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Sobre este blog

Un trabajo extraordinario: historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina es una exploración de lo que nos une y de lo que nos separa a los padres y madres que hoy, en un territorio tan vasto y desigual como el nuestro, contribuimos a la tarea titánica de criar a una persona. Un mapa de temas y problemas, un retrato de un estado de situación, un testimonio de las muchas formas en las que las personas atraviesan y se organizan para atender al desarrollo humano de los niños y las niñas.

Invitamos a los lectores y las lectoras a suscribirse a este newsletter y sumarse a esta exploración de los dilemas, las alegrías y las dificultades que convergen en el trabajo extraordinario que supone cuidar y criar hoy en Argentina.

Por Natalí Schejtman

Marina Charpentier, trabajadora social y mamá de Chano: “Aprendí que hay que saber acompañar a un hijo pero también tomar distancia”

“Estoy tratando de aprender todavía hasta dónde intervengo, hasta dónde lo dejo que se caiga, que se frustre, hasta dónde acompaño. Porque aunque no le rompas las pelotas y lo llames por teléfono todo el día, siempre está en tu pensamiento y te vas a dar cuenta si está mal. No importa cuán adultos son".

Natalí Schejtman

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Se están por cumplir dos años de la peor noche en la vida de Marina Charpentier. Fue en 2021, en medio de una lluvia congelada en Exaltación de la Cruz, provincia de Buenos Aires, cuando un policía le pegó un tiro en el abdomen a Chano Moreno Charpentier, líder de la banda Tan Biónica e hijo de Marina. Chano se desplomó en el piso después de un grito primal. Marina vio la escena a menos de un metro, entre el policía y su hijo. Lo que siguió es un recuerdo brumoso entre sirenas, ambulancias y gritos: había que sacarle la bala en menos de una hora. Siguió también una estadía en terapia intensiva y operaciones en las que le extirparon el bazo, un riñón y parte del páncreas. Pero lo que vino después de ese drama fue además la aparición de Marina en el centro de la escena: primero entre sollozos a la salida de la clínica, después en algunas entrevistas, reconstruyendo lo sucedido. Un año después, Marina Charpentier acudió al Senado de la Nación para exponer con lágrimas y firmeza sus críticas a la Ley de Salud Mental aprobada en 2010.

En esas intervenciones a corazón abierto, Marina hacía converger del modo más doloroso su experiencia como mamá con su profesión como trabajadora social especialista en adicciones. Paradójicamente, combinar maternidad y vida profesional nunca le había sido fácil. 

Fue una madre joven por voluntad: se casó a los 19 y siempre quiso tener hijos, pero tuvo que esperar un poco porque su marido todavía estaba estudiando. Empezó ella también a estudiar magisterio bilingüe, daba clases en una escuela por la mañana y por la tarde era preceptora, hasta que a los 21 llegó Santiago, Chano, y ella dejó todo para dedicarse a él: “Yo creía que había que estar 24 horas”.

A los 24 tuvo a Gonzalo, Bambi, también músico y bajista de Tan Biónica, así que esos dos años que se iba a dedicar exclusivamente a la maternidad se convirtieron en cuatro. En esos años en los que se dedicaba a criar a sus hijos chicos conoció al Pastor Carlos Novelli, creador de la Fundación Andrés, y se empezó a interesar por las Comunidades Terapéuticas. Se veían los fines de semana, comían asado, y un día, a mediados de los 80, él la invitó a participar como voluntaria: “Entré y dije este es mi lugar. Me di cuenta de que la problemática de la adicción me parecía interesantísima, que quería modificar cosas, ayudar a la gente. Me capacitaban una vez por semana, iba a la granja y veía cómo trabajaban”. Por esa época se había separado del padre de sus hijos mayores y se había casado nuevamente con su actual marido. Supo, cuando era voluntaria, de la existencia de la carrera de Trabajo Social y la cursó: “Quedé embarazada nuevamente e hice toda la carrera con mi hija arriba de la mesa escribiéndome los apuntes y los chicos alrededor”. Ya en ese momento, su posición económica le había permitido contratar a una señora que trabajaba en su casa. 

–Yo no tenía ni padres alcohólicos ni adictos a nada, pero evidentemente tenía que ver conmigo. Creo que este interés tenía más que ver con algo que yo identificaba en el sufrimiento, en el dolor, en la sensibilidad de un adicto que yo no había tenido con el consumo de sustancias, pero sí era muy dependiente de los vínculos, del afecto, del amor de una pareja, de mis padres, de mis hijos, de mis hermanos.

Hizo su tesis sobre alcoholismo adolescente.

Cuando Chano tenía 20 años, ella le encontró marihuana en su cuarto y lejos de creer que podía ser una experimentación casual, entró en alerta. Contactó a un amigo que le dio algunas indicaciones, entre ellas, que asista a un grupo para padres, actividad que nunca abandonó. Pero los profesionales que vieron a su hijo le dijeron que no era un adicto, sino más bien un chico joven que estaba probando, que quería rebelarse. Se quedó tranquila, hasta que una nueva alarma sonó cuando Chano ya vivía solo: los vecinos le adviertieron que se olía marihuana: “Ahí dije bueno, listo, lo traje a vivir a casa otra vez y ahí arrancaron los tratamientos”, rememora.

En paralelo se desarrollaba su progresiva y ascendente carrera musical. Marina le había regalado a Chano su primera guitarra a los 8 años, y un poco más de grande lo llevó a clases junto con Bambi. Ella los recuerda como muy curiosos, movedizos e inquietos. La casa era “ruidosa” y siempre había mucha gente: a sus tres hijos se le sumaban las tres hijas de su marido y los amigos de cada uno. Un caos que ella recuerda como muy divertido. 

Ya en la secundaria doble jornada, Chano y Bambi armaron una banda y se movían para difundirla y tocar en vivo: “Hacían sus propios recitales y repartían los panfletos en las puertas de los colegios. Era raro, que sé yo, yo venía de una familia donde todos eran profesionales. Pero como era tan joven también vos vas improvisando sobre lo que se te va presentando, ¿no?”

Cuando se acercaba el fin de la secundaria, la afición por la música empezó a inquietarla un poco: quería que sus hijos siguieran estudiando. Pero a pesar de que le dieron el gusto de anotarse –Bambi cursó como cuatro años, incluso– la banda se empezó a convertir en la ocupación principal. 

De a poco, el crecimiento de la carrera musical de su hijo se fue, para ella, fundiendo con los problemas de consumo. Para Marina, entender que su hijo tenía una adicción fue reubicarse como madre, conocer de primera mano cosas que había visto en su trabajo pero también darse cuenta de todas las preguntas que se le abrían: “Lo primero que hice fue preguntarme por qué. Yo tengo 38 años de terapia, o sea que a mí me gusta trabajar sobre mis emociones. En realidad, más que por qué –porque le puede pasar a cualquiera– me pregunté qué tenía que ver yo, qué había hecho mal. Yo era una pendeja, no tenía la más mínima idea de lo que hacía, no tengo la menor duda de que puse todo el amor que pude, pero como digo siempre a veces el amor es demasiado. Tal vez hay que poner una mayor distancia, tal vez hay que regular el amor. Yo estaba tan compenetrada con hacer bien esa tarea, con mi propia exigencia, que tal vez me fui del otro lado. Pero a la vez con mi otro hijo no me pasó. Desde el primer momento, empecé a hacer mi propio trabajo para ver qué podía hacer diferente para que esto no se prolongara. Ahí te das cuenta de que por más que uno haga lo que haga, el otro es el otro y está atravesado por su propia historia, por su vida, por su trabajo en el caso de mi hijo, por su sensibilidad. Cada uno se revisará y verá qué parte es de uno. Yo tengo una amiga que siempre me decía ‘en todo caso al porcentaje que supuestamente te pudiera corresponder ¡sacale el 50% que le corresponde al padre!’”. 

Marina señala el patio de la casa de Nuñez y recuerda una madrugada de 2004 en la que llegó Chano a las 5 de la mañana y la despertó para pedirle que lo internara. Se quedaron charlando los tres al aire libre, junto con Bambi, y el lunes siguiente se internó durante ocho meses. No fue la única vez que pasó por internaciones voluntarias. Pero esos relatos distan de la escena dramática que terminó con el disparo quince años después. Esa fue la primera vez que Marina intentó internarlo en contra de su voluntad, algo que la ley de Salud Mental de 2010 en su Artículo 20 deja como un “recurso terapéutico excepcional” que “solo podrá realizarse cuando a criterio del equipo de salud mediare situación de riesgo cierto e inminente para sí o para terceros”. Este es uno de los aspectos más debatidos de la nueva ley: quienes lo critican, como Marina, argumentan por un lado que en la práctica justificar el “riesgo inminente” resulta un calvario burocrático por las diversas interpretaciones y su carácter excepcional supone un compromiso que ningún profesional quiere asumir. A la vez, muchos familiares señalan que los adictos frecuentemente no tienen el juicio necesario para decidir una internación de manera voluntaria. Quienes la defienden argumentan que durante décadas se abusó de la internación y estigmatización, se vulneraron derechos, y que el problema está en el sistema de salud y en la correcta implementación, pero no en la Ley. 

Cuando recuerda el contexto de julio del 2021 que la llevó a buscar internarlo, deja ver la complejidad que tienen algunas situaciones. Ella venía viendo que su hijo estaba mal, cada vez peor. Entre otras cosas, la pandemia había tenido un efecto dramático en su salud mental. Empezó a ver su tristeza, su depresión, la angustia de no poder tocar con sus compañeros. Después de algunas advertencias de personas que lo habían visto –y en acuerdo con el psiquiatra de su hijo que había firmado la necesidad de internación–, decidió llamar a una ambulancia que viniera con un psiquiatra, pero vino con un médico clínico, con el argumento de que los psiquiatras no llegaban a la zona. Al ver la ambulancia, su hijo se subió a una moto y se fue. Al día siguiente, volvió a intentar que vaya un psiquiatra para que pudiera firmar la necesidad de una internación, porque la que tenía Marina “no era suficiente”. El domingo nuevamente fueron ambulancias  y el señor de la guardia llamó a la policía. “¿Qué hacés en ese momento? ¿Lo dejo y por ahí mañana llego y lo encuentro muerto? Tenía un auto. ¿Mirá si sale y mata a alguien? ¿Qué hacés? En ese momento es un dilema tremendo que les pasa a todas las madres todo el tiempo”. Cuando Chano salió de su casa había ambulancias y patrulleros. Todavía a Marina se le corta la voz cuando recuerda el desenlace, aunque prefiere no ahondar en los detalles de una causa que ya está archivada (el policía que baleó a Chano fue sobreseído por actuar en legítima defensa y la familia decidió no accionar en su contra). 

Sigue tratando de procesar ese evento e intenta aprender de lo que pasó. Por un lado, fundó junto a Stella Maurig la organización “La madre marcha” (@lamadre_marcha en Instagram), que se junta los jueves por la tarde en el Museo Larreta con padres y especialmente madres de adictos. Pero también tienen un rol activista: el 15 de agosto, por ejemplo, van a hacer la tercera marcha en Tribunales frente a la Plaza Lavalle apoyando a los psiquiatras que van a ir a explicarle a los jueces por qué habría que modificar, según ellos, la Ley de Salud Mental. Por otro lado, van a firmar un petitorio a nivel nacional con ocho puntos: el primero es que se declare la emergencia en Salud Mental.  

Pero además, las preguntas que se hace exceden la adicción de su hijo mayor y se concentran en su rol de madre. “Estoy tratando de aprender todavía hasta dónde intervengo, hasta dónde lo dejo que se caiga, que se frustre, hasta dónde acompaño. Porque aunque no le rompas las pelotas y lo llames por teléfono todo el día, siempre está en tu pensamiento y te vas a dar cuenta si está mal. No importa cuán adultos son, te levantás pensando qué estarán haciendo y en algún momento del día querés llamarlos por teléfono o hablar o mandarles un mensaje. Y si están mal, hay como una intuición, como una conexión que no se va nunca en realidad. Lo que sí aprendí es que los hijos no son nuestros, no son nuestra propiedad. También aprendí que es mejor que se frustren cuando están en casa, no decirles a todo que sí para evitarles los dolores. Porque mejor que atraviesen los dolores adentro de la casa para construir herramientas para cuando los tengan que atravesar solos. Atravesando la adicción de mi hijo, entendí también que es una enfermedad y no se elige, y que es muy delgado el límite entre acompañar y la codependencia, que es sobreproteger o sobreacompañar. Hay que también tomar distancia y entender que el otro es otro con su historia con su vida con las consecuencias de lo que hace”.

A Marina a veces la paran en la calle. Le escriben cientos de mensajes, hay gente desconocida que contándole su experiencia se pone a llorar y la abraza. Personas que le manifiestan mucho amor hacia su hijo. Para ella, la red con otras madres fue fundamental en su vida: “El dolor compartido es medio dolor”, dice con orgullo. Por eso, desde hace 20 años que nunca dejó de acudir a grupos de madres –las mujeres suelen acudir mucho más que los varones– de manera presencial y también virtual.

Lleva unos 30 años observando casos de Salud Mental pero también nota cómo esa conversación fue haciéndose cada vez más masiva y menos tabú: “Yo creo que antes de la pandemia nunca había escuchado en la tele hablar de salud mental o, por ejemplo, que alguien diga que estaba medicado o que iba al psiquiatra. La verdad es que la enfermedad genera mucha empatía, en parte porque yo creo que ya esta altura no hay una sola familia que no esté atravesada por alguna de las patologías de salud mental”.

Las novedades de Tan Biónica le generan una sonrisa y un cambio de espíritu inmediatos: la banda anunció dos shows en Vélez para octubre de este año y las entradas se pulverizaron. Dos en el Estadio Único de La Plata y lo mismo. Y un show en River que también se agotó. Marina no puede esperar a ese momento para ir a ver a sus hijos y lo siente como una forma de caricia después de haber pasado tantos momentos oscuros: “La familia, los fans y ellos, todos, nos merecemos vivir ese momento”. 

NS/MG

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