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Opinión
De qué estamos hablando

Mientras que la inflación en los Estados Unidos es la peor en 40 años, la economía norteamericana es considerada un bastión de prosperidad dentro de un sistema global que se desmenuza, escribe Rafael Bielsa. Joe Biden abrió la posibilidad de ir por su reelección.

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Si fuéramos capaces de imaginar lo que siente un hombre que se queda sin su trabajo, y se agota de sueños, de esperanza y de pasión, muy probablemente trataríamos de hacer lo que estuviera a nuestro alcance para devolvérselos, o para no contribuir a que su situación empeore. También entenderíamos mejor la fuerte crisis de sentido que padece la Argentina y hasta por qué razón el futuro global no nos depara buenas decisiones a tomar, sino en todo caso algunas menos malas. Y eso, siempre que acertemos con las previas.

Hoy, nada marcha como sería de esperar o, peor aún, subsistemas de esta fase del capitalismo funcionan y otros no, lo que aumenta la confusión. Cuando la ex Primer Ministra británica Liz Truss propuso un presupuesto marcadamente conservador (y con un exceso de recortes no financiados de impuestos), su acto desencadenó una subasta de la libra esterlina, cuyo efecto dominó provocó que el FMI mirase extrañado hacia la latitud media oceánica, un sitio que no suelen frecuentar las sufrientes economías tercermundistas. Se ha dicho que su sucesor, Rishi Sunak, deberá aceptar políticas prisioneras de Liz Truss y consecuencias de ellas.

Al mismo tiempo, mientras que la inflación en los Estados Unidos es la peor en 40 años, y respecto de las elecciones de medio término roe las esperanzas, demócratas, la economía norteamericana (a horcajadas sobre un dólar imparable) es considerada un bastión de prosperidad –especialmente en la relación del dólar contra otras monedas–, dentro de un sistema global que se desmenuza.

Desde ya que, en Occidente, todos estos fenómenos desconcertantes deben ser vistos sin prescindir de las transformaciones que sufren a diario las subjetividades individuales, lo que equivale a decir que la crisis de sentido es también una de cultura y de valores. En el nivel estructural, allí es donde debe buscarse lo significativo.

La libertad, la cara más luminosa de la responsabilidad, se ha reducido a disponer performáticamente del espacio público. Se desataron pasiones, las cacerolas proporcionaron un sentido inédito a la vida, las movilizaciones adquirieron forma de bacanal desenfrenada. Los pensadores se han transformado en nuevos expertos que viven del pánico moral de quienes buscan señales de hacia dónde ir. A ello se suma el rol de las redes sociales, con grupos de WhatsApp en que los detalles de cada episodio -real o falso- se diseminan, y de aplicaciones de seguridad que sostienen un estado de zozobra permanente, al etiquetar como sospechoso cualquier hecho, por cotidiano que sea. Todo esto, sobre una sociedad ya sensibilizada por la pandemia y la violencia en el trato cotidiano. Pero no se puede estar hablando, todo el tiempo, de todo.

Los norteamericanos no solo utilizan el dólar para sus transacciones domésticas, sino para las globales. Habiendo sido los Estados Unidos una potencia hegemónica, el dólar también devino una moneda mundial, y reserva de valor. De hecho, el 88.3% de las transacciones a nivel global se denominan en dólares (según el Ranking de las divisas más negociadas en el mundo en 2019, de la publicación especializada “Statista”).

Casi no hay alternativas para cerrar negocios (en particular, tomar deuda) en cualquier parte del mundo. Durante la pandemia, los países usaron básicamente las mismas políticas económicas: una mezcla de estímulos fiscales, y tasas de interés bajas para animar el crecimiento. En dicho marco, el valor relativo de la moneda tiende a igualarse al nivel de su demanda. En consecuencia, se demandaron en todo el mundo muchos más dólares que euros, yens o libras esterlinas, lo que hizo (y hace un dólar) cada vez más fuerte, aunque el proceso no es perpetuo.

Por añadidura, Estados Unidos no tiene problemas de energía en el nivel de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), razón por la cual la suba en el plano internacional de los precios o le es neutra o lo favorece en sus exportaciones. El involucramiento de Norteamérica en el conflicto Ucrania – Rusia, aparejó una guerra energética que Estados Unidos impuso a Europa (abastecida por Rusia) a través de las sanciones, y las pérdidas seguirán acumulándose. Así las cosas, y siendo un rumor insistente que Alemania estaba cerca de llegar a un acuerdo con Rusia (del que podría contagiarse Italia), ¿cómo no vincular la observación y el análisis con la voladura de los gasoductos Nord Stream I y II (parcial) a través de un acto de guerra híbrida con la colaboración de un actor estatal, según han dicho los expertos? En cualquier caso, un acto con enormes consecuencias, la primera de las cuales es el retiro del manejo de las sanciones de los cursos democráticos habituales.

Si a la falta de oferta a la UE, se suma el aumento incesante de los precios de la energía en el mercado al contado, su PIB podría disminuir hasta un 11,5% (1,7 billones de euros), y unos 16 millones de personas se verían perjudicadas por el desempleo.

Existe una tenacidad en los seguidores del sistema que está detrás de las guerras en machacar que los periodos de mayor crecimiento económico coinciden con la influencia de políticas de tradición liberal y los mejores indicadores del país se dan en esos ciclos. Se pasa por alto que no funciona para el crecimiento y, de seguro, no funciona para enfrentar las desigualdades. Los panegiristas de dichas políticas muestran el caso de dos extranjeras visitando un hipermercado y llorando (sic) debido a “la cantidad de mazapanes y chocolates importados de origen alemán, suizo o belga”, como si el mérito no estuviera en fabricarlos y exportarlos sino en importarlos y comérselos.

Volvamos a un eventual trabajador bonaerense que perdió su trabajo en una fábrica de golosinas, y viaja a la Estación Constitución, donde comenzará su búsqueda diaria de sustento. El propietario de la fábrica y empleador prefirió “asegurar” su dinero en el exterior, aplastar una fuerte de ocupación y contribuir al deterioro general, inveterado y extractivo. El trabajador sin trabajo es el hijo olvidado de un record: el total de dólares fuera del sistema que tienen los argentinos suman 362.258 millones de dólares (excluyendo las reservas del Banco Central), una cifra comparable a la de la deuda pública nacional (datos del INDEC, primer trimestre de 2022).

En la estación Villa Domínico, se entera de que el servicio está momentáneamente interrumpido. Falta el aire: protestas, ira, estupor, frustración, desánimo. Más tarde resolverá volver a su casa, sin trabajo, sin expectativa. Una vida rota, millones de vidas semejantemente rotas. ¿Es posible un país cuyo pacto social incluya pacíficamente que el 10% de la población argentina concentre el 58% de la riqueza total de los hogares; que, de las 16 familias más ricas del país, 12 tengan empresas en paraísos fiscales; que la décima parte de la población con mayores ingresos gane 13 veces más que el 10% más pobre? Como ya ha sucedido, la respuesta la da una pareja de jóvenes que mata a la víctima de un robo, un empresario acaudalado, porque se niega a entregar lo exigido. La crueldad del azar.

La misma indiferencia y falta al respeto que recibe el desempleado, es la que recibe nuestro país en el concierto occidental. Ninguna nación es tratada de manera muy diferente de como ella trata a sus ciudadanos. Milton escribió que la mente lleva la morada en sí, y puede hacer de un infierno un Cielo, o de un Cielo un infierno. ¿Qué es la vida sin sueños, sin pasión, sin esperanza?

No vamos a recibir noticias óptimas en los próximos años. Un alto funcionario norteamericano declaró: “Las naciones del Hemisferio Occidental enfrentan un panorama de seguridad complejo…” y “…todos los países de las Américas deben perseguir las principales prioridades de defensa…”, “las alianzas son una fuerza perdurable para los EEUU” y “todas nuestras naciones socias son esenciales para cumplir estas prioridades”, “defender nuestros intereses mutuos y valores compartidos requiere una visión del siglo XXI para lograr la meta de la seguridad hemisférica”.

Los estrategas estadounidenses tienen ése manual de procedimientos. Intentarán mantener una economía mundial neoliberalizada durante el mayor tiempo posible. Utilizarán la táctica habitual para los países que no pueden pagar sus deudas externas: el FMI les prestará el dinero para pagarles, a condición de que consigan las divisas para devolverlas privatizando lo que queda de su propiedad pública, sus recursos naturales y otros activos y vendiéndolos a los inversores financieros estadounidenses y a sus aliados.

Las simetrías en el trazado de los destinos nos dan suficientes pautas de hacia dónde va el camino. Toca actuar. Veremos de lo que somos capaces.

RB

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