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Entrevista

Jo Dunkley, astrofísica: “Estamos en una edad de oro para la astronomía”

La astrofísica Jo Dunkley.

Federico Kukso

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Un día, a los 18 años, Jo Dunkley descubrió el universo. No es que hasta ese momento trascendental desconociera su existencia. Pero fue por entonces, mientras se encontraba bajo un cielo despejado en Bolivia, en el borde del desierto de Atacama, cuando quedó fascinada. Aquel derroche de soles y de posibilidades distantes sobre su cabeza encendió el fuego de su curiosidad. “Fue deslumbrante”, recuerda. “E inspirador. Estaba de viaje como mochilera. Había recorrido ya Ecuador, Perú, Paraguay y Brasil y cruzado por un día a Argentina para ver las Cataratas del Iguazú. Entonces, llegué a la Laguna Verde, en Potosí, cerca a la frontera con Chile y sentí que había alcanzado los confines de la Tierra. Las estrellas eran increíbles. Crecí en Londres y hasta entonces no había tenido ese contacto íntimo con el cielo nocturno. Fue algo diferente. Me conmovió”.

Aquella epifanía la impactó tanto que, confiesa, torció la trayectoria de su carrera profesional. “Ahora con mi equipo estamos trabajando en comprender qué tan rápido se está expandiendo el universo”, cuenta esta astrofísica británica de la Universidad de Princeton en Estados Unidos. “Para eso usamos el Telescopio de Cosmología de Atacama al norte de Chile que nos permite ver las imágenes más antiguas del universo y comprender cómo evolucionó hasta su estado actual. Se encuentra a cinco mil metros de altura y bajo el mismo cielo limpio y lleno de estrellas que me emocionó hace unos años”.

Dunkley así había cerrado el círculo. Conocida por ser una de las primeras científicas en realizar la mejor estimación de la edad del universo -13,77 mil millones de años con un margen de error de más o menos 40 millones de años-, en los últimos años esta investigadora ha cosechado toda clase de distinciones como la medalla James Clerk Maxwell, el premio Rosalind Franklin de la Royal Society y el premio New Horizons en física. Hasta fue condecorada en 2018 con la Orden del Imperio Británico por “sus servicios a la ciencia”. 

Sin embargo, más que por sus condecoraciones, Dunkley se distingue por su magnetismo: en especial, por su increíble capacidad de volver familiar lo que a primera vista se piensa que es complejo, distante, ajeno.

Lo demuestra con creces en cada entrevista, en cada charla desparramada a lo largo y ancho de internet y también en su maravilloso libro Nuestro Universo: Una guía de astronomía (publicado en Argentina por Editorial Fiordo).

Sin pedir permiso, Dunkley se infiltró en el club hasta ahora exclusivo (y masculino) de los “explicadores del universo” -dominado por figuras históricas como Carl Sagan, Neil deGrasse Tyson, Michio Kaku, Brian Greene, Roger Penrose, Martin Rees, Stephen Hawking, Carlo Rovelli y Steven Weinberg- y en 268 páginas nos ayuda a entender realmente dónde estamos parados, qué sabemos (y qué nos falta aun comprender), cómo formamos parte de algo tan vasto e inabarcable y también qué futuro le depara a nuestro hogar cósmico.

Empecemos por acá: ¿Por qué escribió este libro?

Hace diez años que quería hacerlo. Siempre consideré importante explicarle al público lo que sabemos y lo que hacemos los científicos y científicas. En particular, quería derrumbar la impresión de que el universo, sus fenómenos y la astrofísica en general son temas difíciles que no todos pueden comprender...

Como si comprender el universo solo estuviera reservado para “genios”, entendible únicamente para figuras como Hawking, Einstein y demás privilegiados.

Exacto. La inspiración para escribir este libro también me la dio el haber impartido hace un tiempo un curso sobre astronomía para maestros. Me encantó. Lo más importante para mí fue volver accesible y entendible lo que aprendemos día a día sobre nuestro universo. El problema es que, buscando qué libros parecidos había, me di cuenta que no hay muchos sobre estos temas escritos por mujeres. 

“Cuanto más lejos miramos, más retrocedemos en el tiempo: la luz que nos llega desde el Sol tiene ocho minutos de edad. Cuando vemos a la estrella Betelgeuse, vemos cómo era hace seis siglos.”

Es cierto. En Argentina, la astrónoma Gloria Dubner publicó Supernovas: El espectacular fin de las estrellas y en breve la astrofísica del MIT Sara Seager lanzará The Smallest Lights in the Universe: A Memoir sobre la búsqueda de exoplanetas. No hay muchos.

Así es. Al libro de mi colega cosmóloga Katie Mack El fin de todo (Astrofísicamente hablando) también le fue muy bien.

Quizás incluso sirvan para inspirar a la próxima generación de científicas. Algo parecido a lo buscado por la reciente campaña de Mattel que sacó una Barbie inspirada en la vacunóloga Sarah Gilbert para alentar a niñas a las carreras de ciencia e ingeniería. En su caso, ¿sabía cuando era chica que podía llegar a ser astrofísica?

No. Ni siquiera se me cruzó por la mente ser científica. Pensaba que los científicos eran un poco aburridos. Sí tuve una gran profesora de física en la escuela secundaria, Barbara Pomeroy. Fue muy alentadora. Pero no fue hasta que fui a la Universidad de Cambridge cuando me di cuenta que podía dedicarme a las ciencias. Por entonces, realmente no sabía lo que significaba hacer astrofísica. Sí me percaté que me encantaba usar las matemáticas para comprender cómo funcionan las cosa.

La astronomía como un baño de humildad

En su libro, revela un gran secreto de la astronomía: cuando miramos las estrellas, lo que hacemos es mirar el pasado. O sea, los astrónomos tienen mucho en común con los arqueólogos. ¿No lo ve así?

Sí. En gran parte, dependemos de la luz para conocer el espacio. Esperamos que la luz llegue desde los rincones del universo. Se toma su tiempo: la luz viaja diez millones de veces más rápido que un auto en una autopista. Cada vez que miramos al cielo vemos el pasado. La luz que nos llega desde el Sol tiene ocho minutos de edad. Las imágenes que recibimos de Júpiter y Saturno corresponden a las de algunas horas atrás. Cuando vemos a la estrella Betelgeuse, vemos cómo era hace seis siglos. 

Los telescopios así considerados son máquinas del tiempo. ¿Cómo lidia con el hecho de saber que lo que captan estos instrumentos no es lo que es sino lo que fue?

Es mágico. Todo lo que vemos ya ocurrió. Cuanto más lejano es el lugar desde donde nos llega la luz, más atrás en el tiempo podemos ver. Es gracioso: mi esposo es historiador [Faramerz Dabhoiwala]. Y mis hijas bromean diciendo: “Papá trabaja con cosas antiguas y mamá con cosas realmente antiguas”. Si solo pudiéramos ver cómo es el universo en la actualidad, hubiéramos aprendido mucho menos. Sería asombroso, me encantaría ver cómo todo luce ahora. Pero no sabríamos mucho sobre cómo se formó el universo, cuándo se encendieron las primeras estrellas y aparecieron las galaxias.

Otra de las ideas centrales de su libro es que el universo es abrumadoramente vasto, quizás más allá de lo que podamos llegar a imaginar. ¿Cree que las ilustraciones sobre el Sistema Solar en las que se ve a los planetas juntitos y alineados prolijamente de alguna manera condujeron a que la mayoría de las personas no esté al tanto de cuán vacío es nuestro vecindario cósmico?

Un poco sí. Aunque no culparía a los que hacen estas ilustraciones espaciales porque de alguna manera tienes que incluir la información. Las distancias o las escalas suelen estar mal. Si imaginamos que la Tierra tiene el tamaño de un grano de pimienta, entonces el Sol es como una pelota de básquetbol ubicada a 26 pasos de distancia. En esta escala, Jupiter tendría el tamaño de una uva grande y su distancia con el Sol es de cinco canchas de tenis. ¡Y del Sol a Neptuno habría 800 pasos!

El vacío y las distancias son monstruosas. ¿Llegan a afectar emocionalmente a los astrónomos?

Abruman un poco. El universo es tan grande y nosotros y nuestro planeta somos tan pequeños. Pero para hacer mi trabajo tengo que encontrar formas de naturalizarlo y no abrumarme por completo. Los astrónomos trabajamos con unidades como años luz y pársecs. A veces hablamos con ligereza sobre millones de años y pensamos cómo se mueven los supercúmulos de galaxias. Pero hay momentos que levantar la cabeza y mirar el cielo y las estrellas y saber cuán lejos está todo nos toca de un modo u otro.

Si pensara en eso todo el tiempo viviría traumatizada... ¿Cómo salir de la cama sabiendo que la humanidad es menos que un pestañeo en la biografía del universo de casi 14 mil millones de años?

Así es. En mi caso no miro a través de telescopios. En estos días, la astronomía consiste principalmente en pasar más tiempo mirando una computadora y escribiendo código que ir físicamente a megatelescopios. Nosotros usamos una supercomputadora llamada Tiger para saber por qué las galaxias se están alejando más y más unas de las otras. 

Hablando de la Tierra como un grano de pimienta y de Júpiter como una uva grande, ¿cuán importante cree que son las metáforas y analogías en la comunicación de la ciencia?

Son muy útiles. Si algo parece poco familiar para una persona puede resultar complejo y hasta aterrador como para decir “No voy a poder entenderlo”. Las analogías sirven para conectar un tema científico con la experiencia cotidiana, con hechos comunes a todos. 

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¿Por qué es importante conocer nuestra “dirección cósmica”?

Porque solo así entendemos cómo encajamos en este lugar tan vasto que es nuestro universo. Nuestro Sistema Solar está situado en un brazo de la Vía Láctea llamado brazo de Orión. Nuestra galaxia es una entre muchas y conforma con más de cincuenta galaxias vecinas un cúmulo de galaxias llamado “Grupo Local” que mide unos 10 millones del años luz de diámetro, o sea, cien veces más que la Vía Láctea. Y el Grupo Local forma parte de un supercúmulo más grande -los objetos visibles más grandes del universo- llamado “Laniakea” que quiere decir “cielo inconmensurable” en hawaiano. El universo observable parece una intrincada red de supercúmulos, una telaraña cósmica que en total contienen 100 millones de galaxias. 

¿Por cree que esto no forma parte del conocimiento común de la gente?

Hemos aprendido tanto en los últimos 20 o 30 años. Los descubrimientos son cotidianos. Estamos en una edad de oro para la astronomía. Pero hay como un delay. Ciertos conocimientos no han llegado a las escuelas ni han sido digeridos por la cultura. Como la existencia de miles de planetas fuera del Sistema Solar. Cada estrella que vemos podría tener al menos un planeta girando alrededor de ella. Espero que eso rápidamente ingrese a las escuelas y al conocimiento común de la gente. Solemos aprender primero lo que nos es cercano pero creo que también es importante conocer nuestro lugar en el cosmos.  

Carl Sagan señalaba que hemos perdido nuestra “conexión cósmica”. En algunos casos, eso ha sido cooptado por pseudociencias como la astrología. ¿Por qué cree que sobrevive la idea de que nuestras vidas, nuestra personalidad, lo que hacemos o dejamos de hacer depende de las estrellas y planetas? ¿No es acaso una forma de no hacerse responsables de sus acciones?

Totalmente. Como astrónomos sabemos que no hay evidencia alguna que apoye los argumentos de la astrología. Pero no me sorprende que mucha gente siga pensando que el universo o la posición de las estrellas afecta su conducta. Es una combinación de falta de conocimiento de la física de cómo funcionan las cosas y también, creo, la necesidad de aferrarse a algo que aporte seguridad, certidumbre a sus vidas. 

Cielos oscuros

Pasando a otro tema que también despierta polémica: ¿Cree que la creciente cantidad de satélites en órbita, en especial la constelación de satélites Starlink de SpaceX, ponen en peligro el futuro de la astronomía?

Estamos todos muy preocupados. Los satélites se están interponiendo en las observaciones de los telescopios. Es muy problemático porque no hay muchas leyes ni regulaciones sobre poner cosas en el espacio. Es uno de los grandes obstáculos que tenemos para observar el cielo nocturno junto con la contaminación lumínica.

Además de conocer los primeros instantes del universo y qué son la energía y la materia oscura, ¿cuáles son para usted los fenómenos más extraños en el universo?

Me atrae mucho el comportamiento de las estrellas de neutrones, los objetos más densos que conocemos. Son casi agujeros negros, el resultado de aplastar una estrella más grande que nuestro sol en un espacio de unos pocos kilómetros de ancho, después de que se ha agotado su combustible. La física allí es tan extrema. Rotan increíblemente rápido. No sabemos qué ocurre en ellas. Una cucharada de una estrella de neutrones pesa tanto como una montaña. No podemos verlas con telescopios normales, pero envían ondas de radio. También me intriga saber qué pasa dentro de un agujero negro: sabemos que el espacio está lleno de agujeros negros pero no sabemos qué ocurre en su corazón. Sabemos que están ahí pero aun no los entendemos.

Hasta hace solo unas décadas no sabíamos que había otras galaxias allá afuera. ¿Qué grandes revoluciones científicas espera que sucedan en los próximos años?

Una de las que ya comenzó es la del descubrimiento de exoplanetas. Ahora que sabemos que hay tantos allá afuera que debemos pasar a explorar cuáles tienen atmósferas capaces de soportar vida. En las últimas décadas, supimos que están, que existen. En los próximos años, sabremos mucho más sobre cómo son. Para ello están planeados nuevos telescopios espaciales como el James Webb Telescope.

¿Cómo vive sabiendo que hay cosas que nunca sabremos del universo?

El esfuerzo de la ciencia es el de saber más y más. El problema es que el universo es tan grande y complejo que estoy segura que no lo vamos a comprender en su totalidad. Pero no sé si eso importa mientras cada vez sepamos algo que antes desconocíamos. Con eso me conformo.

Y para terminar, algo no menor: en su opinión, ¿sigue la ciencia dominada por una cultura sexista? ¿Ha visto algún cambio desde que comenzó su carrera científica?

Un poco. Todavía la mayoría de las personas en puestos de decisión son hombres. Pero veo cada vez más mujeres que están tomando posiciones intermedias y siendo más visibles. Nunca experimenté el sexismo en carne propia como muchas de mis colegas lo han sufrido. Aquí en Estados Unidos me estoy dando cuenta de que uno de los mayores problema a superar es el de la desigualdad racial. La comunidad científica aquí sigue siendo mayoritariamente blanca y eso no está bien. Debemos promover mayor diversidad.   

FK

 

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