ADELANTO

Hasta que brille

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Todo parece feliz. Gritás y te reís borracha. Nunca te había visto así, con los ojos como relámpagos. Decís que es una apuestay que la vas a cumplir. Que sos una mujer de palabra. Vení vos también, me gritás con tus manos agarradas a los hierros que suben hasta la cúspidede la M inmensa y amarilla. Vení, no seas cagona. Me gusta verte así, fresca.

¿Cuánto te apuesto a que llego más rápido que vos? Me empujás y choco contra la pila de contenedores de basura. Hagamos una carrera de trepar, decís con la mirada levantada hacia la letra giganteque brilla. Abrís los ojos bobos. Trepás hacia los arcos con un entusiasmo torpe. Tus piernascortas pero musculosas hacen fuerza, te levantan la cola en cada avance hacia la cima.Te acercás hacia la M y los colores de las luces amarillas se reflejan sobre tu rostro.

Escalás con el pelo negro suelto hasta la cintura. Nunca lo había visto así, siempre recogido en un rodete o cubierto con la red que tu señora te hacía poner para que no contagiaras los piojos. Así te había dicho, a vos, que todas las noches le pasabas el peine fino al más chico porque,ante todo, decías, quiero que esté limpito.

Te pido que bajes porque tengo miedo, pero me decís que no sea pesada. Quiero colgarme de tu pelo para llegar hasta vos. En cambio, te sostengo la mirada con el cuerpo anclado a la tierra. Mis talones fuertes sobre el pasto húmedo, los ojos fijos en tus movimientos buscando el control de la caída. Me decís que no sea así. ¿Así cómo? Aburrida. Te vas a morir de seriedad.

Me arremango los pantalones y empiezo a subir. Trepo con el ánimo temblando. Si ese es el precio de tu alegría, ¿por qué no voy a acompañarte? Tengo miedo, nada puede ser peor que imaginar tu caída. Llegása la cima y gritás,primero un aullido de felicidad, después un aliento para mis brazos cansados: ¡Dale, dale, falta poco! ¡Está re lindo acá!

Descorchás el champagne, la espuma rebalsa sobre el cielo oscuro, el corcho cae y se pierde en el pasto. Te chorrean los dedos y chupás el líquido pegoteado. Estás feliz, con la botella en la mano, dando tragos del pico. Aferrada a la bebida que te burbujea la boca. Hacés buches largos. Escupís. Tragás. Hacés gárgaras y volvés a escupir. Después, imitás los gestos de los señores brindando y tomando sorbitos, con los labios apoyados en el cristal transparente que tantas veces fregaste porque no podés ser tan torpe de dejar la marca de tus dedos. Así te dice tu señora después de las cenas a las que asistís con el uniforme especial para las fiestas, celeste con volados blancos y un cartel con tu nombre: Lili.

¿Tanto vas a tardar?, decís mientras la aureola dorada te rodea el cuerpo y te transforma en la virgen de la comida rápida. Quiero pegar la vuelta, volver al pasto, mirar la imagen desde abajo, ver cómo tu pelo cae hasta la hierba verde y tus tetas brotan del corpiño. Pero llego hasta la cima, pesada, arrastrando mi última exhalación. Vos brillás, irradiás esa luz que siempre te acompaña y, por primera vez, vemos las cosas desde arriba.

¿Te dije o no te dije? Yo siempre cumplo mis apuestas. Te reís, no contesto, embobada por las luces de las camionetas que pasan por la autopista a toda velocidad mientras el amanecer asoma tironeado por las nubes. Estoy a punto de decirte: te quiero y te perdono. Pero hago silencio. Me siento en el centro de uno de los arcos amarillos. Imitás mi movimiento y te sentás en el otro. Balanceamos las piernas y nos encontramos en el silencio de la cima.

Los autos con las luces altas prendidas zigzaguean las rayas pintadas en el piso. Mirá, juegan a no tocar las líneas blancas, me decís con esa risa de ángel tonto mientras me pasás la botella pegajosa que entremis manos se ve tan ridícula como entre las tuyas. Le doy un saque largo, trato de olvidar todo. ¡Mirá, Elsa!, gritás cuando los fuegos artificiales explotan al mismo tiempo.

¡Mirá! Señalás cada destello con precisión como si de la dirección de tu dedo dependiera mi encuentro con el brillo. Desde acá arriba los fuegos parecen manchas de vino sobre el cielo. De esas que necesitan días de remojo y fregadopara desaparecer. Buscamosidentificar de dóndeviene cada uno. A qué casa corresponde cada color. Ese es de mis señores. Estoy segura. Ese dorado y rojo, ¿lo ves? Lo compramos hoy con el más chico. ¿Lo ves? Sí, decís, cómo no lo voy a ver si es igualitoa tu corazón.

Sin despegar los labios de la botella lanzás tu pregunta diaria:

¿Qué hiciste hoy?

Repaso el día desde el principio para olvidar el final. Fui a Saturno. Compré los fuegos artificiales. La señora dijo que no eran suficientes. Volví a Saturno. El más chico vino conmigo. Se subió al changuito. Más rápido, Elsa, más rápido, gritó. Lo empujé por las góndolas. En el local la música sonaba a todo volumen. ¡Más rápido, Elsa! ¡Más rápido! Corrí por los pasillos. El más chico se paró dentro del changuito. Abrió los brazos a los costados. Gritó: ¡Soy el rey, soy el rey de Saturno! Las alpargatas se me resbalaron en el piso de baldosas recién trapeadas. Me caí. El más chico se rio. Me levantédel piso. Agarró dos aerosoles de espuma, sostuvouno en cada mano. Los roció por todo el local. No hagas eso.Vos callate. Nos van a echar. Vos callate. Una chica nos frenó. No se puede correr en el local. Vos callate. ¿A quién le hablás así?, dijo la chica. A vos. ¿Y este maleducado?, me dijo entre reto y complicidad. Basta. Basta vos. Cortala. Cortala vos. Le voy a decir a tu mamá, te vas a quedar sin regalos. La chica miró la escena sin intervenir. Cuando terminamos se acercó a El más chico y le sacó los aerosoles de las manos. Dámelos, son míos. La chica lo miró a los ojos durante un rato largo y se fue. El más chico eligió un fuego artificial que explota dentrode la pileta y otro enorme para el cielo. No me alcanzóla plata.Tuve que dejar las estrellitas que te quería regalar.

Volvimos. Pelé papas. Corté papas. Horneé papas. Tocaron el timbre. Recibí las flores. Rosas rojas. Rosas rosas. Rosas naranjas.

Rosas azules. El más grande pegó un portazo. El señor gritó. El más chico se manchó la remera. Limpié las copas con alcohol. Planché la camisa del señor. Deshice los ramos. Puse las rosas en los floreros. Armé la mesa de los hijos y primos. La señora me dijo que la ponga en la cocina. Puse las flores en el living. Pelé los garbanzos uno por uno. Pasé la aspiradora. La señora volvió a reunir las flores por color. Pasé una gamuza por los estantes. Amasé el pan.

La señora me llamó a su habitación. Me mostró un vestido color piel. ¿Te gusta? Sí, señora. ¿No me hace muy gorda? No, señora. Me mostró un vestido azul con detalles blancos. ¿Y este? Sí. ¿Sí qué? Es lindo. Esperá que me lo pongo. Se desnudó. Miré el piso. Se puso el vestido y levantó su pelo con las dos manos. Esperó de espaldas a que le subiera el cierre. Froté mis dedos en el delantal y volví a rozar su espalda. Este va sin ropa interior porque se marca todo. ¿Cómo lo ves? Lindo. ¿Cuál te gusta más? El azul.

Llegó el señor con un cabrito entero. Lo sostuvo en la mano derecha como un trofeo. Llamó a los hijos. El más chico se puso a llorar. El señor le dijo que no sea maricón. El más grande le sacó una foto. Lo agarró y lo manipuló como a un títere. Hizo voces raras. Ensayó una conversación entre el cabrito y su verdugo antes de morir. El señor rio a carcajadas. La señora gritó desde arriba, ¿qué pasa?, ¿qué está pasando? Vení, mi amor, dijo el señor. La señora bajó con el vestido color piel. Gritó espantada. El más grande se me acercó con el cabrito entre las manos y dijo, dame un beso, Elsita, un besito nada más. La señora dijo: Preparalo, y se encerró en su escritorio. Lo apoyé sobre la mesada de la cocina. El más chico espió detrás de la puerta. Miré al animal un rato largo. El más chico se acercó.¿Estás bien? Sí. ¿Te da lástima?, dijo, y me acarició la mano. Andá a jugar a tu cuarto.

No tengo ganas. Andá, tu mamá se va a enojar. La señora gritó minombre. Abrí el cuerpo del cabrito a la mitad. El más chico agarró los órganos descartados y se fue. Armé el fuego. Metí el animal. Dejame, yo lo hago, dijo el señor cuando ya estaban listas las brasas.

El más grande entró a la cocina, recién bañado, con el torso desnudo y una toalla en la cintura. Elsa, ¿viste mi camisa celeste? Está en tu habitación. No la encuentro. Colgada. No la vi. Me lavé las manos. Me sequé con mi delantal. Subí. El más grande subió atrás mío. Su desodorante se mezcló con el olor a animal de mis manos. Abrí el placard. Se tiró en la cama. Agarré la camisa. Gracias, no sé qué haría sin vos.

Hago un silencio, el tiempo de lo que no te cuento: el señor me llamó a su escritorio. Abrió la computadora. Me mostró un video. Se veía mal, borroso, en blanco y negro. Puso pausa y me lo volvió a mostrar desde el principio, estaba filmado por la cámara de seguridad que está en el jardín.Acercó la imagen, lo vi bien. Se me endureció la panza. Me dijo: Te podés retirar, terminá la cena, después hablamos. La señora me llamó. Salí del escritorio. El más chico estaba espiando por la cerradura.

¿Y después?, preguntás intrigada por mi silencio. La señora me llamó, entré a su escritorio. Se había desprendido el vestido y estaba descalza. Tachaba una hoja escrita a mano. Me pidió que la ayudara con el maquillaje. Está en el baño, traelo,por favor. Salí del escritorio, entré a la habitación, la puerta del baño estaba cerrada, la golpeé despacio, el señor dijo: ¡Ocupado! Esperé. El señor dijo, tengo para rato Elsa,volvé en veinte minutos. Entré al escritorio, la señora dijo: Dame unos minutos, ya termino. Esperé. La señora escribía rápido en la computadora, miraba las hojas tachadas y volvía a escribir. ¿Los encontraste?, preguntó mientras anotaba algo tan grande en el borde de la hoja que terminó manchando el escritorio. Me acerqué para limpiarlo. Después, después, dijo la señora. ¿Y los maquillajes?, dijo bajándose los anteojos. El señor está en el baño. Decile que se apure. Salí, volví a tocar la puerta del baño. El señor no respondió. Esperé en la puerta. Señor, dije despacio, la señora necesita los maquillajes. No respondió. Esperé. El señor abrió apenas la puerta y estiró la mano con la caja de maquillaje. Volví al escritorio. Alcanzame ese libro, por favor, dijo la señora señalando una pila de la mesita baja al lado del sillón. ¿Este? El de abajo. ¿Este? No, no. Pasé mi dedo señalando cada libro. Ese, ese, dijo la señora y estiró la mano con los ojos en la computadora. Gracias. Dame unos minutos. Sí, señora.

Esperé parada al lado del escritorio, miré la biblioteca porque a la señora no le gusta que la mire cuando escribe. Me distraje intentando diferenciar los libros de una de las bibliotecas donde todos son casi iguales. Parecen el mismo libro, con la tapa color piel y las letras marrones, pero son diferentes. La señora abrió tres sobrecitos de edulcorante, los tiró en la taza y revolvió. Vení, subime el cierre, dijo acercando los labios al té con leche. Estos no los guardes, las hojas tampoco, dejá todo así y que no entre nadie. Teneme, teneme, dijo la señora y me dio la taza. A ver, ayudame con las sombras, dijo, y las apoyó en mi otra mano. Las sostuve mientras ella se pintaba mirándose en la cámara de la computadora. Me distraje con los dibujos que formaban los movimientos de la leche en la taza. ¿Te gusta?, dijo la señora y cerró los ojos para que viera sus párpados rosas. Sí. ¿No es mucho? No, es lindo.Tocaron el timbre. ¿A quién se le ocurre llegar tan temprano?, dijo la señora. Haceme el favor, Elsa, serviles algo para tomar. Yo me voy a demorar un poco, andá,andá y cerrame la puerta por favor. Bajé. Abrí. Eran el padre del señor y su mujer. Serví las copas de los invitados, volví a la cocina, escuché el brindis.

¡Pará! Me cortás las palabras como si supieras lo que estoy a punto de decir. ¡Pará! ¡Dejá de hablar y mirá! ¡Mirá el cielo!

Repaso el final de la noche en mi cabeza. Agradezco que me hagas callar porque no estoy lista para contarte que recogí la mesa llena de platos, copas y servilletas sucias, puse el mantel en remojo, abrí la puerta para que se retiraran los invitados, los ayudé a subir borrachos a sus autos, acomodé el living, la señora me dijo que le pusiera el pijama a El más chico y se encerró en el escritorio, busqué al nene en la habitación, en el cuarto de juegos, en la cocina, no estaba, el señor me llamó a su escritorio, me dio un sobre y dijo: Por razones evidentes, estás despedida, me acompañó a la puerta de la casa, un guardia de seguridad me acompañó a la puerta del country, me sequé las lágrimas y te esperé.

Laura Sbdar es escritora, dramaturga, directora teatral, docente y Licenciada en Artes. Entre sus obras teatrales se encuentran “La obra siamesa”, “Ametralladora”, “Vigilante”, “Un tiro cada uno”, “Turba” y “Las suicidas”. Obtuvo el Primer Premio German Rozenmacher a la Dramaturgia, la Mención honorífica en el Premio de Letras del Fondo Nacional de las Artes y el Premio S a la creación escénica. Dicta clases en la Universidad Nacional de las Artes y coordina los talleres de escritura “La ficción al poder”. Es la creadora y directora del Festival de Teatro en la Cárcel. Publicó “Las criaturas” (2020) y “Estos son los huesos” (2022).