Opinión

Lactancia, soberanía alimentaria y salud integral

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Desde 1992, por impulso de la OMS, se destina la primera semana de agosto, para realizar acciones de concientización sobre el derecho a la lactancia. La campaña, surge como respuesta al deterioro de esta práctica ancestral, que sufrió una creciente falta de adherencia durante el siglo XX y persiste en el XXI.

 La visibilización de la situación de la lactancia en Occidente, deja en evidencia una contradicción: el conocimiento académico (e incluso popular), la señala como extremadamente beneficiosa para lxs bebés, las madres, la comunidad y el medioambiente, sin embargo, ninguna otra práctica humana se tropieza con semejante colección de obstáculos. Si las ventajas son tales, ¿cómo se explican estas obstrucciones socioculturales?

A partir del año 2007, el Ministerio de Salud de la Nación comenzó a compilar datos estadísticos vinculados a lactancia en lo que, poco más tarde, llamó “Encuesta Anual sobre Lactancia Materna”. Los datos más recientes de esta encuesta de tinte federal, advierten que el porcentaje de lactancia exclusiva, desciende a medida que aumenta la edad de lxs lactantes. A los dos meses, sólo el 58 por ciento recibe lactancia exclusiva y a los seis meses, el 42 por ciento. Este panorama se aleja bastante del discurso unánime de las sociedades científicas, que proponen leche humana como alimento único, durante el primer semestre de la vida. 

La oclusión del ejercicio de amamantar que -por acuerdo social- calificamos de beneficioso, responde a múltiples determinantes, algunos negados por el sistema médico preponderante. En esta línea, vale preguntarse si la mayoría de lxs profesionales de la salud que entran en contacto con personas gestantes, familias y bebés, están cualitativamente formadxs para brindar apoyo a esta pericia emparentada -como ninguna otra- con la soberanía alimentaria y el derecho a la salud integral. Para brindar datos concretos, la mayoría de las facultades de medicina del país (semilleros de futurxs de pediatras y obstetras), no cuentan con materias sobre lactancia, en sus ejes académicos principales. La lactancia aparece en las currículas de manera tangencial o en formato de asignatura opcional. Más tarde, cuando estxs profesionales (que transitaron su recorrido universitario con escasa o nula formación en lactancia) se insertan en las instituciones de salud, la posibilidad de transmitir información sobre el tema, se convierte, en un ideal incumplible. Para ejemplificar el concepto anterior, sobra con detenernos en la foto de un sistema saturado, que propone consultas de pediatría de 15 a 20 minutos de duración. Así, en caso de dar con unx profesional que tenga algo para aportar en la materia, conversar sobre esta práctica sustentable, se vuelve poco sustentable para el sistema sanitario acelerado e incómodo. Mención aparte, para el mundo de las puericultoras (en este sentido algo mejor formadas), ninguneadas y sin reconocimiento profesional por parte del Ministerio de Salud de la Nación y otros organismos que desperdician alianzas prometedoras.

En este panorama, las mujeres que logran instalar lactancias contra la corriente médica, pronto encuentran la urgencia (del sistema) de reinserción al mercado laboral y el boicot continúa ad infinitum. El subgrupo más privilegiado de estas mujeres (¡difícil comprender qué le queda al resto!), cuenta con licencias de maternidad, que, cuando son geniales, se extienden por tres o cuatro meses. Regresar al trabajo luego de las licencias, es salir al escenario de la ausencia de lactarios (en cambio presencia de baños para la extracción de leche!), y del incumplimiento de la reducción de la jornada laboral por dar la teta. Una vez más, la pretensión de los seis meses de lactancia exclusiva, se convierte en un imperativo vacío, en un mandato incumplible, generador de culpa materna. En este punto, aparece la necesidad de entender desde cuándo el sistema médico y el sistema productivo de trabajo, atentan contra la lactancia. 

El recorrido histórico que ofrece Esther Vivas en su libro “Mamá desobediente” (Ediciones Godot) puede resultar esclarecedor y aportar en el análisis. Este libro narra con firmeza cómo la lactancia materna fue indiscutible e irremplazable hasta fines del siglo XIX y cómo la aparición de la industria de los sucedáneos de la leche materna, cambia el rumbo de la teta. 

En Europa del siglo XV y XVI, las familias aristócratas acudían a la contratación de “amas de leche” o “nodrizas” para optimizar al máximo la fertilidad de las mujeres (la lactancia tiene cierta acción contraceptiva y estas familias buscaban prole copiosa!). Esther Vivas explica: “la lactancia mercenaria, impuesta por los varones, fue un mecanismo de control del cuerpo y la sexualidad femenina”. 

La literatura del siglo XIX, se encarga de documentar la crianza mediada por nodrizas en Madame Bovary y en otros clásicos. En Francia de esa época, la alta mortalidad infantil obligó al Estado a regular y supervisar la actividad de las nodrizas, mediante la Ley Roussel, como continúa explicando Esther Vivas en su libro. Más tarde, las corrientes protestantes europeas, sobretodo en Inglaterra, cuestionaron la lactancia mercenaria y lentamente se comenzó a instalar la noción (moral) de que la lactancia era una tarea indelegablemente materna. Podemos decir que hasta la industrialización, la lactancia quedó en manos de mujeres, madres biológicas o “amas de leche”. Pero luego, los avances científicos (que materializaron leches de fórmula) y la incorporación de la mujer al mercado laboral, incidieron fuertemente en el ejercicio de la lactancia. Así, “no dar la teta se convirtió en un emblema de modernidad y progreso”.

La medicalización de los partos también condicionó esta práctica. El siglo XX se puede considerar la panacea de los discursos médicos hegemónicos sobre los cuerpos de las mujeres, y la lactancia no es excepción. La medicina dictaminó horarios y tiempos adecuados para que se prolongue la lactancia, desplazando el conocimiento de las mujeres y comenzando con una tutela autoritaria que llega a estos días: reglas médicas de ánimo controlador, que fueron en desmedro de la sabiduría de los cuerpos con capacidad de lactar.

A lo largo del siglo XX, la leche materna fue desplazada por leche artificial, al punto que, para los setentas, en Europa y América, se estima que sólo un nueve por ciento de lxs bebés continuaba con lactancia luego del tercer mes de vida. En los años ochenta se evidenció una lenta recuperación de los discursos emancipadores vinculados a lactancia. La OMS se proclamó en favor de la lactancia exclusiva hasta el sexto mes y continuada hasta los dos años ( las normas médicas anteriores sugerían, como mucho, sostenerla hasta el noveno mes).

El prisma de la actualidad (en consonancia con el movimiento de mujeres y disidencias que propone revisionismo y pensamiento crítico para deconstruir una humanidad que da la espalda a los procesos más elementales y constitutivos de su especie), invita a reflexionar sobre ciertos supuestos e imperativos sobre lactancia materna. ¿Es materna? ¿Puede el adjetivo reduccionista “materna” ser la clave del fracaso? ¿No llegó el momento de quitarle soledad y control externo y renombrarla (para su liberación) como lactancia en corresponsabilidad? 

EC