Perder pie, el caballo de Charly García

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Entre cajas, canastos, restos de embalajes, envoltorios tirados, ausencias (no encuentro mi taza favorita, si alguien la ve me avisa) y objetos que parecían de lo más atinados en la casa anterior y que con la mudanza se ensamblan convertidos en una mueca medio absurda (las mudanzas y esa sucesión de ready-mades en cada ambiente hasta que todo empieza a tomar una forma apenas tranquilizadora o hasta que la deformidad que creemos tener bajo control se hace costumbre, que es más o menos lo mismo). En esta atmósfera mutante termino de pensar en imágenes que se superpusieron en los últimos días.

La primera. Subrayé buena parte del libro, pero volví una y otra vez a esta cita.

En la confluencia. Lugar del encuentro, pero también del desconcierto, de la violencia, de un rumbo que se pierde. Es ahí donde creo que puedo obrar. Y no veo nada, solo intento mantenerme a flote.

No hablamos solo de literatura. O, más bien, habría que definir lo que significa literatura. Ciertamente no un ejercicio disciplinado.

Traduzco aquí, ahora, pero no traduzco solo el aquí y el ahora. Traduzco también río arriba.

El fragmento pertenece a Traducir o perder pie, de Corinna Gepner, que salió hace poquito por Eme Editorial y me pareció hermosísimo. De paso, así como sucedió con la salida de Se vive y se traduce de Laura Wittner (hablamos de esa publicación por acá el año pasado): ¡larga vida a los libros sobre la tarea de la traducción! Sobre todo a esos que, como el de Gepner, no se quedan en terreno firme, se apoyan provisoriamente en esa “o” del título, que puede dar lugar a una idea de sinónimo (traducir como quien queda un rato en el aire, la sensación de no hacer pie antes de salir a flote, una forma de suspensión) o como una escena en la que quien traduce tiene que optar y así y todo siempre puede aparecer alguna versión nueva. Me quedo un rato pensando en ese vaivén: se flota y se traduce. Vale para la traducción; vale para todo lo demás, también.

La segunda y hablando de no hacer pie. O de perderlo. O de caerse por un rato. Durante mis vacaciones (sí, vacaciones, mudanza: todos los climas amontonados en pocos días) se cumplieron 30 años de la salida del disco El amor después del amor de Fito Páez. Para muchos de mi generación y de varias: la banda sonora que fue educación sentimental sin algoritmos y, al mismo tiempo, el gran algoritmo de nuestras vidas, ahí donde, como en las traducciones de Corinna Gepner, confluimos sin rumbo y también sin pausa.

Además de escuchar todas las canciones y de repasar todas las letras, ese día vi la entrevista que le dio Fito Páez a Julio Leiva en el ciclo Caja Negra de Filo News. Me quedé enganchada especialmente en el momento en el que el conductor le pregunta al músico por los femicidios de su abuela, de su tía abuela y de la empleada que trabajaba para ellas a mediados de los ‘80 en Rosario. Cuando tuvo lugar ese episodio espantoso, Páez estaba de gira en Brasil, con Charly García. En la habitación del hotel, ya enterados del horror, los músicos pasan las horas. Así lo recuerda Fito en esa nota: “Yo era un zombie. Charly se queda conmigo y me dice ‘Vamos a ver una peli’. Y agarra así y encuentra Purple Rain (recordatorio: la película musical que marcó el debut cinematográfico de Prince). Yo era un fantasma y él era Charly García (risas). Entonces me pone derecho a la tele y empieza a pasar la película, extraordinaria. Y para mí era un dibujo abstracto todo, en movimiento. En un momento llega el último tema, él empieza a correr por todo el escenario. Da vueltas, se sube al piano, mi amor, con la guitarra. Let’s Go Crazy se llamaba el tema, que es extraordinario (...). Me entusiasmó, me sacó un poco de zombilandia. Me quedé así y Prince no paraba de moverse. Entonces Charly sin mirarme, estando al lado, me dice: ‘¿Y este cuando se caiga del caballo?’. Claro, yo estaba en esa situación, absolutamente borde, muy borde, y Charly dice esa frase y a mí me da un ataque de risa. Y a él también. Nos empezamos a reír, porque claro, un tipo totalmente para abajo, down, y el otro que está saltando. Y él que dice: ‘Este se va a caer del caballo algún día’. Por ese y por infinidad de motivos es que amo a Charly García: porque me hizo reír en una de las noches más negras de mi vida”.

La tercera imagen, ya que hablábamos de saltos, de ese instante en el aire. “¿Esto es Buenos Aires?”. “¿Esto es Bariloche?”. “¿Esto es el cielo?”. “¿Esto todavía son vacaciones?”. Adiviné a la nena que preguntaba sin parar y adiviné también a la madre que intentaba responder, incluso con alguna salida bastante cómica mientras despegábamos y volábamos (“disfrutá esto también, hija”, tiró, como una especie de tarea: la obligación exprimir hasta el último segundo de ese sacudón que suelen ser las vacaciones): no las vi, pero sus voces llegaban hasta mi asiento, en el avión que me devolvió a Buenos Aires (no podría escribir mi casa, porque, cuál sería si todavía la estoy armando). 

Las preguntas de aquella compañera de viaje resuenan hasta esta hora, mientras tipeo rodeada de un enjambre de cosas que se va deformando y se proyecta contra las paredes. Una sombra, que voy a intentar traducir, descifrar. O que al final de todo se volverá costumbre.

Sin hacer pie, los invito a pasar a este lugar del encuentro, pero también del desconcierto, en palabras de Corinna Gepner. O una nueva edición de Mil lianas, en las mías. Let's Go Crazy, en las de Prince.

1. Los niños 6, Jesse Ball. “Para algunas personas, hay cosas que son graciosas y cosas que son serias. Las cosas serias pueden ser tristes o trágicas, mientras que las cosas graciosas suelen ser triviales. Por otra parte, existe la verdad, y es que todo es muy triste, horrorosamente triste; y al ser tan pero tan triste, en cierto modo también es gracioso. No hay nada que no pueda convertirse en una broma, porque la broma eres tú. Tú eres el idiota, el barco que naufraga, el paraguas agujereado”. Algo así pasa por la cabeza de Devlin, un niño de 10 años que, con su hermanita Mina, se convierte inesperadamente en líder de un grupo de chicos que de un momento a otro quedan boyando en una ciudad postapocalíptica: todos los adultos del lugar mueren o se suicidan por un fenómeno inédito de causas desconocidas y solamente los menores sobreviven en Los niños 6 (Editorial Sigilo, 2022), la reciente novela del escritor estadounidense Jesse Ball, que hasta hace muy poco permanecía inédita inclusive en inglés.

Se trata de un texto corto, magnético, de pocas palabras y al mismo tiempo repleto de imágenes hermosas, a veces duras, a veces graciosas. Con gran agudeza, Ball pareciera meterse adentro de la cabeza de estos niños, que salen por las calles arrastrando juguetes, bebés, hermanos y hermanas menores u objetos que les parecen indispensables en medio de ese mundo nuevo e inexplicable. La misma editorial había editado en castellano hace unos años la novela Cómo provocar un incendio y por qué de este autor y promete sacar pronto también su libro más reciente, The Driver’s Game.

Los niños 6, de Jesse Ball, fue editado en castellano por Sigilo.

2. Las madres no, Katixa Agirre. “Al principio fue simplemente una intuición, una manera de empezar el libro derrumbándolo todo, como diciendo 'esto es un libro sobre la maternidad pero lo primero que te vas a encontrar es a una madre que ahoga a sus bebés, no va a ser simplemente un libro sobre la maternidad'. Empieza con la antimadre, no con la mujer que da vida sino con la que hace todo lo contrario, y eso es algo que no podemos entender. La idea fue empezar a hablar sobre la maternidad a partir de estas ruinas. Luego me he encontrado que el infanticidio tiene mucho más peso histórico y cultural del que yo me pensaba. No es una mera anécdota y en cada época ha tenido sus razones, desde el control de la natalidad a embarazos de mujeres violadas desesperadas”. En esta entrevista que dio a nuestros colegas de elDiarioES la escritora vasca Katixa Agirre ofrece algunas claves sobre su destacada novela Las madres no (Editorial Tránsito, 2022) que acaba de llegar a la Argentina.

El libro tiene como protagonista a una mujer escritora que queda impactada cuando se entera por los medios de un caso policial reciente, mientras espera la llegada de su primer hijo: una mujer asesinó a sus dos bebés pequeños y es juzgada por el hecho. Las dudas sobre qué ocurrió y quién es verdaderamente esa persona la llevan a hacer una especie de pesquisa doble: de un lado la maternidad, sus cuestas, sus interrogantes permanentes; del otro, el infanticidio, su simbología y su peso a lo largo de la historia.

Contada de modo vertiginoso, por momentos con pasajes que se asemejan al ensayo y a la vez con honestidad, Las madres no no se regodea en la crudeza, sino que intenta desmigajar sus mecanismos. Como si todo el tiempo tironeara de esa máxima que machaca sobre aquello de que la maternidad será deseada o no será para salir de ese binarismo y posar la mirada sobre los intersticios, los huecos, las zonas patinosas. Un libro arriesgado y muy atrapante.

Las madres no, de Katixa Agirre, acaba de salir en la Argentina por la Editorial Tránsito. Aquí, una entrevista que brindó la autora en elDiarioES durante 2020.

3. Esquirlas, Natalia Garayalde. “El 3 noviembre de 1995 estalló la Fábrica Militar de Río Tercero, Córdoba. Miles de proyectiles se dispararon contra el pueblo que los producía. Con 12 años, mientras intentaba escapar de las explosiones, registré la destrucción con una cámara de video. Veinte años después me encuentro con esos archivos. La explosión escondió el mayor tráfico de armas en el que se vio involucrado el gobierno argentino. La ciudad continuó creciendo pese a la tragedia, pero la amenaza del polo industrial y militar aún persiste”.

Con esa sobriedad, que acompaña todo el relato del documental Esquirlas, la cineasta cordobesa Natalia Garayalde describe una herida doble. Por un lado, está la tragedia colectiva, en pleno gobierno de Carlos Menem, con un estallido que dejó siete muertos y una marca indeleble en la memoria, en los cuerpos: un montón de esquirlas que persisten hasta la actualidad. Por otro lado, en la película también aparecen los días de la familia de Natalia, sus propias llagas, que en ese momento quedaron registrados por una cámara casera que ella y su hermano usaban como un pasatiempo.

Les hablé en algún momento de este documental porque circuló por varios festivales internacionales y me impactó muchísimo. Tanto que entrevisté acá a su directora. Por suerte, ahora se podrá ver en un ciclo virtual en la plataforma Puentes de Cine.

Esquirlas, de Natalia Garayalde, se puede alquilar en la plataforma Puentes de Cine. Más información, por acá. Además, una entrevista con la directora por acá.

4. Banda sonora. Como les conté acá, estuve de vacaciones unas semanas y escuché poca música nueva. Pero justo leí que Tame Impala hizo una versión de Last Nite de los Strokes en el Festival Primavera Sound de Barcelona hace unos días.

Entonces me dieron ganas de repasar hits de esa banda que musicalizó algún tramo de mis días a comienzos de los 2000. Así que se suman a nuestra lista compartida ya mismo.

¡Hasta la próxima!

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