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Y DESPUÉS ES AHORA

Mi amigo grande

Carlos Defeo, Carli, y la autora.

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No puedo recordar cuándo conocí a Carlos Defeo, Carli. Imagino que habrá sido en el Sportivo teatral, la sala de Ricardo Bartís, pero no recuerdo exactamente el contexto. Como para que nos hiciéramos amigos. Con tanta diferencia de edad. Una amistad poco probable. ¿Pero, por qué? Imagino que coincidimos en fiestas, obras de teatro, en el Sportivo mismo pero me cuesta reconstruir de qué modo o en qué momento pasé a ir a su casa seguido y a compartir cosas con él.

Sí sé que debido a esa amistad, o por lo menos en parte, Carli vino a actuar con nosotrxs en una obra que escribió Santiago Gobernori que se llamaba Darío tiene momentos de soledad y que ensayábamos en la habitación de Santiago en el PH que compartimos en Caballito. Ahí Carli, que era jovencísimo a sus 35 pero era el grande de entre nosotros, hacía de un artista circense que junto a Ale Berón y a mí yiraba por la ruta después de haber desertado de un circo. En un momento, él tenía un monólogo en el que decía yo estudié con Fernández, no sé qué estoy haciendo acá, o algo por el estilo, y era un momento cómico porque claramente era el más formado y formal de entre nosotros, pero eso no lo detuvo a la hora de sumarse e improvisar como un niño puertas adentro de esa habitación. Estrenamos la obra en un festival del CC Ricardo Rojas en el 2002 y antes de eso hicimos un ensayo general en el patio del mismo PH al que invitamos a Javier Drolas, otro actor que entrenaba en el Sportivo en ese momento y que vivía pared mediante, en la misma propiedad horizontal. Esa clase de arrojo.

Al final de ese año Carlos y yo planeamos un viaje. Fuimos a Retiro a sacar los pasajes para el tren a Tucumán. No sé de dónde habríamos sacado la idea para esa aventura extrema. O si no extrema, por lo menos intensa. Sacamos pasaje para el 18 o el 19 de diciembre, la idea era pasar la Navidad y el Año Nuevo en el norte del país. Así que abordamos ese tren con nuestras mochilas y ansias de aventura a cuestas.

Tardamos 30 horas en llegar a Tucumán. Nada de ese trayecto fue como fantaseamos. Yo me había visualizado absorta en el paisaje, expectante de poder ver media Argentina por tierra, no imaginé que la mayor parte del trayecto el tren se desplazaría entre unos arbustos que no permitían ver más allá. Y a la altura de San Nicolás, justo antes de entrar a Rosario, es decir a un par de horas de Buenos Aires nomás, el tren arrolló a alguien en una moto y estuvimos horas detenidos sobre las vías, hasta que terminen de sacar todo lo que quedó debajo, según el guarda que fue vagón por vagón a explicar la situación.

Carli era bastante cabrón por momentos, se enojaba, o al menos conmigo, yo lo hacía enojar, no sé, no es fácil convivir, compartimos cuarto, compartimos todo

En Tucumán en diciembre hace un calor infernal. Nos alojamos en una mini habitación en una pensión con Carli, no recuerdo mucho de la ciudad, más allá de la casita tucumana, la humedad y el sopor. Y a los días ya nos fuimos para Tafí del Valle. Sí recuerdo ese ascenso por la montaña en el que el paisaje se modificaba tanto kilómetro a kilómetro, sobre todo la vegetación, aparecía esa selva de altura, húmeda y frondosa. Y ya en Tafí nos hicimos amigos de un grupo de franceses que estaban de intercambio en la Universidad Católica de Córdoba y plegamos el resto de nuestro viaje a ellos, primero sin quererlo y después ya como decisión. En Tafí, se alojaron en el mismo hospedaje que nosotros y cuando nos conocimos nos confesaron que cuando vieron nuestra puerta abierta y las dos camas individuales no habían podido conjeturar de qué se trataba nuestro vínculo, habían dado por sentado que éramos una pareja. Por el contrario a mí nuestro vínculo, esa amistad, me hacía sentir absolutamente autónoma y poderosa: viajo con mi amigo hombre 13 años mayor, ¿y qué?

Carli era bastante cabrón por momentos, se enojaba, o al menos conmigo, yo lo hacía enojar, no sé, no es fácil convivir, compartimos cuarto, compartimos todo. Una noche se había enojado mucho conmigo porque me había visto muy pendiente de los franceses, de qué hacían o dejaban de hacer, había estado ansiosa y a la noche, mientras cenábamos en un restaurante, me cagó a pedos, me cantó las cuarenta y me recuerdo diciéndole no sos mi papá para hablarme así y en ese momento su cara cambia por completo y yo no entiendo la razón de la transformación y me hace notar que me está sangrando la nariz, te está sangrando la nariz. La pelea me había hecho sangrar la nariz.

Después de esa noche nos acomodamos y plegar nuestro viaje al de los franceses fue una buena forma de descomprimir la convivencia entre nosotros, en varias ocasiones llegamos a compartir habitación: los tres franceses, el alemán que viajaba con ellos, Carli y yo. Una auténtica familia disfuncional. El viaje finalmente resultó de lo más aventurero y superador de cualquier expectativa porque realmente era de mochila y hacer dedo y recorrer la vieja Ruta 40 de ripio a bordo de la caja de una camioneta de lugareños.

Pasamos la Navidad en Cachi, en una misa en la capilla recubierta de tronco de cactus y con regalos de amigo invisible entre nuestra familia de ocasión; pasamos Año Nuevo en Iruya, una de las cosas más extremas que viví, nuestra extraña comitiva fue invitada a la casa de una señora lugareña, nos invitaba la comida, nosotros sólo teníamos que aportar la bebida, eso hicimos, compramos varias botellas de vino, llegamos a la hora citada, la señora nos abre, son un grupo de evangelistas abstemios que toman jugo en vasitos descartables, nos hacen lugar en una mesa en la terraza, nos sentimos ridículos con nuestras botellas en esa casa del señor.

Unos meses después tuvimos otra pelea con Carli, se enojó porque no estuve a la altura de algo o de varias cosas, me gritó por teléfono, yo también me enojé, o me ofendí, no hablamos por un tiempo, después nos arreglamos pero la amistad se diluyó.

Fui a verlo actuar algunas veces en estos años, recuerdo particularmente su trabajo en Estado de ira, de Ciro Zorzoli. No llegué a verlo en la que estaba haciendo ahora, la nueva de Bartís.

Carli murió el sábado pasado, a los 57, durmiendo en su cama.

En la época en la que nos veíamos Carli siempre andaba atemorizado por la muerte temprana y súbita de su padre, que murió de un paro a los 36, si no me equivoco. Porque en la época en la que nos veíamos Carli estaba cerca de cumplir esa edad y siempre estaba atemorizado por ese legado. 

Un duelo nuevo reactiva todos, siento, esos otros duelos con los que se aprende a convivir, pero que ni se apagan ni desaparecen

Tuvimos un último reencuentro en Caén, una ciudad a dos horas de París. Carli estaba ahí haciendo funciones de una obra de Copi dirigida por Marcilla Di Fonzo Bo y de casualidad yo estaba en la misma ciudad dirigiendo un semimontado de una obra de Santiago Loza. Me acompañaba mi mamá que me ayudaba con mi hijo Ramón que tenía dos años entonces, los del teatro nos habían prestado una casa para lxs tres. Una tarde salimos a pasear con Carlitos, Ramón, mi mamá, Carli empujaba ese carro con el niño y una vez más y en otro lugar, fuimos una familia, esta parecía una tipo si se la veía de afuera pero claro, no. Esta fue siempre nuestra familia teatral, una distinta y rara y anárquica.

El domingo me enteré de la muerte de Carli por Santi Gobernori que me escribió desde Madrid. Me dijo que se enteró de lo de Carli y pensó en mí. Qué de Carli, le pregunté yo, ya temiendo lo peor. Santi lamentó haberme dado la noticia, a mí me pareció apropiadísimo en nuestra narrativa personal. Y ahí como que algo se me bloqueó. Y descubrí una especie de mecanismo de bloqueo interno que es el de asimilar la noticia como si fuera una noticia y no tuviera que ver conmigo y no me pudiera herir. Carli, hace mucho que no lo veía, mirá vos. Pero esta vez ya no pude hacer ese bloqueo del todo, la muerte de Carli se instaló con fuerza y reclama estoica su cuota de dolor. Veo las fotos y comentarios de sus amigos en FB. Me siento cerca de cada uno de ellos. Un duelo nuevo reactiva todos, siento, esos otros duelos con los que se aprende a convivir, pero que ni se apagan ni desaparecen.

Porque, como dice la poeta Clara Muschietti en Podría llevar cierto tiempo:

Cuando algo importante se cae, se vuelve a caer todo lo 

importante que se cayó en el pasado.

RP

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