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Atención flotante es el correo mensual de nuestra columnista Alexandra Kohan que se propone formular preguntas donde solo había respuestas.

“Son lecturas posibles a partir de cosas, nimiedades que están dando vueltas en el aire y que en apariencia no tienen ninguna importancia. Detenerse y subrayar algo que no había advertido antes. Formular preguntas donde sólo hay respuestas. No tengo todo pensado”, advierte la autora.

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Vínculos de pareja
Notas sobre el matrimonio

Casamiento en pandemia

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I. Dos hombres conversan acerca de sus asuntos personales. Uno le transmite al otro su preocupación: su mujer pasa por un mal momento; está angustiada y está agobiada, entre otras tantas cosas, por los asuntos de la casa. Ese agobio se transforma, muchas veces, en reclamos hacia él, su marido. Su amigo sentencia: “A X también le pasa. Eso se llama matrimonio”. Más allá del lugar común que implica esa distribución de “roles” que a veces actuamos los hombres y las mujeres, más allá de que sea una realidad que las mujeres nos ocupamos mucho más de lo doméstico, lo cierto es que me detuve en eso se llama matrimonio. Lo pensé como un modo de silenciar lo que ahí sucedía. Como si el matrimonio fuera ese nombre por el cual hacer pasar todo lo que pesa de la vida cotidiana -maritablemente, decía un paciente de Lacan superponiendo maritalmente y miserablemente-. Como si el matrimonio, que como toda institución ha cambiado muchísimo a lo largo de la historia, cargara siempre con ese resto de pesadumbre. Y es cierto que a veces creemos que el problema es el matrimonio. Pero creer que es solamente el matrimonio en sí nos evita y nos preserva de pensar y de leer los modos en que lo habitamos, las maneras en las que nos relacionamos con el otro. Incluso nos evita revisar ese yunque que se llama Ideal, ese que también cae sobre las cabezas del matrimonio. El matrimonio también participa de los estereotipos y de los esencialismos, esos en los que nos escondemos cuando creemos que no hay alternativa. Al revés de lo que dice Tolstoi de las familias, acá sería “todos los matrimonios infelices se parecen”.

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Algunas preguntas donde sólo había respuestas, por Alexandra Kohan.

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II. “El tiempo era precioso, pero por desgracia hemos pasado la mañana discutiendo. Sólo nos queda dejar pasar el día marcado con el hierro candente de nuestro mal humor. ¿Quién empezó? ¿Quién no ha sabido parar? Ahora ya da igual”. Y luego: “Casi me asusta comprobar lo mucho que dependo de Leonard, cómo me he acostumbrado a apoyarme en él”. Y también: “Me atrevería a decir que somos la pareja más feliz de Inglaterra”. Y esto: “No logré escribir ni una línea de Las horas porque Leonard cogió una gripe, y mi día no fue mucho más agradable. Sea como sea hay algo delicioso en cuidar, quizás sea algo puramente femenino, pero disfruto si me necesitan, no me importa renunciar a la escritura y sentarme al lado de mi convaleciente”. Más adelante: “Leonard me deja espacio para expandir la mente, es una bendición que yo piense lo que piense pueda contárselo a él. Nuestra vida en común es libre, desprendida, alegre”. “Por fin un pequeño instante de paz en medio del caos. Leonard me ha recordado que tenemos gasolina suficiente en el garaje para suicidarnos. Pero quiero vivir”. “Pero sí, venceré todo este desánimo. Se trata de dejar que las cosas vayan llegando, y afrontarlas una después de la otra. Ahora, por ejemplo, se trata de preparar bien el bacalao”. Tan solo algunos subrayados de la excelente compilación que hizo Gonzalo Torné, para Capital Intelectual, de los diarios de Virginia Woolf: Escenas de una vida: Matrimonio, amigos y escritura. La felicidad pero también los celos, la envidia, la depresión, los pequeños odios de la vida cotidiana; el dinero, la escritura, el talento: nada de eso no pasa por la trama del matrimonio de los Woolf, según deja constancia Virginia.

III. “El poema está hecho/ por fragmentos unidos/ bajo una intensa presión/ de un dolor de cabeza./ Buenos matrimonios / hacen malos poemas”. No es una fórmula, sino un hecho, un hecho de dicho. Como lo es la poesía de Fabián Casas. Como lo es el Sí, quiero performático. No hay poesía sino en lo que se escabulle de la pretensión de armonía, de la pretensión de estabilidad, de la pretensión de paridad. Y me acordé de que Lacan dice que el inconsciente no es un conocimiento, sino un saber disarmónico que de ningún modo se presta a un matrimonio feliz.

Por eso pareja no es igual a matrimonio. Aunque haya matrimonios que pretenden subsumirse en la pareja. Por eso Philippe Sollers dice: “Hay una palabra que no me gusta, la palabra ‘pareja’: nunca he podido soportarla. Evoca toda una literatura que detesto. Julia y yo estamos casados, claro, pero cada uno tiene su personalidad, su nombre, sus actividades, su libertad. El amor es el pleno reconocimiento del otro como otro”. La pareja quiere hacer existir la reciprocidad, el “a los dos nos pasa lo mismo” el “A mí me pasa lo mismo que a usted”. Acaso algo de eso destaca Lacan cuando dice: “El matrimonio como engaño recíproco”. Y por eso, también dice que el amor es dos medios decires que no se recubren, que de eso se trata la “división irremediable”, no tiene remedio pero tampoco mediación. Hay personas que hacen del matrimonio el recubrimiento de la división irremediable, acaso para no enterarse de ella. Una sucia mezcolanza: así llama Lacan al intento de recubrir esos dos saberes inconscientes, esos dos que nunca hacen uno. 

IV. “El matrimonio no puede tener ningún sentido que no sea singular”, dice Julia Kristeva. Así como dice Philip Roth, “la literatura produce efectos diferentes en las diferentes personas, lo mismo que el matrimonio”.

V. Un día advertí que tuve todos los estados civiles. ¿Todos? Sí, todos: soltera, casada, separada, viuda, divorciada. Ahora estoy casada. Por tercera vez. Nunca quise casarme, en el sentido de que nunca fue para mí una aspiración. No me reconozco en Susanita. No me recuerdo fantaseando con el casamiento, ni con la vida matrimonial. No me recuerdo con todo eso en forma de proyecto, ni mucho menos como un proyecto separado de alguien en particular. Sucedió, cada vez, a la manera de un encuentro inesperado. Fueron tres veces muy distintas, singulares. Ninguna de las tres veces me casé de blanco. La última vez me casé de negro, que es el color que más uso, que más me gusta. Quería usar ropa que pudiera usar en cualquier otra ocasión y así fue. Antes quise anillos, esta vez, no. Uso la alianza de mi mamá, porque es una manera de tenerla cerca. No creo que la tercera vez sea la vencida sino, más bien, la vencedora. La jueza que nos casó en 2015 dijo que, una vez que se modificó el código civil, el único motivo para casarse es el amor. Yo siempre me casé por amor. Y una vez que esos amores se terminaron, no me quedé ni por necesidad, ni por conveniencia -es que siempre preservé mi independencia económica-. Separarse no es lindo, ni fácil, ni conveniente. Pero quedarme en un matrimonio por conveniencia -porque es más cómodo- me resultó siempre muy costoso. “¿Otra vez te vas a casar?”, escuché de varias personas en tono desaprobatorio. Les hubiera contestado lo que escribió Anne Carson en La belleza del marido: “Bueno la vida tiene riesgos. El amor es uno. Riesgos terribles”. Ya no quiero volver a casarme, me quiero quedar acá con el que una vez me escribió: “si no me hubiera casado con vos, me casaría con vos”.

Me gusta que, aún hoy, las personas se sigan emocionando con los casamientos.

VI. Mis padres se casaron en Colonia, Uruguay, en 1958. La novela familiar cuenta que fue así porque en Argentina no existía el divorcio. No era que alguno de los dos fuera casado, sino que pensaban en su futuro: ¿y si quisieran divorciarse? Acá no podrían. Fue así que se fueron con dos amigos que oficiaron de testigos al país que les permitiría, si así lo quisieran, divorciarse en un futuro. Se casaron con precauciones. Se casaron sabiendo que no sería para siempre. Se casaron con el divorcio en el horizonte. Se casaron sabiendo que había una puerta por donde fugarse si así lo necesitaban. En 1982 se separaron. Nunca se divorciaron. Pasaban algunas fiestas juntos. Nunca dejaron de quererse más o menos solapadamente. Eso también se llama matrimonio.

AK

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