La lucha y la palabra no se detienen

3 de julio de 2025 06:50 h

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Hace unos días, el pasado 28 de junio, marché por primera vez en la Marcha del Orgullo de Ciudad de México. Esta marcha, que se realiza desde 1979, una de las marchas con mayor antigüedad y trayectoria en latinoamérica, transita por Paseo de la Reforma bajo el lema “Diversidad sin fronteras. Justicia, resistencia y unidad”, y este año también exigió justicia para personas trans, migrantes y víctimas de discursos de odio. Vine invitada por un grupo de activistas trans para participar en el Museo Universitario del Chopo de la exposición Plasticidades Encarnadas y en el Museo de Arte Transfemenino (MAT) dirigido, dicho sea de paso, por dos personas trans, de la exposición Nota Rosa. María Belén Correa, donde también se realizó la presentación de la película Álbum de familia sobre Claudia Pía Baudracco. Fue la primera vez que recorrí CDMX con mayor profundidad, y me llamó la atención el mensaje de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien afirmó que el orgullo es un día de libertad y un avance hacia un país con más derechos. En esa plaza, entre cuerpos y colores, se sintió un aire de posibilidad y resistencia.

Pero esa sensación encontró sus bordes al salir de la capital: en México no existe una Ley de Identidad de Género a nivel federal, por ejemplo, y lo que se vive en la Ciudad no es la realidad de todo el país. Al día siguiente, la violencia golpeó: Jesús Laiza, activista LGBTIQ+, y su pareja Isaí López fueron asesinados cuando volvían de la marcha, su vehículo quedó sobre la carretera a El Carmen, en la frontera entre Tizayuca, Hidalgo, y Hueypoxtla, Edomex. La paradoja se hizo palpable: ver una “bandera humana de orgullo” masiva en el Zócalo, celebrar visibilidad y lucha, mientras afuera reinan la impunidad y el miedo. México fue espejo y advertencia al mismo tiempo de una historia ya conocida por nosotrxs: los derechos conquistados pueden brillar, pero son frágiles si no hay protección real.

La historia se repite, y la reconocemos enseguida. En Argentina se vacían las heladeras, se rematan empresas públicas, se humilla a quienes trabajaron toda su vida. Se cierran espacios culturales, se desmantelan políticas sociales, se celebra la crueldad. Todo avanza con una velocidad feroz: el fascismo se disfraza de libertad, se vuelve un espectáculo. Quizás México sea hoy la posibilidad de otro futuro, o quizás el fascismo venga también a arrasar con fuerza después de este avance progresista. Las cosas se repiten, sí, pero no del mismo modo. Y lo que veo en este momento que es nuestro bastión es seguir encontrándonos, resistiendo en conjunto, tendiendo puentes, apoyando a quienes quieren cambiar las cosas, creando, haciendo como hicimos siempre comunidad en la intemperie.

Esta columna es la última de esta serie, y marca para mí en lo personal el cierre de una etapa de dos años. Me despido de este espacio agradeciendo al diario y, sobre todo, a sus trabajadorxs, por brindarme la libertad de decir lo que quise y explorar temas que no siempre ocupan los titulares pero que construyen nuestra historia como comunidad y como pueblo. En este contexto de tanta precariedad que atraviesa el país, donde sostener estos espacios es cada vez más difícil, sé que nos seguiremos encontrando y construyendo desde otros lugares, porque la lucha y la palabra no se detienen.

MBC/AH/MG