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Análisis

El laberinto de Cristina en 2023: entre un relato incomprensible y la venalidad de sus perseguidores

Cristina Fernández de Kirchner saluda a su modo a Mauricio Macri en el acto de traspaso de mando en el Congreso, el 10 de diciembre de 2019

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Desde hace un tiempo, el acto de despreciar a Alberto Fernández enciende a Cristina y La Cámpora. En on, en off, en presencia, en ausencia, con proclamas densas o estiletazos irónicos, pocas causas concitan tanta constancia y energía en la vicepresidenta y su grupo político como hacer blanco en quien accedió a la Casa Rosada, antes que nada, por una propuesta nacida en un living de un departamento ubicado en Juncal y Uruguay.

El último episodio fue la alusión a la “agrupación política del amague y recule” con la que Cristina etiquetó a su compañero de fórmula en relación a los vaivenes presidenciales ante el fallo de la Corte por la coparticipación de CABA. La saga de la bronca contra Alberto Fernández es de larga data, pero hubo un período en que las cosas fueron distintas.

En cada aparición pública, Cristina elogia su propia capacidad predictiva al recordar una advertencia que formuló a fines de 2020. “Sergio (Massa) decía que la economía va a crecer en el 2021. Pero ojo: yo no quiero que a ese crecimiento se lo queden tres o cuatro vivos nada más”, avisó la vicepresidenta el 19 de diciembre de ese año en el estadio único de La Plata, con toda la cúpula del oficialismo reunida.

El Frente de Todos todavía parecía una coalición de Gobierno y Cristina, una vez más, mostraba lucidez al identificar el nudo del conflicto que se venía. Delimitó que la función esencial de un Ejecutivo peronista era garantizar que los salarios y las jubilaciones —muy golpeados después de los años del macrismo y la pandemia— recuperaran valor.

Cuando se volvió a ilusionar

Aun con cuestionamientos latentes, el balance de Cristina era muy positivo al cabo del primer año traumático del coronavirus. Lo dejo claro en un texto difundido pocos días antes del acto en La Plata, también en diciembre de 2020, en el que se enorgulleció de que el Frente de Todos hubiera sancionado “leyes a favor de los argentinos y las argentinas, para ampliar derechos, hacerle frente a la pandemia, cuidar la economía, fortalecer el federalismo y defender nuestra soberanía”. Un aval al Gobierno de Alberto en toda la línea, más allá de funcionarios que no funcionaban.

Esa Cristina en el papel de oficialista crítica sintonizaba con aquélla que había elegido a Alberto por razones tácticas, porque ella —según razonó en mayo de 2019— dividía y él, por el contrario, sumaba. El pragmatismo la llevó hasta a indultar a peronistas que habían coqueteado con el Gobierno de la restauración conservadora. Como Sergio, sin ir más lejos.

Entre el instante de su nominación como candidato y diciembre de 2020, Alberto Fernández buscó agradar a “Héctor” —proveedor de certificados de la no mentira— durante una convención de Clarín, pero también decreto que la TV paga, las comunicaciones móviles y la banda ancha fueran servicios públicos esenciales, en lo que parecía ser el golpe más efectivo contra el Grupo Poderoso en mucho tiempo y que, por supuesto, la Corte Suprema y viajantes a Lago Escondido se ocuparon de desbaratar. Pasaron los vaivenes de Vicentín, el impuesto a las grandes fortunas, la dilación como norma, la alfombra roja “al amigo Larreta”, el DNU por la coparticipación de la Ciudad de Buenos Aires, la reestructuración de la deuda en mano de acreedores privados y el comienzo de la renegociación con el FMI por US$ 44.500 millones. Martín Guzmán era presentado como un técnico firme y sagaz, con capacidad de articulación con el mundo financiero y acceso al reservado living de Juncal. Cristina, hasta ahí, bancaba los trapos.

Fue un amague

El crecimiento del PBI en 2021 y 2022 sorprendió por su dimensión y desconcertó al consenso de economistas y líderes de opinión afectos a sobreestimar escenarios positivos cuando gobierna la derecha y prenunciar catástrofes cuando lo hacen los contrarios. Ocurrió que las multicausalidades de la inflación se dispararon al unísono y cuatro vivos tuvieron capacidad para llevarse buena parte de las ganancias. El poder adquisitivo de los salarios no levantó, escenario que se repitió desde México a la Unión Europea, desde Uruguay a Estados Unidos.

Ante el incumplimiento de la promesa de revertir la pérdida lacerante de los ingresos de los trabajadores durante el Gobierno de Macri, el pacto con los votantes del peronismo quedó dañado. Nueve meses después de la enumeración de logros difundida por Cristina a fines de 2020, el Frente de Todos perdió las primarias legislativas. Y Cristina reculó.

Gobiernos de izquierda y de derecha apelaron a estrategias y manotazos para hacer frente al descontento de sus bases electorales. Ganaron y (sobre todo) perdieron elecciones. Los tropiezos ante una crisis para la que no había recetas fueron la norma. En cambio, no abundaron países en los que una parte central del Gobierno, la de mayor capital político, pasara a actuar como opositora de su propio mandato. El Alberto de las idas y vueltas se tornó intolerable para Cristina. La vicepresidenta y su entorno hicieron saber por todos los medios que estaban arrepentidos de haber regalado al Presidente “nuestros votos”. Y Guzmán pasó de nerd nacional y popular a traidor neoliberal.

Queda librado a la imaginación el cálculo de cuántos festivales en las plazas habría hecho Cristina si el PBI y el empleo hubieran crecido como lo hicieron en los últimos dos años bajo un mandato conducido por ella misma. O si hubiera concretado un acuerdo con el FMI que fue criticado por el mundo financiero internacional como demasiado condescendiente hacia un Gobierno populista. El escenario fue otro. A la luz de los hechos, la agenda pragmática de Cristina ensayada en 2019, que concebía dar un paso atrás para dar dos adelante, no fue más que un amague.

Quitar el cuerpo

Para salir del atolladero, la vicepresidenta retornó a su versión del último mandato presidencial (2011-2015): festival de subsidios a los servicios públicos sin distinción de poder adquisitivo (de Florencio Varela a Barrio Norte, con costos secundarios en infraestructuras deficientes en Chaco y Jujuy) y aumentos por decreto financiados con emisión monetaria. Durante meses angustiantes, el cristinismo se permitió argumentar que la impresión de dinero no conlleva efectos inflacionarios. El tamaño de la inconsistencia se agravó ante una realidad de arcas vacías en el Banco Central y la deuda externa heredada.

A la hora de sellar un acuerdo con el FMI para refinanciar la deuda regalada a Macri y ante la inminencia de un default con resultados devastadores, la vicepresidenta levantó la bandera de la ruptura

La política dejó de ser el arte de lo posible para perpetrar el arte de la evocación nostalgiosa de la “década ganada”. Cristina y sus referentes le quitaron el cuerpo al escollo más importante que tenía el Gobierno del Frente de Todos. A la hora de sellar un nuevo acuerdo con el FMI para refinanciar la deuda regalada a Macri y ante la inminencia de un default con resultados devastadores, la vicepresidenta levantó la bandera de la ruptura, como esos números diez que, cuando se complica el campeonato, sobreactúan su enojo con el técnico, besan la camiseta y se hacen invitar a comer un asado con la barra.  

Días atrás, La Cámpora volvió a quitar el cuerpo ante la eclosión del conflicto nacido de la dispendiosa generosidad de Macri hacia CABA y la abrupta decisión de Alberto contra su examigo Larreta.

Wado no es parte

Fuera por decisión propia o, como sostienen algunas voces del Gobierno, impuesta, la reacción inmediata del camporista Wado de Pedro consistió en difundir que ni él ni la cartera de Interior tenían responsabilidad en el conflicto judicial. “El Ministerio ni siquiera es parte en el expediente”, informaron desde Interior no bien la Corte emitió la cautelar, diez días atrás. Un tiro por elevación, más que contra Alberto, contra el silencioso Massa, a quien señalaron como responsable de aprobar las transferencias solicitadas por los cortesanos.

El argumento resultaba difícil de digerir. De Pedro participó de audiencias en la Corte, representó a la Nación en bilaterales con la Ciudad, habló en público sobre la defensa del federalismo, pero a la hora de sostener la estrategia ante un fallo adverso, optó por sustraerse de la pelea. Recién el jueves pasado, tras la chanza vicepresidencial sobre el amague y recule y una semana después de la cautelar cortesana, el ministro denunció una fallo “arbitrario, electoralista y antifederal” en diálogo con Radio con Vos. También se habilitó otra prueba de lealtad Cristina al reivindicar profundas diferencias con el Gobierno que integra. Una prueba que algunos de sus colegas del cristinismo ven necesario revalidar.

Con estas prácticas, Cristina asoma a 2023. La estrategia parece ser la recuperación de la mística de sus años en la Rosada, como si nada hubiera pasado. Ni el estancamiento de su último mandato ni el Frente de Todos, ni el hartazgo social ante problemas transversales que ni ella, ni Alberto, ni Macri supieron resolver.

El resultado de tan arriesgada apuesta es un enigma. “Dejen de elogiarme, hagan algo”, le dice ahora Cristina a su tropa, como síntoma de que esta vez no hay conejo en la galera y de que ella misma lee la dificultad de que el intento de ser opositora a su Gobierno es, más que nada, incomprensible. Y si en el año que comienza, la inflación baja, el crecimiento continúa y el Frente de Todos o lo de que de él surja encuentra una competitividad electoral hoy improbable, el plan de pararse en la vereda de enfrente perderá sentido. Difícil salir del laberinto que Cristina misma construyó.

Comodidad o cinismo

Otro eje al que la vicepresidenta entrega tanta o más energía que a limar a Alberto es la agenda judicial que la tiene condenada en una causa e imputada en otras. Cristina recibe críticas de los enemigos que la persiguen, pero también de otros, incluso propios. La ven ensimismada en los vericuetos de los expedientes y desapegada de problemas acuciantes como la inflación, la pobreza y el empleo de calidad.

El señalamiento encierra cierta comodidad intelectual, si no cinismo. Es fácil apuntar contra la vicepresidenta por su dedicación a los temas judiciales cuando hace años que se encuentra a merced de cortesanos que se dejaron designar a dedo y le pasan letra a ministros de Larreta, y jueces que se acomodaron ilegalmente gracias a estrategias pergeñadas por Pepín Rodríguez Simón, hoy plácidamente prófugo en el paraíso uruguayo.

Un entramado judicial con participación de espías, periodistas y lobistas del Grupo Clarín, y sedes en Comodoro Py, Los Abrojos y Lago Escondido, le apunta a la vicepresidenta en causas reales o inventadas, pero siempre, con métodos espurios. Sus acusadores ponen en juego allanamientos, procesamientos y amenazas a la libertad, de Cristina y de sus hijos.

Es fácil apuntar contra la vicepresidenta por su dedicación a los temas judiciales cuando hace años que se encuentra a merced de cortesanos que se dejaron designar a dedo y jueces que se dejaron trasladar sin concurso

Por ahora, el sistema judicial no concretó en los papeles una proscripción, aunque sí fuerza a Cristina a tomar decisiones políticas y elaborar discursos en función de pasos procesales orquestados con tiempismo electoral. La contracara de esa podredumbre es que sus rivales gozan de impunidad absoluta. No hay revalúo de peajes, parques eólicos, fugas en paraísos fiscales, Paseo del Bajo, concesiones de acarreos, Milmans y espionaje ilegal que logren conmoverla.  

Había razones para pensar que Horacio Rodríguez Larreta podría prescindir aunque sea en parte de la asociación ilícita que instaló el macrismo en el Estado. No por principios republicanos —sus antecedentes en CABA no son mejores que los de Macri en Nación—, sino por eficacia. Parecía factible el razonamiento de que ese sistema ilegal desquicia la política y sirve para condicionar a adversarios, pero no para sacarlos del mapa ni para dar vuelo a un plan de Gobierno.

Ocurrió lo contrario. Los supuestos chats del ministro de Justicia y Seguridad del Gobierno de la Ciudad y candidato para el mismo puesto nacional, Marcelo D'Alessandro, agravaron las peores sospechas. Si esos diálogos son ciertos —múltiples indicios, testimonios y la endeble desmentida del funcionario parecen confirmarlos, aunque corresponde dejar un resquicio a la hipótesis contraria— la promiscuidad entre la Corte Suprema, los tribunales federales, los espías, el Grupo Clarín, empresarios y dirigentes de Cambiemos tiene al proyecto de Larreta como beneficiario estelar.

La competencia electoral de 2023 se dará en ese marco. 

SL

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