“Cuando tenés un problema o necesitás algo, ¿a quién le pedís ayuda?”, pregunta Tatiana, censista de una organización social, parada en el centro de la Villa 31, en una mañana de ola polar. “¡A nadie!”, se apura a contestar H., un hombre robusto de 35 años que no tiene hogar. “¿Para qué voy a pedir ayuda? Después te lo echan en cara”. La censista levanta la mirada, lo deja hablar, y vuelve a su planilla. “Me refería… si pedís ayuda en un programa o institución del Gobierno de la Ciudad, fundación u organización social, parroquia, policía, familiares, amigos, vecinos…”. H. observa a su hija de 8 años parada junto a él, soplando un mate cocido desde donde salen hilos de vapor. “Ah, no. No pido ayuda a nadie”, dice mientras abre con los dientes un paquete de galletitas saladas: “Me las rebusco solo. Cartoneo”.
Son las 10 de la mañana del jueves 26 de junio y acaba de comenzar el Tercer Censo de Personas en Situación de Calle en el Barrio Padre Carlos Mugica. La iniciativa fue organizada por Barrios de Pie, Proyecto 7, La Patria es el Otro e Irrompibles, junto a otras agrupaciones y más de 400 voluntarios. Durante los tres días siguientes, más de 700 censistas con pecheras verdes recorrieron las 15 comunas para relevar a los hombres y mujeres sin hogar en la Ciudad de Buenos Aires. Los resultados oficiales de la encuesta se darán a conocer la próxima semana. elDiarioAR acompañó en exclusiva el trabajo de relevamiento.
En la Villa 31 un viento frío recorre las casas de colores intensos construidas unas sobre otras con escaleras de caracol. Algunas tienen puertas abiertas donde se venden panificados y otras están completamente enrejadas a esta hora de la mañana cuando el barrio se pone en marcha, con ventas de frutas y verduras, puestos de sánguches, ofertas de fideos y huevos que se exhiben entre transportistas que dejan atrás a herreros, bicicleteros, carniceros, barberos, kiosqueros, reparadores diversos. La luz que proviene del cielo despejado no atenúa la baja temperatura. Por el frío extremo que comenzó ni bien llegó el invierno, oficialmente desde el gobierno porteño se solicitó llamar a la línea 108 para asistir a las personas más vulnerables.
Los censistas, militantes de Barrios de Pie, ahora vuelven a escuchar a H. Los referentes Sol Lacava, Juan Rey, Felicitas Salinas y Tatiana Casanello acompañan la entrevista. “¿En los últimos dos años aumentó la violencia contra las personas en situación de calle?”, le preguntan. H. asiente. Bajo una gorra negra, sus ojos grandes y almendrados, ligeramente caídos y vidriosos en el rostro moreno dan una expresión triste o profundamente serena, acaso por el sueño o la medicación que empezó a tomar para dejar el alcohol.
–¿Quién ejerce la violencia? –pregunta Casanello mientras Rey, que carga un bidón con mate cocido, le sirve un vaso más a la nena de H. Salinas, con una caja llena de galletitas, le acerca otro paquete.
–La policía. Siempre la policía –contesta H.–. Y los de Espacio Público, esos son re zarpados. Y ahora la gente del centro también, el otro día me sacaron a patadas, tuve que salir corriendo.
–¿Los vecinos? –le repreguntan.
–Sí, los vecinos del centro, entraron a bardearme y tuve que salir corriendo.
Con la llegada del invierno y a través de un decreto, el gobierno nacional se desligó de las personas en situación de calle –cuyo universo creció en CABA un 122% desde 2017 y un 55% entre 2022 y 2024–, y pasó a estar a cargo exclusivamente de las provincias y los municipios. Las relatorías de la ONU sobre Vivienda y Pobreza denunciaron un patrón de criminalización en las políticas de la Casa Rosada: desalojos, destrucción de pertenencias y un aumento del 2.137% en contravenciones. Las denuncias por violencia institucional crecieron un 128% en un año.
“Intento explicar que la violencia no se responde con más violencia”, apunta Florencia Fuertes, psicóloga del CAAC, el centro de atención a consumos problemáticos desde donde partieron los censistas. “Es muy complejo: hay violencia estatal, criminalización, y una sociedad que no los acepta”.
Para comenzar la jornada, los censistas reparten planillas, cargan mate cocido y salen del CAAC. Antes de dividir las zonas, Sol Lacava da un mensaje: remarca la importancia del censo frente a cifras oficiales distorsionadas y explica que no se difundió la fecha del relevamiento para evitar desalojos previos. Minutos después, el grupo se encuentra con H., el primer entrevistado, que ahora mastica una galletita mientras Tatiana formula la siguiente pregunta:
–¿Qué pensás que te ayudaría a salir de la situación de calle? ¿Trabajo, vivienda, tener un motivo, volver a tu casa, un subsidio, superar un consumo?
–Un trabajo. Por supuesto que un trabajo –responde H. Es de Tucumán, pero vivió casi toda su vida en Capital. Terminó la primaria.
–¿Y el consumo? –pregunta Tatiana, cerrando la encuesta.
–Si tengo trabajo, ¿para qué voy a consumir? –reflexiona H. y cuenta que recientemente le entregaron los análisis clínicos: “Ni tuberculosis tengo”, celebra.
El relevamiento de personas en situación de calle se realizó con un protocolo riguroso: las entrevistas duran unos 20 minutos y, si no pueden concretarse, se registran características del entorno y la vestimenta para evitar duplicaciones. Los datos se cargan en una aplicación que descarta observaciones repetidas. Los equipos fueron capacitados para abordar con cuidado, evitando intervenir si la persona está dormida, en ranchada o bajo efectos de sustancias. En esos casos, solo se la registra como un número.
Aunque los resultados aún no están procesados, los primeros relevamientos indican un notable aumento de personas en situación de calle durante el último año, muchas de ellas con estudios, profesiones u oficios, y sin consumos problemáticos. Se observa una fuerte presencia de personas mayores y casos donde los problemas de salud mental son centrales, pero sin acceso al sistema de salud. Las denuncias por violencia institucional también se repiten: en varios barrios se señala a agentes de Espacio Público como responsable de desalojos y hostigamientos, lo que empuja a muchas personas a refugiarse en los barrios populares.
La calle se vuelve tu casa
“Fijate, acá en la villa, que está lleno de personas durmiendo en la calle. De la gente que camina, te podés dar cuenta quiénes no tienen hogar porque cargan bolsas y por cierto aspecto desaliñado. En el último año, en los barrios se triplicó la gente en situación de calle. Es porque el gobierno los desaloja de la Ciudad, los barre, para que no se vean; pero acá están”, dice Sol Lacava, referente de Barrios de Pie, que sabe de lo que habla: vivió un año y medio en la calle, precisamente en Chacarita. Madre de cuatro hijos, hoy coordina el Tercer Censo y conoce los casos más extremos.
“Cuando caés en la calle, al principio sentís que todos te miran. A la semana, sos un árbol, parte del pavimento. El mundo gira y vos quedás afuera. Te angustiás, te deprimís, te enojás con todo: con la sociedad, con Dios. Tu aspecto cambia y ya ni te dejan entrar al baño. Después viene lo peor: te acostumbrás. La calle se vuelve tu casa. Conseguís comida y volvés a la calle. Te tomás un colectivo y volvés a la calle”, completa Lacava.
Ahora el grupo de censistas avanza, se encuentran con una mujer y un hombre que no quieren ser entrevistados, consumiendo pasta base en una esquina. Registran el lugar, las pertenencias y vestimenta: calza negra, campera marrón. Entonces se dirigen al “Paredón”, sobre la calle Colibrí, una zona solitaria y fronteriza dividida por un largo tapial verde de tres metros de alto donde el viento se siente más que en cualquier otro sitio y suelen estar “los más finos”, dice Felicitas. “Acá están los más picantes”, aclara.
“¿Querés algo calentito?”, ofrece Felicitas a una joven de 25 años temblando, sentada en la calle de tierra frente al Paredón. Recibe una negativa de respuesta. “¿Segura? Tomate un mate cocido, nena, acá tenemos unas galletitas”.
Nacida en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, y radicada hace 15 años en Retiro, Felicitas es la puerta de entrada al barrio, en el que todos la conocen y saludan. Con cierta incertidumbre, B. accede a dar la encuesta. “No sé, caí en la porquería y por problemas de familia”, contesta cuando le preguntan por qué no tiene hogar.
“Hacemos todas estas preguntas, entre otras cosas, para derribar ese concepto que tiene mucha gente de que muchas personas eligen estar en la calle”, explica Lacava. “La calle no es un lugar para vivir, mucho menos para morir”.
Bajo el puente Avellaneda, el tren despierta a L., acostado en un colchón, debajo de una fina frazada. Usa un bolso de almohada, al lado del cual hay una manzana mordida. El joven recibe mate cocido, galletitas y acepta la entrevista. Tatiana se sienta, le habla. L. se pone de costado y la observa. Moja una galletita en el mate y la deshace en la boca: casi no le quedan dientes. Otro muchacho, que no quiere ser entrevistado, se acerca a escuchar y desayunar. Hace una mueca.
–Yo soy el psicólogo de todos estos –lanza–. Los escucho y aconsejo, pero no me hacen caso.
Todos ríen. Los censistas le muestran la ubicación del CAAC, donde atiende Florencia, la psicóloga.
–¿También hay para comer? –pregunta L. desde el colchón.
A medida que avanza la mañana, más personas se acercan en busca de algo caliente. Algunos vienen descalzos, otros con frazadas. De lejos, otro simpático bromista sin hogar pide que le lleven el mate cocido “a domicilio”. Luego se acerca y señala una gigantografía de Adidas delante de unos altos hoteles de lujo, donde se ve la fotografía de un hombre de belleza hegemónica.
–Así era yo cuando me afeitaba –se jacta.
Otro, en remera, pregunta por paradores en Villa Lugano: “Mis hermanos se fueron para allá y también están en la calle”. Exageradamente educados y lúcidos, desayunan junto a los censistas y cuentan sus historias.
“Estar en la calle es el último escalón. Para que eso ocurra, antes se pulverizaron todas las instancias”, dice Lacava, quien recuerda con cariño a un excombatiente de Malvinas que supo cuidarla de los peligros de la calle durante su estadía en el asfalto. “Hacer el censo es una experiencia que te atraviesa, de mucha emoción, de gente que necesita que la escuchen. Hay tantas historias de personas que están rotas. Pero hacer el censo con este frío es terrible, porque una se va con la sensación de no saber si esa persona va a estar viva al día siguiente…”.
Lacava se conmueve, ingresa a un terreno más oscuro. Hace una pausa y elige abrir otra puerta, impregnarse del insumo fundamental que sostiene a cualquier militante de base para seguir caminando los barrios: el optimismo. “Sin embargo”, dice mirando una planilla desde su celular, “para este censo se anotaron más de 400 voluntarios; es decir, todavía hay mucha empatía”.
LN/MC