Opinión

Cómo se blanquea el fascismo en los medios

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El fin de semana pasado se publicó una entrevista con la falangista Isabel Peralta cuyo titular era el siguiente: “Franco fue eficiente y útil para la sociedad”. Tal cual. Por si el titular no fuese suficiente, en la fotografía, tras su primer plano, aparecía una estantería con una foto de Hitler. Tal cual. Aunque la deferencia periodística aconsejaría linkar la citada entrevista, no lo haré. Porque semejante ejercicio de blanqueamiento no merece mayor audiencia de la que ya haya tenido.

Al toparme con las declaraciones de esta joven que define a Franco como “un político bueno, muy bueno” recordé un fragmento del libro ‘Fascismo y populismo’ (Debate), de Antoni Scurati, autor de la celebrada tetralogía sobre Mussolini. El párrafo en cuestión es este: “Los signos de esa decadencia no tardaron en ser numerosos y visibles: los periódicos generalistas dieron voz a polémicas historiográficas revisionistas, grupos declaradamente neofascistas salieron a la luz haciendo proselitismo en las escuelas, líderes políticos de una autodenominada derecha liberal en busca de nuevos consensos pronunciaban en público frases de Mussolini que hasta hace pocos años les habrían hecho perder muchos apoyos”. Fin de la cita.

Como bien describe el escritor italiano, lenta, casi inadvertidamente, se va cruzando un umbral, en movimientos, partidos, líderes y medios de comunicación. Añadamos a la lista las nuevas fórmulas, desde aplicaciones de redes sociales a streamers convertidos en gurús de esta oleada populista. Porque aunque no, no todo es fascismo y no, no todos los pseudomedios a los que se ha bautizado como tal merecen ese descalificativo, también es cierto que sí, sí hay pseudoperiodistas en medios pretendidamente serios. En esa amalgama, indefinida pero identificable, va avanzando la extrema derecha. Ahí y en las instituciones en las que la derecha, más o menos liberal, no solo les ha dado entrada sino que asume cada vez más acríticamente sus postulados en ámbitos como la inmigración. 

Cito de nuevo a Scurati respecto a lo que Mussolini defendía: “La amenaza es gravísima, nos acecha, y es mortal; el peligro son los socialistas; son extranjeros, pero están acampados en nuestro territorio. Debemos tenerles miedo. Pero no debemos limitarnos a tenerles miedo, debemos odiarlos; no basta con temer, debemos odiar”. Es lo que el autor italiano ha acuñado como la cuarta regla del populismo fascista, la que pasa por una estrategia que cultive un miedo integral y total que acaba transmutando en odio. Supongo que les sonará porque no hace falta recuperar episodios como el del pasado verano en Torre Pacheco. Basta con repasar las declaraciones de dirigentes de Vox o Aliança Catalana. Esos mismos argumentos que cual mancha de aceite están condicionando al resto de formaciones y no solo a su derecha y convirtiendo en enemigo al “extranjero invasor”, uno de los conceptos heredados del fascismo y que utilizan las extremas derechas en toda Europa.      

Otro ejemplo de esta misma semana. El periodista Federico Jiménez Losantos dedicaba su columna del lunes a elogiar “las becas del franquismo”. Es lo único que se le ocurrió destacar de la dictadura en una semana en la que se multiplican los artículos para analizar esa oscura etapa. “Las becas del franquismo fueron excelentes porque no eran ayudas sociales, sino una inversión nacional en futuros especialistas”. Ese es su resumen. 

El catedrático de la Universidad de València José Ignacio Cruz Orozco publicó una exhaustiva investigación titulada ‘La política de becas educativas del franquismo (1939-1970)’. En este párrafo resume bien cómo en realidad lo que pretendía la dictadura era mantener la educación superior como un privilegio para los mejores o para los que se lo pudiesen pagar pero no para el resto de estudiantes: “Después el sistema dual imponía su ley, y el impulso al programa de becas, como señaló su responsable, se debía circunscribir exclusivamente a aquellos chicos y chicas de las clases menos favorecidas que demostraran ‘notoria capacidad y vocación’. Solo ellos podían alcanzar ‘el privilegio de una educación superior’”. No es muy distinto del proceso de captación de alumnos que todavía hoy mantiene el Opus.

Ante este panorama, ¿qué se puede hacer? Los que hemos crecido ya en democracia tenemos o, para ser más exactos, teníamos la percepción de que este sistema es el único, el lógico, el natural. Ahora percibimos que no, que igual que nuestros padres y abuelos antifascistas, debemos luchar para no retroceder. Y eso pasa también por no blanquear los discursos de odio.