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OPINION

El Eternauta ante la historia

Ricardo Darín, como Juan Salvo, en El Eternauta.

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Algún día un historiador escribirá una historia de nuestro país a través de El Eternauta. Si lo hace bien –como lo hizo mi colega Isabella Cosse con el bellísimo trabajo que le dedicó a Mafalda, otro ícono nacional– tendremos un gran libro.

Quien lo haga, seguramente se detendrá en la biografía temprana de Héctor Oesterheld, en su típica familia de clase media porteña, en sus estudios en la universidad pública y en el clima cultural de la Buenos Aires que lo vio nacer en 1919. Referirá sin dudas la extraordinaria modernidad y vitalidad cultural de esa ciudad, que a pesar de su carácter periférico fue escenario de innovaciones sorprendentes, como la primera película de dibujos animados del mundo y acaso la primera (o una de las primeras, el tema se discute) transmisiones de radio con fines de entretenimiento. En ese marco, destacará el carácter pionero de Oesterheld como autor de ciencia ficción en lengua castellana y el valor de su obra en el desarrollo del género a nivel internacional. Y también el de su dibujante estrella, Francisco Solano López.

Luego vendrá seguramente el análisis del Eternauta original, el que salió en 1957-1959, de sus sutiles referencias culturales y políticas, de sus alusiones veladas al imperialismo, más evidentes en la nueva versión de 1969. El rasgo más distintivo –la construcción de un héroe que no es individual, sino colectivo– aparecerá destacado aquí. 

No debería faltar la narración de los sucesivos emprendimientos editoriales y revistas de Oesterheld, de los problemas con sus editores y con los gobiernos militares. Podría contarse toda una historia política y económica de la Argentina en torno de sus dificultades y quiebras y, por supuesto, de las censuras y ataques. Ni que hablar de lo que viene luego. 

La radicalización progresiva de su posicionamiento político, a medida que las élites argentinas y los militares vayan sumergiendo el país en la violencia, será un eje inevitable. Vendrá también el capítulo sobre su ingreso (y el de sus hijas) a Montoneros y la publicación de El Eternauta II en 1976, con un marcado cambio de tono que refleja esa radicalización del autor. Seguirá la historia de la prohibición de su obra y su secuestro, desaparición y seguro asesinato a manos de la dictadura, y de la desaparición de sus cuatro hijas. El asesinato de un creador cultural increíble, único, y la devastación de una familia entera como símbolo de la devastación de un país. Luego, la incansable manera en que su esposa, Elsa Sánchez, buscó a todos ellos primero y, junto con las Abuelas de Plaza de Mayo, a dos de sus nietos, nacidos en cautiverio, que todavía no aparecen, podría ser el marco para contar la historia de la Argentina post dictadura.

La diversas reversiones y continuaciones de El Eternauta producidas luego del asesinato de Oesterheld, cada una con su propia conexión con el momento político, seguramente atraerán la atención del historiador o historiadora. Las alusiones a la devastación Menemista, continuidad de la de la dictadura, serán muy evidentes. No escapará de su ojo la conexión de la obra con el surgimiento del kirchnerismo, y el modo en que los militantes de esa orientación imaginaron un “Nestornauta” liderando la lucha contra la invasión neoliberal. El nuevo intento de censura de la obra por parte de Mauricio Macri en 2012 no pasará inadvertido. 

Y llegará finalmente el capítulo sobre la adaptación para las pantallas, los proyectos frustrados, hasta la exitosa serie que acaba de estrenar Netflix y que termina de convertir a El Eternauta (como Mafalda) en un ícono internacional. Los deslizamientos de sentido político visibles en la adaptación de Bruno Stagnaro dan para un largo tratamiento. Notará la historiadora o historiador las referencias a la rebelión de 2001, su continuidad en el presente y la invasión extraterrestre como metáfora de la reacción ultraderechista en la que estamos inmersos. La compasión de los personajes, el héroe colectivo y la alianza entre clase media y clase baja y con los migrantes, puestos en primer plano por decisión de Stagnaro, funcionan como una crítica bastante evidente a los tiempos de individualismo facho y discriminación que vive hoy nuestro país. Sin dudas, habrá una referencia a la manera magistral en la que el episodio 3 se las arregla para aludir de manera explícita a los principales conceptos del discurso de la extrema derecha: libertad, mercado, seguridad, propiedad. Acaso se aludirá también al posicionamiento contra la violencia en el rechazo inicial de Salvo a portar armas (que contradice la premura del original) y al mayor protagonismo de las mujeres.  

Si al historiador o historiadora le queda espacio, se divertirá brevemente con el modo típicamente bobo, a tono con la época, en que algunos militantes libertarios intentaron desacreditar la serie, mientras que otros quisieron usar el éxito del producto de Netflix como ejemplo de las virtudes del mercado y contrastarlo con la supuesta inutilidad del INCAA. ¡Justo esta serie, dirigida por un creador cuya carrera habría sido impensable sin el Estado! Stagnaro, en efecto, hizo el secundario en una escuela pública, estudió cine en el ENERC (que es estatal y depende del INCAA), e hizo su carrera gracias al apoyo del INCAA y de la TV Pública. Buena parte de su equipo técnico hizo recorridos similares. Como si eso fuera poco, la propia serie de Netflix contó con financiamiento de varios Estados, incluido el argentino. Y podría irse más lejos. Sin dudas, a su éxito contribuyó también el reconocimiento internacional de Ricardo Darín. Ese reconocimiento le viene de su protagónico en Nueve Reinas (2000) y luego en la ganadora del Oscar El Secreto de sus ojos (2009), ambas producidas con financiamiento del INCAA. Como suele pasar, el sector privado (en este caso Netflix) entra a último momento para cosechar los frutos de una larga inversión pública en recursos humanos y saberes, que el empresario aprovecha gratis.

Como broche de oro de su obra, la historiadora o historiador podría ensayar un epílogo que reflexione acerca de cómo sería el mundo si la ciencia ficción predominante hubiese surgido de las periferias. Cómo sería si países como el nuestro hubiesen tenido la capacidad de colocar más ficciones de alcance global. Si sus gobiernos no hubiesen censurado, quitado los pocos recursos disponibles o incluso asesinado a los creadores capaces de hacerlo. Cómo sería el mundo si hubiese dominado la ciencia ficción que aportamos desde el sur con El Eternauta, con ese héroe colectivo popular y con esas escenas de apoyo mutuo que contrastan con el predominio de ese héroe individual que solo puede imaginar al Otro como un zombi o como un enemigo, típico de los dramas postapocalípticos. Cómo sería nuestro mundo con ficciones en las que lugares como Yakarta o Kinsasa no apareciesen apenas como sitios en los que se originó el peligro mortal y en las que la humanidad pudiese ser salvada no solo desde Nueva York o Los Ángeles, sino también desde Buenos Aires, El Cairo o Nairobi.

Como cierre, el libro podría invitarnos a tomar la insistencia de El Eternauta en nuestra historia como un signo, el mensaje en una cápsula que como sociedad protegemos del olvido, porque continuamente nos piden que lo olvidemos. Nadie se salva solo.

EA/DTC

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