HISTORIA DE VIDA

En mula o caminando, el médico que cambió la vida porteña para curar en parajes olvidados de la Puna

Cielo arriba de Jujuy, por sendas milenarias que alguna vez recorrieron antiguas culturas originarias, entre cornisas, valles profundos, puro sol y viento, sin señal de teléfono, el médico Jorge Fusaro, de 36 años, recorre cada dos o tres meses viejos puestos de montaña a lomo de mula o caminando para atender a un puñado de argentinos y argentinas que habitan en esos parajes casi inhóspitos. “Soy ese gordito que le gustaba poner los pies en el río y hoy recorre esos duros, durísimos, pero maravillosos lugares y regresa a su casa con la sensación de que mis pacientes me dan más a mí. Me dan una espiritualidad que no encontré en ningún otro lado”, confiesa a elDiarioAR

Se recibió de médico generalista en la Universidad de Buenos Aires pero apenas obtuvo el título armó las valijas y retornó a su Jujuy natal. Por cuestiones de trabajo, su familia dejó el norte argentino y se instaló en Buenos Aires, en Mataderos, en donde hizo la secundaria y luego entró a la UBA. Pudo más la vida vecinal de barrio, esa en la que todos se conocen en la cuadra, como en Jujuy, y decidió dejar atrás la porteñidad. No se arrepiente, para nada.  

No es casual que haya elegido el silencio de la localidad de Yala para vivir. A 10 kilómetros de San Salvador de Jujuy, hacia el oeste, camino hacia la Quebrada de Humahuaca, aún selva de las yungas, fue el espacio vital del escritor y poeta Héctor Tizón. “La Puna no es sólo un desierto lunar cálido y frío, es una experiencia: allí se viven intensamente el silencio, la soledad, el desamparo. Y los seres humanos se miran a sí mismos como en un espejo, enfrentados a la razón de existir, a su destino más elemental”, señaló Tizón al reseñar su tierra amada. Por esas mismas angostas calles de Yala caminó el poeta y hoy camina este médico alto, corpulento, pura barba y de sonrisa generosa.

Fusaro eligió ser médico rural. En 2014 ingresó al sistema de salud estatal de Jujuy, en donde hizo la residencia y otras tareas pero su obsesión era llevar sus saberes a las montañas, al campo y al monte. No le fue fácil, tuvieron que pasar seis años, más una charla con el Ministro de Salud, hasta que consiguió el pase a esa área que fue creada en 1968 y es uno de los sistemas más eficientes del país, según describe. Su desembarco en la ruralidad fue justo en noviembre de 2020, plena pandemia de Covid 19, por lo que sus primeras salidas fueron cargar mulas con conservadoras con vacunas para llegar a esos jujeños y jujeñas que habitan en lugares que hasta son difíciles de encontrar en los mapas. Su tarea se hizo conocida porque bajo el usuario @alpargatadeyuto compartió algunas de las campañas en Twitter. 

Un consultorio en las nubes

De las salidas que realiza a menudo, quizás la más brava sea la Gira Médica al Chañi, de cinco días, para recorrer los parajes que se encuentran a los pies del macizo de casi 5.900 de altura, pura Puna, para visitar a las familias o personas que viven solas. “Dos semanas antes ya tengo una ansiedad que por suerte entiende Micaela, mi compañera, con la que vivimos juntos. Hago los listados de cosas para llevar, desde mi indumentaria personal, teniendo en cuenta que es imposible bañarme, hasta los medicamentos que no me pueden faltar y los equipos para los controles que también debemos cargar. No debo olvidarme de nada porque después es imposible retornar. Y el día de la salida al Chañi es especial, nunca es el mismo, las sensaciones son siempre distintas, profundas”, cuenta Jorge.

El equipo parte de la localidad de León, a 1600 msnm, y se completa con el agente sanitario Santos Ramos, un baqueano y el enfermero supervisor Marcelino Zambrano. Este último recorre esas zonas desde 1982 y tiene los mapas grabados en sus retinas, en su memoria, cuenta. “Nadie conoce más que él porque además sabe leer a la naturaleza, cómo están los ríos, si habrá lluvia, sol o nieve. Pongo mi vida en sus manos”. Y no exagera porque en ocasiones el camino es por cornisas angostas, de subida. Un paso en falso de un animal o de un miembro del equipo puede ser el último. “A veces abrazo el cuello de mi mula y le digo al oído 'te confío mi vida'. Y despacito y a paso seguro superamos el peligro”, confiesa el médico. 

Las mulas se cargan con medicamentos, vacunas, hojas de coca, ropa, alimentos, pilas y todo lo necesario para estar en la montaña cinco días pero también para dejar a estas familias porque a algunas sólo reciben las visitas de ellos, pues sus familias ya no lo hacen por distintas razones. Algunas veces porque ya no tienen familiares, son los últimos de una larga estirpe que hunde sus raíces en los pueblos originarios de la Nación Kolla.

En períodos en los que no hay lluvia se parte en mula desde más arriba de León porque las camionetas pueden ascender por la huella y cruzar los arroyos pero cuando hay lluvias es imposible. Con un móvil se ahorra un día sobre los animales o junto a los animales, porque las mulas se utilizan más para la carga que para que los hombres vayan sobre ellas. Gran parte del recorrido se camina, sí o sí, bajo el sol, el frío y pisando piedras, montaña arriba. Siempre bien abrigado debido al constante viento y que no falte el sombrero o una gorra. 

Después de León llegan hasta Campo Molulo y luego a La Encrucijada, en donde descansan hasta el amanecer del día siguiente en una habitación de piedra, adobe y techo de troncos. Allí se divide el camino y deben recorrer ambos. Uno lleva hasta Papa Chacra, Corral Grande y Molinas. El otro conduce a La Cuesta, Ovejería y Despensa. Los de mayor elevación son Molinas y Despensa, a casi 5.000 msnm, no aptos para quienes sufren de apunamiento. “En el medio, visitamos a familias para hacer los controles y vacunarlos, de ser necesario. Viven de un modo tan distinto a nosotros, sin energía eléctrica, cocinan a leña, quizás solo acompañados por una radio que sintoniza una o dos emisoras porque su vecino más cercano está a media hora de caminata o más. Sus vidas son sus ovejas y cabras que les dan leche, carne y cuero. Algunos tienen pequeñas huertas y nada desperdician. Hay pocos niños y jóvenes, la población de esos lugares es más bien longeva y además de ser médico, soy también un poco un psicólogo, asistente social y, sobre todo, los escucho, porque tienen unas enormes ganas de hablar. Nos convidan mate, té, mate cocido, bollo, lo que sea como gestos de hospitalidad y para que demoremos la partida”, relata de un tirón Jorge. Y agrega que los controles no son sólo del corazón o la presión, sino también ver de dónde extraen el agua que consumen, si viven hacinados o no y observar hasta la convivencia con sus animales para evitar que les transmitan enfermedades.

La charla que alivia el dolor

¿De qué hablan?, preguntó elDiarioAR

“Muchas veces los escucho porque eso ya les alivia un poco un dolor o una pena, quizás porque se sienten acompañados. Y en el medio de las charlas trato de aconsejarlos, qué atrevimiento, sobre mejorar sus hábitos alimenticios para que sean más saludables, sobre su higiene o recomendarles estudios médicos que se tienen que hacer por la edad. Se habla mucho de la muerte porque son pacientes ancianos, tanto, que hasta sus hijos son viejos. Por ejemplo, un abuelito de 90 años tiene un hijo de 70, entonces la muerte, como un proceso natural, está presente porque ya tienen las enfermedades de esas edades. En algunos casos hasta avanzamos en hablar sobre a dónde les gustaría pasar sus últimos días para el caso de algo grave. Suele suceder que si una de estas personas debe ser internada en una habitación de un hospital, eso acelera su deterioro y terminan sus vidas con mucho sufrimiento, lejos de su espacio vital”.

¿Recordás cómo fue el primer encuentro con la comunidad del Chañi?

“Cómo olvidarlo, fue en noviembre de 2020, sabíamos que se iba a realizar en Molinas una reunión de miembros de la Nación Kolla. En ese momento me presentaron, hablamos del Covid 19 y de las vacunas, les explicamos de qué se trataba la enfermedad y todos se vacunaron. Hacía como 10 grados bajo cero pero igual controlé y hablé con todos, sin medir el tiempo, por lo que atendimos hasta la medianoche. Y creo que ese gesto provocó que me ganara un poco de confianza, que creció en las visitas posteriores”.

Una vez una mujer me dijo: 'doctor, vamos a moler el maíz' y fuimos hasta un molino de piedra para hacerlo de la misma manera que hace miles de años. Estos viajes me están enseñando a no tratar de entender todo desde la racionalidad

¿Qué es lo que te provocan esos encuentros con personas que tienen un modo de vivir tan diferente al de una ciudad?

“Esos encuentros son como viajes al pasado. Tampoco quiero romantizarlos porque también hay una parte dura, extrema, como dormir en el piso sobre el cuero de un animal, sin las comodidades a las que uno naturalizó, pero esa gente tiene una vida interior que conmueve. Una vez una mujer me dijo: 'doctor, vamos a moler el maíz' y fuimos hasta un molino de piedra para hacerlo de la misma manera que hace miles de años. Estos viajes me han dado más espiritualidad, vuelvo renovado. Me están enseñando a no tratar de entender todo desde la racionalidad, a disfrutar de los saberes ancestrales, a disfrutar de hasta lo que no está validado por nuestra ciencia. Esos saberes no son opuestos. La cosmovisión andina no se contradice con la ciencia, para nada. Puedo recetar un medicamento para la presión, como hice hace unos días con una persona, y también le recomendé un té de toronjil para descansar, porque ayuda a relajarse, sobre todo a quienes no pueden conciliar el sueño. Ahí no hay una contradicción”.

“Mama Luna”

De cada gira médica Fusaro retorna a Yala con algo que intuye que se quedará para siempre en su memoria y en su espíritu. Por ejemplo, en la última al Chañi, se encontró de nuevo con doña María, de 74 años, que vive sola en Molinas. La última sobreviviente del paraje que alguna vez cobijó a varias familias. 

Habita una casa de piedra, de adobe y de techo de troncos que construyó su bisabuelo, por lo que calcula el médico que debe tener no menos de 100 años. Aun así, resiste la nieve, el garrotillo, el granizo, las lluvias intensas y el viento eterno. Vive de lo que le permiten sus manos, es decir, ordeña sus animales, carnea un cordero de vez en cuando, recoge leña casi a diario y es jubilada. Pero como el dinero allí no le serviría para nada, su hija, doña Sebastiana -que vive en León- le cobra la mensualidad y cada dos meses se encuentran en un punto del camino. María le regala quesos, charqui y lana, y Sebastiana le lleva harina, sal, vino blanco y otros víveres.    

“Hablamos mucho con ella, es mi filósofa preferida, además de que me comparte su sabiduría sobre recetas, la medicina tradicional con el uso de plantas de la zona y hasta me va revelando secretos de las estrellas. Por ejemplo, sobre las constelaciones, porque gran parte de sus vidas tiene directa relación con observar el cielo. Me mostró las formas que aprendió a identificar de sus mayores, junto a su abuela y su madre, como una manada de vicuñas, la cabeza de toro, el río o el río seco, entre otras formas, todo muy natural para ella”, contó.

Agregó que en este último recorrido llegaron a su casa alrededor de las 19 y se saludaron con un abrazo. Cuando levantó su mirada, vio a la luna y le recordó a doña María un consejo que ya había recibido de ella: que había que pedirle a la luna lo que se deseara cuando empezara a ser nueva y apenas apareciera en el horizonte. Esto sucede sólo una vez al mes y por unos minutos. “Doña María la miró, cerró sus ojos, todos nos quedamos en silencio, abrió sus manos y casi en un murmullo oró 'Mama Luna dame luz para mí y mi familia, Mama Luna dame salud para mí y mi familia'. Así, varias veces, al final se persignó  y se tocó sus miembros... Yo, más mundano, la imité y le pedí que salgamos campeones en el Mundial de Catar y salud para mis seres queridos”.

Fusaro recordó que era la cuarta vez que se veían y en las anteriores había observado una habitación que siempre mantenía con candado, una suerte de oratorio. Suponiendo que ya se había ganado su confianza, le pidió que lo dejara entrar y doña María accedió, para su sorpresa. “Fue como si se hubiera abierto una puerta a otro tiempo. Había ollas en donde se hacía chicha, objetos que sirven para sahumar, colecciones de piedras de distintas formas, puntas de flechas, un estandarte de la Virgen del Milagro, un altar con velas derretidas de antaño, estampitas viejísimas y hasta el aviso de un velorio, de 1935. Pero lo más fuerte fue ver que en el altar, en vez de una virgen o un Cristo, la imagen principal era una luna creciente, la Mama Luna, que es algo hermosamente naturalizado por esas comunidades. Por ejemplo, cuando alguien está enfermo, se le pide a la luna por su salud. Fue conmovedor, inolvidable”, rememora.

Para los pueblos originarios del norte argentino,  Mama Quilla o Madre Luna, es la diosa Inca de la fertilidad y su poder es similar al de Inti, el dios sol. La luna es la guardiana y la protectora de toda la sabiduría de los ciclos femeninos. Antes de la llegada de los colonizadores esta diosa tuvo un espacio de veneración en el templo Qorikancha (Cuzco) Perú, de los más grandes que se han descubierto. A ella también se le pide protección para las niñas, las gestantes y los bebes que vienen en camino.

Para agradecer la compañía, doña María alimenta el fuego, amasa unas tortillas que luego pondrá en una parrilla y ofrecerá bien calientes a las visitas, acompañadas de un mate cocido. Sus manos reflejan el paso de los años, curtidas por el sol, el frío, la lluvia, el viento y las tareas cotidianas. Antes de la despedida, ofrece unos puñados de hierbas medicinales de la zona que el médico guardará con cuidado en botes cuidadosamente preparados y ordenados una vez que llegue a su casa.   

De mi bolsillo sale la plata para indumentaria y equipo. Con lo poco de extra que me pagan, apenas si alcanza para comida. Además, son cinco días en donde no puedo hacer guardia en la terapia intensiva del Hospital y que debo devolver apenas bajo

En la Quebrada de Humahuaca y sus alrededores, Patrimonio Cultural de la Humanidad, también hay otros lugares que visita. Son los puestos fijos de Ocloyas, Tilquiza, Tiraxi y Laguna del Tesorero, a donde llegar no supone una gira sino el compromiso de un día completo, o dos, y a donde se puede acceder en vehículo. 

¿Por qué decidiste compartir en Twitter tus salidas? 

“Porque soy un hombre de mi tiempo, familiarizado con el uso de las redes sociales y me pareció una vía muy interesante para poder compartir estas experiencias para que se conozca ese país invisible para muchos. Pero nunca pensé que pudiera tener tanta repercusión, que pudiera gustar tanto. La gira del Chañi es la que más generó curiosidad. Y seguiré compartiendo estas historias”.

¿Qué te dicen tus pares médicos y médicas de lo que haces?

“Les parece un esfuerzo muy grande, reconocen mi trabajo, pero no lo harían, pero a mí no es algo que me preocupe. Sé que pierdo plata porque de mi bolsillo debe salir para indumentaria y equipo porque con lo poco de extra que me pagan, apenas si alcanza para algo de comida. Además, son cinco días en donde no puedo hacer guardia en la terapia intensiva del Hospital San Roque que debo devolver apenas bajo. Pero para mí la montaña es energía, es silencio. Me gusta más eso que ganar plata porque es otra forma de vivir esta vida y la elijo”.  

DC/MG