¿Es nene o nena? Las fiestas para revelar el sexo del bebé o cómo reproducir el patriarcado entre tartas y regalos

Ana Requena Aguilar

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Una pareja explota un gran globo. De su interior saldrá confeti rosa o azul. Amigos y familia les rodean. Hay gritos, abrazos, lágrimas incluso. Alguien graba la escena para el recuerdo. El globo habló: el bebé que esperan será nene si el papel picado es azul, o nena, si es rosa. Se trata de un ritual con cada vez más éxito en España, las fiestas de revelación del sexo del bebé: con globos, cañones de humo, tartas o cajas de regalo, las futuras familias convocan a sus allegados para conocer si esperan un hijo o una hija. Sea cual sea la manera que elijan para hacerlo, el ritual siempre incluye los mismos ingredientes: mucho rosa y mucho azul, y muchas expectativas en función de si es nene o nena.

Las fiestas de revelación del bebé podrían ser la espectacularización de la típica pregunta “¿Es nene o nena?” y de todos los tópicos que muchas veces le siguen. “El problema no es la pregunta en sí, sino todo lo que conlleva en el mundo simbólico, la respuesta social diferente ante la mujer que va a tener un nene y ante la que va a tener una nena, las expectativas sociales que hay ante un sexo u otro”, reflexiona la especialista en coeducación Marian Moreno Llaneza. Si es una nena, será cariñosa o tranquila o estudiosa, u ordenada, o trabajadora. “Los cuidará de mayores”, llegan a escuchar algunas madres. Si es un nene, será dinámico, canalla, deportista, divertido: “Más simple, la adolescencia será más fácil”. “Qué suerte tiene el padre, podrá jugar al fútbol con él o a la Play Station”, pone como ejemplos Moreno.

La creación de estas fiestas se atribuye a la estadounidense Jenna Karvunidis. En 2008, cuando estaba embarazada de su primera hija, decidió anunciar el sexo del bebé con una tarta rellena de dulce rosa. Lo contó en su blog y el post se hizo viral. De repente, las fiestas de revelación del sexo del bebé se convirtieron en una tendencia y las maneras de anunciarlo llegaron a ser cada vez más extravagantes. Once años después, Karvunidis se arrepentía públicamente de haber iniciado la tendencia. “¿A quién le importa cuál es el género del bebé?”, se preguntaba en un post de Facebook que, también, se hizo viral.

En una reflexión más reciente, en el diario The Guardian, Karvunidis hablaba del impulso que le llevó a organizar aquella fiesta, en la que quería involucrar a seres queridos, pero con la que no quería, dice, anticipar la identidad completa de su futura hija. Las elecciones personales de su primogénita al crecer y las de otra de sus hijas le hicieron comprender lo limitador que puede llegar a ser poner el énfasis en el sexo del bebé y sus expectativas asociadas. “El problema es que se sobreenfatiza un aspecto de una persona”, decía Karvunidis, cuya primera hija utiliza pronombres femeninos, pero renunció a la expresión de género femenina.

Muñecas o coches

El sociólogo especialista en género Lucas Platero explica que la relación con nenas y nenes se establece ya incluso antes de que nazcan “y por eso nos interesa saber si es nene o nena porque, a partir de ahí, hacemos proyecciones sobre cómo va a ser nuestra relación”. Esa proyección sobre cómo será la criatura y nuestra relación con ella está condicionada por patrones de género. “Le metemos las muñecas o los coches desde el minuto uno, hacemos planes distintos en nuestra cabeza y luego confirmamos esos intereses en una especie de profecía autocumplida”, apunta.

Marian Moreno también insiste en que el problema es que la expectativa por conocer el sexo del bebé va acompañada demasiadas veces de estereotipos que harán que cuando nazca empiece una socialización desigual. “La sociedad sigue esperando algo diferente solamente por el sexo con el que naces”, prosigue. Una socialización que empieza con los colores, suaves o fuertes, con los regalos, muñecas o autos, y hasta con las expresiones cariñosas, muñeca y princesa o machote y campeón.

Que el ritual sea una fiesta contribuye a que el machismo se camufle todavía más. “Es algo edulcorado, estás comprando un guion del patriarcado, pero lo hacemos sin querer”, asegura Platero. La ropa rosa o con dinosaurios “se compra con todo el cariño”, igual que las muñecas o los autos. “Luego decimos que es que los nenes se mueven mucho o que se pelean más que las nenas, ¿cuánto hemos participado las personas adultas en esa proyección?”, se pregunta el sociólogo.

Condicionar el desarrollo de las criaturas

La experta en psicología, estereotipos y roles de género de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) Milagros Sáinz Ibáñez también cree que este tipo de prácticas “refuerza y perpetúa” roles y estereotipos tradicionales de género. “Indudablemente, esto ya prepara toda la maquinaria para que las personas más cercanas al bebé actúen depositando sobre la persona una serie de roles, no solo a través de los colores y tipo de vestimenta (lo más descriptivo), sino a través de las formas de dirigirse y comunicarse con los bebés que confirmen los roles y expectativas tradicionales”, afirma.

Sáinz Ibáñez asegura que esas expectativas de género pueden ser nocivas para el buen desarrollo madurativo de los bebés, “no respetando las necesidades intrínsecas al desarrollo de cada cual, por ejemplo, al esperar que los bebés nenas desarrollen el lenguaje o aprendan a caminar antes por el hecho de ser nenas”. Algo similar expresa Marian Moreno, que explica cómo ese énfasis en la división por sexos coarta la libertad de las criaturas y llega a condicionar elecciones y preferencias personales.

“Hacer una fiesta es estupendo y no es que esta fiesta tenga la culpa del patriarcado, pero es una gota más que nos convierte en una sociedad sexista y que además fomenta que la gente no tenga un espíritu crítico ante ese sexismo”, concluye Moreno.