Trump se puso al frente de la campaña de Milei y redujo la cumbre bilateral a un almuerzo

Apenas un paso raudo por el Salón Oval, sin anuncios concretos. Y una frase que lo resumió todo: “El presidente debería ganar. Si gana, vamos a ser muy útiles, y si no gana no vamos a perder nuestro tiempo”. Donald Trump se lo dijo sin rodeos a Javier Milei, sentado enfrente suyo, en un salón menor del Ala Oeste de la Casa Blanca. En apenas veinte palabras, dichas en medio de un almuerzo de trabajo y en conferencia de prensa, el republicano convirtió una visita oficial en un acto de campaña. El mandatario argentino fue a buscar un respaldo internacional, pero se llevó una advertencia envuelta en elogio.
A las 13.38 hora local, con casi cuarenta minutos de retraso, Milei llegó al centro del poder norteamericano. Trump lo esperaba de pie, rodeado de banderas de ambos países. “Encantado de que esté aquí”, dijo ante los periodistas, antes de un apretón de manos breve y contenido. En la Casa Rosada imaginaban esa escena el salón principal de la Casa Blanca. Pero minutos antes, el gobierno estadounidense había confirmado que la reunión sería en un lugar reservado para reuniones de trabajo. Un gesto menor en el protocolo, pero cargado de simbolismo: Trump lo recibiría como aliado, no como par.

La cumbre duró poco más de una hora y se pareció más a un encuentro político que a una bilateral. Milei habló apenas unos minutos al comienzo, escoltado por su hermana Karina, Patricia Bullrich, Luis Caputo, Santiago Bausili, el canciller Gerardo Werthein y el embajador Alejandro “Alec” Oxenford. Agradeció el respaldo financiero y destacó la “hermandad entre ambas naciones”. Después, guardó silencio. Trump tomó la palabra y no la soltó. “Estamos acá para darte apoyo para las próximas elecciones. Si a la Argentina le va bien, otros países lo seguirán. Pero si no gana, no contará con nosotros”, dijo, frente a los fotógrafos y periodistas, en tono de padrino político.
El mensaje no dejaba lugar a interpretaciones. Trump lo apoyaba, pero bajo condiciones: gobernabilidad, disciplina fiscal y continuidad del modelo. “Quiero ver a la Argentina exitosa y creo que el liderazgo de Milei lo puede lograr. Va en la dirección correcta”, repitió ante los presentes, como si hablara tanto para el visitante como para su propio público. El respaldo financiero, la empatía ideológica y la foto en Washington quedaban subordinados a un único objetivo: que Milei gane el próximo 26 de octubre.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, fue el otro protagonista. Elogió el programa económico del Gobierno, garantizó la continuidad del swap por US$ 20.000 millones y destacó la coordinación técnica con el Banco Central. Habló de “una relación madura” entre ambos países y aseguró que “todas las herramientas de estabilización están disponibles”. Pero también marcó límites. Cuando un periodista preguntó si la ayuda de Estados Unidos a la Argentina estaba condicionada a un quiebre con China, Bessent se adelantó a responder: “No nos preocupan los swaps, nos preocupan las bases militares”. Trump lo siguió con su estilo: “Hay que tener cuidado con China; a veces se pone en una postura muy dura”,
Sin embargo, más allá del despliegue, no hubo anuncios concretos. En la agenda económica, el Gobierno argentino buscaba precisiones sobre el swap y sobre una posible reducción de aranceles —hoy del 10%— para ciertos productos nacionales, un beneficio que permitiría a algunos sectores ganar competitividad en el mercado norteamericano. En los hechos, se trató de conversaciones preliminares, sin compromisos cerrados.

El Gobierno intentó capitalizar el gesto político. “Es un espaldarazo enorme”, dijo un funcionario libertario que trajina los pasillos de Balcarce 50. En la Casa Rosada, la lectura oficial fue optimista: el viaje sirvió para consolidar el vínculo con el Tesoro y reforzar la alianza con Estados Unidos de cara a la recta final electoral. “La importancia no la define el lugar, sino el gesto”, insistieron cerca del Presidente.
El viaje a Washington fue el broche de una secuencia cuidadosamente montada. Detrás del operativo diplomático, la “embajada paralela” libertaria operó en silencio para asegurar una puesta en escena favorable. El asesor Santiago Caputo, que había llegado antes que la comitiva oficial, mantuvo en las últimas semanas reuniones con el estratega republicano Barry Bennett y con empresarios ligados al lobista Leonardo Scatturice, un argentino radicado en Florida con negocios con la SIDE y vínculos con el trumpismo. Ese entramado de política, lobby y negocios volvió a activarse durante la visita y funciona hoy como un canal no formal de diálogo entre Buenos Aires y Washington, tan influyente como incómodo para la diplomacia tradicional.

Antes de viajar, Milei había prometido una “avalancha de dólares”. “Nos van a salir por las orejas”, dijo en una entrevista con El Observador, convencido de que el apoyo de Trump y del Tesoro norteamericano podía transformarse en oxígeno político. Federico Sturzenegger, por su parte, reforzó esa idea: “Vamos a tener un acuerdo comercial inédito que permitirá acceso privilegiado al mercado norteamericano”. Pero en Washington no hubo confirmaciones ni anuncios.
En el oficialismo celebraron el encuentro y minimizaron los matices. En los hechos, Trump le entregó a Milei una validación clave antes de las legislativas del 26 de octubre. Pero también le marcó límites. Entre la diplomacia formal y la estrategia electoral, el libertario consolidó su alianza con Washington a costa de algo más profundo: la autonomía de su propio relato.
PL/CRM
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