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Y después es ahora Narraciones

Un tramo en el mundo

Varda Cuerno

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El otro día decíamos con Camila que sentíamos que estábamos trabajando mucho más pero que no nos rendía. No trabajar, sino la plata. Que por la cantidad de horas y de trabajos que tenemos o hacemos, ganamos exponencialmente menos que en otro momento.

“Con tu sueldo 100 trabajadoras y trabajadores informales tendrían su salario básico universal. Bájense el sueldo, dejen de derrochar, controlen a los evasores, sientan el dolor del Pueblo... y hagan las cuentas de nuevo”. 

Escribe Juan Grabois en su Twitter. Le está hablando a la vocera presidencial Gabriela Cerruti. No tengo twitter pero algunos trascienden. Sí estoy siempre atenta a las palabras y acciones de Grabois, contradicciones de por medio. Con lo del dolor del pueblo se refiere a un comentario de Kristalina Georgieva, la gerente del FMI, que dijo algo así como que el pueblo, en este caso el argentino, iba a tener que sentir dolor para que les cierren las cuentas a ellos, el FMI y los dueños del país. “Hagan las cuentas de nuevo” me da entusiasmo también, o esperanza más precisamente, de que haya cuentas que se puedan volver a hacer y den mejor esta vez, o de un modo más equitativo.

Leo acerca del salario mínimo universal, que es una de las cosas que reclama Grabois, argumentos en contra, otros a favor. Pienso que con un salario máximo universal ya nadie tendría que preocuparse por uno mínimo, porque estaría mejor repartido ese pastel.

En charlas con amigues peco de ingenua pronunciándome en contra de la propiedad privada o por lo menos de poseer en ausencia espacios que no se ocupan o en esto de establecer un tope para la ganancia individual. Nadie se formó solo en este mundo y por eso es absurdo que una cantidad absurda de riqueza se concentre en una sola persona si esa persona tuvo que ser parte de este mundo para ser un adulto y poder trabajar, cómo es que el beneficio de eso de repente puede pasar a ser individual. No me entra en la cabeza. Ahí la que desorbita los ojos soy yo. 

Veo “Visages, Villages” (2017), una película que hace Agnès Varda con el artista callejero JR, es una de las últimas películas de Varda. En esta ellxs recorren pueblos de Francia a bordo de una camioneta del artista callejero y retratan a sus pobladores, sobre todo en sus lugares de trabajo. Una de las primeras intervenciones que les vemos hacer es pegar unas gigantografías en papel blanco y negro sobre una calle de casas de ladrillo que pertenecieron a familias de mineros cuando había una mina que se explotaba en las inmediaciones. Ahora esas casas están vacías excepto por una en la que vive Jeanine. Su padre era minero y cuando todos se fueron ella decidió quedarse y vive ahí todavía. Dice que tiene demasiados recuerdos y que no se quiere ir. JR y su equipo imprimen unas imágenes gigantes de fotos de mineros en ropa de trabajo y las pegan sobre los muros. En el frente de la casa de Janine, pegan una foto gigante de ella misma, como un homenaje a aquella que no se fue.

Después, conocen a un granjero que trabaja solo porque las máquinas fueron reemplazando a los trabajadores de su finca, lo retratan y pegan una imagen gigante de su cuerpo entero en el frente de su granero: la imagen del hombre que ha quedado solo.

Y entonces hay un buen tramo de la película en el que se detienen a reflexionar acerca de los cuernos en cabras. Conocen un rebaño descornado, dicen sus dueñxs que les sacan los cuernos cuando son pequeñas porque las cabras son territoriales y peleadoras y que de ese modo evitan que se lastimen y, en definitiva, produzcan más. Varda queda un poco azorada porque dice amar las cabras y van a conocer a otra mujer que tiene otro rebaño, todos con sus cuernos puestos, y esta mujer dice que sí, que efectivamente se pelean pero que qué se le va a hacer, que las cabras tienen cuerno. Y cuenta también que ellos dejaron de usar las máquinas de ordeñe porque hacían demasiado ruido todo el tiempo y que eso también era contraproducente para las cabras y para ellxs y que volvieron al ordeñe manual y silencioso que de ese modo se vuelve placentero y satisfactorio para todxs.

Ahí JR le pega una gran cara de cabra con cuernos contra un muro a Varda que le gustan tanto y la fotografía tirada en el pasto, por delante de la foto y el muro.

En otro momento visitan una fábrica grande de químicos y hacen dos fotos grupales de los trabajadores en sus uniformes de trabajo: una gran foto grupal del turno mañana con los brazos alzados e inclinados hacia la izquierda y una gran foto grupal del turno tarde con los brazos alzados hacia la derecha. Después pegan ambas gigantografías en un pasillo de acceso a la fábrica, al aire libre y los trabajadores en las fotos parecen estar extendiendo sus manos hacia el otro turno. Cuando los trabajadores salen o entran se topan con su propia imagen en la pared. Uno de ellos pasa caminando ya habiendo terminado su turno, en su ropa de señor, mira la imagen, sonríe, se le nota la timidez, dice que es sorprendente y se dirige a Agnès y a JR y agrega “El arte también es para sorprender a la gente, ¿no?” y se da vuelta para irse a su casa, a su vida, y no espera respuesta de los cineastas, porque él ya se sorprendió.

Varda indaga seguido en el mundo del trabajo, de los trabajadores, es algo que le interesa. Bah, en realidad le interesa la gente en general y como el trabajo suele ser parte constitutiva de la gente y algo que los distingue, porque los hace sentir orgullosos o porque los oprime, es algo que aparece mucho en sus películas, que la gente hable de lo que hace. En Los espigadores y la espigadora (2000) y la secuela de esa película dos años después, conoce infinidad de gente que se dedica a las cosas más variadas. El punto de partida siempre es el de vivir de los deshechos, de lo que sobra, de lo que se derrocha pero en el camino es mucha la gente que tiene algo que contar.

Salvando las distancias de tiempo y género, la serie de John Wilson “How to with John Wilson” es genial a su modo pero con ecos de Varda. A diferencia de ella, John Wilson vive en Nueva York y, al igual que ella, es un filmador compulsivo. Un poco menos elocuente que ella pero también dotado de la curiosidad que lo hace derribar la barrera del espacio íntimo y preguntarle a la gente que se topa acerca de cosas que los sorprenden, o de su actividad. Wilson también toma temas y los despliega y va siguiendo el hilo de una idea, hasta que se encuentra con algo y pega un volantazo y va a parar a lugares insólitos e hilarantes, como una cena con bufete de una convención de referís de fútbol, donde él cree que va a encontrar la equidad encarnada y por el contrario se encuentra con un grupo de viles y corruptos que se desean el mal y que acaba con el robo de un silbato dorado que le habían entregado a uno como condecoración. La serie de Wilson tiene una acidez que las películas de Varda no, quizás a medio camino entre ella y Los Simpson o Manzana y Cebollín, o Clarence. Es como si John Wilson, después de mirar mucho Cartoon Network, se hubiera puesto a mirar su ciudad. Con todo, su show también es hermoso y lleno de humanidad y ternura y humor.

Sin duda somos afortunadxs lxs que podemos trabajar. Pero, ¿de qué estamos hablando cuando trabajar pasa a ser un privilegio en lugar de un derecho? En ese sentido, algo va a tener que moverse, cambiar, algo estructural. Ayer en una radio decían de este gobierno, o de cualquiera que esté de turno pero más de este porque es peronista, un periodista decía, ¿para qué quieren gobernar si no es para cambiar esa realidad? Y Nacho Levy de la Garganta Poderosa decía que los políticos devinieron en cabezones que hablan entre sí, y nadie cambia la realidad. Y hoy, en la misma radio, otro periodista decía, que frente a la pobreza todos los partidos deberían estar unidos y de acuerdo como frente al covid, algo así. Supongo que se refería a que debería ser uno de los temas principales de agenda porque, como en aquel caso, se trata de una cuestión de vida o muerte.

Y vuelvo a pensar en la posibilidad de que las cosas de verdad sean de otro modo, de que se pueda realmente cambiar la realidad, como dice esta gente, y siento que no es un movimiento tan gigante ni imposible y que a los ojos desorbitados y los “no se me ocurre cuál podría ser el camino” yo pienso y digo no sé, pero sentémonos a pensar, para poder hacer, y que no nos ahogue la desazón.

Y por suerte y porque las cosas sí pueden ser de otro modo y siempre hay gente que piensa y pensó antes y mejor, doy con una frase de Ursula K. Leguin en “Conversaciones sobre la escritura” que dice que “Si decimos que una historia se tiene que basar en el conflicto, limitamos enormemente nuestra visión del mundo […] Ver la vida como una batalla es tener una visión del mundo muy limitada, social-darwinista y muy masculina”.

En el taller de los lunes nos dimos cuenta el otro día de que en muchos de los materiales aparecen vínculos indescifrables: no son familiares, no son de amor romántico, no son posesivos, a veces empiezan como vínculos de trabajo pero se convierten en otra cosa, inclasificable también. Son nada más y nada menos que vínculos solidarios y empáticos, entre personas de distintas edades y géneros que comparten un tramo de su vida en el mundo. 

RP

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