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Los 70 de Charly García Lecturas
Esta noche toca Charly

Esta noche toca Charly

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En una nota publicada en el diario Clarín en julio de 1994, Charly García le dijo a Sergio Marchi, quien ya tenía comisionado un libro sobre el músico, que el disco se empezó a grabar el 1º de febrero de 1994. Por su parte, Samalea en su libro relata que las grabaciones comenzaron en ION con un equipo de trabajo básico que incluía al baterista, el técnico Osvel Costa y, naturalmente, a Charly García. Samalea llevó al estudio una batería electrónica de pads (con el módulo Alessis-D4) que instaló en el control y también su Yamaha Recording comprada en Nueva York durante las sesiones de Parte de la religión. Charly, en tanto, trasladó hasta el barrio de Once su reproductor de laser-disc junto al televisor Sony de 53 pulgadas. Las películas seleccionadas fueron casi instrumentos, todas se utilizarán en el álbum: Dreams, de Kurosawa [en Argentina se conoció como Los sueños de Akira Kurosawa]; el documental Miles Ahead: The Music of Miles Davis (dirigido por Mark Obenhaus, publicado originalmente en 1986 y reeditado en laser-disc en 1993); 2001: A Space Odyssey [Odisea del espacio], de Kubrick, y New York Stories [Historias de Nueva York] un largometraje de tres episodios dirigidos por Woody Allen, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese (a García le interesaba especialmente Life Without Zoe, de Coppola). Los sintetizadores centrales de García para La hija de la lágrima fueron el Roland JD 800 (con el módulo Proteus logró el sonido de la apertura) y el Korg X5. Sin embargo, en el set de teclados que trasladó a ION también se encontraba el Minimoog (no es el mismo que le trajo Billy Bond de Nueva York en 1974), que había desempolvado para los Gran Rex de Filosofía barata y zapatos de goma en 1990 y desde entonces se mantuvo estable en el set de teclados para grandes shows, como el regreso de Serú Girán en 1992 o el Ferro de 1993.

Fernando Samalea relata en su libro la ya mítica sesión en que García, inmerso no solo en la interpretación sino en lo performático de la música, pidió encender la calefacción de ION (en pleno verano) para lograr un clima de incomodidad que repercutiera en lo que se grabara (el baterista y Charly terminaron tocando desnudos). También cuenta que García solía vestirse de mujer (no obstante, su fascinación con Ed Wood llegaría unos meses más tarde) para mimetizarse con el argumento del álbum. En el instrumental Taxi se sumaron Fernando Lupano y Fabián Quintiero; María Gabriela Epumer (de algún modo destinataria y facilitadora de Chipi Chipi) se sumó recién en la tercera semana de grabación. Otro de los músicos invitados fue el percusionista Luis Morandi, el integrante de The Party Arruiners en Punta del Este en el anterior enero: 

García me invitó a participar en la grabación de La lágrima, que era un proyecto más alternativo si se quiere, no tan rock como los discos anteriores. Una suerte de ópera-rock, que luego no fue tan así, pero había un concepto de entrada. Pedí permiso en el Colón y me llevé un montón de instrumentos: timbales, gongs, cantidad de cosas que las tuvimos en el estudio por todo el tiempo que duró la grabación. Creo que en todos los temas hay alguna intervención mía a nivel percusión, efectos, etc.

Una de las sesiones de grabación menos divulgadas de La hija de la lágrima –lamentablemente no sabemos la fecha exacta, no hay registros en ningún lado– transcurrió con una orquesta adentro de la sala de ION y con el artista titular durmiendo en Coronel Díaz. De ese modo se grabó Intermedio (o Interludio), el track instrumental de tres minutos, compuesto por Carlos Villavicencio, que divide en dos al álbum. El compositor, arreglador y director de orquesta había trabajado por primera vez con García en el tema principal para el programa de Tato Bores Good Show. No obstante, en la década anterior estuvo a punto de participar en Detectives, el LP de Fabiana Cantilo de 1985 que Charly produjo y al que se le agotó el presupuesto para contar con el arreglador. Por la misma época, Villavicencio había intervenido en la obra de García de un modo curioso: fue el músico contratado por Pelo Aprile para mezclar la versión 1984 de Canción para mi muerte y lanzarla (sin la autorización de Charly y cuando este firmó para CBS) en el compilado Refrescos musicales Vol. 2 de 1986.

Con la idea de la ópera y la reciente experiencia en Good Show, García convocó a Villavicencio. “Quería que compusiera para el momento en que los seres intraterrenos que vivían bajo tierra salían a la superficie”, relata, con un claro dominio del argumento de la obra. “Charly me pidió un tema orquestal que rompiera con todo lo que venía pasando hasta ese momento. Fue en una reunión una tarde en su casa. Él en la cama me hacía escuchar lo que tenía hecho del disco y yo iba anotando. Además, quería que interviniera en otros momentos, me pidió poner un coro en algún lado, pero después por cuestiones de agenda mía se me complicó y lo único que hice fue componer el Interludio”. 

Sobre las claves para una composición única dentro del contexto del álbum, Villavicencio explica las referencias que manejó junto al líder: “A él le gusta mucho Brahms y quería algo que fuera en ese estilo. Y yo le hablaba más de Debussy. Finalmente lo llevé a un lugar un poco intermedio entre los dos. Me acuerdo que cuando le mostré el demo de la composición en Coronel Díaz. En esa época además de su departamento en el séptimo piso tenía otro en el quinto, donde luego vivió Migue, que estaba completamente vacío. Nos fuimos con un radiograbador y el casete donde tenía el demo grabado a ese departamento vacío y lo escuchamos como cuatro o cinco veces en cada ambiente. No había muebles, no había nada. Enchufábamos el grabador y nos sentábamos en el piso a escuchar. Le encantó”. 

Con respecto a la grabación del Interludio, Villavicencio sorprende con la confirmación de que se trata de una interpretación realizada por una orquesta conformada por “veintipico o treinta músicos” y con el detalle de que García permaneció ausente durante la sesión. “Son cuerdas reales”, relata el músico. “Fui un día antes a ION para ver cómo estaba todo, pero me encontré con que no dejaban pasar a nadie: Charly llevaba dos días grabando y no quería que entrara nadie ajeno al disco. Osvel Costa, el ingeniero, estaba desesperado porque tampoco había dormido. Cuando Charly se enteró de que yo estaba en el estudio, me dejaron entrar y organicé con Osvel la sesión del día siguiente a las dos de la tarde. Tuvimos suerte: al rato Charly se fue a dormir, Osvel también y al otro día grabamos con la orquesta y sin Charly”.

Villavicencio además estuvo presente en otras sesiones de La hija de la lágrima. Recuerda el televisor gigante en el control del estudio, la reproducción de películas de Kurosawa y Wim Wenders y hasta el momento en que García llenó el arpa del Steinway con papas fritas en la constante y divagante búsqueda de algún sonido. “Quedó inutilizable, lo tuvo que pagar”, informa. Sin embargo, Roberto Rovira, el afinador y restaurador de pianos a quien le encomendaron la tarea de arreglar el Steinway, dice que las papas fritas en el encordado del instrumento fueron más un problema estético que sonoro: “Cayeron en lo que se llama la tabla armónica, que está debajo de las cuerdas y tiene un barniz clarito”, explica Rovira. “El tema es que el piano que estaba en ese momento en ION tenía un barniz, como una bencina vegetal diluida en alcohol. Como tardaron mucho en limpiarlo, quizá días, las papas fritas desprendieron su aceite y removieron el barniz. Cuando retiraron las papas que se pegaron quedaron las marcas. Y ahí me llamó Osvaldo Acedo, el dueño del estudio, para que me encargara de arreglarlo o emprolijarlo. Hubo que lijar y barnizar, previo a levantar el encordado. Pasé un presupuesto a ION y luego fui a cobrar a una oficina cerca de Coronel Díaz y Santa Fe. Me dieron un cheque. Cuando vi el titular de la cuenta, era Charly”. El 5 de abril de 1994 se le extendió un cheque del Banco Supervielle a Roberto Rovira por 800 pesos. Lo cobró en la sucursal de avenida Santa Fe 3164, a pocos metros del domicilio del titular de la cuenta. El documento de pago estaba firmado por Cecilia Mántica, secretaria del músico.

A raíz de estos (y otros) acontecimientos producidos en ION, cuando se acabó el lock-out la gerencia del estudio decidió no devolverle los instrumentos a García hasta que su producción no se hiciera cargo de todos los gastos extras (como, por ejemplo, el arreglo del Steinway). Además, quedó para siempre en la lista negra del estudio del Once: nunca más volvió a ION, a pesar de que una foto suya enmarcada en gran tamaño decora (junto a Piazzolla y Mercedes Sosa, entre otros) el hall of fame del estudio. 

El tramo final de la grabación de La hija de la lágrima se trasladó a La Diosa Salvaje. En el camino quedó el ingeniero Osvel Costa, que fue reemplazado por Mario Breuer. De casualidad, el disco lo terminó grabando el músico Pablo Sbaraglia. Integrante de Man Ray en aquella época, un grupo cercano al planeta García, Sbaraglia se despidió una madrugada de su amigo (y compañero en Man Ray) Fernando Samalea. Cuando llegó a su casa, el propio Samalea estaba al teléfono: le pedía por favor que se acercara al estudio La Diosa Salvaje porque Charly quería grabar y Mario Breuer había caído rendido. “Me negué como pude hasta que me convenció”, comenta Sbaraglia. “Fui hasta La Diosa y estaba Charly con el bajo colgado esperando para hacer una toma. No recuerdo qué tema era, pero sí me acuerdo que la canción tenía letra. Me familiaricé con el equipamiento y grabamos. Hizo una toma y luego me pidió volver a grabar porque quería doblar el bajo, algo que me llamó mucho la atención. Quería un desfasaje con la toma anterior, así sonaba levemente desafinado. En el estudio estaba Samalea, el ‘Turco’ [Pablo] Mehana, una especie de encargado de La Diosa, Aníbal [‘La Vieja’ Barrios] y Mario [Breuer], que dormía en un colchón al fondo. Charly todavía estaba morocho. Digamos que casi de casualidad estuve en la última sesión del disco, pero decir que lo terminé grabando yo es una exageración”.

El 5 de abril se conoció la noticia del suicidio de Kurt Cobain, un episodio que impactó de varias maneras y durante varios años en Charly García. El 16 de ese mes, Charly fue uno de los invitados del desembarco de Los Rodríguez en la avenida Corrientes (Gran Rex) de Buenos Aires. Luego de Fito Páez, García irrumpió en el escenario para despachar una versión de Mr. Jones, que la banda argento-española ya había grabado en su Disco pirata. La escena se puede ver en la película Cien pájaros, de Sergio Bellotti. Charly usa una remera de Nirvana, la misma que usará un mes más tarde de la muerte del líder de Nirvana, cuando se presente en el hall del Teatro San Martín, a las 19:15 horas del jueves 5 de mayo. Esta aparición se anunció con dos días de antelación. Era una hora pico de tránsito en la avenida Corrientes de Buenos Aires. El show tenía como finalidad mostrar algunas de las canciones de La hija de la lágrima y enmendar el frustrado concierto que no pudo concretar en la Plaza Carlos Thays, gratis, junto a León Gieco y Luis Alberto Spinetta. El hall de San Martín se vio desbordado de público. A García, el regreso al teatro municipal más importante de la ciudad le trajo algún recuerdo setentista: “Antes a los recitales los hacíamos en la puerta” o “Nos vamos, abajo están decidiendo si Hamlet era calavera o doctor”, bromeó antes de despedirse ante la inminencia del caos, con el público a pocos metros del artista. 

García había actuado en el mismo teatro el 16 de agosto de 1977 con La Máquina de Hacer Pájaros, en un ciclo gratuito organizado por SADAIC que conducía Miguel Ángel Merellano. También estuvo sentado en la platea de la Sala Martín Coronado (del mismo Teatro San Martín) el 27 de septiembre de 1979, en el concierto de Bill Evans. Y en 1984 ofreció una conferencia relacionada con su polémico álbum Clics modernos, en la que sufrió los embates de público y prensa, traicionados por la renovada estética de un álbum bisagra. Pero lo que puso en shock a la sociedad argentina aquel frío atardecer de mayo de 1994 no fue la nueva música de García sino el color de su pelo. “Charly rubio”, tituló Clarín en su portada al día siguiente. Esta historia ya se contó muchas veces: en honor a Kurt Cobain, Charly reapareció en público teñido de rubio (obra de su asistente “Chochi” Vargas). El homenaje no solo estaba en el color del pelo sino en la remera de Nirvana hecha jirones que llevaba puesta. Así arribó al no-escenario del San Martín con su banda completa y Jorge Pinchevsky de invitado (que también tiene una intervención en La hija de la lágrima). Arrancó con la Obertura y Víctima. Del álbum inédito también estrenó Chipi Chipi y, un poco más conocida por los fans más radicales, Fax U. El resto fue No me dejan salir, Pasajera en trance, De mí, Yendo de la cama al living y Botas locas. En ese mes de mayo también asistió a la entrega de diplomas de los premios Martín Fierro a lo mejor de la televisión (lo nominaron por De las sombras a tu corazón, del programa de Bores) y luego partió a Nueva York a mezclar el disco con su viejo socio, Joe Blaney.

No hay fechas exactas sobre el momento en que García decidió que la grabación de La hija de la lágrima estaba concluida. Las memorias de los protagonistas no suelen retener esta clase de precisiones y tampoco hay registros en los estudios de grabación ni en las compañías discográficas. Afortunadamente, Fernando Samalea se ocupó de apuntar determinadas fechas (y luego escribió tres libros con esa materia prima) y por eso podemos señalar al mes de abril o mayo como el momento en que terminaron las grabaciones para el nuevo álbum. De algo podemos estar seguros: la cantidad de tiempo junto al material fue excesiva y poco recomendada como para tener una relación saludable y “objetiva” como para decir basta. Para eso a veces está la figura del productor. A esa conclusión llegó, justamente, Joe Blaney cuando recibió las cintas multipistas de La hija de la lágrima de manos de su cliente de habla hispana más célebre. “No podía terminarlo”, le dijo a la revista Recorplay en 2011. “Creo que se pasó tanto tiempo [grabando] en Argentina que no podía oír que ya estaba completo”. En 1998 el propio Charly parafraseaba a Blaney ante la revista La Maga: “Es difícil saber dónde termina la música y empieza el ruido”, le confesó, según el propio García, el ingeniero de Prince y The Clash. 

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