Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
María Zentner, tarde pero segura

La primera observación que surge de sus labios nomás abrir el Zoom para dar comienzo a nuestro encuentro, es cómo va a ser el título de la nota (uy, ay, hoy están leyendo la última entrevista de esta sección que comenzó el sábado 13 de septiembre con Alfredo Rosso). “Me da curiosidad la frase que va a venir después de la coma en el título”, me dice María Zentner (Buenos Aires, 1978). “Tarde pero segura”, le respondo. “Pensé en ‘Cosecha tardía’”, subraya acompañando la idea con una risa estentórea.
Su titular hace referencia a un hecho puntual: Zentner empezó de grande en el periodismo. “Todas las cosas que hice ligadas a la escritura las empecé de grande. Entonces, el approach es otro. La mentalidad es otra. Lo hacés porque querés, no por un mandato o lo que sea. La mejor parte de lo que aprendí en la UNA (Universidad Nacional de las Artes) –y que es lo que más aplico en mis textos– es no analizar intenciones, sino aquello que aparece en la superficie del discurso. Y si bien parece una tontería, para la práctica, sobre todo a la hora de hacer reseñas, me sirve un montón. Por eso la carrera está en cada cosa que escribo”, dirá en algún tramo de la conversación.
Al regreso de España en 2009, después de haber trabajando en el universo gastronómico por más de una década, el volantazo existencial la llevará a arrancar con treinta y un años la carrera de Periodismo en TEA. Y luego continuar la licenciatura en Crítica de Artes en la UNA, que le dará el plafón justo y necesario para aplicar en sus estilizadas intervenciones periodísticas. Primero, en la sección de Cultura y Espectáculos de Página/12, y más acá en el tiempo en Tiempo Argentino y LaAgenda.
“En nuestro aparato crítico, el ritmo no perdona. Así como no nos perdonó a nosotros mismos como autores, al tener que enfrentarnos a la vorágine de escribir sobre algo vivo: una suerte de prueba sobre los desafíos de la escritura en un mundo de tiempos descartables, un mundo en el que la excitación puede resultar vana en cuestión de días”, deslizan al principio del flamante El tiempo no perdona (Caja Negra) Camila Caamaño y Amadeo Gandolfo en la puesta en abismo del auge, desarrollo y decadencia del trap en Argentina.
La crítica musical y las posibilidades que implica tener todo a mano es uno de los ítems que Zentner resaltará en esta entrevista. Como también el hecho de escribir sabiendo que la excitación puede ser vana en cuestión de días, pero quién te quita lo escrito. Como ese mensaje que le dejó una lectora hace poco en sus redes: “Tus notas me hicieron ir a escuchar cosas que no escucharía si no fuera por esa puertita que abrís (la última, la de Tiempo Argentino en la que comparabas los discos de Lali y Cazzu)”.
- Yo estaba en sexto año del secundario –que era compatible con el CBC– y empecé a trabajar en Michelangelo, un restaurante en el que Francis Mallmann había pedido personas jóvenes sin ningún tipo de experiencia en gastronomía aunque con algún tipo de contacto con el arte. Y Francis nos dijo: “Mi cocina es una arte, servirla tiene que ser una arte”. Él quería desacartonar el servicio del restaurant y fuimos su invento.
En un restaurante en los años 90 se ganaba mucha plata si eras una persona tan joven. Y de a poquito fui dejando la facultad. A su vez, me movía en un círculo de gente que tenía su swing y con la que salíamos mucho, mucha noche. Eso se transformó en mi vida. Y gracias a que estaba trabajando en Olsen en Palermo, me fui a manejar el restaurante que abrieron en Madrid. En esa época, yo estaba convencida de que la gastronomía era lo mejor del mundo: podías ir a restaurantes buenísimos, comer y beber riquísimo, y tenías como cierto no sé qué.
- Pero pasaron cosas…
- En España me encontré con que ser camarero es ser camarero y ser la jefa de los camareros es ser la jefa de los camareros. Es un trabajo horrible. Yo me fui de acá en 2004 pero en 2009 se me desarmó todo lo que tenía allá: me separé, me quedé sin laburo. Al regresar a Argentina, yo había cambiado mi mentalidad. Con treinta y un años,. me anoté en TEA después de haber pensado: “Me gusta mucho la historia, me gusta mucho leer, me gusta escribir, pero el periodismo es como escribir la historia mientras va ocurriendo”. En segundo año tuve Periodismo Cultural con Roque Casciero –editor en esa época y también en la actualidad de Cultura y Espectáculos de Página/12– y él me dice: “Che, mandate un sumario porque estás para escribir.” Yo le dije: “¿Qué? ¿Cómo? No, si yo todavía no estoy preparada. Tengo que hacer cinco carreras antes”. (Risas) Así que envié un sumario y empecé a escribir en esa sección, donde estuve diez años. La primera nota que hice fue sobre jam sessions en Buenos Aires y fui a siete. O sea, estuve un mes trabajando para esa nota, ¡un mes!
Me cuesta mucho cada una de las que realizo. Las sufro mucho. Paso por un montón de estados emocionales con respecto a la nota en sí misma, pero cada una es mi bebé. Creo que el hecho de haber empezado tarde en este universo, no estar tan cansada, desgastada o habituada, hace todo más fácil. Además, como no vivo de esto y tengo otros tiempos, mis notas están leídas y releídas y las dejo descansar un rato largo; cosa que una persona que vive de esto no puede hacer, lamentablemente.
- Se nota y mucho ese pulido, esos tiempos de decantación. Ahora bien, ¿cómo siguió tu formación?
- Cuando terminé en TEA, hice la licenciatura en Crítica de Artes en la UNA. Eso me cambió mucho la manera de encarar cualquier tipo de discurso artístico a la hora de escribir un ensayo, de hacer una reseña o de realizar una entrevista. Me dio una caja de herramientas espectaculares. A mí me parece que lo que me hizo ver la Matrix de todo es que la carrera está construida alrededor de la semiótica. En ese punto, fueron cruciales las lecturas de (Charles Sanders) Peirce y de (Eliseo) Verón. No me doy cuenta de cómo ocurre, pero construyo la estructura del análisis de lo que estoy viendo a partir de esa disposición que aprendí: el armado retórico - temático - enunciativo. El resultado de todo esto soy yo hoy en día.
- ¿Este engranaje y respaldo teórico fue variando algo en tu forma de plantearte la producción de una nota?
- Si bien escribo una nota por mes o dos, las hago todavía como la primera vez. (Risas) O sea, no logré saltarme al próximo estadio de periodista con algún tipo de cancha. Yo me pongo renerviosa con las entrevistas, estoy muy ansiosa cuando voy a cubrir algo. Lo único que disfruto es escribir esa nota. El día anterior me voy a dormir pensando pensando pensando pensando pensando pensando, pero al siguiente me siento a trabajar y sale la nota de un tirón. En general, como a los artistas muchas veces les hacen entrevistas personas que tal vez no pudieron leer el libro o escuchar el disco enteros por la precarización laboral y la inmediatez propia de estos días, y como yo voy con toda una conclusión hecha y derecha, ellos se quedan descolocados. Hay una parte del análisis de los discursos artísticos que no la puedo no hacer. Es decir, es como me caí en la marmita de eso y ya lo veo de esa manera.
En cierto punto, la técnica musical no me importa demasiado porque no me interesa quitarle la magia que tiene la música y que la hace tan especial. En cambio, la semiótica a eso no te lo saca. La técnica musical creo que te hace ver un poco como entre bambalinas. En cambio, la semiótica te da una capa más. Ves algo más.
- ¿Cómo aparece la crítica musical en tu vida?
- La música está en mi vida porque mi mamá y mi papá son músicos. Nací en una casa llena de música. Además, mis viejos tenían una disquería que se llamaba Hamelin. Primero estuvo al lado del Barbaro en pleno microcentro porteño y después hasta 1989 en la galería Vía Bianca, en Santa Fe y Montevideo. En mi casa siempre había gente ensayando, música y discos, y es algo que está en mi vida desde siempre. Quizá yo sé más de música en tanto teoría y partituras de lo que pienso. (Risas)
- Hay algo en tu escritura que es como la continuidad del relámpago de la música.
- Pienso que tal vez es como una salida por la tangente del mandato familiar. Digo, no me voy a poner a hacer música, pero hablo de música como otros la hacen, con ese vínculo afectivo con lo que estoy produciendo. En todo caso, en esta época en que nadie tiene mucho tiempo para leer –y donde está todo al alcance de todos–, lo único que podemos brindar las personas que escribimos sobre lo que hacen otras personas es un punto de vista, una mirada y una escritura que te den ganas de seguir leyendo. Porque al show lo buscás en YouTube o en algún lado y seguramente lo encontrarás, no vas a necesitar que yo te lo reseñe.
La única arma que nos queda es el pensamiento y un poco de belleza en la escritura que justifique que alguien elija lo que lo que escribiste para enterarse de lo que pasó. En definitiva, mis notas no son ni obras de arte ni ficción; están hablando siempre de lo que hizo otro. El cuidado más grande que hay que tener con eso es siempre recordar que el protagonista es el objeto que estás estás tratando de traducir y no lo que yo tenga para decir en torno a él.
- ¿Cómo dialogás con esa tradición de voces femeninas que se viene forjando con tanto peso en la última década, incluido el grupo de periodistas Música, maestra?
- Me parece que nosotras –el grupo Música, maestra– nunca nos imaginamos que iba a ser tan enriquecedor como lo está siendo. Creo que con todas las que hables, por lo menos esa es mi sensación, todas nos volvimos mucho más activas. Todas nos ayudamos un montón. Cuando yo empecé a escribir en Página/12, había muchos hombres antes que yo para cubrir las cosas más interesantes; además, los dos editores –tanto Roque (Casciero) como Eduardo Fabregat– son periodistas de música, de rock. En ese marco, no es que no fueran generosos –Roque fue quien me descubrió y siempre fue de bancarme–, pero la realidad es que estábamos a los codazos por las notas que aparecían. Y, en general, ser la última que arribó a la sección y ser mujer, a mí me intervenía; o sea, la sociedad era así.
Pero al encontrarme con Música, maestra, me hizo ver que existe otro tipo de vínculo, de acompañarnos y no competir. Porque también cada una está en una situación muy diferente, de edades, de relación con el periodismo. A mi escritura, sin dudas, se le abrió otro costado. Sobre todo porque siempre fui muy insegura y muy quedada; y la manera en que empecé a animarme, a escribir de otra forma, tiene que ver con el impulso que me dio este grupo. La mirada de ellas es otra y es una mirada que florece. Esta conversación que estamos teniendo, no existiría sin Música, maestra.
- Alguien me ha dicho que esta serie de entrevistas es una suerte de arqueología de fósiles. (Risas)
- Yo ante cada nota que realizo, paso por varios estados. Desde el entusiasmo porque la quiero hacer a preguntas como: “¿Por qué hago esto? ¿Para qué, si nadie lee?”. Y así. (Risas) En mi caso, que no vivo de esto –trabajo en la Casa Nacional del Bicentenario en el área de prensa, y pese a estar rodeada de arte, no deja de ser un laburo de oficina–, seguramente tenga que ver con esa persona que toca la guitarra en la casa sola y no vive de la música, pero que de alguna manera lo tiene que hacer. Hay algo en lo que nos empecinamos al seguir escribiendo, de la forma en que lo hacemos, que nos pone en contacto con algo que no es tan gris y opaco como lo es el día a día. En ese sentido se puede relacionar con la práctica artística y con mantener la llama viva.
- ¿Cómo escuchás a la escena postpunkdémica?
- El otro día escuché a alguien diciendo que ser pesimista es lo más fácil porque es como quejarse todo el tiempo. Listo, así obturás cualquier posibilidad. Y yo, por más que todo resulte muy dificultoso y con muchos obstáculos, sigo siendo optimista; ahora estamos en el extremo más extremo del péndulo y no le queda otra de llegar al otro lado y volver. En ese punto, todo lo que pasa con la movida de Dum Chica, Mujer Cebra, Las Tussi, todas esas bandas, me vuelve loca. Quizá no me pongo un disco, pero las voy a escuchar y me relajo. No todo está perdido. El rock no se murió, no se va a morir. Recordemos que nació como una cosa pequeña y contracultural, si se puso mainstream en un momento fue por una cuestión coyuntural, pero la música mainstream siempre fue otra.
- A veces la cantidad de información musical es apabullante, ¿cuál tendría que ser el papel de la crítica?
- Mi ilusión es que nuestra práctica siga siendo relevante, no a pesar de que tenés todo a mano, sino justamente porque tenés todo a mano. Antes tenías la historia de una persona juntando la plata, esperando que salga tal disco; hoy, la realidad es otra. Ahora todos los viernes salen novecientos discos.Todos nos vamos cansando de la cosa impuesta por la tecnología. A la gente más joven también le va a pasar. Es imposible estar al día con todo. Pero poner algo de tu pensamiento a propósito de algo que vio o que escuchó todo el mundo, es lo que lo hace diferente. El tema es que haya personas interesadas en enterarse de cuál es tu mirada, pero en un punto es la imagen del árbol que se cae en el bosque.
Gracias infinitas a todas las personas que nos leyeron en este año de vida de Soy parte del mar. Esperemos ser libro.
Sobre este blog
Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
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