Opinión

Los Rolling Stones tampoco volvieron mejores

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Los Rolling Stones vuelven al ruedo. A casi 60 años de sus inicios, la banda se presentará en setiembre en Nueva Orleans, Los Ángeles y Las Vegas. Ahora bien, ¿cómo se vuelve con tanta nieve del tiempo acumulada? ¿Mejores? Se puede adivinar a partir de un simple parpadeo que no. Imposible. 

La gira norteamericana contará con solo dos integrantes originales: Mick Jagger y Keith Richards. El baterista Charlie Watts, presente desde el primer sencillo, “Come On”, de 1963, no será parte de No filter, como se llama el ciclo de presentaciones que tuvieron que ser postergadas durante el primer año pandémico. Según se informó, Watts debe someterse a un procedimiento médico desconocido. No hablamos de una ausencia menor: es como si la banda perdiera en parte su sentido del pulso y su disimulada sobriedad, valor que suele pasarse por alto y que ha tratado de reivindicar el libro Sympathy for the drummer: why Charlie Watts matters, escrito por Mike Edison. Ron Wood, el segundo guitarrista, será de la partida. Se incorporó a los Stones a principios de los setenta. Da la sensación de que estuvo desde el principio. Claro: el tiempo gasta todo.

Si hasta Jagger tuvo que operarse del corazón. Mírenlo, a sus 78 años. En abril pasado lanzó una canción junto con Dave Grohl. “Eazy Sleazy” no carece de la energía que ofrece la distorsión eléctrica. Da sin embargo cosita escuchar a un casi octogenario cantar como si recién comenzara su carrera: “estrenos virtuales, no me queda nada para ponerme”, “Tiktok baile estúpido”, “tratando de escribir una melodía, será mejor que me conectes a Zoom”. Tal vez eso no importe a los fans. Si algo ha demostrado el rock, en muchos casos, es la imposibilidad de tematizar la madurez (ni que decir la llegada de la longevidad).

Mick nació un 26 de julio, pero de 1943. La fecha tiene peculiar resonancia en esta parte del mundo. Nueve años después moriría en Buenos Aires Eva Duarte. El 26 de julio de 1953 es el bautismo de fuego de Fidel Castro. Los Stones tocaron en Cuba en setiembre 2016, dos meses antes de la muerte del Comandante en Jefe, cuando ambos nombres propios (el de Fidel, metonimia de la isla, y el grupo) remitían a un pasado irrecuperable. En 1968, el castrismo decreta la “ofensiva revolucionaria” con el propósito de construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo. Se nacionalizaron hasta las peluquerías. El fracaso fue estruendoso. El 68 fue el año más politizado de Jagger. Después de la ofensiva norteamericana en el Tet, el movimiento de protesta contra la guerra de Vietnam acompañó en Inglaterra la creciente indignación social que sacudía a Estados Unidos. Miles de manifestantes se enfrentaron en una inédita batalla campal con la policía montada en Grosvenor Square, frente a la embajada norteamericana. Entre ellos estaba Jagger, siguiendo a la distancia los pasos del escritor marxista Tariq Alí. Bajo los efectos de los golpes de la montada, el stone escribe “Street fighting man”. La canción es musicalmente rudimentaria, pero de una energía estacional abrasadora. Mientras los Stones la grababan, se estaba incubando el mayo francés y Jagger, según su biógrafo, Philip Norman, “pasó a pronunciar la palabra que tenía a todos los gobiernos europeos en estado de pánico”. Esa palabra marcaba la hora señalada. “Creo que es el momento justo para una revolución en el Palacio/ porque donde vivo el juego que se practica es de mutuo acuerdo”. La estrofa siguiente no dejaba de tener sus atractivos: “Rugiré y gritaré, mataré al rey, insultaré a todos sus sirvientes”. Jagger se preguntaba qué otra cosa podía hacer “un pobre chico” aparte de cantar en una banda de rock'n roll. “Porque en la tranquila ciudad de Londres no hay lugar para un luchador callejero”.

En una entrevista concedida a Barry Miles, de International Times (IT), la gran revista del under británico, Mick declaraba su interés en el budismo (“la realización de una necesidad de cierta clase de espiritualidad”), pero, a la vez, el imperio de lo terrenal le señalaba avanzar más lejos (no sin cierto embrollo) que el propio texto su canción insignia: “No hay guerrilleros, no hay... bueno, hay nacionalistas galeses. Podés ir y unirte a ellos, pero ¡qué broma!  (…) ¿Qué buscás? Tener una revolución apropiada. Para tener un cambio. No hay sociedad alternativa. No hay ninguna. Hay muchas, pero no son alternativas, no son realmente. Podés tener una revolución de izquierda. Quiero decir, hay todas esas, pero son iguales. Es lo mismo”. Y aunque “todo era lo mismo”, las circunstancias lo excitaban. En medio de los preparativos de una segunda movilización callejera, Jagger le ofreció la letra de “Street fighting man” a The Black Dwarf. La revista de Alí la imprimió con una cita de Engels (“una onza de acción vale una tonelada de pensamiento”) y el título “Mick Jagger y Fred Engels luchan en la calle”.  

La crítica de International Times anidaba la fantasía de inminentes alzamientos: “En la banda del Che Guevara eran todos poetas... ¡Los Rolling Stones cantan a la revolución!”. La compañía decidió que el single no se editara en Francia. Temió que fuera escuchado como una incitación, más allá de París, incluso. “No entenderemos bien aquellos años si no escuchamos su banda sonora. Cuando en el verano de 1968 los estudiantes berlineses decidieron ocupar las instituciones universitarias como protesta contra las leyes del estado de excepción (….) en ese radiante día de verano sonaba para ellos a través de todo el campus 'Street fighting man'”, señala el ensayista Rüdiger Safranski en Romanticismo: Una odisea del espíritu alemán.

Antes de verse a sí mismo como conservador con “ce minúscula” (alguien que rechazaría la presión fiscal del Estado, pero sería tolerante “en cuestiones morales o relativas a la libertad de expresión”), Jagger escribió también “Sympathy for the Devil”. La canción reforzó su condición de breve referente de la protesta a ambos lados del Atlántico Norte. En virtud de esos pergaminos evanescentes Jean Luc Godard eligió a los Rolling para One plus one. La película registró en 1968 el proceso grabación de “Sympathy for the Devil”. Las primeras tomas presentan el esqueleto de la canción. El filme finaliza con la versión que aparece en Beggars banquet. El work in progress se alterna con intervenciones de Black Panthers armados y que recitan textos de LeRoi Jones en medio de un cementerio de automóviles, lecturas en off demás de una novela erótico-política en la que el Papa penetra la vagina de una chica y Marilyn Monroe va del brazo con el Che. Para Godard,  la banda ofrecía una metáfora del proceso revolucionario: ensayo, error, objetivación. “Sólo quería mostrar algo en construcción”.

La prensa musical sajona nunca se interesó mayoritariamente por la mezcla de rock primal, black power, política y sexo. ¿Qué usos supuso Godard de Jagger? El stone se había inspirado en Maestro y margarita, una sátira antistalinista de Mijail Bulgakov. La novela habilitaba un sinfín de lecturas, aunque quizá ninguna que colmara las expectativas del gran realizador de la nouvelle vague. De hecho, el recorrido de “Sympathy…” sería luego tan sinuoso que National Review, la revista de la derecha ilustrada de EEUU, la elegiría décadas más tarde entre las 50 canciones más conservadoras. Los paradigmas cambian como las escuchas. De ahí que una canción facilite innumerables reescrituras sobre sí misma. Esa elasticidad de los significados hace posible que el abuelo Jagger todavía la siga cantando, del mismo modo que canta “I Can't Get No (Satisfaction)”.  

Al publicar la biografía del cantante, en 2012, Norman presenta en su prólogo, “Sympathy for the Old Devil” a un Mick cuyo rostro “delata” el curso de una vida iniciada en plena Segunda Guerra Mundial: los “famosos labios” estaban ya “retraídos y sin sangre”. Sobre las mejillas se habían grabado “hendiduras tan anchas y profundas que parecían terribles cicatrices coincidentes”. A pesar de la edad, Norman creía que Jagger seguía siendo “inimitable”. Comparaba su estatus como ícono sexual al Valentino, la estrella del cine mudo. No deja de ser una curiosidad el hecho de que los comienzos de los Stones estén más cerca en el tiempo de las películas mudas que del presente. 

La gira norteamericana de 2021 coincide con los 50 años de su logo. Esa imagen, la de los labios púrpuras y una lengua que parecía babear, fue diseñada por John Pasche y se incluyó en el disco Sticky Fingers. La lengua se inspiraba en Kali, la diosa hindú de la energía imperecedera. Los Beatles la habían descubierto primero (como siempre). En la película Help!, una secta persigue a Ringo Starr porque posee un poderoso anillo que simboliza a la deidad. El logo ya es una pieza del El Museo Nacional de Arte y Diseño de Londres. La boca real (nobiliaria, la de sir Mick, y carnal) quizá oculte una prótesis dentaria. ¿Acaso importa? El imaginario Stone se sostiene a través de ese diseño como la representación de una juventud eterna. Hay algo de eso que se pone en juego siempre con Jagger. En 2013, durante la entrevista en la que el cantante confesó su admiración por Margaret Thatcher, The Guardian lo comparó con Dorian Gray, el dandy de la novela de Oscar Wilde. Se trata de un efebo que logra transferir al retrato que pintó su amigo no solo el paso de los años sino todas sus venalidades. “La vida te lo reserva todo, Dorian. No hay nada que no seas capaz de hacer, con tu maravillosa belleza”, le dice su mentor. “Pero supongamos, Harry, que me volviera ojeroso y viejo y me llenara de arrugas. ¿Qué sucedería entonces?”, le pregunta Gray. “En ese caso, mi querido Dorian, tendrías que luchar por tus victorias. De momento, se te arrojan a los pies”. 

La pintura es la que envejece mientras él resiste, imperturbable, el deterioro fisonómico. El rostro del cuadro se vuelve sombrío. Los labios (¡rojos!) se agrían. Gray, un pianista que había elegido experimentar el placer constante, al precio que fuera, solo encontrará sosiego en la muerte. Antes de acabar con su vida, trata de curarse a través de la música. “Los ritmos sincopados y las estridentes disonancias de aquellas músicas bárbaras le conmovían en momentos en que el encanto de Schubert, los hermosos pesares de Chopin y hasta las majestuosas armonías del mismo Beethoven no conseguían hacer mella en su oído”. 

Gray es un envilecido que busca su salvación imposible. Jagger, un autorretrato ajado de su plenitud, que vuelve a escena como si contáramos al revés la novela de Wilde.

AG