donde fundó el PT durante la dictadura, cerró primero su fábrica Ford, después Toyota, y en las próximas semanas Mercedes Benz, que construyó ahí su fábrica más grande fuera de Alemania, va a cortar el personal por la mitad. La brasa en la mano, Brasil está en ascuas; si sigue bajando, puede estar en el horno.
AGB
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