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Una mujer harta, los ratones de Virginia Woolf

Virginia Woolf publicó reseñas y ensayos breves para el Times Literary Supplement a lo largo de tres décadas.

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Supongamos que encienden la luz de la cocina cuando los sirvientes ya se han ido a acostar: los escarabajos se meten debajo de la alfombra; los ratones, detrás de los paneles de madera; no queda nada en el cuarto salvo la mesa de pino limpia y el reloj blanco, redondo. ¿Nunca se han detenido un momento para preguntarse adónde habrán ido todas esas ágiles vidas, y qué travesuras estarán haciendo sin que puedan verlas? ¿Y si, a fin de cuentas, lo sólido y lo útil en realidad no bastan para colmar todas las necesidades del alma?

El fragmento pertenece a un artículo de Virginia Woolf de 1919, que apareció ahora compilado en su libro Las excéntricas (Ediciones Godot, 2022, por acá pueden leer un adelanto) gracias a una idea hermosa de la editorial y del escritor y traductor argentino Matías Battistón que se propuso reunir todo lo que la autora británica escribió alguna vez sobre la excentricidad y algunas mujeres particulares que le llamaban la atención. O mejor: darle forma a un libro que nunca se escribió como tal, pero que ella alguna vez soñó y hasta llegó a dejar anotado como un deseo en su diario íntimo, en 1915, donde deslizó algunos nombre posibles: “Creo que un día escribiré un libro de ‘excéntricas’”. (Primer paréntesis de la fecha: me pongo un bonete y celebro con alegría la revisión y relectura de la obra de Virginia Woolf. Por acá armé algunos apuntes sobre dos libros de ensayos que salieron a finales de 2021, con artículos y entradas a sus diarios; y acaba de salir también Los artistas y la política, del que pueden leer este fragmento).

Pero volvamos al principio, a la imagen y a esa curiosidad que llevó a la autora de Orlando a posarse sobre esas figuras y escenas que no aparecen en primer plano (sin contar, por evidentes, las particularidades de los personajes en sus libros de narrativa y las suyas propias). A todas estas personalidades excéntricas, la mayoría mujeres, las persiguió, las rastreó, las investigó y con eso que fue encontrando escribió varios artículos que salieron en revistas desperdigados y a lo largo de varias décadas.

El puntapié quizás fue el Dictionary of National Biography, un libro con breves biografías de personajes británicos destacados que su propio padre se encargó de compilar durante años y que Woolf leía un poco sorprendida. La escritora, por oposición, puso su lupa toda la vida en quienes se escabullen, en las no ilustres, en las que no figuran en el índice de la enciclopedia paterna. Las que persisten al lado del camino, las que, a fuerza de su excentricidad (no confundir con un exotismo pavote: todas ellas ofrecen con su obra una periferia radiante) centellean desde un margen como postes de luz perdidos en la ruta. Esas que, como escribió la propia Woolf,  “por momentos se infiltran en el relato, como quien entra por la puerta de atrás”

Mientras leía Las excéntricas me acordé de un jefe que tuve, uno que usaba diminutivos para todo (hablamos de él por acá). A mis veintipico, esa edad en la que varias personas se mueven con una liviandad necesaria –y a la vez por momentos irritante, lo confieso– cada vez que él me pedía “una notita”, “alguna de esas cositas que se te ocurren”, “algún personaje rarito de los tuyos”, yo acataba, pero no me ahorraba chicanas o alguna respuesta picante (cada cual con su chispa, con lo que tiene a mano, qué sé yo). 

Mis tareas de entonces –y también las de ahora: en más de 15 años de trabajo en medios nunca me dediqué a la nota de tapa, a la noticia que aparece primero cuando se abre un portal, a eso que tildan de urgente– tenían que ver con tendencias de consumo, con la noche y el sexo en la ciudad, con la vida de las disidencias sexuales (eran tiempos previos a la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género en la Argentina: ¡qué abismo!). Hoy el gesto de quedarme en las notas laterales, –entre libros, películas, series– tal vez sea tildado de fobia o miedo a lo importante, de pereza, de un movimiento dentro de mi zona de confort (¿por qué siempre tan denostada esa idea? En medio del desconcierto, ¡aguante lo cómodo!). Yo prefiero pensar que es lo que me sale entre mis limitaciones, lo que tengo cerca, lo que insiste desde una esquina sin estridencia.

Por aquellos días, a la hora de la entrega de los textos, mis mails o mensajes siempre iban con una advertencia a mi jefe de entonces, alguna chanza, alguna manera de burlarme de aquel hombre y sus diminutivos. “Va lo mío y te dejo que me están llamando del Pulitzer”. “Esta historia me la pidió el New York Times, pero sólo por esta vez te la mando a vos porque veo que estás medio en bolas” y así. En mi defensa: sospecho que él se reía porque enseguida retrucaba con alguna broma. Hasta que la semana siguiente me volvía a preguntar si tenía “alguna cosita” para enviarle y así, en loop, durante años.

Los medios de comunicación –este diario, sin ir más lejos, o cualquiera que les guste– insisten en querer contarnos lo trascendente, lo relevante, aquello que es importante en la vida de una sociedad. Así funcionan, ese es el fuego que mantienen (cada cual con su chispa, con lo que tiene a mano, qué sé yo) y que muchas veces tiene sentido. Por suerte también, y aunque cada vez menos o con recursos más limitados, ahí donde hay un centro, existe un costado, una puerta trasera, el hueco donde se meten los ratones de Virginia Woolf.  

La semana pasada entrevisté al historietista Liniers –abajo les cuento más: ¡no se vayan!– y me encantó algo que dijo sobre la importancia de las viñetas, por lo general en la contratapa de los diarios, como cayéndose al final, en una cornisa donde parece que no queda nada: “Ponés una historieta por ahí, no hace falta mucho, es algo chiquito. Porque lo grande es terrible. Por eso es importante lo chiquito, como cuando conocés a alguien o vas con tu amigo y te tomás un vino y decís ‘wow’. Lo chiquito sigue funcionando, sigue siendo lindo. Es la razón por la que aguantamos acá en el planeta.

Desde este rincón mínimo, casi imperceptible, sale una nueva entrega de Mil lianas. Y ojo que viene con una posdata al final.

1. La mirada de Lestido. “El trabajo de un artista es como el trabajo de un maestro o como el de un enfermero: es estar al servicio de algo que va más allá de él. No es expresar la propia individualidad sino que, justamente, la experiencia de uno es la herramienta sobre la que uno se basa para que baje algo que vaya un poco más allá y que pueda resonar como propio también en quien lo recibe”. Lo dice Adriana Lestido, una de las fotógrafas argentinas contemporáneas más importantes, durante una entrevista para la serie documental de cuatro episodios dedicada a su vida y a su obra que acaba de lanzar Canal Encuentro.

La mirada de Lestido tiene a la protagonista como voz cantante, pero también cuenta con testimonios de personas que trabajaron con ella o que la conocieron, mientras se suceden fotografías de su vida, de su familia y las más emblemáticas de las que sacó a lo largo de su carrera.

Comprometida desde muy joven con la militancia, la fotógrafa vivió de cerca el horror de la dictadura y según ella misma recuerda, empezar a trabajar con la luz y con la cámara fue desde muy joven “una manera de conjurar la oscuridad”. Desde los comienzos en el fotoperiodismo, hasta el detrás de escena de sus ensayos más famosos (como el que hizo en el hospital infanto-juvenil o los que siguen a mujeres privadas de su libertad) el documental ofrece un recorrido panorámico y a la vez muy íntimo. Algo que me gustó especialmente de la serie es la entrevista con Blanca Freitas, una de las protagonistas de la foto Madre e hija de Lestido, que aparece en el segundo episodio y cuenta detalles muy conmovedores alrededor de esa imagen tan potente que con los años se volvió un ícono de la lucha de las mujeres por los derechos humanos.

La serie documental La mirada de Lestido se emite todos los viernes por Canal Encuentro. A medida que se van estrenando, los capítulos también están disponibles en el canal de YouTube de la señal.

2. Lucy, de Jamaica Kincaid. “Que el mundo donde estaba yo pudiera ser suave, hermoso y reconfortante era más de lo que podía soportar así que me quedé para ahí y lloré porque no quería amar ninguna cosa más en mi vida que pudiera romperme el corazón en millones de pedazos que cayeran a mis pies. Pero de todas maneras, ahí estaba y no podía hacer mucho al respecto; porque hasta yo podía ver que era demasiado joven para la amargura real, el arrepentimiento real, para un corazón verdaderamente endurecido”. Lucy, la narradora de esta novela, es una joven antillana que contempla por primera vez la nieve. Con 19 años, acaba de llegar a los Estados Unidos para trabajar como au pair (una suerte de niñera elegida por un programa internacional que reúne a jóvenes extranjeras dispuestas a cuidar chicos a cambio de alojamiento, comida y a veces un sueldo magro) en la casa de una pareja con cuatro hijas.

Con lucidez y grandes dosis de mordacidad, Kincaid ofrece, mediante la mirada implacable de Lucy, una observación breve y a la vez muy acertada sobre el mundo del trabajo, los vínculos entre las personas que se saben de clases y de orígenes muy distintos, la desigualdad, el desarraigo y el tironeo inevitable que se produce en el pasaje entre la juventud y la adultez. Porque Lucy es una mujer que a veces está harta y a veces intenta ser compasiva para comprender a quienes la rodean.

La escritora Jamaica Kincaid nació en Saint John’s, capital de Antigua y Barbuda, en 1949, con el nombre de Elaine Potter Richardson. Vivió allí hasta 1965, año en el que completó su formación bajo el sistema de educación inglés y fue enviada justamente a Nueva York a trabajar como au pair. Hasta que dejó a la familia con la que vivía y comenzó a estudiar fotografía y a escribir para diversos medios periodísticos. Cambió su nombre en 1973, cuando fueron publicados sus primeros artículos.

Lucy, de Jamaica Kincaid, con traducción de la escritora argentina Inés Garland, salió por La Parte Maldita.

3. Macanudo 15. “Va a ser el último libro de Macanudo que publico con este formato”, me dijo hace unos días, cuando tuve la oportunidad de hacerle esta entrevista para elDiarioAR (ya que estamos: no se pierdan las fotos que hizo Leo Vaca en esa esa nota). A veinte años del nacimiento de Macanudo, una de sus historietas más populares que apareció en el diario La Nación en un país que tenía sobre su espalda el estallido social de 2001, Liniers dice que deja los libros cuadrados para experimentar con otras formas.

En Macanudo 15 (Penguin Random House 2021), la publicación que estuvo presentando por estos días en Buenos Aires, aparecen sus personajes de siempre –no faltan, entre otros, los pingüinos, las preguntas que se hace Enriqueta con su gato, los duendes, los temores de Martincito y las andanzas de Olga– y su universo particular.

Ese en el que, incluso ante la mayor de las incertidumbres o los abismos que impone la vida sobre la Tierra, entre colores y trazos amables a veces hay espacio para una esperanza moderada, algo ñoña.

Macanudo 15, de Liniers, fue editado por Penguin Random House. Por acá, la entrevista con el dibujante durante su reciente visita a Buenos Aires.

Banda sonora. Siguen sumándose canciones a nuestra lista compartida. Ando con días caóticos y eso se refleja en lo ecléctico de mis elecciones musicales. Por un lado, leí tanto sobre Mr. Morale & the Big Steppers, lo nuevo del rapero estadounidense Kendrick Lamar, que tuve ganas de meterme en un mundo que desconocía y me deslumbró. 

También por estos días Los Auténticos Decadentes lanzaron el video de Bailando, una versión de la canción de los ‘80 del grupo español Alaska & Los Pegamoides, que en esta oportunidad la banda argentina grabó junto a Juliana Gattas y Alejandro Sergi de Miranda! En fin, todos los climas.

Posdata. Llegó un momento que esperaba muchísimo: mis primeras vacaciones oficiales en estos dos años y pico pandémicos. Me voy de viaje así que no habrá Mil lianas hasta junio.

Este es el mecanismo funcional/que encontramos para estar sin estar cerca/Esta solo es una parte del imán/no lo vemos, pero sé que nos conecta”, canta Lara Pedrosa acompañada por Santiago Motorizado en una canción divina de ella que se llama Melodía de extrañar (obviamente ya se sumó a nuestra banda sonora) y que vengo escuchando bastante seguido. Le doy play una vez más, pienso que por unas semanas voy a extrañar este espacio que compartimos los viernes. Pero también que me llevo mi parte del imán, ¡ustedes tengan a mano la suya! Será hasta la vuelta.

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AL

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