Réquiem a Café Vinilo, el bar que fue bastión de la música popular y perdió por la pandemia

En la computadora de Marina Belinco hay una carpeta llamada “Café Vinilo”, que a su vez contiene muchas otras con nombres de artistas, desde Liliana Herrero y Juan Falú hasta Julieta Venegas y Soledad Villamil, pasando por Leo Maslíah y María Joao. También incluye carpetas con propuestas varias como “Primer Festival Vinilo”, “Verano en Canción”, “Festival Vinilo 10 años” y “Enero uruguayo”, entre  otros títulos.

Si se repara en las fechas, apunta esta trabajadora de prensa, la primera carpeta data de 2009 con Adrián Iaies y la presentación de su disco “Esa sonrisa es un santo remedio”. La última es bastante fresca, de mayo de este año con el ciclo “Cantautoras en Café Vinilo”.

Entre aquel lejano 2009 y el presente, Belinco evoca un sinfín de conciertos geniales, noches memorables con brindis y charlas post show, notas y más notas en los medios sobre eso que acontecería o con coberturas de la noche anterior en la presentación de tal o cual artista. “También hay aplausos, planificación, mucha producción, entradas agotadas y más aplausos. Sucede que con el correr de los años, Café Vinilo fue gestando aquello que reconocemos hoy cuando hablamos de Vinilo: una hermosa y vieja casona de Palermo con la calidez de un hogar pero con un sonido y una iluminación ideales para esa programación de lujo que siempre había”.

Eso era lo que era, en rigor, Café Vinilo: un escenario con piano siempre a punto, velitas en las mesas que se volvían “fueguitos amigos”, sonidos de mozos que iban y venían con bebidas y comidas caseras, y la ceremonia pagana entre público y artistas que, en el recuerdo de Belinco, “vibraba fuerte y alto”. 

Hace unos días, un comunicado lanzado por los productores Teresa Rodríguez y Eduardo Misch, almas mater de Café Vinilo, cayó como un baldazo de agua fría en la comunidad artística. Tras 12 años de existencia como emblema de la música independiente, confirmaban el cierre de Café Vinilo, uno de los principales refugios de Buenos Aires para melómanos y curiosos de géneros de la música popular como el tango, el folklore, el jazz, la canción rioplatense, el rock. 

El local fue, en efecto, otra de las víctimas culturales y sociales de la pandemia: en todo este tiempo acumuló deudas, los subsidios recibidos no bastaron para cubrir los gastos y los nuevos protocolos sanitarios supusieron una inversión que sus responsables no estaban en condiciones de afrontar. “Después de un año y pico sin funcionar, una obra de esas características no era posible para nosotros”, se lamentó Teresa Rodríguez. Fue entonces que el dueño del local puso el cartel de alquiler y la dupla de productores empezó a buscar nuevos horizontes para su proyecto, al cual ansían en su renacimiento.  

“Café Vinilo supo ofrecer una combinación perfecta entre el confort para quienes iban a tocar y el bienestar para esa platea ávida de arte independiente. Me consta de principio a fin las toneladas de amor, pasión y compromiso que todas las personas que trabajamos ahí le pusimos al proyecto”, enfatiza Belinco, que era una de las tantas habitués del lugar. Y agrega, con palabras sentidas: “Cuando se asoma la idea de cierre me invade un sabor amargo. Entonces prefiero pensar en un 'fin de ciclo' y se me aparece el Flaco cantando 'mañana es mejor'… gracias por tanto, Café Vinilo. Hasta pronto. Ya nos volveremos a cruzar en otras coordenadas. No será lo mismo, pero estos 12 años sin dudas serán la base para todo lo lindo del porvenir”. 

Como lo define Teresa Rodríguez, a la vez que se cierra una etapa, se augura el principio de un nuevo ciclo, “en algún lugar que pronto encontraremos y en el que le daremos continuidad a las características de Vinilo, con especial cuidado en el trato para con los músicos y en la escucha”. El denominado espíritu Vinilo, según la productora, será en un lugar aún más íntimo, del que por ahora sólo adelanta el nombre: Casa Vinilo. 

Las anécdotas son miles y salen a borbotones. Lo primero que reconoce es que el cierre fue lento y demorado, porque tenían la esperanza de reabrir en cualquier momento. “Los grandes amores requieren largas despedidas”, asumieron en el comunicado. Pero la realidad económica fue devastadora. “Café Vinilo fue un gran lugar donde hicimos producciones de conciertos en vivo con todas las letras, donde hubo artistas nacionales e internacionales, que recién comenzaban o consagrados, en su mayoría independientes y autogestivos que son para nosotros dos cualidades muy importantes -remarca Rodríguez-. El hecho de tener un piano de cola en una sala para 100 personas fue una revolución. Eso nos permitió lograr grandes conciertos, grandes producciones y sobre todo construir una trayectoria muy importante en la ciudad”. 

Se mostró emocionada con el afecto y la solidaridad de todo el medio artístico, y apeló a una idea de reinvención. En el camino nombra a Alejo, el hijo en común con Eduardo Misch, “fruto y génesis de esta nueva etapa”. En el comunicado de prensa, los productores agradecen a artistas, productores, técnicos, managers, periodistas, diferentes equipos de trabajo y “sobre todo al público que acompañó estos 12 maravillosos e intensos años. Entre todxs hemos hecho de Café Vinilo uno de los espacios culturales de referencia de la ciudad de Buenos Aires. Esa marca imborrable quedará por siempre guardada en el corazón”. 

El recuerdo de los que pisaron el escenario

Franco Luciani, uno de los músicos que más ha participado de conciertos en vivo en Café Vinilo, lo define como una pérdida irreparable, una luz que se apaga lentamente. “Se había convertido en uno de los espacios consagrados del arte y la cultura, uno de los faros no sólo latinoamericanos sino a nivel mundial. En el equipo de producción había artistas que sabían de música, recuerdo conciertos a dos pianos que eran un milagro que ocurrieran en un lugar tan pequeño, ¡al gran pueblo argentino piano!, decía el Mono Villegas. Y grabaciones de discos, miles, en el sello Vinilo, donde quedó plasmado un mapa de la música popular contemporánea argentina”.  

Recuerda sus últimas actuaciones con Victoria Birchner y Teresa Parodi y un especial mensaje que le acaba de enviar el músico ecuatoriano Willian Farinango, habitual compañero de la cantante Mariela Condo. “Me mandó unas palabras diciéndome qué lastima que cerró Café Vinilo, alguien que ni siquiera vive en la ciudad y está lejos de nuestro cotidiano. Lo lamentamos mucho. Queda la memoria de la energía puesta en el escenario, esas vivencias de lo pequeño y amoroso que perduran. Hace poco habíamos festejado los diez años del lugar y pensábamos que no era mucho tiempo, pero ahora nos damos cuenta que para la supervivencia de un espacio cultural es muchísimo y no debería ser así. Es una luz que se apaga pero hay que agarrar la antorcha y seguir iluminando el camino, siempre con la cultura como bandera”. 

Para el guitarrista José María Saluzzi, que conoce de primera mano la creación del espacio porque había estudiado música junto a Chechu Ordóñez, uno de los primeros dueños, Café Vinilo era un sitio de vanguardia por su acústica y su entorno íntimo, sencillo, al estilo de los bares musicales más prestigiosos de Nueva York y Europa. Tocó allí varias veces con su padre, el bandoneonista Dino Saluzzi, conciertos en lo que solía quedar gente afuera. Por eso, más de una vez debieron realizar una doble función. Como perfecto anfitrión Dino se soltaba contando anécdotas, consustanciado con el ambiente, algo que los espectadores todavía recuerdan con emoción. “Vinilo le generaba ganas de narrar, había un feedback distinto a otros lugares”, remarca su hijo. 

“Tanto en el bar de adelante como en su sala del fondo, e incluso en su linda terraza, lo que circulaba era una idea de encuentro espontáneo con la gente y entre los propios músicos -añade José María Saluzzi-. Una vez recuerdo que vino Machi Rufino y se subió al escenario a tocar con mi viejo. O cuando él se encontró con los músicos de su antiguo cuarteto, Quique Sinesi, Horacio López y Matías González. He estado en lugares de Europa y allí no se genera esa forma de relacionarnos entre los músicos, de cierta camaradería, que suele derivar en toques posteriores. Todo muy familiero, algo que quizás en un teatro o en una sala más grande no se daría. Porque la onda de cada lugar la construye el público, eso se da solo y luego se establece como una marca de identidad. Y el cierre de Vinilo, que además estaba muy bien ubicado, dejará un agujero grande, en un contexto donde escasean los buenos lugares para tocar en la certeza de que la pandemia dejó muy vulnerable nuestro oficio, más allá de la necesaria reinvención para sobrevivir como podamos”. 

Ese clima tan único, de tocar con el público tan cerca, de sentir la puerta de entrada casi al lado del escenario, es lo que también recuerdan otros músicos que fueron habitués de Café Vinilo, como Adrián Iaies (ver recuadro), Sofía Viola, Lorena Astudillo, Juan Quintero, Diego Schissi y tantos otros que dejaron mensajes de cariño por el adiós del espacio. 

“Tengo muchísimos recuerdos de vivencias en Café Vinilo. Esa sensación de lo entrañable, de sentirme en casa en cualquiera de sus rincones: tanto en el camarín, como en las salas, como las charlas con el personal del lugar. De verla a Tere, siempre presente, con un amor incondicional a todo lo que allí sucedía. De repente me acuerdo bajando con Ramón Ayala por esa escalera estrecha y empinada que iba del camarín al escenario, diciéndole que tuviera cuidado, y el gran Mensú, siempre chistoso respondiendo 'me he caído de escaleras mejores'”, rememora la productora y trabajadora de prensa Karina Nisinman. 

El primer concierto para el que hizo prensa en Vinilo, dice, fue del grupo El diablo en la boca, en 2010. Sus recuerdos más fuertes son de recitales de Raúl Carnota y tantos de Carlos “Negro” Aguirre en distintos formatos -solo, con invitados, quinteto de guitarras, o con su grupo Almalegría-, de Daniel Maza, de Maza con Fattoruso, de Franco Luciani, Cecilia Zabala, de su hermano Marcelo con el grupo FRANZ (Falasca, Rey, Agri, Nisinman, Zárate), Guillermo Fernández, Ramiro Gallo, Silvia Iriondo y el Quinteto Revolucionario.  

Como público, Karina amaba sentarse a charlar con amigos en alguna de las mesas y comer cosas ricas, o sola en alguna mesa alta y disfrutar con una copa de vino la mejor música. Era como estar en un lugar soñado. “Tengo la esperanza de que no sea un adiós sino realmente un hasta pronto”, se sincera. 

En el vértigo de la despedida, entre trámites, mudanzas y relatos que todavía siguen latiendo en los pasillos de la casona de calle Gorriti, lo último que parece perderse es la ilusión en el futuro. “Todavía no podemos dar más detalles porque falta trabajar bastante, pero se viene la continuidad de Vinilo en otro lugar físico”, vaticina Teresa Rodríguez. Y la comunidad artística renueva las expectativas. 

JMM

Por Adrián Iaies

Acerca del cierre de Café Vinilo de Calle Gorriti

Hubo un lugar en la Buenos Aires de principios de los 80 llamado La Peluquería, justamente porque de día eso es lo que sucedía. Pero a la noche, en Bolívar 949 corrían el sillón del barbero y se juntaban Manolo Juárez -gestor de la idea y maestro mío, razón por la cual pude disfrutar como oyente- con el Cuchi Leguizamón, Salgán, el Mono Villegas, Ubaldo de Lío, entre otros.

Eventualmente aparecía Dino Saluzzi o Mercedes. O sea, casi nada.

El ciclo “Solo piano” se hacía con un CP70, un piano eléctrico como el que usaba García con Serú, porque no había piano acústico. No importaba. Eran noches de fiesta.

Si Café Vinilo hubiese existido en esa época probablemente habría sido sede de algo así. Vinilo ha pertenecido a una dinastía de clubes como la mencionada Peluquería pero a la que siguieron Jazz & Pop, La vieja Trastienda de Thames y Gorriti y, claro está, el Club del Vino.

Todos escenarios que tuve la suerte de frecuentar y comprobar su mística.

Y es hora de decirlo: lo más importante y trascendente que le ha pasado a la música popular en Buenos Aires no ha sido en los teatros oficiales, no ha sido al calor de subsidios oficiales ni alimentado con dinerillos públicos direccionados políticamente.

No, las cosas han pasado en los boliches. En las peñas, en los tinglados, en las cantinas.

Café Vinilo era algo más que un lugar donde los músicos íbamos a trabajar. Era la excusa para pensar algún proyecto nuevo, diferente. Era un lugar para probar cosas.

Tango Contempo, la experiencia de nuevo tango más consistente y exitosa, nació en Vinilo.

Y en ese escenario estuvieron compartiendo su arte y su genialidad Hugo Fattoruso, Dino Saluzzi, Fernando Cabrera, Liliana Herrero o Néstor Marconi, por sólo mencionar unos pocos.

Conocí a Cheche Ordoñez y a Tere Rodríguez un par de meses antes que inauguren el Café. Yo andaba necesitando un lugar donde presentar un disco nuevo. Me contaron su plan. Era ridículamente ambicioso pero, por otro lado, las razones por las que siempre fantaseé con tener un club de música eran esas mismas ridículas ideas.

Cumplieron con todo y más aún.

Tuvieron un sello discográfico, inventaron ciclos, gestaron encuentros inusuales de artistas y apostaron siempre a la originalidad, el riesgo y la excelencia.

Tuvieron que levantar varias clausuras injustas, padecieron a la policía, a los inspectores, los robos y la crisis. Siempre la crisis. Pero levantaron la cabeza varias veces hasta que la pandemia los noqueó.

Como lo hizo con muchos otros emprendimientos o, para no ir muy lejos, como a los propios artistas a los que, prácticamente, nos convirtió en planeros.

La experiencia Vinilo marca los alcances posibles de un proyecto pensado con seriedad, con inteligencia, con pasión y, sobre todo, con imaginación.

Pero el cierre de Café Vinilo también nos marca los límites para el sostenimiento de una empresa cultural independiente en una ciudad potente como Buenos Aires pero, a la vez, en un país del tercer mundo. Y, ya sabemos, nada funciona de modo tan tercermundista en un país del tercer mundo como la cultura…