Informe especial

“Criaditas” paraguayas: la explotación infantil oculta bajo el engañoso manto de la tradición

¿A qué remite la palabra “esclavitud” para el sentido común? ¿Hace, acaso, referencia a algo que pasó en un tiempo pasado? ¿Si se acepta en el terreno de la actualidad, es pensado como un maltrato geográficamente lejano, constreñido a paisajes rurales? ¿Posee límites etarios? ¿Tiene rostro? 

En la capital paraguaya, miles de niños, niñas y adolescentes –con una fuerte prevalencia femenina– son sometidos a diferentes labores (limpieza, planchado, cocina, cuidado de menores, adultos mayores o personas enfermas) en casas ajenas. No reciben compensación económica, ni tienen descanso. Se levantan cuando aún no sale el sol y se acuestan adentrada la noche. Carecen de derechos básicos –al bienestar integral, al desarrollo de sus potencialidades, a un lugar seguro– y deben cambiar juegos por quehaceres. Muchos tienen a cargo el cuidado de mayores u otros infantes: nadie los cuida a ellos.

Se trata de “criaditos” y “criaditas”, en el lenguaje cotidiano. Las y los activistas prefieren hablar de “situación de criadazgo”: menores de edad a quienes sus familias de origen no pueden mantener y son enviados con parientes o conocidos de mayores recursos (no siempre con relación sanguínea), bajo la promesa de educación, techo y comida. Muchas veces, se trata de la única esperanza de futuro, producto de las garras de la pobreza extendida.

La última cifra oficial sobre el tema se dio a conocer en 2011, con la Encuesta Nacional de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes. ¿Los resultados? 46.993 niños, niñas y adolescentes paraguayos de entre 5 y 17 años se encontraban en esta condición. 

Aunque los especialistas afirman que el número debe ser actualizado (al igual que las definiciones y las posibles salidas), la magnitud de la vejación se hace evidente. 

Definiciones desgarradoras

El Protocolo del Convenio N°29 de la Organización Internacional del Trabajo define al trabajo forzoso como “todo trabajo o servicio exigido a un individuo bajo la amenaza de una pena cualquiera y para el cual dicho individuo no se ofrece voluntariamente”. 

Patricia Roa, Oficial de Programación de la Oficina de la OIT para el Cono Sur de América Latina, engloba al criadazgo dentro de esta acepción. Más allá de que el móvil de las familias de origen tiende a mejorar la calidad de vida de los menores (algo que generalmente no se concreta), estos “suelen realizar tareas domésticas, sin recibir remuneración y en condiciones que afectan su integridad física y emocional”.

Según el informe “Trabajo forzoso y matrimonio forzoso”, para la OIT, el trabajo forzoso es un componente de la esclavitud moderna, en el que los niños, niñas y adolescentes están expuestos a situaciones de explotación a las que no pueden negarse, debido a las amenazas, la violencia, la coacción, el engaño o el abuso de poder.

Roa detalla que, en todo el mundo, 218 millones de niños de entre 5 y 17 años están involucrados en la producción económica. 152 millones resultan víctimas del trabajo infantil; casi la mitad ejerce algún tipo de trabajo infantil peligroso. Si bien la experta distingue esfuerzos de los países para enfrentar esta realidad (en Paraguay, a través de la Comisión Nacional para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil y la Protección del Trabajo de los y las Adolescentes), asevera que las tasas en la región son altas.

Desde el organismo, recomiendan una serie de medidas a nivel estatal para generar soluciones. Es el caso de la protección de los trabajadores y sus familias, el fortalecimiento de la ayuda social, la promoción de la educación pública y de calidad, y la mayor generación de alianzas y coordinación institucional.

Consultada por prácticas análogas al criadazgo en otras partes del mundo, la Oficial piensa en la servidumbre por deudas, el reclutamiento forzoso para explotación sexual comercial o actividades ilícitas (fundamentalmente, la producción y el tráfico de estupefacientes). 

Julia Cabello, Coordinadora Legal de Amnistía Internacional Paraguay, identifica al criadazgo como un ambiente propicio para el desarrollo de violencia sexual, torturas y embarazo de niñas. Además, las y los especialistas establecen una correlación entre la experiencia de criadazgo y la prostitución o la caída en redes de trata, como “salida” a un entorno agresivo y difícil de soportar. Walter Gutiérrez, ministro de la Niñez y Adolescencia, confirma: “9 de cada 10 víctimas de trata fueron ‘criaditas’”.

Del sufrimiento personal a la militancia colectiva

Tina Alvarenga reescribe todos los días su historia, cada vez con más fuerza. Padeció el criadazgo, pero hace décadas se reapropió su identidad. Mejor dicho: siempre la guardó como un cofre que nadie le pudo quitar.

No tiene vergüenza ni reparos en evocar cómo, cuando tenía nueve años, debió separarse de sus padres, para entrar –desde el comienzo, por la puerta de atrás– a la casa de los “patrones”, donde viviría durante años. En su memoria, aparecen amaneceres a las 5 a.m.; trabajos de niñera para criaturas tan pequeñas como ella; desayunos listos antes de que cantara el gallo; el mantenimiento de un hogar que debía cargar entero sobre su espalda, a cambio de nada. 

Sin embargo, la activista prioriza exponer los problemas sistémicos de su experiencia, rompiendo el marco de lo individual: la pobreza, la falta de oportunidades, las disparidades sociales, el silencio, el racismo, la segregación por género y clase. 

“El distanciamiento no pasa solo por la distancia física”. Con esa frase, enfatiza un eje del problema: el aislamiento. Hay niñas que son transformadas en “criaditas” a la fuerza, luego de un desplazamiento del campo a la ciudad o de un pueblo a la capital; a veces, sin siquiera hablar castellano. Ella, por su parte, se encontraba a un micro de distancia de su familia, tan solo unos minutos. Pero siempre lo veía pasar, sus tutores informales no la dejaban subir. Cuando su mamá la visitaba, los señores de la casa la supervisaban, controlaban sus palabras.

Hoy Tina está abocada a la lucha de las mujeres indígenas, la docencia, la asesoría en cooperación internacional y proyectos comunitarios. Pero nunca abandonó la causa que, hace 25 años, la llevó a unirse a Global Infancia, una organización basada en la defensa de los derechos del niño. 

Junto a sus colegas, con cooperación de Save The Children, ACDI, el Programa Conjunto de Oportunidades de las Naciones Unidas y el gobierno nacional, Alvarenga convocó a reconocidas escritoras para publicar Criadas hasta cuándo. El libro –con una primera edición del 2000– reunía cuentos creados a partir de testimonios reales, bajo la premisa de romper con la apatía social. 

“Subía a un baúl y desde allí miraba por una ventana a las estrellas...”, recordaba una de las entrevistadas. Otra desembrolló, quizás por primera vez, el camino que realizó entre la creencia inicial de que la tratarían como una hija, a entender que sería reducida a la condición de sirvienta.

Cada narración (con un pie en la ficción y todo el cuerpo en la realidad) evidenciaba una constante: se puede identificar un antes, un durante y un después del criadazgo; ruidos de cinturones que todavía arden; autoestimas golpeadas; culpa; cansancio que no se despega con los años. 

“Yo prefiero dormir porque de esa manera se me va más pronto el dolor”, puede leerse en el relato “Los peores para mí”, de la autora Reneé Ferrer. Para los supervivientes, contar era (y sigue siendo) un despertar.

Un ancla en la Historia

Dentro de la academia universitaria, han sido las mujeres quienes ahondaron en los orígenes del criadazgo. Algunas investigadoras han rastreado el régimen de la “naboria” –una variante de la encomienda, que representaba el repartimiento de niños y niñas indígenas como botín para el servicio personal– como el comienzo del criadazgo institucionalizado dentro del territorio.

“El criadazgo es un fenómeno social y una práctica sociocultural que viene de la colonia, con fuertes vínculos religiosos. Desde entonces, las personas de mayor vulnerabilidad elegían como padrinos de sus hijos a miembros de mayor estatus social o poder adquisitivo, para que se hagan cargo de la crianza o manutención. La base es una asimetría económica y de recursos entre la familia de origen y la receptora”, amplía Aníbal Echeverría. Él fue director de la Coordinadora por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia hasta diciembre de 2023.

Mabel Benegas, activista de Global Infancia, amplía que la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) y la Guerra del Chaco (1932-1935) reforzaron la práctica. Los enfrentamientos bélicos habrían impactado en la manera de la sexualidad y la reproducción, el papel de las mujeres en la sociedad y el de su descendencia. Las altas tasas de abandono paterno, propios de esos períodos, subsisten hasta el día de hoy.

“Paraguay, aparte de ser una sociedad híper machista, es adultocéntrica. Se considera a los niños como objetos no como sujetos de derechos”, cierra Echeverría.

Entre el boom económico y el crecimiento relegado de las infancias

El “éxito” del modelo paraguayo encuentra lugar en los suplementos de Economía de los periódicos alrededor del mundo. El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) mostró que se trata del país con mayor crecimiento económico dentro de la región Sudamericana, con buenos pronósticos hacia 2024.

Las ganancias generadas por el sector sojero y energético contrastan con la realidad que se percibe en las calles. No solo del interior, sino de la capital del país. En los semáforos asuncenos, niños descalzos venden naranjas, limpian vidrios, piden monedas. Puertas adentro –de las grandes mansiones que pululan en la ciudad, pero también de las casas de clase media o media baja–, otros niños y niñas también están trabajando, tapados por las paredes del silencio.

El concepto de criadazgo no está tipificado en el país. El marco normativo paraguayo contempla un régimen de “trabajo adolescente protegido”, desde los 14 hasta los 17. Pero este no involucra el desempeño laboral de menores de edad en casas particulares, el cual está completamente prohibido. 

El avance de los indicadores no puede tapar un crecimiento coartado: el de las infancias y adolescencias reducidas, subyugadas.

Nuevos contornos de la tragedia

También desde Global Infancia, Marta Benítez plantea: “Necesitamos conocer la situación actual, porque pasaron más de diez años desde la última estimación. ¿Qué pasó en este tiempo? ¿Tuvieron impacto las políticas de transferencia para atacar la pobreza? ¿Funcionaron las campañas en escuelas, en la vía pública, en redes? Tal vez cambió la configuración de la práctica. Y, si buscamos modificar el statu quo, no podemos estar a ciegas”.

Las agrupaciones y ONGs le piden al Estado la gestación de un nuevo censo, con definiciones precisas, para desarrollar acciones basadas en evidencia. 

Tina comenta que, en las bolsas de trabajo, aún aparecen pedidos “disfrazados”, eufemísticos, de adultos que buscan “criaditas”. Recuerda uno: “¿Hay niñas o adolescentes para venir a jugar con mi hija?”. De todas formas, vislumbra un rechazo social mucho mayor a cuando empezó a trabajar el asunto.

“Ahora que hay mayor visibilización y creció la cobertura escolar. ¿Qué formas adquirió el criadazgo? ¿En qué se convirtió?”, pregunta. Intuye que una posibilidad es que esté más ligado a la trata.

Para obtener respuestas certeras, se precisa la intervención gubernamental activa, con recursos económicos necesarios para acompañar los avances legislativos, los cambios sociales y las buenas intenciones de algunos técnicos, funcionarios o Ministerios. En 2022, el 85% de las Consejerías Municipales por los Derechos del Niño, la Niña y el Adolescente (los organismos encargados de articular, identificar, prevenir y aplicar protocolos) carecía de presupuesto propio.

Que canten los niños

El Paraguay contemporáneo lleva a cuestas heridas de larga data. Desde los golpes de la colonización y la conquista (en donde se encuentran las raíces del criadazgo), hasta las guerras del Estado nación (que, entre otras cosas, reforzaron el sometimiento de los más pequeños). 

Luego llegaron los sucesivos gobiernos de facto y la larguísima dictadura de Alfredo Stroessner, que legitimó el atropello a los derechos de las infancias, mediante las relaciones forzadas del general con menores de edad y el montaje de centros de explotación sexual infantil para otros jerarcas militares.

Hoy, a 35 años de democracia recuperada, continúan las brechas económicas y la insuficiencia de políticas públicas, que fomentan el trabajo a temprana edad; la persistencia de “criaditas” y “criaditos”. 

Suenan, a lo lejos, potentes gritos de libertad, solo en apariencia acallados. Como en una pugna constante, opresión y resistencia marcan la historia de un pueblo que no se deja abatir y una historia cuyo destino no está escrito. Algo está claro: el futuro depende de las generaciones venideras.

“La fuerza que, contenida, renacerá”, escribió Lionel Enrique Lara en la canción “Así canta mi patria”. Inspirado en el terrible resultado de la guerra civil de 1947, el poeta auguraba: “Milagro de amor, mi gran Paraguay se hace canción”. La plena libertad, especialmente de niños, niñas y adolescentes, constituye la verdadera flor nacional. Aún permanece encapullada, como un jazmín que espera florecer.

Esta historia fue realizada con el apoyo del Centro Pulitzer.

JB/DTC