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Julian Lennon y sus fantasmas, los mejores solos de jazz en el pop y Roxana Amed con invitados

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John es Julian es Jules es Jude

Se llamaba John Charles Julian y se cambió el nombre por Julian Charles John. Le dedicaron una canción donde lo llamaban Jules y luego Jude. Esa pieza –una obra maestra de 7 minutos donde 4 de ellos están dedicados a un coro repetitivo con pequeñas interjecciones de la voz solista, à la rhythm & blues y en una progresiva escalada frenética– buscaba consolar al hijo de 6 años de un matrimonio recién divorciado. Su padre creyó, en cambio, que el homenaje era para él, festejando su nueva pareja.

La canción, compuesta por Paul McCartney e interpretada por The Beatles, se llamaba “Hey Jude”, fue el primer disco editado por un nuevo sello llamado Apple, salió a la venta en agosto de 1968 y en la Argentina se la escuchó una noche, ya tarde, en un programa radial patrocinado por una casa de indumentaria masculina.

Julian Lennon se enteró de que era Jude dos décadas después. Y ahora, a los 59 años –tan cerca de los 64 que marcan el ingreso a la vejez en la iconografía Beatle– ilustró la tapa de su  séptimo disco con una foto de su niñez. El álbum se llama, por supuesto, Jude. 11 canciones precisas, levemente desesperadas, vagamente inspiradas en la pandemia ­y en mirarse demasiado al espejo, situadas en el fértil campo de la balada rock –a veces más balada; a veces más rock–. 11 canciones que comienzan con un llamado de auxilio ­­–módico, británico podría decirse, sin ningún sobre énfasis– en “Save Me” y concluyen con “Gaia”, una bella canción de amor y reminiscencias cinematográficas –con la voz en francés de Elissa Lauper y el canto aguardentoso de otro invitado, Paul Buchanan­–. 11 canciones que muestran al mejor Julian Lennon. Que es ni más ni menos que el peor. Y es que su mayor virtud es precisamente su peor defecto. Suena exactamente igual a su padre.

Vale la pena recordar, entonces, su primer disco, Valotte, de 1984.

A los 26 años su voz era aún más parecida a la de John Lennon. Y había allí canciones como la que daba título al álbum, que bien podía escucharse como el inesperado bonus track a la carrera de The Beatles. Pero había también alguna otra cosa. El notable solo del saxofonista Michael Brecker en “Lonely”, por ejemplo. Lo que, de paso, permite pensar en una play list con los mejores solos pop de músicos de jazz. Algunos de ellos: Charles Lloyd en flauta junto con The Beach Boys en “Feel Flows”, el violín de Stéphane Grappelli en “Hobo’s Blues” de Paul Simon, Paul Desmond, poco antes de morir, en el luminoso saxo alto de “Mr Shuck ‘N’ Jive”, con Art Garfunkel, David Sanborn, también en saxo alto, con Carly Simon en “You Belong to Me”, la introducción de Randy Brecker en trompeta y luego el solo de su hermano Michael en saxo tenor en “Your Latest Trick” de Dire Straits.

Volviendo a Grappelli, el legendario violinista del Quinteto del Hot Club de Francia, a mediados de la década de 1930, junto con el guitarrista Django Reinhardt, muchos años después coincidió en un estudio de grabación con un grupo llamado Pink Floyd. Y ya que estaba entró a grabar con ellos una toma ­–que luego fue descartada– de “Wish You Where Here”:

Roxana Amed y un Mundo Arjo de nuevas lunas.

Candidata al Grammy, elegida por la revista inglesa Jazzwise como una de las artistas del mes, con mojones como su Cinemateca finlandesa con Adrián Iaies (y de allí, por exclusivas razones de gusto personal –mío–, “Zamba del laurel”), o su más reciente Ontology, Roxana Amed siempre entendió el jazz de la mejor forma posible, más ligado al abordaje que a la genealogía de los materiales. Como una manera rica e inteligente, siempre arriesgada, de acercarse a los materiales más queridos. En su último Unánime, del que por ahora pueden escucharse en las redes tres magníficos anticipos, brilla una selección de invitados pero el resultado no podría estar más lejos del mero desfile de celebridades. Se trata de participaciones esenciales, que construyen estéticas. Niño Josele en “Flamenco Sketches”, edifica junto con ella una reveladora lectura flamenca de la lectura de Miles Davis sobre una pieza impresionista de Bill Evans que leía a su vez la introducción de una canción de Leonard Bernstein. En “Nueva luna, mundo arjo”, con una acuarela de zamba en el fondo. Amed y Pedro Aznar (en voz y en bajo fretless) se deslizan poéticamente sobre el mundo lunar de Luis Alberto Spinetta y Chucho Valdés canta, desde el piano, las palabras que Amed le puso a una de las Danzas cubanas de Ignacio Cervantes. Sólo queda esperar el resto del disco –allí estará “Agua y vino” de Egberto Gismonti y Geraldo Eraldo Carneiro– y, mientras tanto, disfrutar lo que se ofrece.

DF