Pueden ser amables, buenos compañeros de trabajo, amorosos, divertidos, comprometidos con esta causa o la otra, votar a un partido o a otro; ser jueces, albañiles, periodistas, médicos o repartidores: los agresores machistas son hombres 'normales' con todo tipo de cualidades, ocupaciones o ideología. Frente a la idea aún extendida de que existe un perfil más o menos concreto de hombre que ejerce violencia machista o de que es un arrebato o una enfermedad mental lo que está detrás de un asesinato, la evidencia muestra exactamente lo contrario.
“No hay perfil de maltratador ni lo habrá: son hombres normales. Simpáticos, cariñosos... seguimos transmitiendo la normalidad que define a esa persona como si fuera algo incompatible con la violencia de género cuando es lo contrario, totalmente compatible con la violencia de género”, resume el forense Miguel Lorente, que fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género (un órgano del Ministerio de Igualdad en España) y dedicó parte de su carrera a estudiar a los agresores machistas y a analizar los asesinatos.
"No hay perfil de maltratador ni lo habrá: son hombres normales. Simpáticos, cariñosos... seguimos transmitiendo la normalidad que define a esa persona como si fuera algo incompatible con la violencia de género cuando es lo contrario, totalmente compatible con la violencia de género
Hace años, cuando comenzaba sus investigaciones al respecto, recuerda, era habitual que en medios de comunicación e incluso en juicios le preguntaran si un hombre “tenía” el perfil de maltratador. “Hasta que me cansé y un día dije sí, existe el perfil y tiene tres características: hombre, varón, de sexo masculino”, señala. Porque detrás de la violencia de género no hay un perfil concreto de personalidad o de nivel sociocultural, dice la psicóloga especializada en violencias machistas Olga Barroso, sino la interiorización, consciente o no, de un patrón de pensamiento, de una estructura emocional: la que asume que la posición de las mujeres en las relaciones afectivas está subordinada a los hombres.
El último caso que ejemplifica de qué manera seguimos malinterpretando cómo funciona la violencia de género y quién la ejerce es el de Alpedrete: su alcalde, Juan Fernández Rodríguez, aseguraba que el hombre que había matado a su mujer de 50 puñaladas “la quería” y que había “sucumbido a la presión” de sus circunstancias personales. “No veo violencia de género”, remataba el alcalde, que aseguraba que en ese asesinato no había “odio”.
Olga Barroso, autora también de El amor no maltrata (Shackelton, 2024) recuerda que un maltratador es un hombre que solo suele mostrar su violencia con la mujer, “con lo cual lo que la mayoría de gente ve es un buen hombre... un buen hombre en el contexto en el que le ven”. “Eso no quita que agreda a una mujer. Esa es la idea que tenemos que romper: contigo o en ese contexto ese hombre se puede estar portando bien, pero eso no quita que no esté agrediendo a una mujer”. La causa de la violencia de género no es ninguna enfermedad ni el consumo de alcohol o sustancias. “La causa es relacionarte con tu pareja de una manera que busque su subordinación, eso es lo que lleva a que un hombre esté dispuesto a emitir violencia para conseguirlo. Puede que muchos hombres crean que no están ejerciendo violencia, pero lo hacen: insultar, pegar o matar es lo que se ve, pero el maltrato no es solo eso, es creer que en una relación la mujer orbita en relación a ti y estar dispuesto a emitir agresiones para conseguir situarla ahí”, explica Barroso.
Una distorsión en el enfoque
La masculinidad se construye sobre esa idea de dominación. “No hace falta que tengas una intención de dominar para que llegues a hacerlo, sino que hayas asumido esa posición social. La cultura te pone ahí y tienes que hacer un esfuerzo por retirarte de esa posición”, señala Barroso. El consumo de sustancias o la presencia de trastornos psicológicos puede influir “en la forma de ejercer la violencia, pero no en ejercerla en sí”, añade Miguel Lorente. Es decir, las sustancias o la enfermedad pueden hacer que el maltratador se desinhiba y ejerza la violencia más frecuentemente o de forma más intensa, pero no es lo que hace que ese hombre decida ejercerla.
"Lo que la mayoría de gente ve es un buen hombre... un buen hombre en el contexto en el que le ven. Eso no quita que agreda a una mujer. Esa es la idea que tenemos que romper: contigo o en ese contexto ese hombre se puede estar portando bien, pero eso no quita que no esté agrediendo a una mujer
“No existe un tipo de violencia con tantos homicidios al año, ¿cómo es posible que no genere una concienciación directa? Porque tenemos un problema de distorsión a la hora de enfocar la violencia de género, porque funciona un estereotipo: que es un problema de determinados hombres, unos pocos monstruos o locos o borrachos, un problema marcado por el contexto de esos hombres y no por su voluntad de ejercerla”, argumenta el forense, que insiste en que el objetivo de esta violencia es el control, el dominio y la imposición. La presencia de estas ideas, continúa, hace que en muchas ocasiones esta violencia solo se identifique cuando encaja con un estereotipo muy concreto.
La abogada especializada en violencia de género Sandra Burgos insiste en que esas ideas preconcebidas sobre quién puede ser un maltratador y cómo son las víctimas influye a la hora de pedir ayuda y de acceder a la justicia. “Ocurre que la víctima no se autoidentifica como tal, porque hay una normalización de la violencia y ellas se echan la culpa de lo que sucede. Y ocurre en el maltratador: me ha pasado recientemente en un caso con un acusado médico, exitoso, por todo el mundo daría la cara. La gente dice 'es imposible'. Si yo llevo un acusado con pintas, tatuado, que consume sustancias... eso predispone a la condena. Si llevas a un médico o a un ingeniero, a un hombre que habla bien, a no ser que lleves un parte de lesiones muy contundente sabes que tienes poco que hacer”. Burgos subraya que se ha encontrado con todo tipo de hombres acusados, “de todas las capas sociales, orígenes, formaciones”, e insiste en que el problema de fondo es un patriarcado transversal que inculca en los hombres la idea de control y sometimiento.
Ningún agresor maltrata todo el rato
Otro de los tópicos acerca de los hombres que ejercen violencia de género es el que los muestra como permanentemente agresivos. Lo explica Olga Barroso: “Un maltratador no siempre ejerce violencia, el patrón es una mezcla de un montón de conductas positivas, agradables y adecuadas con otros momentos en los que sí hay esas agresiones, sean del tipo que sean. Las agresiones no vienen en sí por hacerte daño, sino por colocarte en una posición, por lo que solo las van a emitir en ciertos momentos. Si no les hace falta porque, por ejemplo, la mujer ya está ahí no lo hacen. Por otro lado, también se comportan así para que su víctima se quede. Tienes que ser positivo y amable, portarte bien para luego sostener la violencia, y también porque ese hombre a veces está feliz, a gusto, o quiere cariño”. Esa mezcla de comportamientos hace que las mujeres que la sufren desarrollen una “disonancia cognitiva”, como la define Miguel Lorente.
"Un maltratador no siempre ejerce violencia, el patrón es una mezcla de un montón de conductas positivas, agradables y adecuadas con otros momentos en los que sí hay esas agresiones, sean del tipo que sean. Las agresiones no vienen en sí por hacerte daño sino por colocarte en una posición, por lo que solo las van a emitir en ciertos momentos. Si no les hace falta porque, por ejemplo, la mujer ya está ahí no lo hacen. Por otro lado, también se comportan así para que su víctima se quede
Frente a la construcción del agresor como un hombre permanentemente violento, Miguel Lorente insiste en lo contrario: “No siempre están maltratando o agrediendo. Su objetivo es el control y ejercerá la violencia cuando necesite mantenerlo o recuperarlo”. El experto considera también que hay una normalización de la violencia de baja intensidad que hace que determinados comportamientos se pasen por alto socialmente y no se identifiquen como conductas intolerables, mientras que las mujeres sienten vergüenza o culpa por sufrirla y, aún más, por señalarla.
Algunos hombres, explica, “liberan más” sus conductas en ciertos entornos si se sienten impunes o creen que no serán delatados, otros “se protegen más” al ejercerla y evitan hacerlo si hay testigos. Esa protección es la que, a ojos de la mayoría, hará casi imposible que ese hombre 'normal' con el que han compartido buenos ratos sea, al mismo tiempo, un maltratador.
Asumir que un hombre con el que hemos establecido algún vínculo –amistoso, de compañerismo o activismo, familiar– es un maltratador puede ser complicado porque reta nuestra propia imagen, apunta Barroso, que anima, sin embargo, a que reconozcamos que eso puede suceder: “No habla mal de nosotros, no hay que sentirse mal, pero sí hay que reconocer que puede suceder, si no, dejamos a las víctimas solas frente al entorno”.