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Y DESPUÉS ES AHORA

Hamburgo II: la vida de prestado

Gerd Roscher, en su moviola.

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Ni por dónde empezar, sé. Que los rodajes son como una pequeña vida de prestado dentro de la nuestra que tiene bastante de prestado también, ya lo sabía yo. Pero si además es en otro país, es una vida de prestado dentro de otra vida de prestado dentro de la propia que es la del préstamo más largo. Y si encima se filma en la casa real de una persona real, la sensación de enajenación y sumergimiento en un otro es aún mayor.

El documentalista alemán con el que vine a actuar/interactuar se llama Gerd Roscher y tiene 80 años. Estudió filosofía y después empezó a dar clases en la HFBK, la escuela superior de Bellas Artes de Hamburgo, que no tiene currícula y a la que se aplica con un proyecto. También hizo sus propias películas a lo largo de todos estos años, sobre todo documentales. Ahora filmamos en su casa como si fuera Buenos Aires porque es más fácil moverme a mi que a él, que vive con su su mujer. Con ellxs también vive la hija de ambos, que acaba de terminar la secundaria. Ellxs en el último tiempo viven más que nada en una casa en el bosque, muy cerca del Mar del Norte. En esa misma casa se organiza un festival de cine documental cada verano. Este año se hizo un par de semanas antes de mi visita, por eso aún había salchichas y cervezas, que pudimos degustar.

En ambas casas, la del bosque y la de Hamburgo, reina un caos muy particular y propio de esa familia.

En el equipo de filmación somos sólo 6 personas: la directora, el Df, el sonidista, el asistente, Gerd y yo. En la casa, de todos modos, están siempre Nadia, su mujer, y la mayoría de las veces, del otro lado del durlock, en su propio cuarto, se mueve la hija. Más un gato que anda desorientado, dice Nadia, porque hace poco se le murió el hermano gato y el compañero perro Pinto, un labrador gigante y anciano con rastas que fue el perro de compañía de todos durante muchos años. Nadia dice que ahora el gato anda desconcertado porque no tiene con quién jugar. Al mismo tiempo, en la casa, dos conejos, uno gris y otro blanco y negro, comen hierbas en sus jaulas, mientras el gato los mira, en busca de nuevos amigos. Los conejos, que son dos machos, cuenta Nadia, fueron rescatados por ella y su hija, porque sino se los iban a comer. Pertenecían a un hombre del campo que murió y remataban a los animales y ellas salvaron a estos dos. Ellas, ambas, son veganas, defensoras y amantes de los animales. En la casa de campo, los faisanes y las cabras andan libres y se pasean por la cocina y reciben queso de desayuno.

El día que visité el campo, a la entrada de la cocina había una gran cáscara de sandía toda comida con huellas de pico parejo, devorada por ese equipo animal. Las cabras, al igual que el perro Pinto, que sólo pude ver en fotos, llevan el pelo largo en forma de rasta, porque nadie se los va a cortar. En ambas casas, la del bosque y la de Hamburgo, reina un caos muy particular y propio de esa familia. Gerd no ve mucho, o ve poco, no se sabe bien qué ni cuánto ve. De repente parece no ver cosas que están claramente cerca suyo pero luego sí parece ver cosas muy pequeñas, no me quedó para nada claro exactamente qué ni cuánto puede ver; sí me quedó clarísimo que no tiene intención de hacer algo al respecto a saber, operarse o por lo menos usar gafas, nada de eso parece estar en su horizonte de acción.

Nosotrxs, entre medio y en medio de todo eso, de esa intimidad familiar, vamos filmando una película. Ellos nos abren todo, se ofrecen tal como son. Gerd actúa conmigo, hace un poco de sí mismo, yo también. Sólo que en alemán, que es mi primera segunda lengua, la lengua materna en el sentido más literal, en la que decidió hablarme siempre mi madre, hasta el día de hoy. Así que hago de un de mí misma corrido, de algo que podría haber sido, pero no fue, pero lo es ahora un poco en esta ficción. Él, a su vez, me trae a los hombres muertos de mi familia, que son casi todos, abuelo, abuelo, padre, todos muy del alemán, ninguno tan de la palabra ni articulado como este señor.

En la ficción hablamos sobre todo de la figura de Paul Zech, un escritor alemán que se exilió en Buenos Aires y escribió y murió acá. Gerd, a su vez, también anduvo por Buenos Aires a fines de los ochenta con la intención de seguirle la pista y hacer una película sobre él o su percepción de la ciudad. Y si bien aún tiene ese material en rollos de 16 mm, nunca hizo esa película y es de algún modo la tarea que le heredó a Laura, la directora, que ahora va tras esa misma pista.

Las razones por las que emigró Zech a la Argentina son dudosas, como casi todos sus datos biográficos. Se puede entreleer, que su modo fantasioso y farsesco no encontró su lugar en la comunidad alemana, tan adepta a la precisión

Del escritor Zech voy sabiendo que fue un gran pícaro que se las pasaba fabulando y adulteraba su biografía y todo tipo de cosas. Aparentemente sí fue un muy buen traductor y escritor pero en términos de veracidad, no era muy de fiar. No sé aún por qué le fascina tanto esa figura a Gerd, acaso acabemos descubriéndolo en esta película que se maneja en una doble temporalidad: ésta, la nuestra, y la de Zech.

Pienso que acaso haya una pista en una vida al margen de lo burgués, cosa que parece difícil de imaginar para nosotrxs acá cuando pensamos en un alemán en Alemania hoy. Pero si hay algo que se me hace patente en estos días con Gerd y su familia es que ese modo de habitar el mundo que ellos practican, y sin hacer discursos al respecto, está bastante al margen de lo burgués. En la casa, las cosas, los objetos, parecen tener una vida propia, no se limpia, no se ordena, o sólo un poco; mucho menos se le paga a alguien para hacerlo, se usa lo que se necesita en el momento en el que se lo necesita y ya. La misma decisión de no usar anteojos, o algo que le ayude a ver mejor, siendo director de cine, siento que tiene que ver con ese modo de vivir también, el de las cosas como van siendo, al margen de la productividad. El departamento mismo en el que viven en Hamburgo está en una fábrica de productos para pelo expropiada en los ‘80s. En ese momento la ocupó una comunidad de artistas y ahí siguen hasta hoy.

Las razones por las que emigró Zech a la Argentina son dudosas, como casi todos sus datos biográficos. Se puede entreleer, que su modo fantasioso y farsesco no encontró su lugar en la comunidad alemana, tan adepta a la precisión. Lo cierto es que por sus textos, tampoco acá terminó sintiéndose a gusto. Un hombre al margen de todo sistema, probablemente también eso haya seducido a Gerd, de esta figura tan ambigua e inclasificable.

RP

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