QUÉ LEER

Patio de cuervos

Genniol

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El Socio Ambicioso

Aníbal Poccá hizo una llamada por teléfono al Socio Ambicioso desde Avellaneda, frente al Puente Pueyrredón, donde descansan los restos del circo Bauken.

—Hola Eduardo, soy Poccá, ¿hay alguna novedad de las memorias?

—Por ahora no hay ninguna novedad de computación, pero apareció otro negocio. ¿Tenés pasaporte?

—Sí, el mismo con el que viajé a Chile con el Circo Bauken. Tengo pasaporte con visa de trabajo.

—Ah… Perfecto. ¿Querés viajar a Europa?

—Claro. Cómo no voy a querer viajar a Europa. ¿Qué hay que hacer?

—Nos encontramos en el bar de Avenida Córdoba y te explico todo. De paso almorzamos juntos.

Poccá miró su reloj. Sabiendo que le faltaban dos horas para almorzar, se dio tiempo para buscar su pasaporte antes de encontrarse con el Socio Ambicioso, pagador de la comida del día.

Era el medio día cuando Poccá llegó al bar de Avenida Córdoba. Desde la puerta divisó al Socio Ambicioso en una mesa junto a una ventana, acompañado de un hombre mayor que portaba un gran bigote con estilo napolitano, pelo blanco con fisonomía carnosa y grandes orejas.

El Socio Ambicioso recibió a Poccá con una amplia sonrisa y un exagerado, caluroso abrazo. Señalando a su acompañante de mesa, comenzó la presentación:

—Te presento a Don Mario.

—¡Poccá!… Mucho gusto… ¿Usted, es napolitano?

—No, español.

—Por los bigotes, me hacés acordar a mi tío.

—¿Su tío es italiano?

—¡Era! Murió hace veinte años con más de cien de salud y soltería. Lo llamábamos tío Pintore. Había nacido en Cerdeña, esquivando la guerra llegó a Buenos Aires. Sobrevivió a la Gillette en el tobogán, a la parálisis infantil, a los timbres sin funcionar del paso a nivel, al tercer riel del ferrocarril, a los militares, a los colectiveros, a la puerta de los trenes sin cerradura, a los vidrios en la entrada del río, a los degenerados del barrio, de los baños, de los cines, al tránsito, a los ladrones y a los policías, a las patotas, a la droga, a la televisión y a la Zona Roja. Consiguió trabajo de mecánico en los talleres del ferrocarril, sus compañeros lo bautizaron con el apodo de “Tupungato”, el nombre del vino mendocino de su preferencia; sus grandes bigotes olían a tinto y toscano Avanti. Tenía una extraña forma de fumar dando vuelta el cigarro e introduciendo la brasa dentro de su boca, sujetándolo con sus dientes. Solo lo sacaba cada tanto para deshacerse de la ceniza. No se le entendía un ápice cuando hablaba porque era sardo, igual que mi madre y mis abuelos. En esa zona, cerca de Córcega, se habla sardo, una mezcla de francés e italiano. Bueno, hablando de Italia me dan ganas de viajar a Europa. ¡Eduardo! ¿Cómo es el asunto del viaje?

—El negocio es llevar mercurio a Austria, allá lo pagan muy bien. Y Don Mario sabe el lugar donde lo compran.

—¿Qué cantidades y cuánto se gana por el viaje?

—Es una valija, por cinco mil dólares más los viáticos.

—¿Una valija? ¿Y cómo se pasa una valija por las fronteras sin que vean el mercurio?

—No está suelto para que lo puedan encontrar, la valija está preparada especialmente, el mercurio no se ve. La valija está muy bien fabricada y las aduanas que pasás no controlan los aviones en tránsito. Solo hay una aduana muy liviana en Austria y después un tren que te lleva a donde se entrega la valija.

—¿Cuánto dijiste por los viáticos?

—Mil doscientos dólares y el pasaje en avión.

—Bien, para festejar esta nueva empresa mercurial, hagámoslo con un buen almuerzo… ¡Mozo…!

El viernes Poccá se encontró con Don Mario en la confitería del Jockey Club de la Avenida 9 de Julio para ir a comprar el pasaje a Viena, en la compañía de aeronavegación Aeroflot. Definieron dos valijas por diez mil dólares, más el pasaje y mil quinientos dólares para los viáticos.

El sábado se encontraron en una pizzería del barrio de Chacarita y tomaron un taxi hacia Lugano, para buscar las dos valijas. Poccá esperó en el taxi mientras Don Mario retiraba a la vuelta de la esquina las valijas que le entregó junto con el dinero pactado y se despidió.

Poccá llegó a la casa de su madre con las dos valijas; debía prepararlas, no confiaba en dejarlas en ningún otro lugar. En un quiosco compró lo necesario para su viaje de diecinueve horas; dos cartones de cigarrillos y una botella de ginebra Luca Bols. Preparó la ropa, puso su amado Yo-Yo -que nunca abandonó desde que fue Campeón Internacional de Yo-Yo Russel—y un esmoquin para ver una ópera en Italia, ya que Austria está al lado y se puede llegar en tren.

Estaba cerrando las valijas cuando su madre le preguntó adónde iba. Le dijo que iba a viajar a la provincia de Córdoba y que tardaría un tiempo en volver, que quería conocer esa provincia en la que ella vivió su época más feliz.

La madre fue hasta su habitación y volvió con un rollito de billetes que eran de sus ahorros.

—Tomá, no es mucho pero algo te va ayudar.

Poccá se desorientó por el efecto de su mentira, le explicó que no era necesaria esa ayuda, pero su madre le pidió insistentemente y angustiada que no rechazara esos pesitos que le ofrecía. No pudo dejar de aceptar la ayuda de su madre. A ambos le costó respirar en medio de esa atmósfera de angustia.

Era domingo. Tenía el pasaje, un montón de dólares y las valijas listas. Fue a despedirse de su querida amiga Renée, la recreadora de los mejores retratos de Spilimbergo, la madre del movimiento existencialista en Buenos Aires. Una gran creadora. Cuando era muy jovencita consiguió un permiso del Museo de Bellas Artes para reproducir los cuadros de los grandes maestros.

—En cualquier museo del mundo se puede gestionar una autorización para ingresar y reproducir un cuadro famoso, le explicó Renée a Poccá.

Se habían conocido en el Bar La Academia, de la Avenida Callao, en donde pasaron la noche despiertos. La Academia era el único bar en el centro porteño que, por un café, los dejaba permanecer toda la noche en una mesa, leyendo, escribiendo, hablando o solamente estando.

En una oportunidad Renée le ofreció a Poccá un cuadro para llevarlo al Banco Pignoraticio. Ahí, bajando unas escaleras, estaban los peritos. Poccá les mostró el dibujo hecho en papel y lo llevaron para el laboratorio. Lo analizaron, salieron y le dijeron:

—Bueno, le podemos ofrecer tanto.

Efectivamente, una suma considerable. Volvió a la casa de Renée a repartir las ganancias de ese negocio. Renée tenía ese don. Fue quien decoró con sus bellos dibujos el templo de Hare Krishna.

La noche en que la conoció, ella estaba sola en una mesa realizando con birome unos dibujos de los que emanaban arte. Poccá, desde su mesa, observó con qué facilidad los hacía. Se acercó y, mirándola fijamente a los ojos, le dijo:

—No sé cómo empezar a hablarte.

Renée lo miró y le contestó,

—Hablá de vos, te va a resultar más fácil.

Poccá se presentó y logró ser aceptado en la mesa repleta de dibujos. Luego Renée le regaló tres dibujos que realizó delante de él, explicándole su técnica: mirar el papel blanco y ver un dibujo imaginario formado por una sucesión de puntitos que unía con su birome.

Le contó partes de un libro que estaba escribiendo, sobre un tenista que había logrado dividir en siete movimientos el golpe de la raqueta en la pelota. Poccá comprendió ese desmenuzar del movimiento ya que él era Campeón Internacional de Yo-Yo y usaba la técnica de brazo, antebrazo, muñeca, dedo medio con sus falanges. Ya terminando la noche rumbearon hacia la estación Retiro.

Renée vivía en el hotel El Melancólico a media cuadra de la estación Belgrano R. y Poccá a dos estaciones de allí. Pero prefirió quedarse con ella. Fueron al hotel El Melancólico donde fumaron yerba santa. Poccá, sentado en la cama, vio frente a él una llama de fuego que trepaba la cortina de la habitación. Fue entonces que entró un ruso con uniforme de cosaco y un enano para apagar el fuego sobre la tela. Poccá, atónito, observó las llamas, al cosaco y al enano agitando sus bracitos y corriendo alrededor del cuarto.

—Qué alucinante, cómo pega esta yerba.

Ese domingo, después de despedirse de Renée, Poccá se llevó buenas recomendaciones y un dibujo para colocarlo en el mercado negro europeo a un valor aproximado a los quince mil dólares.

El lunes, Poccá llegó al Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Despachó el equipaje sin problemas. Abordó el avión de Aeroflot con destino a Viena.

Capítulo II

Moscú

Sheremetyevo / Sheremet'yevo

El jet de Aeroflot bajó en el aeropuerto de Moscú. Poccá tenía una sensación de nerviosismo acompañada con la traspiración de sus manos, por primera vez en la vida. Atravesó la puerta del avión para ingresar a un túnel alfombrado de rojo que lo llevó al gran salón del aeropuerto de Moscú, el Sheremetyevo International Airport.

El codo del túnel lo enfrentó con un ruso de dos metros de altura, vestido con el uniforme de gala del Ejército Soviético. Su cara estaba tallada en mármol, parado en posición de firme con los ojos claros mirando fijo a la nada, aunque así no son todos los rusos, lo son los que están como ejemplo, como paradigma del granadero ruso que espera y recibe en el aeropuerto. Cuando llega el extranjero, el turista, lo primero que ve es a ese soldado alto y rubio que lo supera en altura, una cabeza.

Siguió caminando por el rojo alfombrado del túnel y, a pocos metros, una fila de cinco ancianas con pañuelos en sus cabezas y polleras acampanadas, de tela negra estampada, con grandes flores de colores llamativos, observan con mirada amenazadora todas las caras de cada pasajero que pasan frente a ellas. Poccá se pregunta cuál es el rol de esas ancianas, Matrioshkas o Mamushkas vivientes concebidas en la antigua ciudad de Zagorsk.

——¿Serán médiums? —piensa Poccá intentando relajar al máximo su cara.

Por el túnel desemboca a un gran salón donde lo espera un laberinto de paredes de cristal y guías uniformados que controlan la documentación de los pasajeros recién llegados. Forman diferentes colas frente a las distintas puertas del laberinto de cristal.

Poccá es guiado por esos pasillos de cristales hasta un nuevo control de documentación.

Está paseando por el Free Shop o Cambalache Ruso, cuando escucha,

—Poccá / Viena… Poccá / Viena…Poccá / Viena…

Se acerca al uniformado, que está acompañado por una azafata, y continúa repitiendo,

—Poccá / Viena… Poccá / Viena…Poccá / Viena…

—Buenas noches, yo soy Poccá / Viena

—Dobryy vecher, ya dolzhen soprovozhdat' iskat' svoy bagazh.

Poccá, sin comprender una palabra de lo que le dicen, se dirige a la azafata sabiendo que ellas dominan varios idiomas, y le indica intempestivamente,

—No comprendo. No hablo ruso.

A lo que la azafata le responde,

—Han encontrado algo ilegal en su equipaje y quiere…

El uniformado interrumpe violentamente a la azafata al darse cuenta que está advirtiendo a Poccá. Con una mezcla de ruso-español le pide a Poccá que lo acompañe.

Bajan por una amplia escalera hasta un salón con una gran plataforma giratoria donde descansan las valijas. El aduanero le indica con su índice que recoja las dos valijas que giran en esa calesita y le entrega un papel escrito en varios idiomas para leer y firmar; le señala con su dedo en el papel la parte escrita en castellano —Declaración Aduanera—seguido de un cuestionario para contestar Si o No.

Dos ayudantes jóvenes en overol color azul siguen las instrucciones del aduanero uniformado que les explica cómo manejar la computadora de esa gran pantalla colgada a tres metros de altura, que muestra el esqueleto de las valijas. El aduanero sigue explicando a sus ayudantes mientras manipula las teclas de la computadora. Las imágenes de las valijas comienzan a transmutar su color y sus posiciones en una danza macabra. El aduanero habla por su radio y, antes que Poccá pueda reponerse de tal impresión, llegan al lugar un fotógrafo, un camarógrafo, un ruso de anteojos de aumento grueso y delantal blanco acompañado de dos civiles con sobretodo negro.

El aduanero uniformado da una orden. Los dos ayudantes de overol azul se colocan guantes de látex para efectuar, con navaja, una profunda incisión en el equipaje, mientras el fotógrafo y el camarógrafo registran todo el accionar de los asesinos de valijas.

Poccá, el que vivía de los remates del contrabando que incautaba la Aduana Argentina, debe saborear en ese momento la sequedad de su boca y sentir lo que es ser capturado por el sistema aduanero de Moscú. El ruso de anteojos de aumento y delantal blanco, junto con un civil de sobretodo negro, se llevan las bolsas encontradas en las valijas destripadas.

Mientras tanto, los dos ayudantes de overol efectúan una requisa manual minuciosa del contenido de las valijas: es el momento en que vuelve el civil de sobretodo negro con un papel en la mano. El aduanero uniformado lee atentamente y, dirigiéndose a Poccá, pronuncia:

—Sustancia Mercurial.

Poccá muestra las palmas de las manos con gesto sorprendido. El civil muestra una sonrisita cínica antes de llevar a su boca un chicle y, lleno de sarcasmo, le ofrece uno. Poccá lo acepta y lo lleva a su boca junto con el papel donde tenía anotado los datos del contacto en Viena. Le hace un gesto de agradecimiento al civil de sobretodo negro mientras mastica y devora la evidencia que inculpa a su contacto.

El aduanero uniformado se dirige a Poccá,

Gospod' Poccá obshchaytes' yego pod arest po stat'ye sem'desyat vosem' zakona SSSR, osuzhdayushchey kontrabandy na svoyey territorii so shtrafom ot dvukh do vos'mi let lisheniya svobody.

—Le comunica que queda detenido por el artículo 78 de la ley de la URSS que condena al contrabando dentro de su territorio con la pena de tres a ocho años de prisión.

—¿Cómo? ¿Cómo dijo?

—El artículo 78 de la ley de la URSS

—¡No!… El artículo no… Los años… ¿Cuántos años?

—De tres a ocho años.

Poccá siente una electricidad que recorre su cuerpo y se focaliza en la nuca erizándole los pelos.

Lo llevan a una habitación para realizar una requisa de su vestimenta y su cuerpo. Lo aíslan entre cuatro paredes de vidrios donde pasa la noche sentado, vigilado por un guardia.

Es la mañana, 7:30 horas aproximadamente, cuando llegan cuatro personas: un pelirrojo alto, delgado y nervioso, un obeso que oficia de traductor y dos Urssos.

El pelirrojo le habla a Poccá,

G-n Koroner KGB prosit izvineniya za opozdaniye. Obeshchaniya, chto v sleduyushchiy raz prishel rano.

El obeso traduce: El señor Juez de Instrucción de la KGB le pide disculpas por su tardanza. Promete que la próxima vez llegará puntual.

—No se haga problema-, le contesta Poccá, mientras piensa: ¿Cómo la próxima vez? Se da cuenta de que se está mofando. “La próxima vez”. O sea que el Pelirrojo prejuzga que voy a seguir contrabandeando.

Un chiste ruso que desnuda la forma de pensar del pelirrojo de la KGB.

Los dos Urssos acompañan con una sonrisita cínica y pueril. Llevan a Poccá como un hombre sándwich entre los dos, por una escalera mecánica muy veloz, a la planta baja del Aeropuerto Shermetiovo II.

Salen a la vereda de Moscú llena de nieve. Es cuando Poccá conoce el frío ruso. Cuando salió del avión entró a la manga, de la manga al Free Shop, del Free Shop al subsuelo y, cuando salieron del aeropuerto, el frío le apretó el cuerpo como una morsa. Era el frío que dolía.

Uno de los Urssos le aconseja al desorientado Poccá que cierre su abrigo, quizás un poco de sensibilidad tenía este empleado de la KGB. Poccá cierra su perramo de aviador francés color azul.

Lo suben en la parte trasera de un auto marca Lada, entre los dos Urssos. El pelirrojo maneja y el traductor pregunta algunos datos filiales que vuelca en una planilla. El auto a gran velocidad, derrapando, atraviesa las calles de Moscú.

Título: Patio de cuervos

Autor: Genniol

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