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La nueva vacuna contra el Covid-19 desarrollada en Texas: barata, sin patentes y autorizada en India

Los doctores María Bottazzi y Peter Hotez desarrollaron la vacuna Corbevax.

Erum Salam

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Un equipo de científicos de Texas está avanzando en el desarrollo de una nueva vacuna contra el virus de el COVID-19 utilizando un método convencional que tiene varias décadas de existencia. El procedimiento hará que la producción y distribución de estos fármacos sea más barato. De ese modo, los científicos aseguran que el acceso será más efectivo, sobre todo pensando en los países más afectados por la pandemia y en países donde probablemente se originen nuevas variantes debido a las bajas tasas de inmunización.

La agencia reguladora de India ha aprobado esta vacuna con una autorización para uso de emergencia (como se aprobaron, en principio, las primeras contra el COVID en 2020).

El equipo dirigido por los doctores Peter Hotez y María Bottazzi, del Centro para el Desarrollo de Vacunas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Baylor, en Waco (Texas), trabaja desde 2011 en el desarrollo de prototipos de vacunas para el Sars y el Mers, que han adaptado ahora para crear la nueva contra la COVID-19. La llaman Corbevax, o “la vacuna COVID-19 para el mundo”.

Aunque hay más de 60 en desarrollo que utilizan la misma tecnología, Bottazzi ha señalado que su fármaco es único, porque no tienen intención de patentarlo, lo que permite que sea reproducido por cualquiera que tenga la capacidad de hacerlo.

“Prácticamente cualquiera que pueda fabricar vacunas contra la hepatitis B o que tenga la capacidad de producir proteínas de origen microbiano, como bacterias o levaduras, puede replicar lo que estamos haciendo”, dijo Bottazzi.

Guerra de patentes

La guerra de patentes sobre las vacunas con tecnología ARNm se ha recrudecido. Moderna y los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos (una entidad pública) se encuentran inmersos en una disputa sobre quién debe atribuirse el mérito de los descubrimientos específicos que condujeron a la del COVID-19, que se ha suministrado a más de 73 millones de estadounidenses. Si se descubre que Moderna ha infringido la patente del Gobierno de Estados Unidos, la empresa podría verse obligada a pagar más de 1.000 millones de dólares de multa.

Al mismo tiempo, los activistas han pedido que Pfizer y Moderna compartan la tecnología y los conocimientos técnicos para producir sus inyecciones e incluso han llevado esta reivindicación ante la Organización Mundial del Comercio.

Los países de bajos ingresos, que cuentan con escasas instalaciones de investigación y producción de vacunas, solo han inmunizado a una de cada nueve personas, según la Organización Mundial de la Salud. En Estados Unidos, el 63% de la población total tiene la pauta inicial completa (de dos dosis) y más de un tercio ha recibido una tercera.

Los datos del ensayo clínico de Corbevax aún no se han hecho públicos debido a la limitación de recursos, pero el hospital infantil de Texas afirma que el fármaco ha mostrado una eficacia superior al 90% contra la cepa original del virus y más del 80% contra la variante delta. Actualmente se está probando la eficacia de la vacuna contra la variante ómicron. El proceso de creación de la vacuna implica el uso de células de levadura, el mismo método con el que se producen las vacunas contra la hepatitis B.

Cómo funcionan

Los sueros de Moderna, Pfizer, Johnson & Johnson y AstraZeneca –que son los autorizados en España– utilizan tecnologías diferentes, o “plataformas”, de vacunas. Moderna y Pfizer usan la tecnología del ARN mensajero (ARNm). Esta plataforma introduce al sistema inmunitario en el COVID-19 mediante la entrega de instrucciones sobre cómo producir su característica más reconocible, las proteínas de espiga que recubren su superficie. Esto ayuda al sistema inmunitario a reconocer y combatir el virus más adelante, si la persona está expuesta. La de Johnson & Johnson introduce las células inmunitarias en la proteína de espiga a través de un virus del resfriado que, por lo demás, es inofensivo, una tecnología llamada vector viral y que también utiliza AstraZeneca.

La vacuna Corbevax utiliza una plataforma denominada tecnología de subunidades proteicas recombinantes, que introduce un fragmento real de la proteína de la espiga del COVID-19 en células de levadura. A continuación, las células de levadura copian la proteína vital y esta se introduce en el sistema inmunitario.

“Fabricamos la proteína, directa y sintéticamente, en el laboratorio utilizando el sistema de la levadura”, dice Bottazzi. “Damos instrucciones a la levadura para que fabrique una proteína parecida a la que hace el virus. Entonces inmunizamos la proteína y el cuerpo la procesa y la presenta al sistema inmunitario”.

Y, en un punto importante, el almacenamiento de la vacuna Corbevax solo requiere una refrigeración estándar, a diferencia de la vacuna de Pfizer, que requiere un almacenamiento ultrafrío en tránsito.

Sin pensar en “sacar provecho”

Biological E, una empresa farmacéutica india acostumbrada a producir vacunas contra la hepatitis B con la que el equipo de Bottazzi mantiene una larga relación, ya ha producido 150 millones de dosis de la nueva vacuna Corbevax y pronto podrá producir 100 millones mensuales.

Bottazzi dice que, después de que las organizaciones gubernamentales no les concedieran financiación, los creadores de Corbevax recurrieron a donaciones filantrópicas para superar el reto. El Centro para el Desarrollo de Vacunas del Hospital Infantil de Texas es esencialmente una institución académica y científica.

Bottazzi dice que el desarrollo de Corbevax les ha obligado a hacer un esfuerzo adicional para ser considerado un candidato serio para el desarrollo de la vacuna contra el COVID-19.

“Nosotros mismos estamos aprendiendo a hacer un trabajo que sea reglamentario, que posibilite una buena calidad, una buena reproducción, un buen registro... Trabajamos como si fuéramos una pequeña entidad biotecnológica o de fabricación”, reconoce.

“Cada tecnología tiene ventajas e inconvenientes. Nadie pretende que una de ellas sea la solución única y superior. Todas [las vacunas] son parte de la solución. Pero cuando se da una situación de tal gravedad en el mundo, no se elige una, sino que se intentan todas”.

Bottazzi asegura que no han patentado la vacuna por la filosofía compartida por su equipo de humanitarismo y de colaboración con la comunidad científica en general. “Queremos hacer el bien en el mundo. Esto era lo correcto y es lo que moralmente teníamos que hacer. Ni siquiera pestañeamos. No pensamos '¿cómo podemos sacar provecho de esta situación?”

Bottazzi espera que su iniciativa incentive a otros a seguir el ejemplo y a crear sueros asequibles y accesibles para otras enfermedades y virus. “Tenemos que romper estos paradigmas de que solamente estamos guiados por factores de impacto económico o por el retorno de la inversión económica. Tenemos que mirar al retorno en salud pública”.

Traducción por Emma Reverter

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