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Opinión

De nazis a comunistas: el desquicio del debate público argentino

Fotograma del programa humorístico Peter Capusotto y sus videos

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Hace unos días Alberto Fernández emitió una sorprendente declaración: afirmó que no estaba en sus planes “imponer un régimen maoísta en Argentina”. Como si la implantación del comunismo estuviese en el horizonte de lo perfectamente posible en los dos años que le quedan de mandato y se viese en la urgencia de aclarar que elige no ir por ese camino. Más aún: como si algún país en el mundo estuviese hoy en esa encrucijada o lo hubiese estado en los últimos treinta años. Pero todavía, como si Fernández no se hubiese mostrado moderado hasta la exasperación desde que asumió el poder. Tanto, como para que la aclaración fuese, además de absurda, ociosa. 

Cuando eso decía el presidente caía lamentablemente en la trampa de lenguaje que le tendía la oposición, cuando salió a denunciar sus supuestas veleidades maoístas a propósito de su viaje a China. Que Fernández se detuviera allí a rendir el homenaje de rigor al prócer máximo de ese país fue suficiente para se lo acusara de comunista. ¡Admira a Mao!, ¡“comparte la ideología del Partido Comunista chino”!, titularon varios diarios. Incluso un grupo de diputados opositores elevó un pedido formal de informes para indagar si la Argentina efectivamente se encamina a un modelo maoísta. Parecían haber olvidado (o no les importó) que también Macri colocó una ofrenda floral en el mausoleo de Mao en ocasión de su visita a China en 2017. 

Las alarmas por el “peligro comunista”, que no se oían desde la Guerra Fría, son una de las novedades del escenario político reciente. Ausentes desde fines de la última dictadura, las volvimos a oír en estos pagos al comienzo de la pandemia.  Más precisamente, reaparecieron en el cacerolazo contra el gobierno del 7 de mayo de 2020, convocado ante la noticia de que se impulsaría un impuesto extraordinario pagadero por los súper ricos y ante la fake news de que se estaban liberando presos masivamente. En esa ocasión, fue la extrema derecha libertaría la que impulsó la insólita consigna “No al comunismo” que ahora retoman diputados de Cambiemos y que desde entonces se volvió moneda corriente en el debate público.

Es curioso, porque la acusación de “comunistas” estuvo conspicuamente ausente del repertorio de imprecaciones del antikirchnerismo en años anteriores. A los K se los acusaba por supuesto de “populistas”, pero no de comunistas. NI siquiera cuando expropiaban empresas o fondos de pensión. De hecho, la evocación corriente era exactamente la opuesta: antes de la victoria del PRO en 2015, la comparación del gobierno de Cristina Kirchner con el de Hitler fue casi cotidiana en boca del macrismo y sus aliados. Sturzenegger equiparaba a La Cámpora con las juventudes hitlerianas. Eduardo Amadeo a los K con el partido nazi. Y por supuesto Elisa Carrió no se quedó atrás. El periodismo tampoco: Néstor Kirchner apareció en uniforme nazi en la tapa de la revista Noticias, que también denunció que el entonces presidente planeaba crear un símil de la Gestapo. Por su parte Mariano Grondona y el diario La Nación dedicaron sendos editoriales a advertirle en 2013 a la ciudadanía que se vivían momentos similares a los del ascenso de Hitler. Nada menos.

Que en tan poco tiempo el kirchnerismo haya pasado de nazi a vector del comunismo es índice –uno más– de talante desquiciado que comenzó a asumir el debate público en la Argentina desde hace más de quince años. De hecho, ni siquiera está claro hoy que todos perciban que ambas acusaciones son diametralmente opuestas: el último disparate de los libertarios es afirmar que Hitler era en verdad de izquierda

No es creíble que haya error en esos usos trastornados de las palabras. Se trata más bien de una política deliberada de demolición de las categorías y de los saberes históricos que utilizamos para dar sentido a las cosas que nos pasan. Que hoy haya diputados de Cambiemos que se suban a la aplanadora del lenguaje que originalmente pusieron en marcha los liberales libertarios es indicativo de su propia derechización. O, para ser más preciso, de que ahora asumen orgullosos esa identidad que antes escatimaban al público. Irónicamente, pasan de acusar a los kirchneristas de ser una fuerza de derecha fascista a ser un vector de extrema izquierda comunista justo en el momento en el que nos enteramos, gracias a las grabaciones que dejó el aparato de vigilancia política ilegal que ellos mismos montaron, que fantaseaban con tener su propia Gestapo.

EA

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