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Qué leer sobre rock progresivo y sociedad regresiva en los '70

Vendiendo Inglaterra por una libra

El libro de Norberto Cambiasso

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Un logro mayor de Vendiendo Inglaterra por una libra es su reconstrucción minuciosa de un pasado abolido del siglo pasado, el del tiempo y el auge del rock progresivo británico. Pero también la recuperación de una época que ilumina la de la tercera década del siglo XXI. Los temas del desencanto con la política parlamentaria, la crisis energética, la inflación, la guerra, la recesión económica, la erosión del trabajo formal y de los sindicatos, el desempleo, los planes sociales, la decadencia urbana, la provincia más rica que la capital, la pérdida de fieles de las grandes denominaciones cristianas antiguas y el crecimiento de evangélicos, pentecostales, y nebulosa místico esotérica, el nacionalismo, el revival folk, las nuevas redes sociales de comunicación y contacto, el individualismo, los énfasis minoritarios, el identitarismo, el crecimiento de la derecha, la ilusión del neoliberalismo, y, del otro lado de la década de 1980, la pandemia del sida.

Todo estaba entonces, nada falta en este volumen donde Norberto Cambiasso estudia -en un desarrollo más amplio y abarcador de las dinámicas históricas y sociales determinantes en el desarrollo de la música en Gran Bretaña, algunas de las facetas y tendencias de grupos y artistas del rock progresivo más folk, más regionalistas y más nacionalistas. A quienes sin embargo no siempre faltó conocimiento y reconocimiento de público propio, crítica especializada y aun mercado discográfico internacional. Desde la desindustrialización y privatización, desde las nostalgias pastorales e imperiales, desde el folk primero agrio y después ácido, desde el populismo de music hall, Beatles y Stones hasta la utopía arcaica con flauta traversa de Jethro Tull y otros esfuerzos, no siempre gratificantes, nunca decepcionantes, por reinventar un idioma común y vernáculo y una comunidad moderna pero rural, primitiva pero, justamente, progresista, avanza un relato rico en dobles fondos y ramificaciones. En el día en que la Argentina celebra la gratuidad de la enseñanza superior, publicamos a continuación en elDiarioAR unas páginas de Vendiendo Inglaterra por una libra dedicadas a la génesis de la banda Genesis, cuyos integrantes asistieron todos a una rica y onerosa escuela elitista sólo para varones.

A menudo se dice de Genesis que es la banda inglesa por excelencia. Aunque nadie sepa explicar con exactitud en qué consiste la tan mentada Englishness ni la relación del grupo con ella. Entre sus rasgos distintivos, siempre se menciona uno del que nunca se sacan las debidas consecuencias. Genesis es la única agrupación progresiva de importancia que surgió de una exclusiva public school, es decir, de un colegio privado caro y a la moda. En este caso, Charterhouse, situada en la ciudad de Godalming, en el condado de Surrey. Su fundación se remonta al año 1611 y está considerada entre las nueve grandes escuelas públicas de Inglaterra, junto con Eton, Rugby, Harrow, Winchester, Westminster, St. Paul’s, Merchant Taylors’ y Shrewsbury.

Allí ingresaron en septiembre de 1963, a los 13 años de edad, Peter Gabriel y Tony Banks. Lo mismo haría Mike Rutherford, a punto de cumplir los 14, al año siguiente. Anthony Phillips completaría esta primera composición de lugar acerca de la génesis de Genesis con su arribo a la escuela en abril de 1965. Una vez que el destino dispuso las cartas, el propio entorno jugaría un papel preponderante. En palabras de Armando Gallo, primer biógrafo y fotógrafo de la banda: “Charterhouse parece existir en un mundo aparte. La abrumadora belleza de sus alrededores y la opulencia de sus instalaciones contrasta intensamente con la severa disciplina de la escuela”. Una característica, esta última, que le hizo decir al escritor Evelyn Waugh en 1928: “cualquiera que haya estado en una public school inglesa siempre se sentirá en prisión como si estuviera en su casa”. Y es que, pese a su engañosa denominación -con ese gusto por el eufemismo tan propio de la Englishness, que llega al extremo de nombrar las cosas (desagradables) por su exacto contrario-, las escuelas públicas constituían costosas instituciones privadas de enseñanza secundaria, con un régimen de internado que albergaba a miembros de un único sexo. Las familias que enviaban sus hijos allí disponían de una renta considerable y un pasar acomodado: de las clases medias altas a la más rancia aristocracia. Eso llamó la atención de un joven Phil Collins cuando en septiembre de 1970 acudió a lo de los padres de Peter, en Chobham, Surrey, para la audición en procura del futuro baterista de la banda. Una casa de campo, con una sala de estar que se abría a un jardín y un patio que cobijaba un imponente piano de cola. Y la pileta en la que se refrescaba mientras esperaba que llegara el turno de demostrar sus habilidades como percusionista. Supo de inmediato que con Genesis le aguardaba algo mucho mejor que esas cinco libras semanales que cobraba por su participación en Flaming Youth, su grupo de aquel entonces. Aunque lejos estaba de imaginar el grado de extravagante popularidad que alcanzarían una década más tarde.

Mucho se ha escrito acerca de estas escuelas de elite, una de las últimas supervivencias del sistema de valores de la era victoriana: una educación basada en el conocimiento de los clásicos y en el impulso competitivo de los deportes; la homosocialidad, que en ocasiones, aunque no en todas, fluia a la homosexualidad, y el onanismo, éste sí omnipresente en toda adolescencia que se precie de tal; su papel casi excluyente, junto con el circuito posterior de Oxbridge, en la formación de las clases dirigentes; el gusto por la férrea disciplina y por los castigos corporales, abolidos en época muy reciente; el bullying sistemático de los estudiantes de cursos mayores a los más pequeños, sostenido en un complejo entramado de servidumbre; las exenciones impositivas de un sistema que abastecía apenas al 7% de la población y colocaba a casi el 75% de ese nimio porcentaje al tope de los puestos de mando y de las profesiones liberales. En fin, el fantasma de una educación que refuerza los privilegios y recorre la vida pública británica desde hace al menos dos siglos y medio, con la aquiescencia de las mayorías.

En los años ’50, a estas escuelas públicas, independientes y privadas, se las identificaba con el Establishment liso y llano. Aquellos eran tiempos de nepotismo descarado entre las elites dominantes. Antes incluso, en 1941, en plena guerra, George Orwell, él mismo un etoniano, advertía el problema en El león y el unicornio: “Probablemente, la batalla de Waterloo se ganó en los patios de recreo de los colegios de Eton, pero las batallas abiertas de todas las guerras posteriores se han perdido también allí. Uno de los rasgos dominantes de la vida inglesa en los últimos tres cuartos de siglo ha sido la decadencia de la clase dirigente, la disminución de su capacidad.”

Y hasta cierto punto llegó a anticipar la célebre tesis Nairn-Anderson que adoptaría mucho después la izquierda radicalizada: aquella que insiste sobre la alarmante ausencia en Inglaterra de una revolución burguesa. 

“… el estrato superior de la sociedad inglesa sigue siendo prácticamente el mismo que a mediados del siglo XIX. A partir de 1832, la antigua aristocracia terrateniente perdió rápidamente su cuota de poder, pero en vez de desaparecer o fosilizarse, simplemente se mezcló vía matrimonio con los comerciantes, los industriales y los financieros que la habían venido a sustituir, y bien pronto los convirtió en fieles copias de sí misma. El naviero adinerado o el propietario de una fábrica de algodón idearon una coartada para vivir como caballeros de campo, mientras sus hijos aprendían los rígidos manierismos de la época en los colegios privados que habían creado con esa finalidad. Inglaterra pasó a ser regida por una aristocracia constantemente reclutada entre los nuevos ricos y los advenedizos.” 

Como remedio frente a esta situación más propia de la era feudal proponía: 

 “… abolir la autonomía de los colegios privados y de las universidades más antiguas, e inundarlos de alumnos que cuenten con una ayuda del Estado, escogidos simplemente según su probada capacidad. En la actualidad, la educación que se da en los colegios privados es en parte un adiestramiento a fondo en los prejuicios de clase y, en parte, una suerte de impuesto que la clase media paga a la clase alta a cambio del derecho a ingresar en ciertas profesiones”.  

En palabras cuya resonancia no se ha perdido del todo en la actualidad: “Es evidentísimo que hablar de ‘defender la democracia’ es una soberana estupidez mientras sea un mero accidente de nacimiento lo que decida si un niño dotado recibe o no la educación que merece”.

El sistema de financiación estatal parcial para las grammar schools a partir de la llamada Butler Act, la Ley de Educación de 1944, apuntaba a corregir este orden de cosas. Aunque el eleven plus, el examen de ingreso a los once años, constituyera su flanco más débil. No obstante, gracias a él, unos cuantos jóvenes capaces de clase trabajadora podían acceder a una educación de calidad. En todo caso, las grammar schools garantizaban un mecanismo de movilidad social. Hasta que una supuesta corrección política las acusó de meritocráticas, con esa concepción tercamente equivocada de un término -el “mérito” en el sentido de achievement (logro)- que surgió, en realidad, para oponerse a los privilegios de la riqueza y de la clase: “La carrera abierta al talento”, para expresarlo en palabras del historiador Eric Hobsbawm. Al fin acabarían imponiéndose las comprehensive schools (escuelas integradoras) y las familias pudientes, alarmadas por lo que consideraban una igualación educacional hacia abajo, le concederían al sistema privado de enseñanza una segunda oportunidad. Un proceso de sustitución cuyo comienzo coincidiría con el ingreso de los futuros integrantes de Genesis a Charterhouse. Sería Margaret Thatcher, en su rol de Secretaria de Educación del gobierno conservador de Edward Heath, la encargada de cerrar la mayor parte de las grammar schools. Aunque el propio laborismo completaría formalmente esta tarea de abolición hacia 1976, regalándole a la oportunista Dama de Hierro el argumento contra una educación en crisis, con el que machacaría durante su campaña electoral de 1979. Un típico ejemplo de las consecuencias reaccionarias de cierto progresismo pretendidamente bien intencionado.

Las public schools constituyeron desde temprano una obsesión de la literatura inglesa: desde la pionera Tom Brown’s School Days (1857), de Thomas Hughes, que acontece en Rugby, hasta el colegio de magia y hechicería de Hogwarts donde transcurren las aventuras de Harry Potter. Pero la cultura pop, en apariencia más democrática, supo ser asunto de grammar y art schools. De allí surgieron sus principales innovaciones, del jazz en adelante. De allí también las vocaciones “aspiracionales” de tantos jóvenes suburbanos, que durante un breve interludio el Swinging London amagó con poner al alcance de la mano. ¿Discurría el primer Genesis en sentido contrario? ¿Acaso se trataba de una rara avis, un grupo aristocrático en plena igualación de la cultura de masas? ¿O simplemente eran percibidos por sus pares menos afortunados como posh, un poco “caretas”, chicos de colegios privados para gente bien?

Para ser justos, hay que decir que la experiencia de Charterhouse no constituyó un lecho de rosas para ninguno de los cuatro miembros originales de Genesis. 

Peter Gabriel: “Odiaba Charterhouse, era terrible.”

Tony Banks: “Pasé por períodos de extrema infelicidad. Era tímido, me gustaba mucho estar solo y el sistema de Charterhouse no era bueno para gente así”.

Mike Rutherford: “No era un buen lugar para ninguno de nosotros. No éramos adecuados para él. Es más fácil si te interesan los deportes u otras actividades, pero no era nuestro caso.”

Anthony Phillips: “Sin tocar y componer me habría vuelto loco.” 

La música, con esa cualidad bienhechora que la caracteriza, se transformaría en el refugio de estos cuatro chicos ante un entorno hostil. Quienes, al fin y al cabo, no pertenecían a la aristocracia sino que formaban parte de esa típica clase media con pretensiones de movilidad social. El padre de Peter era ingeniero eléctrico; el de Mike, capitán de la armada; el de Tony, maestro de escuela. Solo Ant (Phillips) era hijo de un banquero que presidía una compañía de seguros. Las influencias musicales provenían de la línea materna: las madres de Banks y Gabriel les enseñarían a sus vástagos los rudimentos del piano. La abuela de Peter cantaba con sir Henry Wood en los Proms, la temporada de verano de los conciertos de música clásica. Sus tías maternas habían pasado por la Royal Academy of Music.

Los progenitores apoyarían las carreras musicales de sus hijos desde el inicio y prestarían 150 libras cada uno durante el período en que se hallaban preparando Trespass, destinadas a la compra de un órgano Hammond. Así surgiría la versión definitiva de “The Knife”, concebida inicialmente para piano.

La propia Charterhouse contribuiría a este ambiente de contención, que los resguardaba de las amenazas y las dificultades del mundo externo. La impronta de este background de public school en el futuro del grupo no debe ser subestimada. Según admite el propio Gabriel: “Nos volvió más originales. Creo que nos concedió una influencia clásica, nos dio la idea de utilizar el intelecto en la música rock. Lo cual, si quieres, es bueno y malo. Realmente, lo hicimos sin darnos cuenta”.

La pertenencia cartusiana les daría bastante más, para bien y para mal: un escenario inicial donde verter sus primeras intuiciones; un contrato de grabación, gracias a los oficios de un ex alumno devenido en estrella pop; incluso el nombre. También las dificultades para sostener relaciones francas, con una creciente tirantez entre sus miembros, que derivaría en la salida de Phillips del grupo después del segundo disco; la seriedad excesiva de sus inicios, atemperada un tanto por el ingreso de Collins, quien traería consigo tanto la expertise en la batería como un bienvenido sentido del humor; la posibilidad de aislamiento en una casita de campo, provista por otro ex alumno, para perfeccionar el material de Trespass y aprontarse para la vida de una banda profesional; la determinación para persistir en sus ideas incluso cuando el público británico mayoritariamente les daba la espalda.

Tal vez lo más importante, gracias a “las huellas de la tradición oral aún persistentes en las public shools británicas”, dispondrían de una concepción teatral y cierto estilo oratorio que encarnaría en la performance de Peter Gabriel. Esas famosas historias que narraba sobre el escenario, en los recitales, mientras los demás hacían los ajustes necesarios. Y en su lírica personal, que bebería por igual del mito y de la epopeya.

Vendiendo inglaterra por una libra, páginas 333-339.

AGB

Título: Vendiendo Inglaterra por una libra: Una historia social del rock progresivo británico: Del Revival al Progressive Folk

Autor: Norberto Cambiasso

Pie de imprenta: Buenos Aires: Gourmet Musical Ediciones, 2022

Páginas: 480

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