Cada vez es más común escuchar que personas jóvenes se enferman con gravedad. Una estadística muestra que, de aquí a unos años, vivir será equivalente a vivir enfermos.
“Vivir enfermos”, expresión que plantea el desafío contemporáneo de no identificarse con la enfermedad para poder vivirla. Este pasaje se resume en términos del movimiento de “soy (un) enfermo” a “estoy enfermo” –sin que la enfermedad me defina.
La cuestión, entonces, radica en cómo pensar ese modo de “estar” que se pone en juego con una enfermedad. Se trata de una capacidad. Porque, así como existe la capacidad de estar solos, también existe la capacidad de estar enfermo.
En general las capacidades tienen que ver con el “estar”. En nuestros modos afectivos se reconoce fácil, ya que algunos necesitan verbos activos (como amar), pero otros se realizan a través de una capacidad; por ejemplo “estar triste”.
“Estar triste” es mucho más difícil que amar. “Estar triste” a veces no es algo diferente a simplemente estar. Es como estar solo o estar enfermo, que suponen que nuestro psiquismo pueda regresionar sin fragmentarse –o sin recurrir a defensas primarias (como la negación, la manía, la proyección).
En el caso puntual de estar enfermos, la regresión depende del narcisismo (a diferencia de la regresión de estar solo que es pulsional). Para entender esto no hay más que pensar en qué le pasa a un niño cuando enferma: se vuelve mucho más niño.
Hay un chiste que habla de cómo los varones, cuando enfermamos, somos mucho más exagerados y dramáticos que las mujeres. Ser el falo de la madre (no “haberlo sido”, porque esta posición no se deja en la masculinidad) tiene consecuencias que traspasan cualquier edad.
Devenir niño con una enfermedad puede ser también un acto de duelo y reparación. Por eso la enfermedad tiene un costado virtuoso. No se la puede oponer a la salud: la capacidad de enfermar consiste en desarrollar una relación saludable con la enfermedad –aunque suene paradójico.
Hay niños que se enferman recurrentemente. Porque a veces es el único modo en que pueden crecer.
Cuando somos grandes, a veces nos enfermamos en situaciones muy puntuales. Por eso, aunque la enfermedad pueda ser un proceso orgánico, no deja tener condiciones psíquicas de las que suele ser importante hacer una lectura.
Con una enfermedad no se puede hacer una interpretación determinista (objetivista) ni mística (el clásico “me enfermé porque…”). Los dos puntos de vistan buscan justificaciones, cuando apenas nos queda –como ocurre en análisis– una interpretación de los efectos.
No podemos evitar una enfermedad. Ojalá nos encuentre en las mejores condiciones anímicas para transitarla.
LL/MF