QUÉ ESCUCHAR

Los hermanos

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Voy a trangredir todo lo que aprendí, ya hace años, acerca del periodismo. En particular, la pretensión de impersonalidad. Ese hablar de la emoción como si fuera algo que no fue sentido por uno. Junto con las de mis hermanas y mis primos, la de Paul McCartney y la de Chico Buarque, las de Maria Bethania y Caetano Veloso son las voces vivas más antiguas de mi vida. Por lo tanto, nada de lo que se lea a partir de este momento será –ni intentará– ser impersonal. No podría serlo con un disco que escuché al borde del llanto desde el principio hasta el final.

Dos hermanos, también cada uno de ellos la voz más antigua, entre las de las personas vivas, que está en sus vidas respectivas. En agosto del año pasado él tenía 83 años y ella 79. Ambos, Bethânia y Caetano, están entre los artistas más importantes de los últimos sesenta años. Y decidieron grabar una de las actuaciones de su gira (¿de despedida?). Si quisiera, como antes, o como en otras ocasiones, ser impersonal, diría, de todas maneras, que, en cualquier caso, aún si no se supiera nada del pasado de quienes cantan, ni hubiera el entretejido –que hay– entre ese pasado y el de quien escucha; incluso si se ignoraran sus edades –y el prodigio de su afinación, de la intacta cualidad de sus voces, de la energía–, se trata de un disco extraordinario.

Lo es, en efecto, por el solo hecho de que sean Caetano y Bethânia quienes están allí. Pero no lo es solo por eso. Está la maravilla, por supuesto, de esos artistas inmensos y ya octogenarios, que cantan y se mueven en escena como en aquellos doces barbaros que revolucionaron la música brasileña –y con ella la del mundo– hace ya tantos años. Pero nada más lejano de un auto homenaje indulgente, o de un lastimoso acto de nostalgia, que este disco –y toda la gira, por lo que puede vislumbrarse en Youtube, donde hay registro de lo sucedido en varias locaciones–. El comienzo de Bethânia en “Marginália II”, o su conmocionante interpretación de “Un indio” –y el unísono final con su hermano–, por ejemplo, difícilmente podrían ser más precisas en lo expresivo y exactas en el terreno musical, si es que se trata de cosas distintas.

Pero, como se ha dicho, es imposible que su propia naturaleza le permita a este disco ser sólo su perfección, sus canciones bellas de toda belleza. Que pueda sustraerse del efecto del público cantando “Sozinho” o “Leâoziñho” junto con Caetano, o de la relectura, y la reescucha de “Alegria Alegria”, de los nombres propios de “Gente”, esos salvadores entre quienes Caetano menciona a Bethânia, de “Nâo identificado”, que se enlaza con “Motriz”, cuyo punto de partida fue un recuerdo infantil de ella, o “Tropicália”. O, en otro sentido, y en el final, del estreno de la antibélica “Um Baiana”. Y algo que se percibe –o que yo percibo, tal vez por mi propia historia–: esa cercanía, ese reconocimiento inmediato entre hermanos, independientemente de la frecuencia con la que los encuentros tengan lugar. Bethânia y Veloso cantaron en dúo, junto con con otros, numerosas veces. Ambos lo hicieron, cada uno por su lado, con Chico Buarque, ella lo hizo con Edu Lobo y él con Gal Costa, casi al principio de sus carreras, y en algunos casos Gilberto Gil fue de la partida. No fueron tantas las ocasiones, sin embargo, en que esa presencia siempre adivinable –Caetano cantando desde Londres eso de “better, better, Bethânia” o creando para ella “Os Argonautas”, sobre un fragmento de un poema de Fernando Pessoa que ella recordaba– se plasmó en encuentros musicales. Quizá porque no fuera preciso que estuvieran juntos, porque de todas maneras lo estaban, recién aparecieron a dúo en 1976, en Doces barbaros, ya con más de diez años de carrera cada uno de ellos y, dos años después, en Maria Bethânia e Caetano Veloso ao Vivo y, entre algunas participaciones aquí y allá se destaca la de ambos en Brasil, grabado por Joâo Gilberto en 1981 y publicado el año siguiente.

Y, como en esos fenómenos astronómicos donde dos cuerpos celestes siempre cercanos sólo coinciden en sus derroteros tras lapsos prolongados –aunque calculables–, 46 años después de su primer disco en vivo y a dúo, los hermanos registraron el segundo. Entre uno y otro se despliega un cosmos.

DF/MF