SOY GORDA (ESEGÉ)

Va a ser muy lindo hacer un puente

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Un puente está hecho de madera/ o de anhelo,/ construye un camino/ o una salida/ al corazón que es una puerta/ o un pozo/ por donde podemos aventurarnos,/ o abandonarnos,/ o medirnos./ O/ un puente es un anhelo es/ un camino es un corazón/ es una puerta es un pozo es/ una aventura, escribe Catalina Reggiani (La Plata, 1997) en el libro Los maratonistas, de editorial Concreto.

El amor se convierte en una carrera de fondo con su despliegue de energía física, su aceleración y sus retardos. La intimidad de la pasión avanza sin reaseguros. Hay que encontrarse, luego aguardar, demorarse, tal vez desviarse, para que surja y persista en el trayecto compartido.

“Hay lugar para la belleza en la velocidad… Con cuidadosa precisión, (Reggiani) revela que es posible correr y esperar en un mismo gesto”, dice la también poeta, dramaturga y directora de teatro oriunda de Santa Fe, Consuelo Iturraspe, sobre el segundo libro de la autora de Algarabía (2021).

En la tensión inevitable que se produce entre el tiempo de la escucha -es decir, de la poesía, la paciencia y la disponibilidad hacia el otro- y el vértigo del periodismo, habitó Polo, Fabián Polito Polosecki, recordado hace unos días con un homenaje en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Lo conocí cuando tenía 12 años, yo 16. Fui su lererque (maestra, en idish) en Sholem Buenos Aires, club del judaísmo progresista argentino. Era un púber que estallaba de energía, siempre sonriente, de voz dulce y grave, que asistía a las actividades recreativas y deportivas de los sábados, aunque se la pasaba escapándose, siempre.

Hacía “lío”, como dijo el papa Francisco muchos años después. Cronista del diario Sur y de Radiolandia, volví a cruzarlo en la fiesta de casamiento de una de mis hermanas y más tarde, en Editorial Atlántida, de donde salió disparado porque le resultó aburrido escribir en Teleclic. Luego creó el programa televisivo El otro lado, un puente que comunicó a los espectadores con otra gente común, silvestre, al poner el foco en historias de perdedores, laburantes, mujeres corrientes, ladrones de poca monta, con un estilo que hasta los 90 nunca se había visto en la pantalla. No se burló de ellos, ni llamó a ellas doña Rosa. Singularizó a sus entrevistados con empatía y con respeto.

“Una verdad poética recorrió desde el principio su trabajo y generó una mística propia: lo extraordinario respira en lo cotidiano”, escribieron en su biografía Hugo Montero e Ignacio Portela (Editorial Sudestada). El periodista Gabriel Wainstein, uno de sus amigos, recuerda que “nos encontrábamos en (el bar) La Paz y picoteaba algo, luego nos íbamos a comer un puchero a Pepito, después cruzábamos a Cuchillo y tenedor donde pedía un plato de ravioles y así seguía la gira. Tenía un hambre insaciable”. De alimentos y de vivir. Pero… extrañamente, en diciembre de 1996 decidió terminar con su vida, abriendo preguntas y una herida que todavía no pudieron cerrarse.

Varias décadas antes, el gran Roberto Arlt creó una serie de personajes al filo del sistema, que podrían haber sido entrevistados por Polo en El otro lado. El Jorobadito, por ejemplo, es uno de los relatos cortos en los que el narrador es el mal encarnado. Ilustrado por Remo Martini para Edhasa editorial, marca el inicio de una serie de cuentos cortos bajo el título Posdata. Se trata de una colección de pequeño formato en la que convergen los trabajos de artistas emergentes, el prólogo de un librero/a y una posdata que se puede escribir y convertir en postal, para que el cuento siga circulando. Un carnaval, un río bravo, una calle en contramano, un hospital abandonado, la oscuridad, de corazón, yo voy andando de tu mano… Va a ser tan lindo hacer un puente/ de verdad, todo para vos/ va a ser hermoso hacer un puente/ sobre el mar, solo para vos (Hacer un puente, La franela, 2011)

Este mes se cumplieron veinte años de la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de punto final y obediencia debida en el fallo Simón, de la Corte Suprema de Justicia. Lo evoca en un video por redes, el Centro de Estudios Legales y Sociales, CELS, uno de los organismos de derechos humanos más importantes del país desde los días de la última dictadura cívico-militar. Allí se ve y se escucha a Fernando Navarro Roa y su sobrina Claudia Victoria Poblete, quien a los 8 meses fue secuestrada por “fuerzas conjuntas” junto a sus padres, José y Marta Gertrudis, y enviados al Centro de detención clandestina El Olimpo.

José había sido un niño precoz en sus estudios, en la primaria armó una pequeña revolución porque había ratas en el colegio, y se llevaba las frazadas de su casa para tapar a unos viejitos, alfabetizaba con otros compañeros y, luego de un accidente ferroviario, poco antes del golpe de Pinochet, creó en la Argentina el Frente de Lisiados Peronistas. Y siguió militando por los más desamparados.

En 1998, Abuelas de Plaza de Mayo inicia un proceso judicial en representación de Buscarita Imperi Roa, chilena de Temuco, por la apropiación, retención y ocultamiento de su nieta, la hija de Pepe y Marta Gertrudis. Por esos delitos, no incluidos en las leyes de impunidad, procesaron a Julio Héctor Simón y a Juan Antonio del Cerro.

En 2000, el CELS solicita la nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida de 1986/87 que beneficiaba a centenares de miembros de las fuerzas armadas que estaban siendo juzgados. El fallo fue el primero que llevó a la Corte a declarar inconstitucionales esas leyes. Esa sentencia posibilitó la reapertura del proceso de justicia por los delitos de lesa humanidad cometidos durante el Proceso. Buscarita y otro de sus hijos, Fernando, recuperan a Claudia en un juzgado en 2000. Fernando, querido amigo de la juventud, se mudó a Villa Crespo desde Guernica para buscar incansablemente a su familia desaparecida. En el documental abraza y celebra a su sobrina y se emociona por esa generación diezmada que luchó por una vida mejor.

“Conozco a Adriana hace más de 25 años. Fue mi maestra, es mi amiga, madrina de mi hija y una de las personas fundamentales en mi vida”, dice Constanza Niscovolos, reportera gráfica y cineasta, autora de la película Yo y la que fui, que se estrena en el Malba en julio. Decía Alejandro Tévez en el catálogo de la última edición del Bafici: “Como el paso del tiempo, la curiosidad de Lestido parece no detener su marcha. Esta actitud, a mitad de camino entre el riesgo y la modestia, deviene rápidamente en el eje central de una película nacida desde la amistad.”

Se refiere a Adriana Lestido, la fotógrafa que tomó la escena en la que una madre con su hija en brazos, ambas con pañuelos blancos en sus cabezas, gritan en la Marcha por la Vida de 1982. “La mirada de Adriana nos perfora y nos hacer saber que eso somos y que, a veces, el desencanto tiene la capacidad de transformarnos. De ahí surge la necesidad de este documental, que pretende ser un retrato familiar, mucho más que una biografía y un abrazo mucho más que un homenaje”, explica Niscovolos.

Lestido, cuyo filme Errante permaneció un año en cartel en el museo, es una figura clave de la fotografía argentina, con su mirada amorosa y descarnada acerca del cautiverio, la maternidad, la marginalidad y las pulsiones humanas básicas más primitivas. A sus 64 años, la cámara gira para mostrarla desde la intimidad de la amistad.

Alejandra está detenida en el pabellón de madres, en la cárcel de Ezeiza, junto a su hija Aithana de dos años, que nació tras las rejas, no conoce el afuera. “Parece que dijera: ¿qué mundo es éste que no conozco?”, observa cada vez que sale con la bebé para ir al hospital y recorren las calles encerradas en un automóvil. El documental de Matías Scarvaci se estrena el próximo jueves en el cine Gaumont. Allí veremos cómo a los 4 años las separan, luego de todo ese tiempo que comparten y construyen su relación.