Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
Martín Pérez, un periodista en estado de nota
“Creo que el oficio que elegimos, el del periodismo, es algo que nos lleva a vivirlo 24 horas sin pausa. Yo no puedo ver una película sin pensar en escribir sobre ella. No puedo escuchar un disco sin estar pensando en escribir algo. Y si bien es parte del disfrute intelectual, hay un oficio metido ahí y eso significa que estás trabajando todo el tiempo. Aunque no estés sudando, tu cabeza está enganchada. Ser periodista es entrar en estado de nota, en empezar a ver las notas”, dirá en un momento de nuestra conversación vía zoom Martín Pérez (Buenos Aires, 1967).
Aquí y ahora es uno de los editores del suplemento Radar del diario Página/12. Supo ser parte del consejo editorial de la revista La Mano. Puertas afuera, hizo las veces de corresponsal de los suplementos “Zona de Contacto” y “Wikén”, del diario El Mercurio (Chile), y revistas como Postdata (Uruguay) y Efe Eme (España). Actualmente colabora con el periódico La Diaria (Uruguay) y su mensuario Lento. Y sigue manteniendo impoluto el edificio Música cretina (musicacretina.blogspot.com), su no-programa de radio online.
Cosa de mandinga, en los albores de su trayectoria periodística se lo conoció por un apodo: Gavilán Pollero, quien producía el programa “Piso 93” por la FM Rock & Pop. De esa aventura, con el tiempo desempolvará varias notas y apuntes en el libro en homenaje a Rafael Hernández, el conductor de la emisión: La vida es otra cosa: los poemas de Piso 93 (El 8vo Loco y Tren En Movimiento, 2016).
Al que seguirán una serie de textos. La compilación de nuevos historietistas DisTinta (Sudamericana, 2017), seleccionada junto con Liniers; los poemas de Vidas pasadas (Moebius, 2017), ilustrado por Juan Soto, con el que asimismo editó un cuento ilustrado para niños, Caminando en la Luna (El Ateneo,2021). Al año verán la luz las diferentes entrevistas con Andrés Calamaro congregadas en The Calamaro Files: Veinticinco años escribiendo sobre Andrés (Gourmet Musical, 2022). Y no hace mucho, Quiero verte otra vez (Mansalva, 2024), un viaje al corazón de ciertas canciones y personajes puntales en su vida de escritor.
“Yo nunca quise escribir libros, yo soy periodista. Jamás se me ocurrió escribir libros, salvo que uno tenga un proyecto, tiempo y se mande a hacerlo. Pero lo que pasó con los libros que he publicado, tiene que ver con lo que ocurre en el medio. Yo siempre creí que lo que uno tenía que hacer como periodista es hacer bien su trabajo y el tiempo te pone en tu lugar. Cuando uno escribe entra en la lógica de la escritura, ya sea canciones, ya sea ficción y en mi caso me pasa con las columnas que hago y que terminaron en el libro Quiero verte otra vez. Por eso empecé a sacar libros: para rescatar ese trabajo que siempre hice a full”, dirá en otro tramo de esta entrevista que estás empezando a leer.
- ¿Quién fue primero: el Gavilán Pollero o Martín Pérez?
- Yo arranco como adolescente fanático del rock y comienzo a firmar como Gavilán Pollero mis mensajes de oyente de Radio Bangkok. Mi seudónimo se hace conocido y luego entro a hacer Piso 93 en FM Rock & Pop como Gavilán Pollero. Durante mucho tiempo llevé ese nombre: toda la gente que me conoció en esa época me sigue diciendo Gavilán o Gavi.Y cuando empiezo a firmar en gráfica es que se va armando el nombre de Martín Pérez. Es más, incluso cuando entré en el Suplemento No, lo hago por ser el Gavilán Pollero: Carlos Polimeni respetaba a Piso 93 y por eso me acepta como colaborador. Todos en la redacción me llamaban Gavilán, pero hasta ahí llega el uso de ese seudónimo.
- ¿Cómo comenzó tu romance con el rock?
- Hacia el final de la dictadura militar, empiezo a escuchar y a entender de rock a partir de los medios que le daban cabida. Radios como FMR o las que que transmitían los shows en vivo; o las radios que tenían programas no dedicados específicamente al rock, pero que incluían cosas de él. Además, en casa pasaron de comprar La Nación a Clarín. ¿Por qué? Un día mi vieja me vio revolviendo la basura del edificio, tranzando con el portero para que me separe los diarios Clarín así daba con las tiras del Loco Chávez que yo quería leer. (Risas)
En el suplemento Cultura y Nación del gran diario argentino, (Juan) Sasturain escribe por primera vez sobre El Eternauta. Es una nota tan pionera que Sasturain no sabía qué pasaba con (Héctor Germán) Oesterheld y al final de la nota él imagina que Oesterheld está en Europa. Al día siguiente la viuda lo llama para preguntarle: “¿Usted sabe algo de mi marido?”; y a él le agarra como vergüenza: “No, no sé nada. Lo tiré ahí en Clarín”. A su vez, Sibila Camps hacía una entrevista a una personalidad cultural por domingo, pero un día fue Charly García y otro León Gieco. Mis viejos también compraban la revista Humor y yo leía las “Páginas de Gloria”.
Después di con la historia del rock argentino por la revista Canta Rock, porque sin Canta Rock no me hubiera enterado de nada. En la primera temporada, Pipo Lernoud hizo algo muy interesante: entrevistó a todos los históricos y les hizo contar su historia, que ninguno de nosotros –recién ingresados a ese mundo– conocíamos.
- No nos olvidemos de la columna de Miguel Grinberg, donde reconstruía esa historia desde el recuerdo de algunos músicos que ya no estaban.
- Además, esa columna era cronológica. De alguna manera, Canta Rock fue un medio programático. Volvió a instalar en esa pendejada, en esa nueva generación interesada y curiosa, el mito, la narrativa o lo que a partir de eso nosotros incorporamos. Y se pudo empezar a ampliar, a preguntar, a lo que sea.
- Volvamos por un segundo a ese niño indagando en la basura del edificio. En un punto, tu trabajo como crítico musical es haber estado revolviendo y separando músicas en el gran catálogo del rock. Y a su vez, escribiste mucho de cine y de historieta.Como que ese nene estaba ahí viendo algo del futuro.
- Es algo muy natural para mí. Una cosa que le debo agradecer a mis viejos es que mezclaban alta y baja cultura. Yo encontraba en casa un libro como Sobre héroes y tumbas al lado de historietas como Peanuts o Mafalda. Pero con el tiempo empecé a entender qué es lo que hago como periodista cultural. El otro día entrevisté a Fito Páez, y hablando de la cultura rock él lo citó a David Bowie. Pero yo le dije: “No, en realidad la cultura rock es nuestra, de todos los jóvenes que escuchábamos rock en los años 80. Para nosotros, el rock no era sexo, drogas y rock and roll, eso que venía al final del trencito. Para nosotros, el rock eran libros para leer, gente a la que le teníamos que prestar atención, películas que teníamos que ver. Toda esa clase de cosas que rodeaban al rock y que para nosotros –inmersos en una cultura bastante cerrada y bastante estática, como pendejos con ganas de comernos el mundo– nos permitían acceder, encontrar rutas”. Fíjate que la cultura rock en Argentina es rara, incluye a Wim Wenders o a Jim Jarmusch. No sé si en todo el mundo es así. Para nosotros, ellos son rockeros. ¿Por qué? Sus películas estaban en los cineclubes donde íbamos los que escuchábamos rock.
- Es un gran tema la cultura rock en Argentina.
- La cultura rock en Argentina es rara. Es amplia y va más allá de lo que pensaban los que hacían rock. Si vos le preguntás a los músicos, incluso músicos leídos como (Fernando) Samalea, ellos no te dicen eso; para ellos era sexo, drogas y rock and roll; ellos querían vivir eso. Era su fantasía e incluso su realidad. Pero los que mirábamos desde afuera, había otra cosa ahí a la que teníamos ganas de acceder. Había como un hambre, que en mi caso como periodista, lo traté de llevar adelante en todo sitio donde me metí.
- ¿Cómo fue eso?
- Sergio Marchi, que era mi vecino en el barrio, me abrió la puerta a una revista que dirigía, la Rock and Pop. Cuando yo entré, al toque hubo una sección de cine porque me interesaba hacer crítica de cine. En ese momento, se llevó a cabo una muestra de cine argentino donde se exhibió por primera vez Rapado de Martín Rejtman y la primera copia de Tango feroz, a la que odié; a mí me gustó Rapado.
Yo soy una especie de eslabón perdido. No hay muchos como como yo. Estoy entre la primera generación de periodistas que llega hasta (Sergio) Marchi, que escribieron durante la dictadura y que terminaría con (la revista) Tren de Carga; y la que vino después con el Suplemento Sí! de Clarín; pero yo estoy en el medio. Pasé por un montón de lugares (desde Radio Mitre hasta la revista Rock and Pop) y en mis primeros veinte años de carrera fui freelance. Nunca tuve un laburo fijo. Y de algún modo este recorrido fue una búsqueda de cierta amplitud me permitía escribir de lo que quería. Eso también me moldeó.
- A eso iba.
- Es que al ser freelance se impone llevar lo que la redacción no tiene. Yo no te voy a ofrecer un Soda Stereo, sino que debo ir por un Tom Zé o un grupo uruguayo. Esa imagen de chico mía revolviendo la basura la asocio a que no me interesa el centro en términos de cultura, sino que me seduce más ensanchar el mapa. En ese punto, el periodismo cultural es más importante de lo que dicen los medios. En general, el periodismo cultural influyó más en la vida del ciudadano de a pie que el periodismo político. ¿Cómo? Permitió y defendió la llegada del rock. El rock nos cambió la vida. Podemos garchar antes de casarnos, podemos vestirnos de rojo gracias al rock.
- ¿Había ahí un nicho que podía potenciar por un lado tu escritura y por el otro tu firma?
- Pero me abrió la cabeza también. No solo fue un nicho, sino que me permitió entender algunas cosas. ¿Viste el mapa de los ferrocarriles argentinos de (Raúl) Scalabrini Ortiz? Todas las vías van hacia la capital. Es para sacar cosas del país. Si bien cuando uno está en la periferia tiene la ventaja de que puede ver todo, el que está en el centro no ve las cosas que se encuentran en la periferia. El gran problema que tenemos –y yo lo noté en ese momento por esta necesidad– es que cada capital mira hacia una más grande. Si Latinoamérica mira hacia Buenos Aires, Buenos Aires no hace lo mismo con la región sino que su ojo está puesto en Nueva York o Londres. Había que romper eso. Eso que yo observo, lo demuestra MTV Latino cuando sale al generar esa América Latina unida que soñaba (Simón) Bolívar. Aunque el proyecto solo dura seis meses. (Risas)
- Sí, duró un pedo.
- A los seis meses la gente que ponía la guita dice: “Muchachos, esto no funciona, tenemos que dividir la señal porque no podemos facturar para toda América Latina”. Y ahí el sueño se termina. No obstante, es la primera vez que podemos ver ese paraíso bolivariano desde acá, pues anteriormente esas bandas no entraban a la Argentina y después tampoco lo harán. Ahora bien, lo que sucedió –y lo vivimos– es que diversas bandas de diversos países ocuparon la región. Yo me pasé la vida escribiendo de músicos uruguayos –al punto de que hay alguno que me burla por eso–, y hoy las bandas uruguayas son las principales del Río de la Plata en Latinoamérica: No Te Va A Gustar y La Vela Puerca suenan en Argentina como si fueran argentinos, algo impensado antes.
- ¿Qué implica en tu trayectoria la incorporación como editor en Radar?
- En cierto punto, Radar está hecho a imagen y semejanza de lo que a mí me gusta: un suplemento que tiene el permiso para no estar tan atado a la realidad, y al mismo tiempo para perseguir de la novedad lo que le interesa y al mismo tiempo para ser periodístico cuando hace falta. Ese lugar lo encontré después de haber hecho La Mano, una revista que se armó también en pos de un deseo y con amigos o con los colegas más cercanos.
Si vos te fijás en los periodistas que seguimos trabajando, nos pasa un poco lo mismo que a las bandas de rock, que atraviesan un desierto y se vuelven clásicas. Si bancás, si confiás en lo tuyo, si siguen juntos –desde los Cadillacs hasta los Pericos–, si logran llegar a ese estadio clásico, en algún momento encuentran su lugar. Con el periodismo ocurre algo similar. Vas cargándote de responsabilidades, y te vas renovando pero siempre por el mismo camino.
- ¿Cómo surgió una revista como La Mano?
- Mi idea inicial fue: si (Alfredo) Castelo tiene una revista, ¿por qué (Roberto) Pettinato no? En ese momento era una personalidad televisiva y tuvimos mucha suerte, porque a Pettinato se lo ama y se lo odia dependiendo de la luna; y en ese momento todo el mundo lo quería. Fuimos con la propuesta y a él le gustó. Tuvo un sueldo y lo único que se reservó –y que nos pareció razonable– era una decisión final sobre la tapa, porque si él iba a poner la cara, tenía que estar de acuerdo. El dueño de la revista, Ralph Rothschild, lo único que pidió es que una de las primeras tapas sea sobre marihuana; y fue el número cuatro, un especial que estalló en el kiosco.
Lo gracioso de La Mano es que en los primeros números era una revista gorda, pero al poco tiempo el que puso la guita dijo: “Bueno, se acaba la plata, se termina la revista”. Y yo le digo: “¿Cómo?”. ¡El tipo nunca había armado una estrategia con un publicista ni con un contador! Entonces nos pusimos a tachar, restar y sumar, sentamos al tipo de la publicidad y demás. Y pasamos de ser una revista que tenía plata para seis números a una que duró seis años. En esa redacción, el consejo de dirección éramos (Alfredo) Rosso, Pipo Lernoud y yo; en el que también estaba Pettinato. El jefe de redacción era Marcelo Fernández Bitar, que era el único que venía con el entrenamiento de sacar revistas. Así armamos una que siguió los lineamientos y la lógica de Canta Rock, pero también intentamos llevar todo un poco más allá. Entre la New Yorker y la Punk Rock, esa en formato revista pero de papel de diario. Aunque fue Pettinato el que insistió en que tenía que ser psicodélica, una explosión de colores.
- Con un libro recientemente editado como Quiero verte otra vez y tu presente en Radar, ¿sentís que completaste el círculo?
- En gran medida, uno anota los logros, no los errores; pero muchas de esas cosas que me llamaron la atención terminan siendo canónicas. En el número uno de La Mano, yo publico como editor a Fabián Casas y en el tres a Mariana Enriquez, que no salían en ningún medio masivo o no estaban en los kioscos en esa época. La historia la conocemos: con el tiempo se convirtieron en figuras importantes. Con el rock me ocurrió algo parecido: seguí la pista de Jaime Roos porque Víctor Pintos lo hacía en el suplemento El Tajo del diario Sur. En La Mano teníamos una historieta y eso de alguna manera anticipó el fenómeno de la historieta argentina que apareció unos años más tarde.
Pero todo esto no es algo que invento, es algo que recojo de alguien. Lo que yo siempre hice como laburante es devolver lo que recibí. Hacer La Mano fue volver a poner en los kioscos una revista como la que yo había leído cuando era pendejo con el Expreso Imaginario. Y eso es completar el círculo, digamos, devolver eso. Y a Radar llego justamente por esa búsqueda de lugares donde puedo escribir como me gusta. Hoy estoy en Radar defendiendo el lugar de un suplemento cultural en papel.
Nuestra próxima invitada será María Zentner
“Creo que el oficio que elegimos, el del periodismo, es algo que nos lleva a vivirlo 24 horas sin pausa. Yo no puedo ver una película sin pensar en escribir sobre ella. No puedo escuchar un disco sin estar pensando en escribir algo. Y si bien es parte del disfrute intelectual, hay un oficio metido ahí y eso significa que estás trabajando todo el tiempo. Aunque no estés sudando, tu cabeza está enganchada. Ser periodista es entrar en estado de nota, en empezar a ver las notas”, dirá en un momento de nuestra conversación vía zoom Martín Pérez (Buenos Aires, 1967).
Aquí y ahora es uno de los editores del suplemento Radar del diario Página/12. Supo ser parte del consejo editorial de la revista La Mano. Puertas afuera, hizo las veces de corresponsal de los suplementos “Zona de Contacto” y “Wikén”, del diario El Mercurio (Chile), y revistas como Postdata (Uruguay) y Efe Eme (España). Actualmente colabora con el periódico La Diaria (Uruguay) y su mensuario Lento. Y sigue manteniendo impoluto el edificio Música cretina (musicacretina.blogspot.com), su no-programa de radio online.