“Pinkwashing” o como ocultarse detrás de las luchas feministas

“¿Qué más quieren las mujeres?”, dice a su grupo de amigos un joven de 36 años, en un bar de la Ciudad de Buenos Aires, después de contar que conoció el término pinkwashing. Ellas le explican que lo que quieren, y a lo que hace referencia el ese término, es que haya un compromiso real con las luchas feministas y no un uso para fines comerciales. En pocos minutos hacen un repaso de cómo estas reivindicaciones amplían los derechos de todas las personas. Hay intercambio, luego acuerdo. La escena es síntoma y síntesis del momento actual: la problemática de género está en la agenda pública, hay militancia, hay resistencia y también desconocimiento de su impacto a nivel social. Especialistas en el tema conversan con elDiarioAR sobre uno de los desafíos más visibles: cómo traspasar los nichos para hacer de la perspectiva de género una cuestión transversal.

Para Luciano Fabbri el primer paso es que la agenda de las políticas de género incluya a los varones a partir de una estrategia pedagógica. Si la masculinidad que naturaliza el ejercicio de la violencia se aprende, entonces hay que desarrollar políticas para desaprenderlas. Fabbri es doctor en Ciencias Sociales y secretario de Formación y Capacitación para la Igualdad del Ministerio de Igualdad, Género y Diversidad de la provincia de Santa Fe, a través del que realiza talleres con grupos de varones en el marco del Programa Masculinidades por la Igualdad para llegar a los espacios en los que ellos circulan -clubes, ligas deportivas, centros de estudiantes- y no limitarse al sistema de educación formal. Señala que las resistencias siempre están presentes y el desafío es reconocer que la masculinidad implica ciertos privilegios que no son fruto de méritos individuales, o diferencias naturales con respecto a las mujeres y diversidades, sino de una estructura de relaciones sociales.

Se trata, advierte, de un ejercicio de largo aliento: “Nuestras ideas son racionales y podemos cambiarlas de manera más rápida. Pero transformar nuestras creencias, que es donde se inscriben nuestras valoraciones en torno al género y a la sexualidad, implica un trabajo más profundo sobre nuestras emociones y afectos”. Al vencer ciertas resistencias aparecerán otras. “Insistir sobre la idea de oportunidad es lo que nos permite desmontar un poco la idea de que los feminismos son una amenaza para los varones. Los debates en torno a las políticas de género permiten que los varones podamos empezar a elegir formas más saludables de construir nuestras masculinidades”, dice Fabbri y en sus afirmaciones deja ver algunos de los factores sobre los que se construye la resistencia a la lucha de las mujeres. El enfoque propuesto da lugar a la posibilidad de construir relaciones más justas basadas en la igualdad y la reciprocidad y vínculos que no provoquen daño. La transversalidad de la perspectiva de género también es una oportunidad para la política. Trabajar estos temas, reflexiona Fabbri, no es desviarse de los problemas centrales -como lo es la seguridad en la provincia de Santa Fe- sino que se abren nuevas dimensiones para entender, por ejemplo, la violencia como una práctica condicionada por la masculinidad, que la convierte en el único mecanismo para la resolución del conflicto, o como un espacio para que los jóvenes construyan su identidad y puedan mostrarse importantes para los demás. “Muchos de los problemas sociales que tenemos son derivados de la socialización en ciertos mandatos de masculinidad y revisarlos en un sentido no estigmatizante, que asuma que son parte de un entramado cultural y no una característica individual, creo que puede contribuir a una sociedad más saludable”, concluye Fabbri.

Con la mirada puesta en la intersección entre sociedad civil y Estado, Paola Bergallo, doctora en Derecho y directora del área de Géneros de Fundar, asegura que la idea de transversalidad permite que las dimensiones de género aparezcan como relevantes al momento de planificar, diagnosticar, diseñar e implementar políticas públicas. El reconocimiento de los derechos de las mujeres y disidencias implica una transformación de la gestión pública y la construcción de capacidades estatales para la gestión del enfoque de género. “Ha habido mucha educación cívica sobre derechos de las mujeres y las disidencias, por ejemplo, a través de la inclusión de la ESI en el sistema educativo, que trata la educación para la sexualidad desde una visión integral. Otro componente es la pedagogía social que viene haciendo el movimiento de las mujeres en sus luchas”, Bergallo señala que esto llevó las discusiones de género a las calles, a los medios de comunicación y las redes sociales y que, en la medida que los actores políticos abrazan estas agendas en el Congreso y en los partidos, hay una pedagogía de la dimensión política que lucha por la construcción democrática. “El proyecto de la justicia de género es ambicioso y radical en muchos sentidos y va a llevar mucho tiempo. Esa es una cuestión asociada a cualquier agenda que sea central en la vida de las personas en la que se quiera producir un cambio. No hay que subestimar los desafíos ni sobreestimar nuestra capacidad de enfrentarlos”, explica Paola Bergallo y afirma que en el contexto actual es necesario ampliar las audiencias, diversificar los temas y priorizarlos colectivamente.   

La sociedad civil, una protagonista clave

Involucrar a la sociedad en el compromiso con la perspectiva de género implica que las conversaciones rompan las fronteras del rechazo y del desconocimiento. Con ese eje trabajan en Amnistía Internacional Argentina y creen que la efectiva implementación de la ESI es fundamental para combatir los estereotipos negativos y la discriminación contra las personas LGBTTIQ+. La organización acompaña estos temas con campañas de sensibilización destinadas al público general para derribar los prejuicios instalados socialmente. Mariela Belski, su directora ejecutiva, no duda en señalar el rol importante y la responsabilidad que tienen los dueños de los medios masivos de comunicación, que en algunos casos dejan que se generen discursos de odio y que se promuevan violaciones a leyes como la ESI o la ley de identidad de género. “Creemos que ahí hay que formar también porque hay mucho desconocimiento, por supuesto que también a los agentes del Estado, que son los encargados de hacer cumplir estas leyes, y los operadores de justicia. Nuestro Poder Judicial es muy machista y con muy poca perspectiva de género”, Belski suma también a las organizaciones de la sociedad civil y las empresas privadas: “Esto es algo que hay que transversalizarlo en todos los ámbitos de la sociedad”. Para ello, considera que es fundamental que haya información disponible y análisis de datos estadísticos con perspectiva de género para que se pueda mostrar la desigualdad estructural que hay entre los géneros en los distintos ámbitos de la vida cotidiana y que eso lleve a la reflexión colectiva. “Una vez que la sociedad tiene esos lentes que le permiten reconocer esa matriz desigual se puede transversalizar la perspectiva de género en las distintas agendas de trabajo en donde aún no está presente, por ejemplo, cambio climático y género, o el impacto desigual de la deuda en mujeres, en trans, en travestis, en personas no binarias o la brecha de género en la precarización laboral”, repasa y su enumeración hace eco con las declaraciones de Luciano Fabbri y Paola Bergallo. Un eco que deberá sonar cada vez más fuerte para que lo que quiera toda la sociedad sea una ampliación de derechos que promueva integración social, desarrollo y acceso a libertades y garantías. 

JLC/MG