Quién es quien en el flamenco actual

La generación post-Camarón: así son los cantaores que no llegaron a conocer al genio vivo

Alejandro Luque

Andalucía —

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No hay cantaor o cantaora que no le deba algo, o mucho. Y algunos le deben todo. José Monge Cruz, Camarón de la Isla, marcó un antes y un después en el flamenco, revolucionó el cante y lo abrió a públicos insospechados antes de morir a los 42 años. Hoy, 2 de julio, cuando se cumplen exactamente 30 años de su fallecimiento, el futuro del cante está en manos de artistas que no llegaron a conocerlo en vida. Todos han crecido con sus discos, a menudo oyendo anécdotas del genio, pero les ha quedado esa inevitable espinita.

El sevillano Manuel de la Tomasa, nieto de otra gran voz jonda, José de la Tomasa, es a sus 23 años una contrastada realidad del cante. Para él Camarón es un elegido, alguien “tocado por la varita, con unos niveles de transmisión que solo tienen los genios”. No en vano, su foto de whatsapp es una imagen de Camarón y Paco de Lucía.

“Me impresiona sobre todo la manera de mostrar tantas vertientes en solo 40 años, lo hizo todo bien. Cantando echaba la pena, pero no con los ojos abiertos, sino hacia dentro, y lo que salía de su garganta era miel. Se te metía en el alma, como se mete el llanto de un niño chico. Pero también sabía transmitir la alegría. A las personas sensibles, todo lo que él hacía se les queda dentro. Todo ello aparte su musicalidad, su gitanería, su voz tan bonita”.

Referente para todos

Nadie de su generación baja al de La Isla de la categoría de genio. No lo hace, desde luego, la jovencísima Esmeralda Rancapino, 16 años, nieta de otro grande del cante como es Alonso Núñez Rancapino y sobrina de Alonso Núñez, Rancapino Hijo. “Camarón es un referente del siglo pasado, de este y de todos los que vendrán”, dice sin disimular su devoción. “De su generación hay muchos cantaores maravillosos, Panseco, Juan Villar, mi abuelo, pero también estaba él y era lo nunca visto”.

De su arte, dice, le gusta “todo, desde el momento en que se queja a cuando tira un tono y te quedas embobada preguntándote, ¿cómo ha llegado hasta ahí?”, agrega. “En mi cante tengo cosas de él, es natural. Su forma de hacer los tangos, sus letras, los quejidos por bulerías también trato de hacerlos. Es difícil que queden igual que como él los hacía, pero solo por ser de él lo intentamos”.  

Con esta opinión coincide otra descendiente de dinastía flamenca de abolengo, Lela Soto, de la familia Sordera de Jerez. “Aunque no queramos acordarnos de él, algo suyo vas a tener seguro”, comenta, y añade en clave irónica: “Es que Camarón ha hecho ‘mucho daño’. Siempre digo que imitar a Camarón es el mayor error del mundo… pero en lo bueno nos fijamos todos. Creó un estilo particular que sigue ahí, influyendo sobre todos”.  

Gran aficionado

La imagen que estos jóvenes poseen del gigante de San Fernando (Cádiz) les viene dada, a menudo, por los testimonios familiares de primera mano. En el caso de Lela, por el hecho de que su padre, Vicente Soto Sordera, compartiera muchas noches con él, “no recuerdo si en Los Canasteros o en algún otro tablao. Pasaban mucho tiempo juntitos, se tomaban sus copitas y mi padre dice de él lo que todos saben, que era muy noble, muy calladito”.  

“Mi abuelo siempre dice que era alguien humilde, muy buena persona”, explica Manuel de la Tomasa. “Coincidieron en muchos festivales y Camarón se mostraba como un gran aficionado, cuando cantaba otro compañero salía de los camerinos y lo escuchaba. Querer aprender de todo el mundo es una característica de los monstruos. También hablaron de cantes, de la murciana Échese usted al vaciaero… Conversaciones de dos amantes de este arte”.

Alonso Rancapino, compadre de Camarón y cómplice de mil juergas con él, le cuenta a su nieta algunas historias compartidas con el ídolo. “Una de las que más gracia me hace es la del día en que Camarón le dijo a mi abuelo: a ver si eres capaz de cantar fandangos con las manos en los bolsillos, y mi abuelo le hizo agujeros a los pantalones para pasar la prueba”, ríe Esmeralda. “También me cuenta que un día estaban juntos en el hotel después de una actuación, y mientras dormía, mi abuelo cogió el pantalón de Camarón para saber lo que había cobrado. Camarón se despertó y le dijo. ¿Qué creías? ¡He guardado mi dinero en tus pantalones para que no supieras dónde estaba!”   

Primero, José

Juanfra Carrasco no ha tenido, a diferencia de sus compañeros, un linaje cantaor que le sirva de escuela, pero lo ha suplido con mucha afición y un talento natural que lo han convertido con 28 años en uno de los cantaores destacados del momento. “Camarón y Paco son nuestro Maradona y nuestro Messi”, asevera. “En mis comienzos, como soy de Badajoz, no lo escuchaba tanto, en mi zona se estilaba un cante más seguido, el de Porrina, el de Farina… Creo que daba miedo escucharlo porque todo el mundo quería cantar por él, y a mí siempre me ha gustado hacer lo que no hace todo el mundo. Hasta que me puse a escucharlo en serio y aluciné”.

Desde entonces, no hubo vuelta atrás: “Me levanto por la mañana, y lo primero que hago es poner a Camarón”, confiesa. “Primero José, y luego a los otros. Pero si me descuido, me quedo escuchándolo a él el resto del día. ¡Era tan perfecto!”.

Difícil, muy difícil, quedarse solo con un disco suyo. Según Manuel de la Tomasa, “todas sus grabaciones son una maravilla, su manera de cantar, la cuadratura de los cantes. En mi caso, siento debilidad por Potro de rabia y miel, un disco increíble, con Paco y el Tomate a las guitarras”. Carrasco, por su parte, reconoce que le gusta todo, “porque todo lo que grabó lo hizo a su manera, y eso es lo que nos ha legado. Todos los cantaores nos sabemos sus letras, pero yo si hago alguna intento cambiarla, y creo que a él le daría alegría si la escuchara”.

A ellos les toca mantener viva la llama del cante, en un tiempo en que han desaparecido demasiados de los grandes: Camarón, Paco, Morente, Menese… Y todos sobrellevan la pena de no haber podido siquiera saludar al más grande. “Yo me habría paso el tiempo yéndole a buscar todos los días, solo por estar con él”, asegura Juanfra Carrasco sin sombra de exageración. “Habría dado hasta mi cante, solo por ser camarero y ponerle dos cafés”.   

AL